CRISTO NO PUDO SER TENTADO

por
W. E. Best

Copyright © 1992
W. E. Best

Título del original:
CHRIST COULD NOT BE TEMPTED
por
W. E. Best

El libro es distribuido por
W. E. Best Book Missionary Trust
P. O. Box 34904
Houston, Texas 77234-4904 USA


CONTENIDO

Observaciones Del Autor  

1 Introducción 

2 Cristo Nunca Fue Tentado A Pecar  

3 La Doctrina De Que Cristo Fue Pecable Es Herejía

4 Cristo Fue Probado Aparte Del Pecado 

5 Los Que Enseñan La Pecabilidad Proclaman Otro Jesús

6 Jesucristo Es La Persona Única  

7 Cristo Asumió Una Naturaleza Humana  

8 El Dios-Hombre Careció De Conocimiento  

9 Los Que Enseñan La Impecabilidad No Son Culpables De Docetismo (Parte 1)

10 Los Que Enseñan La Impecabilidad No Son Culpables De Docetismo (Parte 2)  

11 La Exégesis De La Escritura Prueba La Impecabilidad

12 Cristo Afirmó Su Impecabilidad  

13 No Hubo Pecado En El Cristo Encarnado  

14 Cristo No Pecó Durante Los Días De Su Carne  

15 Cristo Quien No Conoció Pecado Fue Hecho Pecado

16 Imputaciones Opuestas Son Inseparables  

17 Los Pecados Son Perdonados Y El Pecado Es Condenado  

18 Cristo Fue Sacerdote Y Sacrificio A La Vez  

19 Jesucristo Es Sumo Sacerdote Para Siempre  

 


W. E. Best Book Missionary Trust expresa gratitud a los que participaron en el proceso de traducir este libro.

El texto Bíblico corresponde a la versión Reina-Valera, 1960, y a la Biblia De Las Américas (BLA) © 1986 por The Lockman Foundation (usado por permiso) cuando se indique. Se indican las traducciones directamente del texto griego por la palabra “traducción” después del versículo.


OBSERVACIONES DEL AUTOR

El título de este libro puede sorprender al lector. Sin embargo, la evidencia de la imposibilidad de sentirse Jesucristo tentado a pecar, debería ser considerada antes de cerrarse a la realidad de los hechos. El autor nunca ha creído que Cristo pudiera pecar, pero, al igual que muchos otros, ha enseñado que el Hijo encarnado de Dios fue tentado, lo único que debido a sus dos naturalezas santas nunca cedió a la tentación. La razón del uso incorrecto del verbo “tentar” estuvo en la traducción incorrecta del verbo griego peiradzo, cuando se refiere a Cristo. Este verbo puede significar probar, tratar o tentar. Sea como fuere, un estudio del nombre peirasmos y del verbo peiradzo probará que no hay justificación para traducir estas palabras como “tentación” o “tentar” cuando se utilizan en relación a Jesucristo.

La idea de que Jesucristo pudo ser tentado no se basa en el concepto Bíblico de la Persona de Cristo. Ya que Cristo no tenía una naturaleza pecaminosa, la provocación a hacer algo contrario a la voluntad de Dios no podía tener lugar en Su pensamiento santo. Por lo tanto, no pudo ser tentado. Un estudio de Santiago 1:2-15 demuestra que la tentación no tiene poder sobre una Persona perfecta, sólo sobre una persona depravada.

A menos que el lector esté dispuesto a considerar la evidencia Bíblica de que Cristo no pudo ser tentado, no necesita seguir leyendo más allá de este párrafo. La Biblia dice, “El que responde antes de escuchar, cosecha necedad y vergüenza” (Prov. 18:13 BLA). Principios falsos y reglas falsas de interpretación están en la base de toda falsa doctrina. Luego, la evidencia Bíblica y no la razón humana debe ser considerada como el fundamento de cualquier asunto Bíblico. De aquí, que cualquiera que ofrece su opinión antes de oír o leer la evidencia Bíblica es un necio. El Cristiano desea conocer la verdad y someterse a su enseñanza.

Este libro demostrará el crecimiento del propio autor en la gracia y el conocimiento de Jesucristo (I Ped. 3:18). Hace ya más de veinte años que él escribió su primer libro titulado: STUDIES IN THE PERSON AND WORK OF JESUS CHRIST (Estudios En La Persona Y Obra De Jesucristo). Este libro, aún en circulación, trataba la impecabilidad de Cristo; pero esta segunda obra, tratando con la Cristología, es una mejora de la primera. Si el Señor quiere, si el autor contribuye una obra más sobre el mismo tema, espera que, por la gracia de Dios, sea un mejoramiento de las dos anteriores.

(Contenido)


1

INTRODUCCIÓN

El corazón del Cristianismo es la Persona de Cristo. Por otra parte, las Escrituras se centran no sólo en la Persona de Jesucristo sino también en Su obra. Sin embargo, debemos siempre tener en cuenta que la Persona de Cristo precedió a Su Obra, porque El es el Hijo eterno de Dios.

La salvación, la obra redentora de Cristo, está conectada vitalmente con Su Persona. Su Persona y no Su obra es lo que confiere valor a ésta. Si Jesucristo no es quien la Biblia dice que es, entonces Su obra como Redentor y Salvador sería inválida. De modo, que los que afirman Su pecabilidad invalidan Su obra. Existe una tal inseparabilidad entre la Persona de Cristo y Su obra que cualquiera separación haría que uno se extraviara de ambas. Así, la noción abstracta más pequeña de Su Persona disminuiría la esencia real de Su obra. Aun más, una consideración aislada de Su Obra es imposible porque sólo puede ser comprendida en relación a Su Persona. Su Persona no puede aislarse de Su Obra, y Su Obra no puede aislarse de Su Persona.

Los elegidos entienden tanto lo que Jesucristo hace como Lo que es—Aquel enviado por el Padre para su salvación. Sin este conocimiento, uno sólo puede quedarse perplejo sobre Su Obra y preguntar: “...¿De dónde tiene éste...estos milagros? ¿No es éste el hijo del carpintero?” (Mat. 13:54-55). Ser negligente en el conocimiento de Jesucristo es no entender Su obra. Peor todavía, fallar en ver Su Obra en su perspectiva correcta es no entender Su Persona. El punto de partida de la Cristología debe ser el testimonio completo de la Sagrada Escritura respecto a ambos la Persona y la Obra de Cristo.

La confusión actual no es objetiva sino subjetiva. En otras palabras, el problema verdadero reside en la condición subjetiva del corazón humano: “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso...” (Jer. 17:9). Nuestra única defensa es la revelación objetiva de la Escritura, porque no hay nada equivocado en la revelación objetiva de Jesucristo. Los conceptos hechos por el hombre sobre Jesucristo son cambiados fácilmente en conceptos opuestos.

El Señor Jesucristo su humilló voluntariamente a Sí Mismo (Fil. 2:5-8). Hablar de la humillación de Cristo es permisible, pero el término mejor a la luz del contexto es auto-humillación. Este pasaje de Escritura no enseña realmente humillación, el acto de humillarse o estado de ser humillado o deshonrado, todo lo cual es verdad. Enseña el acto voluntario de Cristo de venir a este mundo. En esto, Su auto-humillación es desplegada.

Los tres estados diferentes de Jesucristo revelados en Filipenses 2:5-11 son la gloria, la auto-humillación, y la exaltación. Si el estado natural—esencial—de la gloria de Cristo fuese quitado, no habría auto-humillación. El estuvo en un estado de gloria antes de que entrara en un estado de auto-humillación. El estuvo en la forma de Dios antes de que se hiciera en semejanza de hombre. Experimentó un estado de auto-humillación antes de entrar en un estado de exaltación. Jesucristo habló de entrar en la gloria que El tuvo con el Padre antes de que el mundo fuese después de terminar la obra que el Padre le envió a realizar (Juan 17:4, 5). Cristo manifestó Su gloria moral durante Su auto-humillación. Pero Su gloria esencial era necesaria para esa gloria moral, y Su estado de auto-humillación precedió Su entrada en el estado de exaltación.

Hay siete puntos de la vasta condescendencia de nuestro Señor cuando dejó la gloria que tuvo con el Padre y vino a este mundo en auto-humillación:

1. Cristo existía en la forma de Dios.

2. Se despojó a Sí Mismo.

3. Tomó la forma de siervo, de esclavo.

4. Se hizo en la semejanza de los hombres.

5. Se humilló a Sí Mismo.

6. Se hizo obediente hasta la muerte.

7. Experimentó la muerte de la Cruz.

La gloria de Jesucristo se revela en el hecho de que El es en la forma de Dios. La forma de Dios debe entenderse como la naturaleza y esencia de Dios. Esta es la única manera de entender la palabra griega “forma,” que aparece en Filipenses 2:6. Ella describe al Señor Jesucristo como era desde la eternidad. “Forma de siervo” de versículo 7 significa que El fue realmente siervo. “Hecho semejante a los hombres” significa que El fue verdaderamente el Dios-Hombre. Por tanto, Su ser en forma de Dios revela que es realmente y verdaderamente Dios, que participa de la misma naturaleza con el Padre y que tuvo la misma gloria. Cristo tuvo todos los atributos de la Deidad. El Espíritu Santo reveló, por medio del apóstol Pablo, la Persona de Jesucristo nuestro Señor en el cielo y en la tierra en relación al Padre y en relación al hombre. “El cual, siendo en forma de Dios” o “subsistiendo en forma de Dios” revela la Deidad esencial de Cristo, la cual una vez habiendo tenido, nunca puede ser disminuida. Esta gloria u honor de Jesucristo no podía ser abandonada, pero sí fue velada al ser hecho en la semejanza de los hombres.

La auto-humillación del Señor Jesucristo se ve en el hecho de despojarse a Sí Mismo. Esta es una afirmación insondable. Solamente la eternidad podrá descifrar la profundidad de su significado. Cristo no se despojó de Su deidad. Esto era esencial a Su ser. No se hizo menos Dios al ser hecho semejante a los hombres. El ocultó la gloria esencial de Su deidad, que era Suya desde la eternidad, a fin de llevar a cabo Su propósito redentor en obediencia al Padre que Le envió al mundo. No se despojó de esa plenitud de gracia que estaba en El desde la eternidad. Se presentó con ella cuando Se hizo carne y habitó entre los hombres. El no se despojó de las perfecciones de Su naturaleza Divina, que en nada disminuyeron al asumir la naturaleza humana. La plenitud de la Deidad habitó en El corporalmente (Col. 2:9). Aunque el Señor Jesús, la segunda Persona de la Deidad, tomó aquello que nunca antes había tenido, no perdió nada de lo que había poseído desde la eternidad. La gloria de Su naturaleza Divina fue cubierta; esto es lo que sucedió cuando se despojó a Sí Mismo. No estaba a la vista, pero algunos rayos y esplendores se dejaron ver en Sus obras y milagros, que El realizó durante los 33 años y medio que caminó entre los hombres. Su gloria como del Unigénito del Padre fue percibida solamente por unos pocos. Las mentes de la gran mayoría fueron cegadas y sus corazones fueron endurecidos, no sólo por los milagros que vieron realizar a Jesucristo sino por las palabras que Le oyeron hablar. No vieron en El parecido ni hermosura para desearlo (Isa. 53:2). La forma de Dios en la cual El es eternamente fue escondida de ellos. La gente Lo repudió como un simple hombre, como el Siervo despreciado, aun como un gusano (Sal. 22:6).

“Estando en la condición de hombre” indica una unión permanente de las dos naturalezas. De modo que aquí, tenemos la unión hipostática. Esta unión hipostática no debe confundirse con las teofanías, es decir, las manifestaciones del Señor Jesús pre-encarnado en el Antiguo Testamento. Las teofanías fueron temporales; mientras que esta unión hipostática es permanente. La clave de todo el asunto de la kenosis (Cristo se despojó a Sí Mismo) está en la palabra “semejanza.” Es una ventana por la que un torrente de luz ilumina el propósito redentor en la encarnación. Dios enviando a Su Hijo unigénito “...en semejanza de carne de pecado y como ofrenda por el pecado, condenó al pecado en la carne” (Rom. 8:3 BLA). “Semejante a los hombres” en Filipenses 2:7 da a entender la plena realidad de la naturaleza humana de Cristo. Aquel había dicho, “Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza” (Gén. 1:26), es ahora hecho a la semejanza del hombre. Qué condescendencia para ser contemplada por el hombre pecaminoso. El alcance de Su auto-humillación se manifiesta en Su muerte. Fue obediente hasta la muerte. La obediencia del primer hombre, Adán, hubiera resultado en vida, pero desobedeció. La obediencia del Dios-Hombre llegó hasta la muerte. La desobediencia de Adán trajo una cosecha de muerte a toda su posteridad, que incluye toda la humanidad. La obediencia de Jesucristo trajo Su posteridad, Sus ovejas, de la muerte a la vida. Cristo se sometió voluntariamente a esta auto-humillación. No fue empujado ella por la fuerza. Voluntariamente vino a hacer la voluntad de Su Padre.

La exaltación de Jesucristo excedió Su auto-humillación. Su exaltación consiste en tres etapas:

1. En el pasado, Dios Le exaltó hasta lo sumo (Fil. 2:9; Ef. 1:20-23).

2. En el presente, Dios Le ha dado un nombre que es sobre todo nombre (Fil. 2:9).

3. En el futuro, toda rodilla se doblará y toda lengua confesará que Cristo es el Señor para gloria de Dios Padre (Fil. 2:10-11).

Nunca debemos permitirnos a nosotros mismos concebir de El en la kenosis de cualquier persona fuera de Dios quien no cambia (Mal. 3:6; Heb. 13:8). En Su auto-humillación, El fue Dios manifestado en carne (I Tim. 3:16).

¿En qué sentido se despojó Cristo a Sí Mismo?

1. Tomó forma de siervo, hecho semejante a los hombres.

2. Se humilló a Sí Mismo, haciéndose obediente.

Este es el sentido en que se despojó a Sí Mismo. Sin embargo, no hubo cambio en Su ser esencial. El hizo dos cosas que nunca había hecho antes, y esto nos ayuda a un mejor entendimiento del significado de “se despojó a sí mismo”:

1. Se hizo dependiente. El Hijo no puede hacer nada por Sí Mismo (Juan 5:19, 30; 8:28; 12:49; 14:10). La misma esencia de un hombre y de un siervo es que El es dependiente. Ésta, entonces, fue la gracia del Hijo que voluntariamente se sometió a Sí Mismo en todas las cosas a depender en el Padre. Por tanto dice, “...Yo vivo por el Padre...” (Juan 6:57).

2. Se hizo obediente. Aquel a quien todos los principados y potestades le obedecieron aprendió una nueva experiencia, la gracia de la obediencia (Heb. 5:8). De El fue el oído abierto. El fue el Instruido de Isaías 50:4. Esto, sin embargo, no significa que El se despojó a Sí Mismo de los poderes que tuvo como Dios.

Los liberales concluyen las siguientes declaraciones:

1. Por cuanto Jesucristo dijo, “No puedo yo hacer nada por mí mismo” (Juan 5:30), El no fue omnipotente.

2. Porque dijo, “Me alegro por vosotros, de no haber estado allí” (Juan 11:15), El no fue omnipresente.

3. Porque no supo la hora (Mar. 13:32), El no fue omnisciente.

4. Porque la Biblia afirma que El “fue tentado en todo según nuestra semejanza” (Heb. 4:15), tuvo la capacidad de pecar. El liberal debería ir todo el camino y decir que porque Jesucristo fue hombre no fue Dios, negar el gran misterio de la piedad— “...grande es el misterio de la piedad: Dios fue manifestado en carne...” (I Tim. 3:16).

¿Cuál es el significado de Jesucristo despojándose a Sí Mismo? ¿Se despojó de Su gloria esencial, o veló Su gloria esencial al hacerse semejante a los hombres pecaminosos? No se hizo menos Dios por causa de la encarnación. Dios manifestado en carne es el fundamento del Cristianismo. Que uno sería el Dios-Hombre es el gran misterio de nuestra fe.

Cuando el Cristianismo expresa lo que sabe del Señor Jesucristo, Le llama el Dios-Hombre. La naturaleza interna de Cristo y Su realidad eterna e histórica tal como se manifestó antes los hombres no fueron contradictorias. El Señor Jesús nació de una virgen, anduvo entre los hombres, derramó Su sangre preciosa en el Calvario y resucitó de los muertos. El contraste entre lo que se aparentó y lo que fue esencialmente el Señor Jesucristo se agudizó más y más conforme se acercaba a Su muerte en el Calvario. El Señor Jesús, quien es vida eterna, se sumergió en la muerte para dar vida a los elegidos de Dios (Juan 10:11, 15). El apóstol Pedro reconvino al Señor Jesucristo en Mateo 16:22-23, porque los discípulos eran incapaces de entender Su muerte. Los discípulos fueron ignorantes de muchas verdades concerniente a la Persona de Cristo. Los contrastes en la vida de Cristo no fueron reconciliados en Su muerte sino en Su resurrección (Rom. 1:3, 4). Después de Su resurrección, los discípulos vieron que Jesucristo es eternamente en Su naturaleza. Entonces fue comprobado ser el Hijo de Dios con poder por Su resurrección de entre los muertos (Rom. 1:4).

El Señor Jesús declaró, “Yo y el Padre uno somos” (Juan 10:30). “Entonces los judíos volvieron a tomar piedras para apedrearle” (Juan 10:31). Los judíos Le dijeron que no Le apedreaban por ninguna obra buena sino por blasfemia. Cualquiera que no crea que Jesucristo es el Dios-Hombre, una Persona poseyendo dos naturalezas, no tiene mediador. Equivocarse sobre la Persona de Jesucristo es realmente trágico. Sería mejor no tocar el estudio de la Persona de Jesucristo que salirse del círculo de la revelación Bíblica. La Persona de Jesucristo es absolutamente más allá de nuestra comprensión.

La característica distintiva de la encarnación de Cristo es la unión hipostática, la unión de dos naturalezas en una persona. Cristo no era dos personas sino una Persona con dos naturalezas. Se debe hacer una distinción muy clara entre una Persona trinitaria, sea el Padre, el Hijo, o el Espíritu Santo; una persona humana; y una Persona teoantrópica.

Una Persona trinitaria posee solamente una naturaleza. Tres Personas son en la Deidad. Son una en esencia y una en substancia. Tienen una sola naturaleza, que es Divina. Antes de la encarnación, el Señor Jesucristo poseyó una naturaleza sola, la Divina.

La persona humana posee dos naturalezas—una material y otra inmaterial. Sólo su naturaleza material es visible. El cuerpo material vino a la existencia cuando Dios formó al hombre del polvo de la tierra. La parte inmaterial del hombre llegó a existir cuando Dios sopló en este cuerpo, y fue hecho un alma viviente (Gén. 2:7). La naturaleza inmaterial del hombre es de mayor importancia. Su naturaleza material retornará al polvo de la tierra, pero su naturaleza inmaterial irá a estar con Dios.

Una Persona teoantrópica tiene tres naturalezas. Jesucristo es la única Persona Teoantrópica. Tiene la esencia Divina, un cuerpo humano, y un alma humana. Su cuerpo humano fue asumido, para nunca ser echado a un lado. El se sienta hoy a la diestra del Padre en el mismo cuerpo en que fue glorificado.

“Naturaleza” denota la suma total de todas las cualidades esenciales de una cosa—aquello que hace que sea lo que realmente es. La naturaleza de la Deidad pertenece a todas las cualidades esenciales de la Deidad. “Persona” denota una substancia completa dotada de razón. Es decir, es una naturaleza con algo añadido; eso añadido es la individualidad. La naturaleza es invisible y las naturalezas son indistinguibles, pero las personas son distinguibles. La naturaleza es visible en cuanto se refleja en una persona. Cada Persona de la Deidad es Dios, teniendo la misma naturaleza. Sin embargo, el Padre no es el Hijo, el Hijo no es el Padre, y el Espíritu Santo ni es el Padre ni el Hijo. Jesucristo asumió una naturaleza que no fue personalizada. No existió por sí misma.

La distinción entre la naturaleza humana y la persona está ilustrada en Romanos 9:21. La potestad del alfarero sobre el barro denota la soberanía absoluta de Dios. La masa de barro consiste en una naturaleza. Así El tomó una parte de esa única masa e hizo un vaso de honra, y tomó otra parte e hizo un vaso de deshonra. Ambos vasos provienen de la misma masa. Sin embargo, cuando el Creador moldea la masa en vasos, éstos se personalizan en vasos particulares.

El Señor Jesucristo es la Persona Teoantrópica, el Dios-Hombre. Existió en forma de Dios antes de Su venida al mundo. De ningún modo cesó de existir en esa forma aun cuando tomó a Sí Mismo la forma de siervo. La forma de Dios fue velada en la forma de siervo. Por tanto, Cristo fue en semejanza de carne pecaminosa con énfasis en la palabra “semejanza.” Muchos dirigieron su mirada hacia El mientras caminaba entre los hijos de los hombres, y dijeron, “¡He aquí el hombre!” (Juan 19:5). Uno debe tener gracia para penetrar en la naturaleza humana de Jesucristo y ver la naturaleza Divina, y la gracia lo capacita para ver en El la Persona Teoantrópica, el Dios-Hombre.

La concepción de Jesucristo fue diferente a la de cualquier hombre. Su nacimiento no fue diferente de lo demás. La virgen María significó que fue milagrosamente concebido en su vientre. Su vida entera difirió de las vidas de los simples hombres. Por eso, expresiones como “Hijo del Hombre,” “Hijo de Dios,” “Hombre aprobado por Dios,” y “He aquí el hombre,” señalan a Alguien que no es un simple hombre. Ellas indican la Persona Teoantrópica, el Señor Jesucristo, quien apareció en la forma de siervo. La personalidad teoantrópica de Jesucristo comenzó con la encarnación. El no existió eternamente como el Dios-Hombre. No hubo modificación ni alteración en la Santa Trinidad cuando Jesucristo vino al mundo y asumió la naturaleza humana. Una cuarta persona no fue añadida a la Triunidad Divina. Todavía hay solamente una Santa Triunidad. El único Dios condescendió a revelarse a Sí Mismo. Mientras que hay un solo Dios, en la única esencia Divina hay tres Personas distintas—el Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo.

(Contenido)


2

CRISTO NUNCA FUE TENTADO A PECAR

La tentación no tiene poder sobre una Persona perfecta, pero sí lo tiene sobre una persona depravada. En los días de Su carne Jesucristo fue santo, inocente, sin mancha, y apartado de los pecadores (Heb. 7:26). Sugerir que tenía una naturaleza sujeta al pecado no es menos que la blasfemia. Por otra parte, los hombres depravados son capaces de pecar por cuanto tienen una mente lista para recibir una sugerencia malvada. El hombre es tentado cuando es atraído por su propio concupiscencia (Sant. 1:14). La palabra griega para “concupiscencia” es epithumia. Su significado es lujuria, deseo, pasión, o codicia. Una persona es tentada cuando es seducida por su propio anhelo hacia aquello que está prohibido o es ilegal. Nadie que entienda la enseñanza Bíblica respecto a la Persona de Jesucristo puede ni siquiera imaginar que El pudiera desear lo prohibido e ilegal. Esto es lo que Santiago explica cuando dice que “Dios no puede ser tentado por el mal” (Sant. 1:13).

La palabra “tentación” no siempre tiene la misma connotación en todos los pasajes donde se usa. Viene de la palabra griega peirasmos, que quiere decir prueba, examen, o tentación. El sustantivo está relacionado al verbo peiradzo, el cual significa probar, tratar, o tentar. Ambas palabras pueden usarse en un sentido bueno o malo. Por ejemplo, el sustantivo es usado en Santiago 1:2 y 12, y el verbo se utiliza cuatro veces en Santiago 1:13 y 14. En Santiago 1:2 y 12, el sustantivo sería mejor traducido por “prueba”. El Cristiano “soporta” una prueba externa, pero debería “resistir” una tentación interna al mal. La distinción, pues, tiene que hacerse entre permanecer firme bajo la prueba y ser enredado por la propia naturaleza pecaminosa de uno. El anterior es externo, y el posterior es interno. Dios probó a Abraham (Heb. 11:17; Gén. 22:1), pero no le tentó, ya que “...Dios no puede ser tentado por el mal, ni él tienta a nadie” (Sant. 1:13). El significado es que Dios no puede ser solicitado a pecar ni él solicita a nadie a pecar. Por otra parte, Dios sí trata o examina al hombre para probar a él lo que él es realmente (I Ped. 1:6; 4:12; Apoc. 2:2, 10; 3:10). Las pruebas externas provienen de Dios, pero las tentaciones internas surgen de las malas pasiones del hombre depravado.

Dios decretó el pecado, El no solicita ni fuerza a nadie a pecar. Si Dios no hubiera ordenado el pecado, Cristo nunca hubiera sido crucificado por manos de los inicuos (Hech. 2:23). Satanás solicita a la gente a pecar, pero Dios predomina y hace que los actos de maldad de los hombres sirvan para el bien del hombre y la gloria de Dios. Es interesante observar los atributos de Dios que son avanzados por el pecado. La misericordia de Dios perdona al pecado, Su justo juicio castiga al pecado, Su sabiduría ordena al pecado, y Su poder domina al pecado. La fuente del pecado es la depravación del hombre, pero Dios no es el autor de esa depravación.

Aquellos que afirman que Jesucristo tuvo la capacidad de pecar están obligados a admitir que El se hizo menos que Dios en la encarnación. Semejante idea está en oposición directa a la Escritura que dice, “...Dios no puede ser tentado [apeirastos, un adjetivo que significa sin experiencia en la tentación; incapaz de ser tentado] por el mal [kakon, genitivo plural de kakos—de males]...” (Sant. 1:13). Dios nunca puede ser inducido a actuar inconsistentemente con ninguno de Sus atributos de Su carácter. La naturaleza humana del Hijo de Dios en Su encarnación no existió aparte de la Persona Divina. Si Jesucristo tuvo capacidad para pecar, entonces la Persona Divina también la tuvo. Su Santa naturaleza humana santa unida a Su naturaleza Divina elimina cualquier concepto de pecabilidad (Luc. 1:35). No puede haber conflicto entre dos naturalezas absolutamente santas. La Biblia dice que Cristo fue “hecho semejante a los hombres” (Fil. 2:7), pero nunca se dice que poseyó una “naturaleza pecaminosa” o fue nada más que un simple hombre.

La “concupiscencia” (lujuria, pasión, o codicia) por la cual el hombre es tentado no procede de Dios. Es su propia concupiscencia que es el fruto de la caída. El mal que está en el hombre es de él mismo. En el corazón del hombre están los malos deseos. Están ahí por naturaleza. El Diablo no los introduce. Todo lo que Satanás hace es buscar el punto más vulnerable del hombre y bombardearlo con aquello que éste anhela. Las malas sugestiones admitidas en la mente de uno crecerán en fuerza por causa del deseo malvado que reside en el hombre, a menos que sea resistido por la gracia.

La pregunta ahora es, ¿Halló alguna vez Satanás un punto débil en Jesucristo? Puesto que no había debilidades en El, nunca pudo ser solicitado a hacer nada contrario a Su carácter santo. Por tanto, Jesucristo no pudo ser tentado con el mal (Sant. 1:13). Debe comprenderse que el mal existe en el hombre mucho antes que éste se manifieste en acciones. Por otra parte, no había maldad en Cristo. No pudo ser tentado con ninguna sugerencia o solicitación del exterior.

Decir que Cristo pudo haber pecado en cuanto a Su naturaleza humana, no en cuanto a la Divina, obliga a uno a concluir que hubo un conflicto entre Sus dos naturalezas. Esto fue imposible ya que Su naturaleza humana fue unida a Su Persona Divina. Luego, nunca hubo conflicto en Cristo como hay en el Cristiano (Rom. 7:15-25).

Varias son las cosas a considerar en cuanto a la solicitación a pecar. Primero, hay la atracción por la sugestión por algo que es deseable. Esto que es deseable es prohibido. Para que el sometido a tentación tenga lo sugerido, debe ignorar un precepto Bíblico. Ahora bien, habiendo sido despertado intelectualmente a las ventajas personales, comienza a racionalizar la sugestión. La sugerencia y el deseo se unen tan fuertemente que la persona pronto se siente justificada a hacer lo que siempre quiso hacer. Cuanto más racionaliza la sugerencia más deseable se vuelve. Nada le queda a la persona así tentada sino sucumbir a lo que previamente existía en su corazón.

No se puede negar que el Diablo hizo algunas ofertas a Cristo en el desierto. Tampoco se puede negar que el Hijo eterno sabía desde la eternidad cada detalle de las ofertas hechos por el Diablo. Pero es nada menos que blasfemia pensar que el Hijo de Dios quiso algo de lo que le ofreció el Diablo. Algunos lideres religiosos están tan llenos de iniquidad que afirman que la naturaleza humana de Jesucristo fue tan rebelde y caída como la suya propia. La Biblia enseña que la naturaleza humana está corrompida desde la cabeza a los pies (Isa. 1:6), pero esto es una señal de ceguera espiritual imaginar que la naturaleza humana de Cristo estaba manchada por la depravación. La naturaleza humana de Cristo es llamada el “santo ser” (Luc. 1:35).

Jesucristo experimentó solamente la parte dolorosa de peirasmos; mientras que el hombre experimenta ambos el sufrimiento y las partes pecaminosas de la tentación. La sugestión no puede hacer nada sin la concupiscencia (el deseo). Cristo no tuvo concupiscencia, por tanto, no sufrió la parte pecaminosa de la tentación. Lo que internamente tienta el corazón debe proceder del interior de uno mismo: “...cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido” (Sant. 1:14). Concupiscencia y seducción operan juntas. La palabra griega para “seducido,” de este versículo 14, es deleadzo, cuyo significado es coger en un trampa, atraer, atrapar con cebo, o seducir. Así pues, se puede decir que uno es seducido al pecar cuando es atrapado por su propia pasión. Esto quiere decir que hay algo en el hombre depravado que es atraído (exelko, sacar; metafóricamente deslizarse, saltar) por el señuelo de algo perteneciente a la tentación. Tanto “atraído” (exelkomenos) como “seducido” (deleadzomenos) son presente pasivos participios. La voz pasiva indica el sujeto sobre el que se ha obrado. Pero en Santiago 1:15, el apóstol sigue diciendo: “Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado.” La palabra griega para concebido es sullabousa, segundo aoristo activo participio de sullambano, el cual quiere decir agarrar, aprehender, concebir, o quedarse embarazado. Esto significa que cuando la sugestión es aceptada por el asentimiento de la voluntad, el pecado es dado a luz. Santiago está empleando el lenguaje del embarazo y del parto. Igual que un niño está vivo antes del actual momento del alumbramiento, el pecado no comienza a ser pecaminoso sólo cuando se manifiesta en una acción externa. Jesucristo tuvo de una voluntad depravada para dar lugar a cualquier sugerencia malévola. Así que, no pudo haber ninguna concepción, que demuestra que Jesucristo no fue pecable.

Cuando uno entiende el uso Bíblico de la tentación, no tendrá problema con “la así llamada tentación de Cristo.” Jesucristo no fue tentado, aunque sí “probado” para manifestar a la humanidad quien es El—Dios encarnado. Tentación es el hecho de tentar. La tentación, algo que tienta, induce o seduce. Esto es el hecho o estado de ser tentado, especialmente al mal. Por otra parte, “prueba” es el medio de determinar la calidad o autenticidad de algo, un medio de examen. Esto es la prueba de la calidad de algo. Jesucristo afirmó Su propia impecabilidad al decir, “...viene el príncipe de este mundo, y él nada tiene en mí” (Juan 14:30). La razón por la que Satanás no tenía nada en el Verbo encarnado fue porque Jesucristo “no conoció pecado” (II Cor. 5:21) y “no hay pecado en él” (I Jn. 3:5). Por esto, El “no hizo pecado” (I Ped. 2:22).

(Contenido)


3

LA DOCTRINA DE QUE CRISTO FUE
PECABLE ES HEREJÍA

Las instituciones religiosas que aceptan la doctrina de que Cristo fue pecable son organizaciones de Laodicea. Como la iglesia de Laodicea de Apocalipsis 3:14-22, pueden ser ricas, haberse enriquecido, sin sentir necesidad de ninguna cosa. Pero son espiritualmente desventuradas, miserables, pobres, ciegas y desnudas. Pertenecen a Laodicea porque han cerrado la puerta al Cristo impecable de las Sagradas Escrituras. Por eso, el Cristo impecable de la Biblia está a la puerta de esas instituciones religiosas llamando para entrar. Cristo no llama a la puerta de los corazones de los no regenerados pero sobre la puerta de los corazones de los regenerados para que se arrepientan y salgan fuera como un testimonio contra los apóstatas—aquellos que han dado la espalda a la verdad Bíblica de la impecabilidad de Cristo. Es absolutamente impensable imaginar que el Espíritu Santo que regenera a los elegidos podría llevar a éstos mismos a aceptar un Cristo pecable. Nadie puede tener una verdadera experiencia de conversión creyendo en un salvador pecable. Jesucristo entra y tiene comunión sólo con aquellos que le reciben como el Salvador impecable.

La enseñanza de que Cristo fue pecable se ha hecho una doctrina popular entre los religiosos. La siguiente lista detalla brevemente las creencias de algunos que enseñan que Cristo pudo pecar:

1. Uno cree que en el nacimiento de Cristo le fue impartida la depravación, haciendo posible para El pecar y sufrir por el pecado. Así, El estuvo más simpático con nosotros en nuestra depravación.

2. Otro cree que Cristo, como hombre, pudo haber pecado, aunque no lo hizo y que fue tentado pero sin ceder. La así llamada tentación de Cristo es considerada real con una apelación genuina a El como un hombre.

3. Todavía otro cree que estuvo en el plan de Dios el dar una oportunidad a Satanás de tratar hacer a Cristo pecar. Pasar esta prueba demostraría que Cristo es el Dios-Hombre calificado.

4. Esta persona dice que Cristo, al ser humano, halló atractivas las ofertas de Satanás, y, aunque no lo hizo, pudo haber escogido pecar.

5. La opinión final es más sutil. Aunque El no experimentó pecado, El fue sometido a la tentación. Así, Su intercesión por nosotros es con mayor entendimiento. Su capacidad de sentir nuestras necesidades es más grande por cuanto El ha experimentado la fuerza de la tentación a pecar. ¿Cómo puede uno sentir lo que no ha experimentado?

La Persona de Cristo debe distinguirse de la persona del hombre. En contraste a la creación del hombre, la Persona de Cristo fue no creada. Cristo no asumió una persona pecaminosa del mismo modo que Dios no hizo una deidad del hombre. Jesucristo es el Hombre de Dios por la encarnación, pero Adán fue el hombre de Dios por la creación. Jesucristo es el único Hijo de Dios “unigénito” — el único o solo en Su clase; el hombre no es único en su especie. La naturaleza Divina esencial de Jesucristo no puede crecer; pero la naturaleza asemejada a Dios en el creyente sí crece (II Ped. 1:4-8). Jesucristo no nació de la virgen con un ego enemistado con Dios; el hombre nace con un ego enemistado con Dios. Sólo hubo un ego en Cristo, el cual siempre agradó al Padre. Por otra parte, el depravado ego del hombre nunca agrada a Dios. Es incapaz de hacerlo.

Cristo es el primogénito (Luc. 2:7; Col. 1:15; Apoc. 1:5). Primogénito no tiene referencia al origen de la existencia de Cristo. Todas las cosas por El fueron hechas. Por tanto, es el primogénito que creó al hombre (Juan 1:1-3). Jesucristo es las primicias (I Cor. 15:23). La palabra griega aparche primariamente denota una ofrenda de las primicias. Aunque la palabra está en plural en la versión Reina-Valera, en el texto griego está en singular. Jesucristo es el primero en cuanto a dignidad, causalidad, resurrección e influencia. Los creyentes, por otra parte, son una especie de primicias de las criaturas de Dios (Sant. 1:18). La palabra griega tina (tis) es un pronombre indefinido que significa cierta persona, alguna persona, o una clase de personas.

Si bien es cierto que Jesucristo fue “hecho semejante a los hombres” (Fil. 2:7), también lo es que es muy diferente a ellos. No se puede llevar a cabo un paralelo completo entre Cristo y el hombre. En la concepción y nacimiento de Cristo, se realizó una unión entre el Hijo eterno y la naturaleza humana (Juan 1:1, 14). Nada puede ser más alejado de la concepción y nacimiento del hombre. El hombre es la criatura creada de Dios; así que, no es eterno. Además, desde Adán, el hombre es el producto de la procreación. La concepción de Cristo fue sin un padre humano. Su naturaleza humana le vino de Dios el Padre, por medio del Espíritu Santo, y en el vientre de la virgen (Heb. 10:5; Mat. 1:18-21; Luc. 1:35). El hombre es el producto de un hombre y de una mujer quien concibió el hombre en pecado (Sal. 51:5). La iniciación humana fue totalmente excluida de la concepción de Cristo, lo cual nos capacita a comprender la ausencia total de la capacidad de pecar en la Persona y vida de Cristo. El quedó fuera de Adán y la generación ordinaria. Por el contrario, el hombre debe su existencia a la iniciación humana en la providencia de Dios. El hombre es pecador por naturaleza.

La vida y ministerio terrenal de Cristo nunca se identificaron con la degradación de los pecadores. El se identificó a Sí Mismo con los títulos y designaciones que prueban Su identificación con los elegidos, como sujetos de la gracia Divina. Pensar que Jesucristo fue identificado con la humanidad caída, excepto en Su obra redentora, sería blasfemo. De aquí, el Hijo de Dios nunca se identificó con la naturaleza humana caída hasta que lo hizo sacrificialmente en el Calvario. Ahí, en la cruz, Cristo se identificó vicariamente y sacrificialmente con el pecado.

El autor inspirado de Hebreos habló de la encarnación así: “...debía ser en todo semejante a sus hermanos...” (Heb. 2:17). “En todo” (kata panta) debe mantenerse unido a “semejante.” Mientras que Jesucristo compartió en algunas experiencias de los hombres, no se debe pasar por alto la verdad de que hubo algunas cosas en que no compartió. La misma construcción griega se emplea en Hebreos 4:15 — “...fue tentado [pepeirasmenon, habiendo sido probado] en todo [kata panta] según nuestra semejanza, pero sin pecado.” De aquí que ni “semejanza” ni “en todo” pueden entenderse a significar en un sentido absoluto. Ambos son calificados, si no por el contexto inmediato, sí por el contexto general de la Escritura. La concepción y nacimiento de Cristo fueron diferentes de Sus hermanos porque fue concebido por el Espíritu Santo y nacido de una virgen. Más todavía, Su vida fue diferente porque, en contraste con Sus hermanos, fue impecable. Finalmente, su muerte fue diferente porque murió por los pecados de Sus hermanos—los elegidos.

Si Jesucristo en Su encarnación fue hecho semejante a Sus hermanos “en todo,” sin calificación, entonces Sus hermanos estuvieron sin un modelo por encima de ellos. Cuando uno examina Hebreos 2:17 detenidamente, observará puntos ordenados en su devoción a Cristo. Primero, “debía ser en todo semejante a sus hermanos.” La palabra griega homoiothenai es el primero aoristo pasivo infinitivo de homoioo, que quiere decir hacer como, causar ser como; pasivamente, ser hecho semejante, volverse semejante o parecerse. ¿Quién fue hecho como Sus hermanos? El fue “el unigénito Dios [theos]” (Juan 1:18 BLA). Aquí, vemos Su naturaleza Divina, una Persona trinitaria. Segundo, vemos Su naturaleza humana. El tuvo un espíritu humano, un alma humana, y un cuerpo humano. Tercero, la unión de las dos naturalezas está expresada por el infinitivo pasivo “debía ser.” Esto señala a la unión de ambas naturalezas en una Persona. La semejanza de Cristo con Sus hermanos no es lo que los hombres mortales pudieran imaginarse. Su forma esencial no tomó la forma de un siervo de El, ni ésta unión modificó Su igualdad con el Padre. Finalmente, el propósito de la unión de las dos naturalezas está expresado en las palabras “para expiar los pecados del pueblo.” Hay una diferencia entre el Santificador y los santificados, aunque los santificados son hechos uno con el Santificador por la gracia (Heb. 2:9-11).

Cristo debía ser en todo semejante a Sus hermanos. La palabra griega para “debía” es opheilen, imperfecto activo indicativo de opheilo, que significa deber dinero, servicio o amor; deber u obligación. Se ha dicho que dar un regalo y llamarlo deuda no es nuestro uso normal del lenguaje, pero lo es en el lenguaje del cielo. La palabra implica una necesidad. El Hijo de Dios fue obligado por un decreto eterno. Tenía que ocuparse de los negocios de Su Padre. Puesto que el Santificador estaba obligado a ser semejante a nosotros, Sus hermanos, los hermanos están obligados a ser semejantes al Santificador. Conclusivamente, si el Santificador fue hecho semejante “en todo” a Sus hermanos, sin calificación, los elegidos nunca pudieron haber sido santificados porque el Santificador Mismo tendría necesidad de la santificación.

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4

CRISTO FUE PROBADO APARTE DEL PECADO

Durante la controversia Arriana del siglo IV, dos palabras griegas fueron llevadas ante el mundo religioso. Se trataba de homoousion, la misma en substancia, y homoiousion, de substancia parecida. La única diferencia entre las dos palabras consiste en un carácter griego, “i” (iota), pero que gran diferencia le hizo en el concepto Bíblico de la Persona de Jesucristo. El Arianismo, una doctrina herética enseñada por Ario, fue la doctrina que Jesucristo no fue de la misma substancia, esencia o naturaleza con Dios el Padre. Atanasio, por otra parte, declaró que Jesucristo fue de la misma substancia con el Padre.

Atanasio declaró durante 47 años la homoousion de Cristo. Se le arrojó al destierro cinco veces. Sus enemigos le difamaron y lo amenazaron de muerte. A pesar de todo persistió en declarar la homoousion de Cristo es “el mismo en substancia, igual en poder y gloria,” a costa de tener su púlpito arruinado. Constantino el Grande se interesó tanto por la controversia que autorizó un concilio para que se considerara la cuestión de la Persona de Cristo. De aquí que un sínodo convino en Alejandría para analizar el arianismo. Ario fue condenado y expulsado por cerca de 100 pastores y obispos.

En el siglo XX tenemos otra controversia sobre la Persona de Cristo. Esta también involucra dos palabras, impecabilidad y pecabilidad. Impecabilidad quiere decir que Cristo no pudo pecar, y pecabilidad quiere decir que El pudo pecar. Algunos “miembros de la iglesia” (religiosos) mal informados pueden sentir que la controversia no es tan seria como para causar divisiones. Sin embargo, los elegidos de Dios, quienes han sido guiados por el Espíritu de regeneración a aceptar al Salvador impecable, mediante una verdadera experiencia de conversión, son responsables de denunciar la herejía de la pecabilidad. De hecho, ellos, como Atanasio en la antigüedad, no pueden permanecer callados cuando la Persona de su Salvador está siendo cuestionada.

La pecabilidad se relaciona con la tentabilidad. Esto quiere decir que un hombre es tentado a pecado externo por un pecado interior. El pecado interior es el fruto de la depravación. La meta de la tentación es persuadir al hombre a manifestar exteriormente el pecado interior y conducirlo a la culpa de su pecado interno y externo ante los demás. Nadie puede ser tentado a pecar sin una predisposición pecaminosa. Así, la diferencia entre pecado y tentación es revelada.

La Biblia define al pecado como transgresión de la ley (I Jn. 3:4). El hombre está sometido a ciertos deseos que le son esenciales en su naturaleza humana. Sin embargo, éstos deseos tienen que ser gratificados según las maneras designadas por Dios. Adán falló en hacer esto. Por tanto, cayó él y con él toda su posteridad. Tentación es atracción externa. Esta sugiere a la depravación interna las ventajas de sucumbir a la atracción exterior. Así, la debilidad interior del hombre es influida por algún objeto de su deseo natural. Sin la restricción del temor de Dios (Jer. 32:40), el hombre se someterá a cumplir su malvado deseo interno.

Aquellos que aceptan la doctrina de la pecabilidad de Cristo dicen que la imposibilidad de Cristo de pecar destruiría el significado total de la tentación en la vida de Cristo. Opinan que aunque Cristo fue sin pecado, no estuvo libre de la susceptibilidad de la tentación. Además, afirman que el área de prueba y la posibilidad de caer residía en Su humanidad. Concluyen que puesto que era realmente humano, pudo haber elegido equivocadamente.

Los maestros de la pecabilidad han buscado explicar la tentación de Cristo en Hebreos 4:15 — “...fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado” — de la siguiente manera: Imaginemos un padre que, en días de gran pobreza, tiene la oportunidad de coger algún dinero de otra persona. No es culpable de robar tal dinero, pero el pensar en el hambre de su familia le hace sentir la tentación. Además, imagine un Cristiano sentenciado a morir si no renuncia a Jesucristo. El amor por la vida le hará sentir la tentación. Así que es concebible que aunque Cristo fue sin pecado, El no fue sin susceptibilidad a la tentación.

Esta explicación anterior es falsa, y debe considerarse la verdad de Hebreos 4:15. Las debilidades (astheneiais, dativo plural de astheneia, debilidad), no se refieren al pecado. Se refieren a la fragilidad de la naturaleza humana. La naturaleza humana de Cristo estaba sometida a limitaciones y pruebas, con la única excepción de que no pudo tener ningún conocimiento experimental del pecado. El no poseyó una naturaleza humana pecaminosa. Su naturaleza humana fue hecha sólo en semejanza de la naturaleza pecaminosa (Rom. 8:3). La concepción y nacimiento de Cristo protegieron Su naturaleza humana de ser contaminada por la depravación. “Según nuestra semejanza” es la traducción de kath homoioteta, ablativo singular de homoiotes, que significa en manera similar, no en manera idéntica que somos tentados. Esta forma de la palabra griega para “semejanza” únicamente se usa aquí y en Hebreos 7:15. Allí es traducido “si a semejanza [parecido] de Melquisedec.”

Hay una verdad más profunda que “pero sin pecado” o “sin cometer pecado.” La palabra griega choris es un adjetivo que quiere decir, aparte de, sin, en una base distinta, o independiente de. La interpretación más común de choris hamartias es “sin ceder al pecado,” pero tiene un significado más fuerte. En la afirmación de Cristo, “El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella” (Juan 8:7), la palabra griega para “sin pecado” es anamartatos (que sólo se usa en este pasaje), cuyo significado es sin pecado o libre de culpa. En este caso, significa el quien no ha cometido pecado. Sin embargo, choris tiene un significado más fuerte que anamartatos. La palabra griega choris es usada como un adjetivo con el ablativo de separación en todos los textos excepto Juan 20:7. Allí se usa como un adverbio. Cristo fue completamente separado del pecado porque en El no hubo pecado que ser incitado por la tentación. El Señor Jesús no pecó porque El no pudo pecar. Fue impecable. Por tanto permaneció incontaminado en un mundo de pecado.

La impecabilidad es unida a la santidad. Está opuesta en relación directa a pecabilidad, la cual se relaciona a la tentabilidad. Mientras que ningún ser humano está por encima de la posibilidad de la tentación, por causa de su depravación interna, Cristo no tuvo esa depravación interna contra la cual luchar. Su voluntad humana siempre estuvo subordinada a Su voluntad Divina. Cristo siempre agradó al Padre (Juan 8:29). La santidad de Cristo estuvo en igualdad a la del Padre. La santidad, que es el atributo principal de Dios, es mencionada con más frecuencia que el resto de los atributos.

En conclusión, los siguientes argumentos son contra la herejía de la pecabilidad de Cristo. Si Cristo pudo haber pecado, El habría sido capaz de pecar solamente por una oposición completamente libre de Su voluntad a la Divina. Sin embargo, eso fue imposible. El dirigente poseedor de la voluntad humana fue el Logos Divino. Luego, Dios tendría que haber apostatado de Sí Mismo, lo cual es absurdo. Argumentar que la voluntad humana de Cristo debe ser libre para escoger o no pudo haber ganado la victoria moral es hacer Su voluntad mutable. Una voluntad perfectamente libre está determinada a actuar de acuerdo a su carácter. La voluntad de Cristo no pudo obrar contrariamente a Su carácter. “Porque tal sumo sacerdote nos convenía: santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores y hecho más sublime que los cielos” (Heb. 7:26). Por otra parte, el pecador no puede obrar contrariamente a su carácter: “Tienen los ojos llenos de adulterio, no se sacian de pecar, seducen a las almas inconstantes, tienen el corazón habituado a la codicia y son hijos de maldición” (II Ped. 2:14). Ahora, pues, ¿quién será tan atrevido a decir que Cristo fue pecable? La incapacidad interior para pecar en Jesucristo resultó del hecho de que el “Yo” de la naturaleza humana de Cristo es el Logos Divino. Así que, no es un ser humano sino un ser Divino quien es responsable por los hechos realizados mediante la voluntad Divina.

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5

LOS QUE ENSEÑAN LA PECABILIDAD
PROCLAMAN OTRO JESÚS

Cuando los Cristianos leen la Biblia bajo la influencia del Espíritu Santo, no disecan la personalidad de Cristo como los fisiólogos el cuerpo humano. Ellos reconocen su discipulado y adoran a Dios en espíritu y en verdad. La encarnación no convirtió a Jesucristo en una personalidad dual—Divina y humana. Fue una personalidad Divina en relación igual a Sus dos naturalezas. Así, la afirmación “el Verbo se hizo carne” (Juan 1:14 BLA), implica algo más que una Persona Divina tomando un cuerpo humano, lo que pudo haber significado nada más que una teofanía del Antiguo Testamento. La segunda Persona de la Deidad asumió un cuerpo humano con toda la naturaleza humana perfecta no caída que implica por nacer de una virgen. El efecto de este hecho en los corazones de los regenerados no será una declaración filosófica de “Cristo es como uno de nosotros.” Al igual que Tomás, el regenerado confesará, “¡Señor mío, y Dios mío!” (Juan 20:28).

Uno está en lo correcto cuando dice que Jesucristo es “Dios verdadero de Dios verdadero,” cuando defiende las dos naturalezas de Jesucristo. Pero la afirmación tan frecuentemente oída, “hombre verdadero de hombre verdadero,” ignora la obra del Espíritu Santo en la concepción de la naturaleza humana de Cristo en el seno de la virgen. La humanidad verdadera de Cristo es aceptada por los Cristianos sin intentar describir cómo fue producida.

Todo lo que está registrado en las Escrituras sobre el tema de la encarnación debe ser considerado, pero uno no debe ir más allá de la Escritura y dejar volar su imaginación. Hay algunas “cosas secretas” respecto a la encarnación que Dios no ha decretado hacérnolas saber. Así, los creyentes aprehenden el hecho de la encarnación sin comprender cómo se llevó a cabo la concepción mediante el Espíritu Santo. Aquellos a quienes el Hijo ha revelado El Padre creerán su validez donde la razón humana duda.

Tanto si gusta como si no, la verdad de la impecabilidad de Cristo, como otras verdades, es una revelación restringida a los elegidos. Donde la razón humana domina el pensamiento de los “religiosos” sobre la Persona de Cristo, los elegidos a quienes Cristo ha revelado El Padre descansan en una fe dada por Dios en la impecabilidad de su Salvador. Cristo dijo, “Todas las cosas me fueron entregadas por mi Padre...” (Mat. 11:27). El verbo “fueron entregadas” es paredothe, primero aoristo pasivo indicativo de paradidomi, que significa poner en las manos de otro, entregar algo a alguien para guardar o usar. De aquí, Dios el Padre entregó a Dios el Hijo la ejecución de Su voluntad. Por tanto, sólo aquellos a quienes Cristo escoge revelar El Padre llegarán a conocerle mediante El Cristo impecable (Juan 1:18).

Muchos tanto en el tiempo de Pablo como en el nuestro mantienen ideas falsas sobre Jesucristo. Pablo anhelaba el día que tendría el privilegio de presentar a sus convertidos como vírgenes puras a Cristo, el novio celestial:

Porque os celo con celo de Dios; pues os he desposado con un solo esposo, para presentaros como una virgen pura a Cristo. Pero temo que como la serpiente con su astucia engañó a Eva, vuestros sentidos sean de alguna manera extraviados de la sincera fidelidad a Cristo. Porque si viene alguno predicando a otro Jesús que el que os hemos predicado, o si recibís otro espíritu que el que habéis recibido, u otro evangelio que el que habéis aceptado, bien lo toleráis (II Cor. 11:2-4).

El celo de Pablo por ellos era el producto de una lealtad exclusiva. Ser desposado (hermosamen, aoristo medio del indicativo de harmodzo, prometer en matrimonio) con un solo marido demanda lealtad. Dios no tolerará ningún rival. Ellos han sido prometidos a Cristo. Pablo tuvo temor que pudieran apartarse de la fidelidad exclusiva a El.

El siervo de Abraham ilustra a los ministros de Dios, a quienes se le ha encargado la obra de casar a los elegidos con el Salvador impecable (Gén. 24). Los ministros de Cristo, como Eliezer, son instruidos correctamente (vv. 1-9), son celosos de su trabajo (vv. 10-14), se les da discernimiento espiritual (vv. 15-23), declaran lo perteneciente a Cristo, tipificado por Isaac (v. 53), son fieles con los elegidos, tipificados por Rebeca (vv. 56, 57) y presentan a los regenerados como vírgenes inmaculadas a Cristo, representado por la presentación de Rebeca a Isaac (v. 61).

Eliezer desaprobó el compromiso anticipado. Durante el curso de su instrucción, dijo:

...Quizá la mujer no querrá venir en pos de mí a esta tierra. ¿Volveré, pues, tu hijo a la tierra de donde saliste? Y Abraham le dijo: Guárdate que no vuelvas a mi hijo allá.... Y si la mujer no quisiere venir en pos de ti, serás libre de este mi juramento; solamente que no vuelvas allá a mi hijo (Gén. 24:5, 6, 8).

De igual manera, los ministros de Dios no deben comprometer el mensaje respecto a la Persona de Jesucristo. Si la gente no sigue la verdad de la impecabilidad de Cristo, el mensaje no debe ser diluido en una mensaje herético de la pecabilidad. El mensaje debe relacionarse con la impecabilidad de Cristo para que el mensaje de Dios sobre la Persona de Cristo sea relevante.

Como el siervo de Abraham amó a Rebeca por causa de Isaac, los ministros de Dios aman a los elegidos por causa de Cristo. La adhesión temporal de Rebeca a Eliezer le fue por adorno espiritual durante su peregrinación hasta encontrarse con Isaac. Lo mismo es aplicable a los elegidos de Dios y sus ministros. El deseo de Rebeca era saber más acerca de Isaac, su futuro esposo. El deseo de los escogidos es saber más acerca de la Persona de Jesucristo, su futuro Esposo.

Al igual que Eliezer y Pablo, los ministros fieles cuidan del rebaño a su cuidado como la novia del Salvador impecable, no como la suya propia. Por otra parte, las ovejas reciben su cuidado pastoral, se unen a ellos, les obedecen, y los honran por amor a su obra (I Tes. 5:12, 13; Heb. 13:7).

La gran preocupación de Pablo fue que los pensamientos (noemata, plural de noema—pensamiento) de algunos pudieran ser corrompidos (phthare, segundo aoristo pasivo subjuntivo de phtheiro, que significa echar a perder, arruinar o corromper) de la simplicidad (haplotetos, genitivo de haplotes, que significa sinceridad o pureza mental, lealtad indivisa) y pureza (hagnotatos, genitivo de hagnotes, que indica pureza de vida) en Cristo. Advirtió a los Cristianos de Corinto de alguien viniendo y predicando a otra persona como Jesús a quien él no proclamó. Pablo no dijo otro Cristo, sino “otro Jesús.” O sea, los falsos apóstoles enseñaron un Jesús puramente humano. Por tanto, uno puede esperarse lo que sigue. Otro espíritu distinto al Espíritu Santo da poder a aquellos que predican otro Jesús. Además, otro Jesús es el mensaje de otro evangelio, el cual, en realidad, no es otro (Gál. 1:6-9).

Los promotores de la pecabilidad están predicando “otro Jesús” mediante el poder de “otro espíritu”, que resulta en “otro evangelio.” Como Pablo no predicó el mismo “Jesús” de los falsos maestros, los predicadores de la impecabilidad no predican el mismo “Jesús” que el de los maestros de la pecabilidad.

A diferencia de tales maestros de la pecabilidad, los demonios reconocen la santidad absoluta de Jesucristo. Hay demonios religiosos:

Y entraron en Capernaum; y los días de reposo, entrando en la sinagoga, enseñaba. Y se admiraban de su doctrina; porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas. Pero había en la sinagoga de ellos un hombre con espíritu inmundo, que dio voces, diciendo: ¡Ah! ¿qué tienes con nosotros, Jesús nazareno? ¿Has venido para destruirnos? Sé quién eres, el Santo de Dios. Pero Jesús le reprendió, diciendo: ¡Cállate, y sal de él! Y el espíritu inmundo, sacudiéndole con violencia, y clamando a gran voz, salió de él. Y todos se asombraron, de tal manera que discutían entre sí, diciendo: ¿Qué es esto? ¿Qué nueva doctrina es esta, que con autoridad manda aun a los espíritus inmundos, y le obedecen? (Mar. 1:21-27).

Generalmente se habla de los demonios en relación a personas poseídas por el demonio de la borrachera, lujuria, drogas, deshonestidad, etc. Raramente se piensa en ellos como demonios religiosos. Marcos habló de un hombre en la sinagoga que tuvo un espíritu inmundo. Tal persona no escuchará a la verdad. Aunque el hombre fue a la sinagoga, no deseó escuchar lo que Jesucristo tuvo que decir. Admitiendo que este Jesús de Nazaret fue “el Santo de Dios,” le dijo: “¿Qué tienes con nosotros Jesús nazareno?” La simple proclamación externa del evangelio nunca hallará alojamiento en el oído no santificado del hombre, un hombre poseído con un espíritu inmundo. Solo el Espíritu Santo de la regeneración puede hacer a una persona desear la compañía de “el Santo de Dios.”

Decir “Conozco a Jesucristo” es insuficiente. En contraste a los promotores de la pecabilidad, el hombre con un espíritu inmundo dijo: “Sé quién eres, el Santo de Dios.” No hubo duda en su mente que Jesús de Nazaret fue absolutamente santo, impecable, no pecable. La palabra griega para “sé” es oida, segundo perfecto activo indicativo de oida, que sugiere plenitud de conocimiento. La diferencia entre ginosko y oida es interesante. La palabra ginosko a menudo sugiere progreso en el conocimiento; mientras que oida sugiere plenitud de conocimiento. Por ejemplo, cuando Cristo dijo a los judíos, “...Vosotros no le conocéis,” i.e., el Padre, él utilizó la palabra ginosko. El les dijo que no habían comenzado a conocer al Padre. Por otra parte, Cristo dijo, “...Si dijere que no le conozco sería un mentiroso como vosotros; pero le conozco y guardo su palabra” (Juan 8:55). Aquí se usa la palabra oida, lo cual significa en conocimiento perfecto, cuando habla de Su conocimiento del Padre. El punto es que el hombre con un espíritu inmundo no tuvo problema con la impecabilidad de Cristo. Qué diferencia entre su confesión, “sé quién eres, el Santo de Dios,” y aquella de uno que dijo que Jesucristo tenía que nacer de nuevo para ver el Reino de Dios.

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6

JESUCRISTO ES LA PERSONA ÚNICA

La verdad respecto a Jesucristo es infinita. Esta Persona única fue concebida en el vientre de María treinta años antes de la confesión de Pedro: “...Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (Mat. 16:16). Así pues, El fue concebido en el vientre de la virgen antes que El fue concebido en la mente de Pedro. Sin embargo, Su concepción en la mente es tan necesaria para la salvación como Su concepción en la virgen. El Espíritu Santo es el Autor de ambas concepciones, en el vientre y en la mente.

Respondiendo el ángel, le dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios (Luc. 1:35).

El nacimiento de Jesucristo fue así: Estando desposada María su madre con José, antes que se juntasen, se halló que había concebido del Espíritu Santo. José su marido, como era justo, y no quería infamarla, quiso dejarla secretamente. Y pensando él en esto, he aquí un ángel del Señor le apareció en sueños y le dijo: José, hijo de David, no temas recibir a María tu mujer, porque lo que en ella es engendrado, del Espíritu Santo es (Mat. 1:18-20).

Entonces le respondió Jesús: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos (Mat. 16:17).

Ya que el Espíritu Santo no pudo concebir en el seno de la virgen una Persona pecable, El tampoco puede concebir un Cristo pecable en la mente de la persona quien El regenera. Todo lo que Dios hace es perfecto. Por tanto, la pecabilidad está fuera de lugar en la obra de Dios. Aquellos que creen en la pecabilidad están obligados a negar la concepción milagrosa en el seno de María, la virgen. Más todavía, están forzados a negar que la salvación es completamente de Dios. Ellos deben reconocer que el hombre no tuvo solamente algo que hacer con la naturaleza humana de Cristo, pero él tiene también algo que hacer con la concepción en la mente humana.

Objeciones a la impecabilidad del Cristo único serán contestadas. Los oponentes de la impecabilidad de Jesucristo dicen que la humanidad de Jesús no fue diferente de la humanidad de Adán antes de la caída. Afirman que la diferencia vino solamente por la caída del primer Adán y la victoria del segundo Adán.

La humanidad de ambos Adán y Jesucristo no pueden ser aprehendidas aparte de sus personas. Adán fue una persona mutable; Cristo es la Persona inmutable. Adán fue una persona pecable; Cristo es la Persona impecable. La pecabilidad de Adán le dio la capacidad de pecar; por eso cayó. La impecabilidad de Cristo hizo imposible que pecara; por eso, nunca fue tentado de pecar. No hay capacidad de pecar en la perfección infinita. Luego, hubo una diferencia definida entre las naturalezas de Adán y Cristo.

El eterno Hijo de Dios fue responsable por todo lo que sería hecho mediante la instrumentalidad de la naturaleza humana asumida. Así, todo lo realizado por la instrumentalidad de la naturaleza asumida es atribuido a la Persona única del Dios-Hombre. Ya que la naturaleza Divina es el fundamento de la Persona de Cristo, cualquiera que diga que Cristo pudo pecar dice que Dios pudo pecar. La culpa no pudo ser restringido a la naturaleza humana pero abarcaba la totalidad de la Persona teoantrópica. Decir que la naturaleza humana de Cristo pudo haber pecado sin por ello involucrar al Dios-Hombre es sin sentido. No hay tal cosa como naturaleza caída. La palabra “caída” se aplica no a la naturaleza sino a la Persona. La naturaleza humana de Cristo es incontaminada, pero que Su naturaleza estuvo caída debe ser siempre disputada.

Una vista no usual de la impecabilidad es que la naturaleza Divina de Cristo controló Su naturaleza humana. Así que Cristo tuvo una naturaleza humana pecable, pero El fue una Persona impecable. Aunque esta vista afirma la impecabilidad de Cristo, las afirmaciones acerca de la naturaleza humana de Cristo son antibíblicas.

La naturaleza humana santa de Cristo no fue pecable. ¿Cómo pudo ser pecable si fue totalmente una obra de Dios? Alguien podría argumentar que Adán fue una obra exclusiva de Dios, pero el cayó. Esto ya ha sido contestado al mostrar que la humanidad de ambos Adán y Cristo no puede ser aprehendida aparte de sus personas. Adán fue creado recto (Ecl. 7:29) pero mutable. Uno no debe pensar en la naturaleza humana de Adán aparte de la mutabilidad de su persona. Por contraste, la naturaleza humana de Cristo — “el Santo Ser” — fue inmutable. Tenemos, pues, la mutabilidad de Adán contra la inmutabilidad de Jesucristo. Más claro, tenemos la diferencia entre el “hombre” y el “Dios-Hombre.”

Un teólogo ha negado la impecabilidad del Dios-Hombre, aunque cree en un Cristo sin pecado. Dice que éste no se suma a una absoluta impecabilidad porque si Cristo fue verdaderamente humano, El tuvo que ser capaz de pecar. Esa posibilidad estaba ahí. Si no estaba ahí, entonces Su simpatía con Su pueblo es imposible.

La hipótesis de que Jesucristo pudo haber pecado de habérselo propuesto está basada en una simple suposición. Procede de una falsa comprensión de la Persona de Cristo. Decir que Adán cayó a pesar de ser perfecto como él vino de Dios y no tuvo debilidad por el pecado es una equivocación de la perfección de Adán. Esta no puede igualarse a la de Cristo. El uno es finito y el otro infinito. La perfección infinita es intentable. El Señor Jesús nunca se sintió tentando porque nunca pudo ser inducido al mal. Cristo fue probado aparte del pecado.

Edificar un argumento sobre una suposición es como tratar de construir un rascacielos sin fundamentos. Suponer que Cristo pudo haber pecado es una suposición que carece de fundamento Bíblico.

Otro argumento contra la impecabilidad de Cristo afirma que si fue imposible para Jesús ceder a la tentación, entonces habría una excusa para Adán. Se pregunta, ¿Por qué no hizo Dios a Adán de modo que él tampoco pecase? Es mucho más maravilloso para Jesús resistir tentación que ser inmune de su poder. Sorprendentemente, son muchos los que no parecen ver la diferencia entre lo finito y lo Infinito. Lo finito tiene la capacidad de pecar, pero lo Infinito no lo tiene. ¿Cómo pudo ser más maravilloso confiar en un Salvador quien pudo pecar pero no lo hizo que en uno quien no pudo? Si Cristo pudo pecar pero no lo hizo, ¿qué acerca de ser el mismo ayer, hoy y siempre (Heb. 13:8)? Confiar en un avión que no puede caer tiene más sentido que confiar en uno que puede pero no lo hace.

A estas alturas, es apropiado investigar algunos de los atributos de Cristo en relación con Su impecabilidad. La santidad de Cristo es establecida (Hech. 3:14; Mar. 1:24; Heb. 7:26, 27). La santidad es una virtud positiva que no tiene lugar ni interés por el pecado. Además, la santidad no es solamente un atributo activo que no se interesa por el pecado, pero debe tener acción retribuyente contra el pecado. La santidad, pues, no es una simple libertad pasiva de la iniquidad.

Cristo no sólo es santo sino inmutable (Heb. 13:8). Una persona inmutable es uno quien no puede, no que no lo hace, cambiar. Jesucristo no puede moverse de un bien a otro porque todo lo bueno reside eternamente en El. No puede cambiar de bueno a mejor ya que esto implicaría mejoramiento. Tampoco puede cambiar de bien a mal por causa de Su santidad absoluta. Así que, Jesucristo no es uno quien fue capaz de no pecar, pero El no pudo pecar. Conforme a la enseñanza de aquellos quienes aceptan la pecabilidad, si Cristo pudo haber pecado en Su primera venida, El tuvo que cambiar respecto a lo que fue eternamente. Pero esto no puede ser. “Porque yo Jehová no cambio” (Mal. 3:6).

Cristo es omnipotente. “Todas las cosas por él fueron hechas” (Juan 1:3). Pablo habló de “Cristo poder de Dios” (I Cor. 1:24). “Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él. Y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten” (Col. 1:16, 17). Cristo no sólo creó todas las cosas, sino que “todas las cosas en él subsisten.” La palabra “subsisten” es sunesteken, perfecto activo indicativo de sunistemi, que significa poner junto o mantener unido. Luego, Cristo es el poder que controla y unifica en el universo. La providencia está bajo Su control. Decir que Cristo pudo haber pecado es admitir que un poder finito es capaz de vencer un poder infinito.

Cristo es omnisciente. El dijo a los escribas, cuyos pensamientos conoció, “... ¿Por qué pensáis mal en vuestros corazones?” (Mat. 9:4). Una vez más, cuando los fariseos dijeron, “Este no echa fuera los demonios sino por Beelzebú, príncipe de los demonios. Sabiendo Jesús los pensamientos de ellos...” (Mat. 12:24, 25). Dios tiene conocimiento infinito (Sal. 147:5). Se ha dicho que omnisciencia es conciencia infinita. Dios no puede aprender porque El lo sabe. Así que la conciencia eterna de Dios no puede tomarse desprevenido.

Otro argumento contra la impecabilidad de Cristo dice que no hay ningún texto Bíblico que diga que Jesucristo no pudo pecar, mientras que muchos afirman que El no pecó. Aquellos que creen en la pecabilidad dicen que el Jesús humano, no Su Deidad, fue involucrado en la tentación. Ellos creen que Jesús escogió para vencer la tentación como un hombre. Este argumento presenta una vista seria concerniente la Persona de Cristo. El no es dos personas, pero una persona con dos naturalezas. Jesucristo sólo tuvo un propósito. Así, la naturaleza Divina, que es inmutable, determina y controla la naturaleza humana. Esto quiere decir que la naturaleza humana nunca actúa independientemente de la Divina.

Muchos consideran la incapacidad de Cristo para pecar como una amenaza a Su humanidad. Dicen que Su tentación no puede ser vista como real si la proposición de que Cristo no puede pecar es verdadera. Fallan en comprender que el tema de la impecabilidad de Cristo debe proceder de Su santidad. El aspecto negativo de la santidad es enseñado (II Cor. 5:21; I Ped. 2:22; I Jn. 3:5). El aspecto positivo de la santidad de Cristo es enseñado (Hech. 3:14; 4:27, 30; Luc. 1:35; Juan 6:69). Así que, Cristo preguntó, “¿Quién de vosotros me redarguye de pecado?” (Juan 8:46).

Los defensores de la pecabilidad dicen que el poder de compasión no depende en la experiencia del pecado pero en la experiencia de la fuerza de la tentación a pecar, que sólo los sin pecado pueden conocer en su completa intensidad. Ellos dicen que la tentación implica la posibilidad de pecado. Llegan a decir que si fue imposible para El pecar, El no pudo sentir compasión por Su pueblo. Sus así llamados textos-prueba son Hebreos 2:18 y 4:15.

La prueba de Cristo tiene alguna ayuda en ella para los elegidos: “Pues en cuanto él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados” (Heb. 2:18). El verbo “padeció” es peponthen, perfecto activo indicativo de pascho, que significa sufrir o ser afligido. “Siendo tentado” es peirastheis, primero aoristo pasivo participio de peiradzo, probar, tratar o tentar. Así, pues, el pasaje pudo leerse, “Pues en cuanto él sufrió, habiendo siendo probado.” La palabra griega para “socorrer” es boethasai, primero aoristo activo infinitivo de boetheo, que significa correr en auxilio de aquellos quienes gritan para ayuda. Quienes están siendo probados tienen a alguien quien puede traerles ayuda.

Para simpatizar con los Suyos, no fue necesario que Cristo fuese tentado en todo igual como Su pueblo. “En todo” es una afirmación restringida, como ya ha sido enseñado. La idea no restringida de los defensores de la pecabilidad llevada a su conclusión lógica significaría que Jesucristo sintió el pecado de la concupiscencia. Esto sería blasfemo.

La plenitud de la Deidad (theotetos, significa la totalidad de todo lo que entra en la concepción de la Divinidad) habita corporalmente en Cristo (Col. 2:9). Tal plenitud (pleroma, aquellas perfecciones y cualidades las cuales llenan la naturaleza Divina) no puede habitar en una simple naturaleza humana. Las dos naturalezas de Cristo tienen la misma subsistencia. En Cristo están “escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento” (Col. 2:3). Así que, El puede representar a Sí Mismo cómo el pecado afecta a Su pueblo sin haber sido tentado por el pecado. Cristo quien fue apartado de los pecadores no pudo ser tentado por el placer sensual, el orgullo, la envidia, la glotonería, la borrachera, etc. Sería demasiado malvado imaginar tales tentaciones.

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7

CRISTO ASUMIÓ UNA NATURALEZA HUMANA

Hay un punto muy importante en nuestro estudio de la naturaleza humana de Cristo que debe considerarse. ¿Asumió el Hijo de Dios “lo santo” (Luc. 1:35 BLA) en el momento de la concepción o cuando María alumbró “lo santo”? Algunos creen que el Hijo de Dios se hizo el Hijo del Hombre cuando María dio a luz el totalmente desarrollado embrión. Se basan en el significado doble del verbo gennao, que significa tanto concebir como alumbrar. Así, este verbo en Hebreos 1:5 — “...Yo te he engendrado [gegenneka, perfecto activo indicativo de gennao] hoy”, es enseñado a significar “dar a luz” en lugar de “concebir.” Ellos basan esta vista en el versículo siguiente: “Y otra vez, cuando introduce al Primogénito en el mundo, dice: Adórenle todos los ángeles de Dios” (Heb. 1:6). Conectado con este versículo, Lucas 2:9-14 prueba, según dicen, que los ángeles adoraron a Jesucristo en Su nacimiento, no en Su concepción. Los que aceptan este punto de vista dicen que la concepción fue un asunto secreto, para que Satanás no pudiera interrumpir el programa Divino. En la superficie, esto puede parecer irrefutable, pero un examen más detallado del texto y su contexto refutará ese argumento.

Reconociendo la controversia respecto a Hebreos 1:5-6, no eludimos nuestro deber de estudiar este pasaje ni temamos las así llamadas obras de erudición. Hebreos 1:5 consiste en dos citas del Antiguo Testamento: “Mi Hijo eres tú, Yo te he engendrado hoy” es una cita del Salmo 2:7, y “Yo seré a él Padre y él me será a mi hijo” es una referencia de II Samuel 7:14.

La palabra “engendrado” del Salmo 2:7 ha causado mucha controversia. La palabra hebrea para “engendrado” puede significar engendrar como un padre o dar a luz como una madre. Nuestro interés en este estudio es la manera en que la palabra es usada en Hebreos 1:5. El contexto indica que se refiere al Hijo “traído al mundo” por medio de la encarnación porque en el versículo 6 se hace referencia al “Primogénito” siendo traído a la tierra habitada otra vez. La palabra griega para “engendrado” es gegenneka, perfecto activo indicativo de gennao, lo cual significa engendrar o dar a luz. La palabra para “Primogénito” es prototokos, lo cual significa “primer nacido”. La palabra para “otra vez” es palin, un adverbio cuyo significado es de vuelta, otra vez, o de vuelta otra vez. El Padre trajo a Su Hijo a la tierra habitada por medio del seno de la virgen, y volverá a traer al “primogénito” de vuelta otra vez—la segunda venida. “Mas del Hijo dice: Tu trono, oh Dios, por el siglo del siglo, cetro de equidad es el cetro de tu reino” (Heb. 1:8). “Adórenle todos los ángeles de Dios” del versículo 6, por tanto, se cumplirá en la segunda venida de Cristo más bien que se haya cumplido ya en Su primer advenimiento.

La referencia a la “multitud de las huestes celestiales, que alababan a Dios” de Lucas 2:9-14, no es el cumplimiento de Hebreos 1:6. Lo primero se refiere a Su primer advenimiento y el último a Su segundo.

En lugar de mantener la concepción como un secreto de los ángeles, lo contrario es verdad. Un ángel informó a José sobre la concepción (Mat. 1:20). Más todavía, el ángel Gabriel dijo a María que iba a concebir (Luc. 1:26, 31). La verdad Bíblica de la soberanía absoluta de Dios es ignorada completamente cuando se dice que la concepción fue mantenida en secreto para que Satanás no interrumpa el propósito de Dios. “Pero si él [Dios] determina una cosa, ¿quién lo hará cambiar? Su alma deseó, e hizo” (Job 23:13). Del mismo modo que el propósito de Dios no fue frustrado por la caída, Satanás tampoco puede interrumpir el programa de Dios, porque Dios dijo: “...Mi consejo permanecerá, y haré todo lo que quiero...Yo hablé y lo haré venir; lo he pensado, y también lo haré” (Isa. 46:10, 11).

Es importante considerar el tiempo cuando se personalizó el feto. Si la naturaleza humana de Cristo no se personalizó hasta que María lo alumbró en el nacimiento, entonces su personalización difiere de otros que se mencionaron en la Escritura.

Naturaleza y persona no son lo mismo. Una naturaleza no puede distinguirse de otra, pero una persona sí puede distinguirse de otra. La naturaleza denota la suma total de todas las cualidades esenciales de una cosa. La persona es una naturaleza con algo añadido. Las propiedades añadidas son subsistencia independiente e individualidad. La naturaleza humana de Cristo no fue impersonal. Fue personalizada en el Hijo de Dios. Se puede decir que la naturaleza humana no es realmente personal, y esta es la razón para el participio neutro usado en la frase: “Por eso lo santo que nacerá” (Luc. 1:35 BLA). El griego se lee to gennomenon hagion. Esto podría traducirse “lo santo siendo engendrado.”

Una ilustración de la diferencia entre naturaleza y persona puede ser vista en la masa de arcilla diferenciándose del vaso (Rom. 9:20-23). El alfarero tiene que intervenir para tomar de la masa de arcilla una parte con la que moldear un vaso particular, con su peculiar silueta y forma. Del mismo modo, la naturaleza humana, existiendo en Adán como un todo, poseyó todas las propiedades necesarias requeridas para la personalidad, pero todavía no fue personalizada. La diferencia, entonces, entre naturaleza y persona es virtualmente entre naturaleza y forma—substancia y personalidad.

El título “Dios-Hombre” quiere decir que la segunda Persona de la Deidad no tomó la persona de un hombre sino la naturaleza del hombre en subsistencia consigo Mismo. La naturaleza humana de Cristo antes de ser asumida no fue por tanto una persona. El Hijo de Dios no se unió a Sí Mismo con la naturaleza humana depravada de Adán sino sólo con “parte de la misma.” Refiriéndose a la encarnación, el escritor de Hebreos dijo:

Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo (Heb. 2:14).

El texto es claro que el Hijo de Dios compartió con los hijos en igual manera (paraplesios, adverbio que significa en la misma manera y se utiliza únicamente aquí) las mismas cosas. Compartiendo (meteschen, segundo aoristo activo indicativo de metecho, lo cual significa compartir en o participar de) de carne y sangre, El no compartió en o participó de la depravación de Adán—el pecado original. El texto restringe Su compartir a “carne y sangre.” La naturaleza humana, por tanto, puede significar lo que es como existe en los descendientes del Adán caído o en su condición no caída en el Dios-Hombre. Los términos “Hijo de Dios,” “Jesucristo hombre,” y “hombre aprobado por Dios” no expresan la personalidad de un simple hombre. Ellos expresan la personalidad del Dios-Hombre. Es necesario el Espíritu de regeneración para ver algo más que un simple hombre en la Persona teoantrópica.

La personalización de la naturaleza humana tiene lugar en la concepción:

Si algunos riñeren, e hirieren a mujer embarazada, y ésta abortare, pero sin haber muerte, serán penados... (Ex. 21:22).

He aquí, en maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre (Sal. 51:5).

Porque tú formaste mis entrañas; tú me hiciste en el vientre de mi madre (Sal. 139:13).

Como tú no sabes cuál es el camino del viento, o cómo crecen los huesos en el vientre de la mujer encinta... (Ecl. 11:5).

Antes que te formase en el vientre te conocí, y antes que nacieses te santifiqué, te di por profeta a las naciones (Jer. 1:5).

Y aconteció que cuando oyó Elisabet la salutación de María, la criatura saltó en su vientre...la criatura saltó de alegría en mi vientre (Luc. 1:41, 44).

Quienes creen que la personalización de la naturaleza humana de Cristo tuvo lugar en Su nacimiento están diciendo que su nacimiento y su engendramiento fueron distintos a los demás. De todos modos, como ya ha sido enseñado, el engendramiento fue milagroso, pero la concepción, la gestación, y el nacimiento fueron como otros. María estuvo pasiva en el engendrar, pero fue activa en el concebir, gestar, y dar a luz.

Hay algunos que dicen que el salto de Juan el Bautista en el vientre de Elisabet no indica vida. Lo describen como el movimiento fetal en la esfera de las emociones de la madre. Aquellos que defienden el aborto se congratulan de oír a los “teólogos” hablar de ese modo.

La Escritura sí enseña que el Hijo de Dios fue dos veces engendrado por el Padre. Fue engendrado en la eternidad por el Padre, y fue engendrado cuando entró en la tierra habitada (Sal. 2:7; Mat. 1:20). En Su eternalidad, la segunda Persona de la Trinidad no recibió del Padre Su Deidad pero calidad de Hijo. En Su encarnación, el Hijo de Dios recibió un cuerpo preparado para Su peregrinación terrenal como el Redentor de los elegidos por el Padre por medio del Espíritu Santo (Heb. 10:5; Luc. 1:35).

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8

EL DIOS-HOMBRE CARECIÓ DE CONOCIMIENTO

Muchos dicen que la ignorancia y tentabilidad de Cristo son temas importantes en el estudio de la Cristología. Habiendo considerado la así llamada “tentabilidad” del Dios-Hombre, se impone estudiar ahora Su “ignorancia.” “Pero de aquel día y de la hora nadie sabe, ni aun los ángeles que están en el cielo, ni el Hijo, sino el Padre” (Mar. 13:32). Muchos teólogos han dicho que este pasaje siempre les ha presentado serias dificultades. Algunos dicen que hubo una ignorancia real en Cristo durante Su humillación, y otros defienden una santa renuencia en saber.

Las siguientes son varias vistas de Jesucristo no sabiendo el día del Señor: (1) Como Hombre, Jesús no supo el tiempo de Su venida; como Dios supo que los hombres no lo saben. (2) Cristo no lo supo porque no tuvo instrucciones para declarar esa fecha. (3) En la encarnación, Jesús aceptó voluntariamente las limitaciones humanas, incluyendo Su ignorar el día y la hora del “día del Señor.” (4) El hecho que aún el Hijo, de acuerdo a Su naturaleza humana, no supo está en armonía con “se despojó a sí mismo” (Fil. 2:7). (5) Cristo como el Hijo del Hombre no supo, pero como Hijo de Dios conoció todas las cosas. El conocimiento del futuro que tuvo en Su humanidad lo tuvo de Su Deidad. (6) La palabra “sabe” es algunas veces empleada en el sentido de dar a conocer o revelar. Así, en este sentido, Cristo no dio a conocer, ni reveló, el día y la hora. (7) Cristo no sabiendo el día ni la hora debe entenderse en el mismo sentido como Cristo durmiendo, temiendo, obedeciendo, aprendiendo, etc.

Hay algunas trampas muy serias que deben ser evitar en la interpretación correcta de Marcos 13:32, que dice que el Dios-Hombre no supo el día ni la hora del día del Señor. Una trampa es el dualismo. Jesucristo no es un ser humano y una Persona Divina a la vez. Cristo es una Persona Divina quien asumió una naturaleza humana. El Infinito no se hizo finito, pero el Infinito asumió lo finito. El Hijo eterno de Dios no se despojó a Sí Mismo de eternidad, pero El asumió una naturaleza adaptada para tiempo. Dios es invisible en Su naturaleza Divina, pero se hizo visible en la naturaleza humana. El Hijo de Dios no se despojó a Sí Mismo de la forma de Dios, sino que asumió la forma de un siervo. Además, no se desvistió a Sí Mismo de Sus atributos Divinos. El los puso bajo restricción como Hijo del Hombre. En Su naturaleza humana, Cristo se acomodó a Sí Mismo a la debilidad, crecimiento, y desarrollo de esa naturaleza. Así, el dualismo es probado ser falso.

La gran pregunta ha sido cómo el “Verbo se hizo carne” y permanece siendo el Verbo (Juan 1:14). La Escritura es clara respecto al hecho de que el Hijo de Dios se hizo Hijo del Hombre sin dejar de ser Hijo de Dios. Ambos títulos “Hijo de Dios” e “Hijo del Hombre” se usan en todo el Nuevo Testamento para referirse a Jesucristo. El título “Hijo de Dios” se asocia con Su naturaleza Divina, y el título “Hijo del Hombre” está unido a Su naturaleza humana. Cuando el Señor Jesús dijo,

Yo y el Padre uno somos. Entonces los judíos volvieron a tomar piedras para apedrearle. Jesús les respondió: Muchas buenas obras os he mostrado de mi Padre; ¿por cuál de ellas me apedreáis? Le respondieron los judíos, diciendo: Por buena obra no te apedreamos, sino por la blasfemia; porque tú, siendo hombre, te haces Dios (Juan 10:30-33).

Los judíos pensaron que Jesucristo era un simple hombre quien estuvo tratando de convencer a la gente de que El fue Dios. Sus mentes depravadas les cegaron a los pasajes del Antiguo Testamento que hablan de “un niño nos es nacido” y un “hijo nos es dado” que será llamado “Dios fuerte” (Isa. 9:6), Aquel que crecerá “cual renuevo,” y el siervo justo de Dios que “justificará...a muchos” (Isa. 53:2, 11). Los judíos estuvieron ciegos al hecho Bíblico que el Acusado de blasfemia fue Dios manifestado en carne" (I Tim. 3:16), no un simple hombre reclamando ser Dios.

La Biblia responde a la pregunta de cómo pudo Dios hacerse el Dios-Hombre. El hombre tuvo comunión con Dios cuando originalmente fue creado por El. Adán fue capaz de existir en armonía con Dios antes de la caída porque fue hecho a imagen y semejanza de Dios (Gén. 1:26). Sin embargo aquella armonía fue rota por la caída. Esta hizo necesaria la encarnación para redimir a los elegidos de entre la posteridad depravada de Adán. De ahí, el Hijo de Dios fue hecho en la “semejanza de carne de pecado” (Rom. 8:3). Al mismo tiempo, El retuvo la imagen del Padre:

El cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder, habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas (Heb. 1:3).

Una aparentemente contradictoria coexistencia en una Persona de una naturaleza humana — sujeta a nacimiento, crecimiento, y desarrollo — con una naturaleza Divina — no sujeta al mismo desarrollo — es a los Cristianos el Dios-Hombre. El niño desarrollándose lleno de sabiduría (Luc. 2:40) coexiste con “crecía en sabiduría” (Luc. 2:52). El Dios-Hombre maduro es Aquel “en quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento” (Col. 2:3). Coexistiendo con El es el uno quien dijo que no supo el día ni la hora del día del Señor (Mar. 13:32). La mente natural mira estos hechos como dualismo intelectual. Se piensan ser inconsistentes con cualquier concepto que uno puede formarse de una simple personalidad. Sin embargo, estos hechos Bíblicos componen el fundamento para la esperanza del Cristiano en el Dios-Hombre señalado por Dios.

La personalidad única del Dios-Hombre tiene dos esferas de existencia. La naturaleza Divina es omnipresente, pero la naturaleza humana está restringida. El Hijo del Hombre dijo a Nicodemo que “...Nadie subió al cielo, sino el que descendió del cielo; el Hijo del Hombre, que está en el cielo” (Juan 3:13). Esta afirmación refuta no sólo la denegación de la preexistencia de Jesucristo, pero la afirmación de una dualidad de personas. La naturaleza humana asumida por el Hijo de Dios capacitó al Dios-Hombre a hablar de cualquier naturaleza bajo cualquier nombre que El escogió. En Su discurso con Nicodemo eligió el nombre de “Hijo del Hombre,” cuando estaba hablando de lo que era más propio del Hijo de Dios. El quien fue invisible en el cielo se hizo visible en la tierra. El quien estuvo restringido en Su naturaleza humana fue sin restricción en Su naturaleza Divina; por eso, El habló de estar en el cielo mientras El estuvo en la tierra.

La omnipresencia de la naturaleza Divina y la restricción de la naturaleza humana del Dios-Hombre no son más comprensibles que Su omnisciencia en la naturaleza Divina y la limitación de conocimiento en la naturaleza humana. Los versículos siguientes son algunos ejemplos Bíblicos de las dos esferas del Dios-Hombre: (1) En la infancia del Dios-Hombre, “se llenaba de sabiduría” y “Jesús crecía en sabiduría” (Luc. 2:40, 52). Así, la sabiduría fue restringida en una esfera solamente. (2) Cristo dijo a Natanael, “Antes que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi” (Juan 1:48). La omnisciencia de la naturaleza Divina capacitó al Dios-Hombre a ver a Natanael; ya que, Su naturaleza humana separó a los dos por una distancia geográfica. (3) Antes de llegar a la tumba de Lázaro, Jesucristo dijo a Marta y María que su hermano, Lázaro, fue muerto: “Entonces Jesús les dijo claramente: Lázaro ha muerto” (Juan 11:14). Después, cuando Cristo “todavía no había entrado en la aldea,” María fue a El y postrándose a Sus pies dijo, “Señor, si hubieses estado aquí, no habría muerto mi hermano.” El Señor Jesús le preguntó: “¿Dónde le pusisteis?” (Juan 11:30-34). La naturaleza Divina del Dios-Hombre supo que Lázaro fue muerto; de todos modos, Su naturaleza humana no supo donde habían colocado a Lázaro. (4) Cristo tuvo hambre en Su naturaleza humana (Mat. 4:2). En Su naturaleza Divina dijo, “Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre...” (Juan 6:51). (5) Cristo tuvo sed en Su naturaleza humana (Juan 19:28); pero, en Su naturaleza Divina, El dijo, “...el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás” (Juan 4:14).

Veamos ahora la falta de conocimiento del Dios-Hombre concerniente al día del Señor; la pregunta es frecuentemente hecha, ¿No es la falta de conocimiento de Cristo equivalente con Su capacidad de pecar? Afirmar que son equivalentes es herejía. Capacidad de pecar, pero no la falta de conocimiento, indicaría corrupción de Su naturaleza humana. La imputación del pecado de Adán a toda su posteridad no puede aplicarse a Jesucristo por cuanto no es una persona humana. Es el Hijo de Dios. Su naturaleza humana no es del Adán caído; así que, Su persona no puede ser contada en Adán. Ya que la culpa es imputada a la persona más bien que a la naturaleza, la culpa nunca pudo ser cargada a la Persona Divina del Hijo de Dios. Al asumir una naturaleza humana santa, Cristo no estuvo sujeto a la sentencia de muerte. Por otra parte, la falta de conocimiento del Dios-Hombre no indica ninguna corrupción en Su naturaleza humana. La concepción, nacimiento, y crecimiento de Cristo no fueron el fruto de la corrupción en la naturaleza humana.

Infalibilidad no implica omnisciencia. De acuerdo a las Escrituras, se les otorgó la infalibilidad a los apóstoles, quienes poseyeron el conocimiento limitado:

Porque en parte conocemos, y en parte profetizamos; mas cuando venga lo perfecto, entonces lo que es en parte se acabará (I Cor. 13:9, 10).

Porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo (II Ped. 1:21).

Toda la Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia (II Tim. 3:16).

Si Pablo, quien tuvo una naturaleza caída, habló infaliblemente cuando fue inspirado para darnos las Santas Escrituras, aunque él habló desde un conocimiento limitado, ¿qué acerca del Hijo de Dios quien no poseyó una naturaleza caída? Cristo no habló nada más que la verdad, aunque Su naturaleza humana poseyó el conocimiento limitado. Limitación de conocimiento y capacidad de error no son lo mismo. En la esfera de la naturaleza humana de Cristo, hubo falta de conocimiento pero no capacidad de error. Su naturaleza humana fue sujeta a Su naturaleza Divina.

Sabemos que dos naturalezas estuvieron unidas en la Persona singular de Jesucristo. Pero hasta qué punto la naturaleza Divina no cubrió con su sombra la humana es imposible de saberlo o explicarlo. Esta es la razón por la que la encarnación es llamada un misterio (I Tim. 3:16). Hay cosas que permanecen siendo un misterio aún después de la encarnación. Sabemos bien que la naturaleza humana no fue el sujeto residencial de la omnisciencia. También sabemos que el primer advenimiento de Cristo no tuvo como propósito hacernos sabido ni el día ni la hora del día del Señor. El no fue comisionado como Profeta para hacer sabido el tiempo. La humanidad de Cristo es hablada como una condición de Su oficio profético (Deut. 18:15-22).

Cristo “no sabiendo el día ni la hora” del día del Señor se entiende mejor si nos acercamos al tema en su contexto propio. El reino es pactado al Hijo de David, el Hijo del Hombre. El tiempo del establecimiento del reino y sus consecuencias están en las manos del Padre (Hech. 1:6, 7). Por lo tanto, Cristo habló de Su falta de conocimiento en conexión con Su relación mesianica al pacto. El Padre se reservó para Sí Mismo los tiempos y sazones como una revelación inapropiada para que el Hijo del Hombre la diera a conocer en Su primera venida. La revelación del día y la hora del establecimiento del reino hubiera impedido la expectación de la segunda venida de Cristo. La fe y la esperanza, con sus resultados prácticos, son los frutos de la incertidumbre de aquel tiempo.

Por otra parte, uno no puede negar que Jesucristo tuvo conocimiento del reino y su establecimiento. Las predicciones son dadas sobre la nación judía y el dominio gentil (Mat. 24; 25; Luc. 21). Estas predicciones también fueron dadas durante Sus días de humillación. Más todavía, después de Su ascensión, estas mismas profecías fueron verificadas por los apóstoles y finalmente por Jesucristo en la revelación de Sí Mismo.

Hay una interpenetración absoluta del conocimiento del Hijo con el Padre. El conocimiento de cada uno estuvo tan infinito que cada cual conoció el otro a la perfección: “...Nadie conoce al Hijo, sino el Padre, ni al Padre conoce alguno, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar” (Mat. 11:27). En el Hijo del Hombre, quien también es el Hijo de Dios, la consciencia humana y Divina permanecen una junto a la otra sin suprimirse ni calificarse mutuamente. El Dios-Hombre, por tanto, pudo hablar fuera de cualquier consciencia sin confusión ni conflicto.

Sea lo que fuere lo dicho o hecho por la naturaleza humana del Dios-Hombre nunca tuvo que ser detenida o corregida por Su naturaleza Divina. Además, cualquier cosa que dijo o hizo la naturaleza Divina nunca fue cuestionado o resistido por la naturaleza humana. Aun más, la naturaleza Divina no proveyó algunas habilidades necesarias para mejorar la naturaleza humana porque ésta era perfecta en su esfera.

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9

LOS QUE ENSEÑAN LA IMPECABILIDAD
NO SON CULPABLES DE DOCETISMO (Parte 1)

Jesucristo no pudo pecar durante los días de Su primer advenimiento en la tierra. Muchos que profesan ser creyentes dicen que todas las referencias a las tentaciones de Cristo prueban que pudo pecar pero no pecó. Así pues, el asunto es entre la afirmación tan oída y leída de si Cristo no pudo pecar o pudo pecar pero no pecó. Para algunos esto puede parecer hacer poca diferencia, pero la diferencia es entre la herejía y la verdad. El tema pudo expresarse de otra manera. ¿Hubo una incapacidad superior para pecado en Jesucristo, o fue Su vencer de la tentación constante lo que demuestra que es el Santo de Dios?

El punto principal en la vida de Cristo fue el hecho de que El no pudo pecar. Hay unanimidad entre los diversos credos denominacionales sobre el hecho de que Jesucristo no pecó, pero la realidad Bíblica de que no pudo pecar es controversial. Estudiantes diligentes encontrarán grandes diferencias de opinión expresadas en las obras teológicas. Esas diferencias también se hallan en las obras Reformadas. El hecho de que Cristo no pudo pecar debe ser enfocado desde la Persona de Cristo más bien que desde Su naturaleza humana.

Acercando aun estudio de la Persona de Cristo comenzando con Su naturaleza humana es una manifestación de humanismo. ¿Comienza la Biblia con la creación o con el Creador? La Biblia empieza con Dios: “En el principio creó Dios...” (Gén. 1:1). Esta afirmación no es historia ni invención. No es historia porque nadie estaba presente para registrar tales eventos para la posteridad. Además, no fue la obra de imaginación humana. Por tanto, tuvo que ser una revelación. El humanismo comienza con una pregunta, pero la Biblia empieza con una asunción. Además, la deducción de la asunción es que toda verdad es una revelación de Dios, y Dios no prueba los principios Divinos a las mentes depravadas.

La Persona de Cristo es una revelación Divina. En cuanto al hecho de la existencia de Dios no se fundamenta causalmente en leyes abstractas de la lógica humana, del mismo modo la impecabilidad de Cristo no se fundamenta en el humanismo. Así, la idea subjetiva de Dios es menos una realidad que un hecho objetivo. Dicho sencillamente, Dios tiene más de existencia que el pensamiento acerca de El tiene existencia. Como Creador perfecto e infinito no puede derivarse de mentes imperfectas y finitas, así tampoco puede el subjetivismo depravado comprender el Salvador absolutamente perfecto e impecable. Luego, la herejía de aquellos quienes argumentan desde lo que ellos llaman la realidad de la tentación a la capacidad de pecar es evidente. Concluyen diciendo que el Único sin pecado se asoció a Sí Mismo con los pecados del mundo.

Los que creen que Jesucristo fue pecable acusan de docetismo a los que mantienen la impecabilidad de El. Hay varias formas de docetismo. Estas formas recorren de creyendo que Cristo tuvo solamente un cuerpo de fantasma hasta hablando de la naturaleza humana de Cristo en tal forma para descreditarle de ser verdaderamente humano. Los promotores de la pecabilidad acusan a los promotores de la impecabilidad de enseñar esto último. No es difícil de comprender la acusación de parte de personas que piensan en Cristo como uno más de ellos.

El concepto humanístico del hombre acerca de Dios no es algo nuevo. El Salmista fue inspirado para testificar contra Israel. “Oye, pueblo mío, y hablaré; Escucha, Israel, y testificaré contra ti: Yo soy Dios, el Dios tuyo.... Pensabas que de cierto sería yo como tú, pero te reprenderé y las pondré delante de tus ojos” (Sal. 50:7, 21). Desde la caída de Adán, el hombre ha estado personificando a Dios diciendo, “Hagamos a Dios conforme a nuestra imagen y semejanza.” Mientras que quienes dicen que Jesucristo fue inclinado a pecar nos acusan de hablar incorrectamente acerca de la humanidad de Cristo, el hecho es que ellos hablan incorrectamente acerca de la Persona de Cristo. Las Escrituras resolverán el asunto.

Las Escrituras enseñan claramente que “...Todo espíritu que confiesa que Jesucristo ha venido en carne, es de Dios; y todo espíritu que no confiesa que Jesucristo ha venido en carne, no es de Dios...” (I Jn. 4:2, 3). La “carne” (Su naturaleza humana) de Cristo no fue un espectro — una apariencia sin substancia material. Cristo no fue un fantasma moviéndose entre los hijos de los hombres durante más de treinta años. Su nacimiento, desarrollo, hambre, sed, y muerte no fueron apariencias fantasmales o apariciones. Juan habló no sólo de ver sino de palpar con su mano el Verbo de Vida (I Jn. 1:1). Cristo fue visto como el Verbo en Su unidad con el Padre eterno. No sólo fue visto pero palpado en Su forma humana como el revelador del Padre (Juan 1:18).

La naturaleza humana de Cristo fue “en semejanza de carne de pecado” (Rom. 8:3) porque la forma de siervo que asumió fue hecha “semejante a los hombres” (Fil. 2:7). La palabra griega para “semejanza” en ambos versículos es homoioma, que significa semejanza o parecido. Este sustantivo se usa en otras Escrituras (Rom. 1:23; 5:14; 6:5; 8:3; Fil. 2:7; Apoc. 9:7). ¿Significa esta palabra que la naturaleza humana de Cristo fue exactamente igual a la naturaleza humana caída del hombre, o tuvo la semblanza de la naturaleza humana caída? Los oponentes de la impecabilidad de Cristo argumentan que si la naturaleza humana de Cristo sólo fue similar, entonces no fue verdadera naturaleza humana. Pero uno también podría argumentar que el hombre caído no es verdaderamente hombre desde la caída porque la naturaleza humana caída no es exactamente lo que fue antes de caer. La naturaleza humana no tiene que ser caída para ser real. Además, la naturaleza humana de Cristo, concebida por el Espíritu Santo en el vientre de la virgen, fue real aunque no llegó a existir del mismo modo que la de Adán.

Jesucristo compartió de carne y sangre de la naturaleza humana en la encarnación, pero El no compartió de la depravación de la naturaleza humana. Cristo compartiendo la “carne” de la naturaleza para que El pudiera ser “muerto en la carne” (I Ped. 3:18). Su compartir la “sangre” de la naturaleza fue para el propósito de la redención (Rom. 3:24-26; 5:9; Heb. 9:22; 10:10-14; Apoc. 1:5). Por otra parte, si Cristo compartió la naturaleza depravada, hubiera sido descalificado como redentor de los elegidos. Hay una gran diferencia entre los descendientes de Adán viniendo al mundo en “carne de pecado” y el Hijo eterno de Dios viniendo al mundo en “semejanza de carne de pecado.” Uno debe conocer la diferencia entre las palabras que llevan el prefijo homo (mismo) y homoi (semejanza). Esto nos recuerda la verdad proclamada por Atanasio contra la herejía de Ario.

El docetismo proclama un Cristo que fue incapaz de ser el Mediador entre Dios y los hombres porque El no podría ser “Jesucristo hombre [anthropos Christos Hiesous]” (I Tim. 2:5). El mensaje de Pedro el día de pentecostés fue que “...Jesús nazareno, varón [andra] aprobado por Dios entre vosotros con las maravillas, prodigios y señales...” (Hech. 2:22). A diferencia de los que aceptan el docetismo, aquellos quienes aceptan la herejía que Jesucristo fue pecable proclaman un “Jesús” quien es incapaz de ser salvador porque él mismo necesita la salvación. De aquí que ambos puntos de vista sean heréticos al errar en proclamar la vista Bíblica de un Mediador entre Dios y los hombres. El verdadero Mediador debe poseer dos naturalezas absolutamente santas para representar tanto a Dios como al hombre. Quienes enseñan el docetismo niegan la encarnación, y quienes enseñan la pecabilidad niegan la naturaleza humana santa de Cristo.

Los oponentes de la impecabilidad de Cristo no pueden recibir consolación citando Hebreos 4:15 — “Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza....” La palabra griega para “tentado” es perfecto pasivo participio del verbo peiradzo, lo cual significa probar, tratar, o tentar. Ya que Jesucristo no puede ser tentado, porque la palabra tiene una connotación maligna, el perfecto pasivo participio puede traducirse por “habiendo sido probado tratado.” La palabra griega que no debe ser pasada por alto es homoiotes, cuyo significado es “semejanza.” Así pues, Cristo fue probado en la “semejanza” (manera similar) pero no exactamente en el mismo modo que nosotros. La prueba de esto se encuentra en el hecho de que “fuimos plantados juntamente con él en la semejanza [homoioma]” de la muerte de Cristo (Rom. 6:5). Esto significa indica que nuestra muerte “al” pecado no es idéntica a la muerte de Cristo “por” el pecado. Luego, la afirmación de que fue necesario para Cristo “ser en todo semejante [homoioo, ser hecho semejante] a sus hermanos” de Hebreos 2:17 no significa que El fue hecho exactamente como Sus hermanos.

Aquellos quienes creen que Cristo fue susceptible a pecado enseñan que El fue “en todo semejante a sus hermanos” respecto a una naturaleza capaz de pecar. Más todavía, ellos dicen que El fue tentado del mismo modo que los hombres caídos son tentados. Decir que Jesucristo fue hecho un pecador como los hombres depravados es blasfemia. Así también, decir que Cristo no pudo compadecerse de nosotros a menos que fuera tentado como lo somos nosotros es blasfemia también.

Jesucristo tenía que participar de carne y sangre para poder morir. Más incluso, tenía que ser la “simiente de la mujer” para llegar a ser nuestro pariente Redentor (Gén. 3:15; Gál. 4:4), la “simiente de Abraham” para heredar las promesas (Gál. 3:16), y la “simiente de David” para reclamar el trono teocrático (I Crón. 22:10; Luc. 1:30-35). ¿Suena esto a docetismo?

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LOS QUE ENSEÑAN LA IMPECABILIDAD
NO SON CULPABLES DE DOCETISMO (Parte 2)

El docetismo nunca puede ceder a la encarnación y crucifixión de Cristo. La Escritura es clara respecto a la importancia de la encarnación. Por tanto, la naturaleza humana de Jesucristo no puede considerarse como algo sin importancia en el propósito de Dios de la redención. En ninguna parte es el humanismo condenado tan fuertemente como en los hechos Bíblicos de la encarnación y crucifixión de Jesucristo.

Dos cosas santas fueron unidas en la encarnación. Claramente, dos cosas no santas no pueden hacer una cosa santa. Además, una cosa santa y una cosa no santa no pueden hacer una cosa santa. Esto nos lleva a considerar dos versículos importantes en el estudio de la encarnación:

Y pensando él en esto, he aquí un ángel del Señor le apareció en sueños y le dijo: José, hijo de David, no temas recibir a María tu mujer, porque lo que en ella es engendrado, del Espíritu Santo es (Mat. 1:20).

Respondiendo el ángel, le dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso lo santo que nacerá será llamado Hijo de Dios (Luc. 1:35 BLA).

Ambos participios en “lo que en ella es engendrado” de Mateo 1:20 y “que nacerá” de Lucas 1:35 pertenecen al verbo gennao, lo cual significa engendrar o generar. La palabra griega gennethen de Mateo 1:20 es un primer aoristo pasivo participio, que significa “habiendo sido engendrado.” La palabra griega gennomenon de Lucas 1:35 es un presente pasivo participio, que significa “siendo engendrado.” El tiempo pasivo indica que el sujeto es objeto de acción más bien que de actuar o participar en el acto.

El ángel Gabriel dijo a María que ella concebiría en su vientre y daría a luz un Hijo, “Y ahora, concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS” (Luc. 1:31). El verbo “concebirás” es el futuro medio indicativo de sullambano, que significa concebir o quedarse embarazada. La voz media quiere decir que María participó en la concepción. Aquí no hay contradicción con Mateo 1:20. Mateo utilizó la palabra “engendrado” y Lucas utilizó la palabra “quedar embarazada”. María no iba a concebir al Hijo solamente, sino que lo llevaría todo el período de la gestación hasta el alumbramiento. La palabra griega para “darás a luz” es el futuro medio indicativo de tikto, que significa llevar o alumbrar. Además, cuando María diera a luz a su Hijo único, llamaría Su nombre Jesús. La palabra griega para “llamarás” es el futuro activo indicativo de kaleo, que significa llamar. Así que, María llamaría Su nombre JESÚS.

La concepción por María no violó ninguna ley biológica. El Espíritu Santo engendró y María concibió. El mismo verbo griego (sullambano) es utilizado cuando habla no solo de María pero de su prima, Elisabet, quien “...ha concebido hijo en su vejez...” (Luc. 1:36). El ángel no pudo decir a María que “lo santo” iba a ser “engendrado” por ella, pero él pudo decirle que “lo santo” iba a ser “concebido” por ella.

En el sentido biológico, la impregnación de María fue milagrosa. El engendramiento por el Espíritu Santo y la concepción en el vientre de María produjo “lo santo.” En la concepción biológica, la esperma masculina es recibido por el óvulo femenino. No hay duda respecto a la santidad de la esperma provisto por el Espíritu Santo. Pero, ¿qué diremos del óvulo provisto por María, quien habló de Cristo como su Salvador? (Luc. 1:46, 47). Dios trajo al mundo el primer hombre sin esperma masculino ni óvulo femenino. Por lo tanto, no es increíble que Dios pudiera traer a la existencia el Dios-Hombre sin la esperma humana masculina. (Ver Rom. 5:15-19; I Cor. 15:47.) Para que dos cosas santas sean unidas en la concepción, el óvulo de María tuvo que hecho santo por el Espíritu Santo. Esto se realizó cuando el Espíritu Santo vino sobre ella y el poder del Altísimo le cubrió con Su sombra. El verbo “cubrirá con su sombra” es el futuro activo indicativo de episkiadzo, que significa derramar influencia sobre o cubrir con su sombra. Este verbo es usado en conexión con no solamente la impregnación de María pero la nube que cubrió el monte de la transfiguración (Mat. 17:5). La esperma y el óvulo fueron ambos santos antes de unirse en la concepción. De aquí, Dios unió lo que el Espíritu Santo produjo con lo que María produjo con sus órganos reproductivos santificados formando así el Dios-Hombre. A partir de aquí, la fe no debería aventurarse a ir más lejos, pero la fe dada por Dios descansa su caso con la influencia santificante del Espíritu Santo sobre la virgen, María.

Sin Su encarnación, no hubiera sido posible la crucifixión de Jesús de Nazaret, Varón aprobado por Dios, por los pecados de los elegidos (Hech. 2:22, 23). Dios con hombre en la Persona del Dios-Hombre condena el humanismo. El estará “con nosotros,” los elegidos, hasta la consumación del siglo porque estuvo con nosotros en Su sacrificio en la cruz. Así, El nos reconcilió a Dios por Su satisfacción de el justo juicio Divino. Esta vista Bíblica de la encarnación y crucifixión es tan diferente del docetismo como la luz de las tinieblas.

Job hizo una pregunta e inmediatamente la contestó: “¿Quién hará limpio a lo inmundo? Nadie” (Job 14:4). Job sintió la necesidad de ser limpio, pero él también supo que ni él ni ningún otro hombre podía limpiarlo. Bildad hizo la misma pregunta, pero en referencia más directa al tema de la encarnación: “¿...cómo será limpio el que nace de mujer?” (Job 25:4). Bildad estaba preocupado acerca de como podría un hombre justificarse ante Dios. Preguntó, “¿Cómo, pues, se justificará el hombre para con Dios?” Sin duda que Bildad supo que el hombre podría justificarse con el hombre pero no con Dios. El supo la importancia del hombre siendo justificado con Dios. Cuando el hombre es justificado con Dios, nadie puede condenarlo (Rom. 8:33, 34). La justificación de Dios del hombre está en la base de la palabra del Salvador impecable (Rom. 3:24-26).

La pregunta importante no es lo que el hombre puede hacer para justificarse con Dios pero lo que el Hijo eterno tuvo que ser y hacer para justificar al hombre con Dios. Sabemos que una Persona Divina tuvo que unirse a una naturaleza humana (Heb. 2:11-14; I Tim. 3:16; Gál. 4:4; Rom. 1:3, 4; 8:3; 9:5). Esa naturaleza humana es llamada “lo santo” (Luc. 1:35 BLA). La pregunta formulada frecuentemente es, ¿Por qué es el participio gennomenon (siendo engendrado) neutro? La única respuesta posible es que se está refiriendo a la naturaleza. Así, to gennomenon hagion es traducido “lo santo lo cual es siendo engendrado” será llamado el Hijo de Dios. El Hijo eterno no fue “siendo engendrado,” sino la naturaleza humana que El asumió. Jesucristo fue el “Hijo unigénito” (Juan 3:16) antes que Su naturaleza humana fue engendrada para asumir el “unigénito Dios” (Juan 1:18 BLA).

La Persona de Jesucristo es una, pero Sus naturalezas Divina y humana son distintas. Esto no es difícil para entender. Por ejemplo, el hombre tiene naturalezas material e inmaterial. El material no es el inmaterial y viceversa. Por eso, el Dios-Hombre tiene dos naturalezas, pero las naturalezas son preservadas sin desorden, y Su Persona es completa sin división. Por eso, el Dios-Hombre puede ser designado los títulos Divino o humano—Hijo de Dios o Hijo de Hombre. Además, los atributos de una naturaleza se atribuyen a Jesucristo mientras Su Persona es designada por un título aplicándolo a la otra naturaleza. Títulos Divinos y acciones humanas le son atribuidos:

...para apacentar la iglesia del Señor, la cual él ganó por su propia sangre (Hech. 20:28); ...nunca habrían crucificado al Señor de gloria (I Cor. 2:8); Dios...ha dado a su Hijo unigénito (Juan 3:16). El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros... (Rom. 8:32); Y ahora, concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS. Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo... (Luc. 1:31, 32).

Por otra parte, los atributos Divinos son atribuidos a Jesucristo quien es designado por títulos humanos:

Nadie subió al cielo, sino el que descendió del cielo; el Hijo del Hombre, que está en el cielo (Juan 3:13); ¿Pues qué, si viereis al Hijo del Hombre subir adonde estaba primero? (Juan 6:62); De quienes son los patriarcas, y de los cuales, según la carne, vino Cristo, el cual es Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos. Amen (Rom. 9:5); ...El Cordero que fue inmolado es digno de tomar el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, la honra, la gloria y la alabanza (Apoc. 5:12).

Jesucristo no fue menos Dios-Hombre cuando murió, y no fue más que Dios-Hombre cuando realizó Sus milagros. Nunca hubo conflicto entre Sus dos naturalezas. Los atributos de ambas naturalezas se acreditaron a la sola Persona, pero debe enfatizarse que lo que fue peculiar de una naturaleza nunca fue atribuida a la otra. Por ejemplo, hambre, cansancio, sueño, y muerte nunca pudieron ser asignados a la naturaleza Divina. Por el contrario, andar sobre las aguas, calmar la tormenta, y resucitar los muertos nunca pudieron ser atribuidos a Su naturaleza humana. Todas estas son acciones del único Mediador entre Dios y los hombres ejecutando hechos que pertenecen a ambas naturalezas. Aquí no hay dualismo.

Las acciones de Cristo como Mediador son en ambas en Su naturaleza humana y Su naturaleza Divina. Algunas acciones envuelven los atributos de la naturaleza Divina y otros la naturaleza humana. Cualquier acción que El ejecutó en cualquier naturaleza nunca pudo estar en conflicto con Su naturaleza esencial como el Santo de Dios. Por tanto, las acciones que envuelven la naturaleza Divina son ejecutadas en conformidad con el principio y poder inherente de Su naturaleza Divina. Además, Sus acciones que envuelven la naturaleza humana fueron ejecutadas en conformidad al principio y poder inherente de Su naturaleza humana. Así pues, la sola Persona del Dios-Hombre ejecutó las acciones de ambas naturalezas. Entendiendo este hecho Bíblico, uno ve la herejía de ambos docetismo y la creencia que Jesucristo fue pecable.

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LA EXÉGESIS DE LA ESCRITURA
PRUEBA LA IMPECABILIDAD

Cualquiera que da una exégesis correcta de cualquier pasaje de la Escritura hallará que su interpretación estará de acuerdo en principio con todos quienes hacen lo mismo. Un exegeta es alguien que no hace caso del subjetivismo y confía en la verdad objetiva del texto de acuerdo a su construcción gramatical. La construcción gramatical del texto Bíblico nunca cambia. Pero las ideas formadas subjetivamente cambian con cada “estado de ánimo”, una expresión frecuentemente oida en nuestra generación. Por otra parte, cuando alguien lee en un cierto pasaje un sentido que el texto gramaticalmente no permite, se llama eisigesis. Un eisigeta es quien que está lleno de prejuicios o sigue su “estado de ánimo.” Esto es subjetivismo.

Pablo dijo, “Examinadlo todo, retened lo bueno” (I Tes. 5:21). La palabra griega para “examinad” es el presente activo imperativo del verbo dokimadzo, que significa probar por prueba, examinar o escudriñar, o aprobar después de una prueba por el discernimiento. La palabra griega fue derivado de la prueba de los metales. Luego, no significa sólo probar sino que conlleva la idea de aprobar como resultado de una prueba. Sin embargo, probar es insuficiente a menos que lo que es aprobado sea aceptado y mantenido.

Sólo hay un camino efectivo para alcanzar la verdad. David dijo que Dios enseñará al “manso.” “Encaminará a los humildes por el juicio, Y enseñará a los mansos su carrera” (Sal. 25:9). La palabra “manso” lleva la idea de humildad. El manso o humilde prefiere sufrir el mal antes que hacerlo. Hay dos palabras hebreas para mansedumbre, una que se aplica a los que sufren pacientemente sin ofrecer resistencia y otra a aquellos que voluntariamente soportan con sumisión lo que podrían evitar. Mansedumbre no es debilidad. Procede del conocimiento de la total dependencia en Dios. Los elegidos tienen algo que aprender, y Dios tiene algo a enseñarles. Por lo cual, sólo la persona humilde puede ser enseñada. Los Cristianos necesitan saber la diferencia entre los miembros pasivos y mansos de la iglesia. Los que son sencillamente pasivos son pasivos no solamente a los principios Bíblicos pero a poner en práctica aquellos a los cuales ellos han sido sujetados.

Comprender que Dios es el Maestro elimina el orgullo. La inteligencia del hombre ha asumido una soberbia confianza en sí misma, pensando que puede solucionar todos los problemas y rebasar todos los obstáculos. Manifestar humildad no es en el poder de tal ignorancia porque la verdadera humildad es el fruto de la gracia Divina. De hecho, tal ignorancia alimenta el orgullo. Uno que posee la gracia no tiene problema en comprender que el orgullo es una manifestación de falta de conocimiento. El grado de orgullo está determinado por el grado de destitución de conocimiento. La ignorancia en discusión no es académica sino espiritual. La persona mansa reconoce que la verdad es personal y con propósito. No es sólo para nosotros pero tendrá efecto sobre nosotros. Esta es la razón por la que el Cristiano va de fe en fe, fuerza en fuerza, y gloria en gloria. Así, “...la senda de los justos es como la luz de la aurora, Que va en aumento hasta que el día es perfecto” (Prov. 4:18).

Tentación no es sinónimo de prueba, aunque ambas proceden de la misma palabra griega. Un sinónimo es una palabra que tiene el mismo o casi el mismo significado que otra. Aunque el verbo griego peiradzo significa, de acuerdo a los léxicos griegos, probar, tratar, o tentar, probar no puede usarse como sinónimo de tentar en ciertos casos. La diferencia entre las dos es demasiado grande, como Santiago 1:2, 12-14, prueban. Algunos pueden pensar que este escritor está laborando para probar un punto, pero antes de que este escrito concluya, el estudiante de la Escritura verá el valor de tal escrutinio.

La razón para el estudio diligente del sustantivo peirasmos y del verbo peiradzo se debe al modo que son empleados en las diversas traducciones. Aun aquellos los que creen y enseñan que Cristo no pudo pecar utilizan los términos “tentación” y “prueba” indiscriminadamente. En muchas obras de Cristología, uno encontrará tales afirmaciones como “Cristo no pudo ser tentado porque Dios no puede ser tentado.” El mismo escritor puede discutir sobre el propósito del sometimiento de Jesucristo a las “pruebas” de Satanás. Siguiendo esto, uno puede llegar a razonar por que Cristo fue “tentado.” Tales razones como la encarnación, la humillación, y siendo capaz de compadecerse con los Suyos quienes están siendo tentados son las que son discutidas.

El autor puede compadecer con aquellos quienes usan los términos “tentación” y “prueba” indiscriminadamente. El, también, hizo lo mismo. Sin embargo, después de un estudio diligente de Santiago 1:2-15, el escritor vio la necesidad de realizar un estudio del sustantivo griego peirasmos y del verbo peiradzo en cada pasaje donde ellos están utilizados en el Nuevo Testamento. Después de tal estudio, no se puede evitar ver la diferencia entre los términos tentación y prueba. Aunque el escritor nunca ha creído que Cristo fue pecable, él ha enseñado que Su tentabilidad no implica susceptibilidad. Un estudio más profundo del tema muestra que Cristo no fue tentado.

El verbo peiradzo es usado en el sentido de cualquiera probar o tratar o solicitar a alguien para hacer mal. Este verbo se usa 39 veces en el Nuevo Testamento. En 30 de las 39, se traduce por varias formas del verbo tentar. En 6 de las referencias, se traduce por varias formas del verbo probar. En las otras 3, se traduce “intentaron” (Hech. 16:7), “intentó” (Hech. 24:6), y “examinaos” (II Cor. 13:5). En las referencias donde el verbo es usado, Jesucristo está involucrado, y dos se refieren a Dios (Hech. 15:10; Heb. 3:9).

El sustantivo peirasmos es usado 21 veces en el Nuevo Testamento. Se traduce “tentación” en 13 lugares. Se traduce “prueba” o “pruebas” en los otros. Solamente hay dos versículos donde la palabra es usada en referencia a Jesucristo (Luc. 4:13; 22:28).

Puesto que Santiago dijo, “... Porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni él tienta a nadie” (Sant. 1:13), ¿Qué es el significado de la afirmación “y no nos metas en tentación” de Mateo 6:13 en la oración modelo que Cristo enseñó a sus discípulos? El verbo “metas” es eisenegkes, primero aoristo activo subjuntivo de eisphero, lo cual significa traer en o dentro. El activo subjuntivo significa “no nos traes dentro.” ¿Podría Dios, quien no solicita al hombre para hacer mal, enseñar a Sus discípulos a orar “no nos metas a la solicitación para hacer mal”?

Ya que es contrario a la Escritura que Dios lleve a Su pueblo a la tentación, el sustantivo peirasmos también puede significar prueba. ¿Es incorrecto que alguien ore pidiendo ser salvado de la prueba? La prueba es la suerte común del pueblo de Dios (Sant. 1:2, 12; I Ped. 1:6, 7; 4:12). El verbo “metas” (eisenegkes) de Mateo 6:13 es activo. Así, este representa a Dios como el Agente activo quien somete a Su pueblo a pruebas pero no a solicitación al mal. Cuando este versículo se ve en su contexto propio con el reino venidero, es propio decir que los judíos orarán ser guardados “de la hora de la prueba” (horas tou peirasmou) (Apoc. 3:10). Esa “prueba” no es la misma que la “prueba común” de todos los santos en todos los tiempos, de todos los creyentes de Antiguo y Nuevo Testamentos por igual. Esto prueba que un concepto correcto de la escatología es necesario para interpretar muchos pasajes Bíblicos.

Puesto que toda Escritura está inspirada por Dios (theopneustos), el Espíritu de Dios no pudiera dirigir a los escritores inspirados a usar palabras que no pudieran aplicarse al Hijo de Dios o a Su pueblo. Al igual que en castellano, muchas palabras griegas pueden utilizarse en más de una forma. El contexto determina su uso.

En todas las “pruebas” de Cristo El tuvo que tratar sólo con aquello que le venía desde fuera. De ahí, que Sus pruebas en el desierto fueron confirmaciones Divinas. El reto vino de Dios. Esta es la razón que nos dicen, “Entonces Jesús fue llevado por [hupo] el Espíritu al desierto para ser ‘probado’ por [hupo] el diablo” (Mat. 4:1). El verbo “llevado” es un aoristo pasivo indicativo de anago, que significa traer o llevar de un lugar bajo a otro alto. El verbo en Marcos 1:12 es el presente activo indicativo de ekballo, que significa echar fuera o enviar. El verbo usado en Lucas 4:1 es el imperfecto pasivo de ago, que significa traer o llevar. Cuando un país está unido, su único pensamiento es oponerse al enemigo externo y probar la unidad del país. Sin embargo, si el país está dividido, lo primero es buscar a los traidores del interior.

Hay dos naturalezas dentro de los Cristianos. Ellas son descritas como “...la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y éstos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisiereis” (Gál. 5:17). (Vea Romanos 7:14-25.) Los Cristianos, por tanto, tienen una casa dividida. Hay un conflicto interno entre el Espíritu y la carne. Hay un traidor en el interior como en el exterior.

Jesucristo tuvo dos naturalezas, pero ambas fueron santas; por lo cual, nunca hubo en El conflicto interior. El reto de Dios a Satanás, o aquellos que obran bajo su dirección, fue un testimonio Divino de que nada más que unidad absoluta de las dos naturalezas santas podría encontrarse. La madera probada por el fuego se convierte en cenizas. El agua probada por el fuego se evapora. Pero el oro puro probado por fuego permanece oro. El oro puro no tiene nada que eliminar. Los Cristianos pierden su escoria cuando son probados, pero ¿quién será culpable de blasfemia diciendo que hubo en el Dios-Hombre cualquier escoria que ser eliminada mediante “fuego de prueba” (purosis, fuego de prueba de angustiosas circunstancias)? (I Ped. 4:12). Hay dos leyes en el interior de los Cristianos (Rom. 7:22, 23), pero sólo hay una ley, la ley de Dios, en Jesucristo.

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CRISTO AFIRMÓ SU IMPECABILIDAD

La primera lección en la exégesis de la Escritura fue una introducción a un número de pasajes claves relacionados con la impecabilidad de Cristo. Las Escrituras concernientes a las afirmaciones personales de Cristo y las afirmaciones de los escritores inspirados sobre Su impecabilidad serán explicados.

Ninguna disculpa se da por disputar con aquellos que creen y enseñan que Jesucristo fue pecable durante los días de Su humillación. Aunque la controversia es frecuentemente acalorizada y de un solo lado, esto no es una señal insaludable. Algunos de los libros más grandes que han sido escritos o sermones predicados fueron el resultado de la controversia. Además, algunas de las experiencias más grandes en la vida son el producto de la controversia. Esto, sin embargo, no es justificación para la confusión y la inquietud en la iglesia local (Vea Efesios 4).

No hay ninguna manera de evitar las controversias en la vida Cristiana. Si la vida ordinaria está sembrada de controversias sin fin, cuanto más la vida Cristiana. El creyente tiene controversia en la vida natural y en la vida espiritual. Sin embargo, sin un principio evidente en sí mismo para determinar en qué lado se inclina el peso de la evidencia, la controversia sería sin fin. Esto nos lleva a la importancia de la semántica.

La semántica es el estudio de la significación, clasificación, y cambios en significado. Un buen semántico será diligente en su búsqueda de significado. Por tanto, el estudio de las palabras es de lo más importante en la polémica, el arte de la controversia. Principios falsos y falsas reglas de interpretación están en el fundamento de la doctrina falsa. Sin embargo, el asunto más importante en las cuestiones religiosas no es saber si son útiles o injuriosas pero si están basadas en la Escritura. Por esto, la así llamada tradición religiosa o éxito es sin importancia. Todo lo que reclama validez debe someterse a la evidencia exegética antes de ser recibida racionalmente. Además, todo lo creído debe descansar en la evidencia Bíblica; de otro modo, no puede ser retenido racionalmente. La Biblia es nuestra única norma; por eso, todo lo que no se encuentre en las Escrituras no puede ser probado mediante las Escrituras.

Jesucristo probó Su impecabilidad en Su debate con los judíos religiosos cuando dijo, “¿Quién de vosotros me redarguye de pecado?” (Juan 8:46). Los judíos presentaron diez acusaciones contra el Hijo de Dios en Juan 8 — (1) “tu testimonio no es verdadero” (v. 13), (2) “¿Dónde está tu Padre?” (v. 19), (3) “¿Acaso se matará a sí mismo?” (v. 22), (4) “¿Tú quién eres?” (v. 25), (5) “¿Cómo dices tú: Seréis libres?” (v. 33), (6) “Nuestro padre es Abraham” (v. 39), (7) “Nosotros no somos nacidos de fornicación” (v. 41), (8) “¿tú eres samaritano, y que tienes demonio?” (v. 48), (9) “¿Eres tú acaso mayor que nuestro padre Abraham, el cual murió?” (v. 53), y (10) “Aún no tienes cincuenta años, ¿y has visto a Abraham?” (v. 57). Los judíos no tuvieron ninguna indignación contra el adulterio, ni ningún amor por la ley, pero ellos tuvieron un odio intenso hacia el Hijo de Dios.

A lo largo del debate con los judíos, Cristo les dijo, “¿Quién de vosotros me redarguye de pecado?” (Juan 8:46). El verbo griego para “redarguye” es elegchei, presente activo indicativo de elegko, que quiere decir convencer de culpa; refutar; someter a prueba; exponer, poner al descubierto, o detectar; experimentar convicción. Así que, la palabra significa más que la acusación de pecado. Jesucristo nunca experimentó el pecado en ninguna de Sus pruebas. Más todavía, el pecado nunca penetró en Su consciencia santa. Los judíos debieron ir más allá de su acusación para demostrar su ataque contra el Hijo de Dios. El hecho de que Cristo no pudo ser convencido de pecado prueba Su impecabilidad.

El caso de la impecabilidad de Cristo se torna más fuerte por el uso de un sustantivo más bien que un verbo en Juan 8:46. No es quién de ustedes me convence de “pecar,” pero “quién [tis] de vosotros me redarguye de pecado.” Cristo lo hizo claro no sólo por el verbo elegcho pero por el sustantivo hamartia que el pecado nunca entró en Su consciencia santa. El dio la razón por que el pecado nunca entró en El. Los judíos también fueron desafiados a detectar o exponer cualquier corrupción en Su naturaleza santa.

Uno de los principales puntos en el debate entre Cristo y los judíos fue con respecto a la naturaleza humana de Cristo. Los judíos no supieron que Cristo fuera el Hijo de Dios y que Dios fuese Su Padre. Le preguntaron, “¿Dónde está tu Padre? Respondió Jesús: Ni a mí me conocéis, ni a mi Padre; si a mi me conocieseis, también a mi Padre conoceríais” (Juan 8:19). Los judíos se vanagloriaron de Dios, pero no Le conocieron. El conocimiento del Hijo y del Padre van juntos. Ignorancia de Cristo y de Dios van juntos. El clímax de lo que los judíos pensaron de la naturaleza humana de Cristo está en su séptima acusación, “Nosotros no somos nacidos de fornicación” (v. 41). Este fue su modo de decir que la concepción de Cristo fue ilegítima. Su próxima acusación es comprensible, “Tú eres samaritano y que tienes demonio” (v. 48). Incapaces de responder a Cristo, los judíos, como todos los enemigos de la verdad hoy, recurren al ridículo y la blasfemia.

Uno no enuncia completamente la verdad de la Persona gloriosa de Cristo al decir, “El fue capaz no de pecar.” Tal afirmación se basa en el concepto que desde la tentación y pecado son distintos, ser tentado es no pecar. La conclusión de este concepto es que la tentabilidad no implica depravación. Sin embargo, la falsedad de esta teoría simplemente hace a Jesucristo sin pecado. Uno debe afirmar que Cristo no fue sin pecado porque El rehusó pecar sino que El rehusó pecar porque El fue incapaz de ser tentado. Además, El fue incapaz de ser tentado porque El fue absolutamente santo.

Nadie es seducido, atraído, embaucado, o tentado a menos que tenga alguna debilidad interna. Los verbos antes mencionados describen una persona cuyo camino recto es cuestionado por la sugerencia de un camino equivocado. Ser atraído implica la acción de una influencia irresistible, como la carnada de pescar utilizada por el pescador. La seducción añade a la atracción una fuerte sugestión astuta. Embaucar implica el uso del engaño y la lisonja. Tentar significa antojar al mal mediante la esperanza de placer o ganancia. Satanás es el maestro de la tentación, pero sugerir que la Persona de Cristo pudo ser atraída, seducida, embaucada, o tentada “internamente” es la negación de Su santidad absoluta. Decir que la tentación no es pecado es falta de distinguir entre seducción externa y deseo interno. El deseo interno es pecaminoso antes de cometer el acto externo. Ya que no hubo deseo interno, por causa de la santidad absoluta en Cristo, cualquier cosa sugerida por Satanás le era tan repugnante que nunca pudo considerar tal idea. La santidad de Dios se opone al pecado en toda forma y grado: “Muy limpio eres de ojos para ver el mal, ni puedes ver el agravio...” (Hab. 1:13). Jesucristo no pudo ser convencido de pecado; por tanto, ninguna sugerencia externa al mal pudo penetrar la Persona santa de Cristo.

La afirmación de Cristo a los judíos quienes cuestionaban Su naturaleza es aplicable a todos quienes hacen lo mismo el día de hoy:

El que es de Dios, las palabras de Dios oye; por esto no las oís vosotros, porque no sois de Dios (Juan 8:47).

El Señor Jesús ya les había dicho a los judíos que ellos no pudieron entender Su lenguaje porque no pudieron escuchar Su palabra (v. 43). Ahora, les aclaró la razón: “Porque no sois de Dios.” Es por esto, que la Palabra de Dios nunca debe adulterarse para satisfacer las mentes depravadas. Oír la Palabra de Dios implica la atención del cuerpo, la intención de la mente, y la retención de la memoria, todo lo cual es fruto de la gracia.

El capítulo catorce de Juan es uno de los favoritos de los Cristianos. Después de consolar a Sus discípulos respecto a Su segunda venida, Cristo les prometió el Espíritu Santo quien sería Su Consolador entre Su primer y segundo advenimientos. El Espíritu Santo viene no sólo a regenerar a los elegidos pero a promover nuestras corazones en afectos, los cuales fueron formados en nosotros por la comunicación del amor de Dios en la regeneración. Como Capitán de nuestra salvación, Jesucristo está guiando a los elegidos a la gloria (Heb. 2:10). ¿Qué seguridad más grande pudo el Capitán de la salvación de los elegidos dar a los Suyos que “...viene el príncipe de este mundo, y él nada tiene en mí”? (Juan 14:30).

El Salvador de los escogidos supo que Satanás ya estaba agrupando sus fuerzas para apresar al Hijo de Dios como si se tratara de un vulgar criminal. Judas estaba a la mano, y en él Satanás comenzó a hacer su movida. El propósito único de Satanás fue impedir el acto redentor de Dios. La aparente victoria de Satanás se volvió en su derrota:

Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo (Heb. 2:14).

Y despojando a los principados y a las potestades, los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz (Col. 2:15).

La aseveración de Cristo “Satanás nada tiene en mí” es otra prueba de Su impecabilidad. El texto griego se lee, kai en emoi ouk echei ouden — “Y en mí el no tiene nada.” En todos los hombres, aún los Cristianos, hay corrupción con la cual Satanás puede fijar sus sugerencias e inflamar sus deseos corruptos. Por el contrario, no hay nada en Cristo sobre lo cual el puede fijar sus malas sugestiones. Este versículo no está hablando de Cristo resistiendo la tentación pero del hecho de que Satanás no tiene nada en la Persona de Cristo que pudo recibir alguna solicitación a hacer algo malo. Esto es impecabilidad.

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NO HUBO PECADO EN EL CRISTO ENCARNADO

La exégesis de la Escritura relacionada con la impecabilidad de Cristo dada por Sus discípulos tiene un orden significativo. Juan habló de la impecabilidad de Cristo en relación a Su encarnación: “Y sabéis que el apareció para quitar nuestros pecados, y no hay pecado en él” (I Jn. 3:5). No tuvo una naturaleza pecaminosa. Pedro habló de la impecabilidad de Cristo en relación a Su vida terrenal: “...También Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas; el cual no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca” (I Ped. 2:21, 22). Cristo no hizo pecado. Pablo habló de la impecabilidad de Cristo en asociación con Su muerte: “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él” (II Cor. 5:21). Cristo no conoció pecado. Este mismo orden será seguido en las lecciones restantes de la impecabilidad de Cristo.

El apóstol Juan puso gran importancia en el concepto correcto de la encarnación: “...Todo espíritu que confiesa que Jesucristo ha venido en carne, es de Dios; y todo espíritu que no confiesa que Jesucristo ha venido en carne, no es de Dios...” (I Jn. 4:2, 3). La palabra griega eleluthota es un participio perfecto del verbo erchomai que significa venir. Así el participio perfecto significa “habiendo venido” en la carne, un acto pasado completo con resultados continuos. La fuerza del perfecto denota la unicidad de Su Persona Divina-Humana como una certeza duradera. Confesar Jesucristo “habiendo venido en carne” es confesar la Deidad habitando “corporalmente” en la segunda Persona de la Divina Triunidad. La palabra “carne” es sarki, locativo singular de sarx, que se refiere a la naturaleza humana de Cristo. La cláusula negativa en el griego no usa el nombre “Cristo.” Juan usó “Jesús” con el artículo definido para enfatizar que fue “el Jesús” quien los apóstoles predicaron el que el espíritu del anticristo rechazaba.

Confesar que Jesucristo ha venido a la tierra habitada en naturaleza humana envuelve un tema muy importante. ¿Fue la naturaleza humana de Cristo pecable o impecable? El verbo “confiesa” es homologei, presente activo indicativo del verbo homologeo, que quiere decir confesar, hablar en acuerdo con, o adoptar los mismos términos del lenguaje. Uno que cree que la naturaleza humana de Cristo fue impecable habla de acuerdo con la Escritura que dice, “...El se manifestó [ephanerothe, primero aoristo pasivo indicativo de phaneroo, cuyo significado es ser personalmente manifestado, Col. 3:4; I Ped. 1:20; I Jn. 3:5] a fin de quitar los pecados, y en El no hay pecado” (I Jn. 3:5 BLA). La palabra “pecado” es un sustantivo y significa que Jesucristo no fue personalmente manifestado en una naturaleza pecaminosa.

Las personas quienes enseñan que Cristo fue pecable no hablan de acuerdo a la Escritura, ni adoptan su lenguaje. Creen que El pudo pecar; por lo tanto, ellos no son de Dios. El Espíritu Santo no aplica la obra de un cristo pecable a los corazones de los hombres. Además, El no guía a los hombres no regenerados a aceptar un salvador pecable, en lo que los religiosos llaman “una experiencia de salvación.”

La verdad nunca aparece sin que halla imitaciones falsas. La cizaña se halla mezclada con el trigo, los hipócritas se encuentran entre los Cristianos, los falsos maestros trabajan junto a los verdaderos, y el anticristo imitará a Jesucristo. Muchos profetas falsos salieron al mundo en los días del ministerio de Juan. Así que, el fue llevado por el Espíritu Santo en su Epístola general para advertir a los creyentes: “Amados, no creáis a todo espíritu, sino probad los espíritus si son de Dios: porque muchos falsos profetas han salido por el mundo” (I Jn. 4:1). El dijo que la iglesia en Éfeso los hubo probado quienes se decían ser apóstoles y los halló mentirosos (Apoc. 2:2). Hubo muchos falsos profetas en el tiempo de Juan, pero su número ha aumentado desde entonces.

Aparte de la seguridad Bíblica de que las ovejas de Dios oyen la voz del Pastor verdadero y no escucharán la voz de los extraños (Juan 10:1-7), un novato no pudiera saber qué curso tomar, cuál adoptar, o con cuál congregación asociarse. Sin embargo, éste no significa que advertencia es innecesaria. “Amados,” interviene Juan, “no creáis a todo espíritu [‘creáis’ es un presente activo imperativo de pisteuo, creer], sino probad [presente activo imperativo de dokimadzo, probar, tratar, examinar] los espíritus.” Luego, Dios ha dado a Su pueblo una fórmula con la cual someter a prueba la realidad del mensaje Cristiano, el mensajero Cristiano, y la vida Cristiana. Juan estaba diciendo que debemos tratar antes de confiar.

“No creáis a todo espíritu.” Hay el espíritu del tiempo y el Espíritu de la eternidad. El espíritu del tiempo habla jactanciosamente del hombre, del mundo, y de la vida. El Espíritu de la eternidad habla del pecado, de la justicia, y del juicio. El espíritu de la época aplaude, lisonjea, y agrada a los hombres. El Espíritu de Dios reprueba, reprende, y convence. El espíritu de la época habla de la grandeza del hombre, de la suficiencia de las cosas temporales, y del desenfreno de una vida sin responsabilidad. Por el contrario, el Espíritu Santo habla de la soberanía de Dios, de la depravación del hombre y de la gracia libre provista para los elegidos en la Persona y obra de Cristo Jesús quien ha venido en carne impecable.

Hay filosofías falsas enseñadas por falsos maestros. El espíritu del error cae bajo los encabezados siguientes: (1) tradiciones religiosas, sea judía, católica-romana, o protestante; (2) subjetivismo, sea revelaciones nuevas u opiniones personales sin base en la Escritura, (3) descuido de todo el consejo de Dios, especializándose en fragmentos de la Escritura utilizados fuera de contexto. Toda filosofía debe pasar la prueba de la Escritura. Nada hay más importante para nuestras vidas espirituales que el modelo y la regla de Dios.

Todos los ministros deben ser probados. Uno debería “probar los espíritus” para ver si son de Dios, ya que han salido muchos profetas falsos en el mundo. Las personas mismas deben ser probadas, no su destreza, talento, o conducta. Los falsos maestros se transforman asimismos en apóstoles de Cristo (II Cor. 11:13). Se disfrazan de apóstoles de Cristo. La palabra griega para “disfrazar” de II Corintios 11:13 es metaskematidzomenoi, presente medio participio de metaskematidzo, que significa cambiar de figura o transformar. Este verbo compuesto está formado por meta, que significa “con” en caso genitivo o “después” en caso acusativo, y skematidzo, que significa moldear o transfigurar (I Cor. 4:6; II Cor. 11:13, 14, 15; Fil. 3:21). El sustantivo skema se usa en I Corintios 7:31 y Filipenses 2:8. Satanás fue un ángel de luz antes de su caída en una posición de tinieblas eternas. Ahora está conduciendo a sus siervos a transformarse a sí mismos en ángeles de luz para preparar al mundo para su propia transformación como ángel de luz una vez más cuando se aparezca como el falso mesías. Sus siervos se convierten en poderosos predicadores de filosofía, moralidad, conveniencia, ceremonias, ritos, humanismo, etc.

Quienes niegan que Jesucristo ha venido en carne impecable no son de Dios, y este es el espíritu del anticristo. Tres cosas se afirman respecto a tales maestros: (1) “ellos son del mundo”; (2) “...por eso hablan del mundo...”; y (3) “el mundo los oye” (I Jn. 4:5).

Los falsos maestros son del mundo. La preposición “de” (ek) prueba que son del mundo como origen. Esto no es el mundo para el cual Cristo murió, el mundo que está siendo reconciliado con Dios. El origen de los maestros falsos es el mundo que está bajo el maligno (I Jn. 5:19). Este es el mundo que los creyentes son advertidos a no amar (I Jn. 2:15). El sistema del mundo es hostil a Dios, porque su arreglo, adorno, y orden han sido hechos malos por los hombres depravados.

Los falsos maestros hablan del mundo. Hablan de la sabiduría que es apropiada para las mentes depravadas. Se dice que el agua no se eleva por encima de su origen. Del mismo modo, los falsos maestros, cuyo modelo es el sistema del mundo, no pueden tener nada que dar sino un punto de vista mundano. La pecabilidad es un concepto humanístico acerca de Jesucristo que se originó en el mundo. Toda doctrina no Bíblica es hecha por el hombre. La Biblia habla de “doctrinas de hombres” (Col. 2:22; Mar. 7:7). Las “doctrinas de hombres” no tienen lugar en ellas para la “doctrina de Cristo” — “Cualquiera que se extravía, y no persevera en la doctrina de Cristo, no tiene a Dios...” (II Jn. 9). La palabra griega para “doctrina” es didache, que denota lo que es enseñado o el acto de enseñar. La doctrina de Cristo en este versículo se refiere a Cristo como la norma de enseñanza dada por los hombres inspirados por Dios.

Juan no condenó el progreso teológico en el uso de “Cualquiera que se extravía y no persevera en la doctrina de Cristo” (II Jn. 9). La palabra griega para “extravía” es proagon, presente activo participio de proago, lo cual significa que todos quienes van más allá de la enseñanza de Cristo no son de Dios. El va más allá de los límites de la sana doctrina. ¿Es enseñando la doctrina de la pecabilidad yendo más allá de la doctrina de Cristo? Jesucristo dijo, “¿Quién de vosotros me prueba que tengo pecado?” (Juan 8:46 BLA). Ya que siempre hay en Cristo más de lo que hemos experimentado, hay progreso en nuestro entendimiento de la doctrina de Cristo. Progresar en entendimiento, sin embargo, no significa que uno deje de “permanecer” (menon, presente activo participio de meno, permanecer, continuar, o morar), pero significa que uno quien no permanece en la enseñanza de Cristo antes mencionada no puede reclamar conocer a Dios.

El mundo oye a los falsos maestros. Los hombres no regenerados del mundo escuchan su ministerio, aprueban lo que oyen, y lo reciben con placer. La calidad de quienes enseñan y aquellos quienes escuchan es expresada. Los falsos maestros enseñan con la aprobación de los falsos oidores, y dan a los falsos oidores lo que ellos quieren oír. Los falsos oidores rehúsan lo que necesitan, por cuanto no es compatible con su naturaleza. Reciben lo que les gusta, porque está en armonía con sus naturalezas depravadas. Además, ellos prestan atención a espíritus seductores y doctrinas de demonios (I Tim. 4:1).

Los Cristianos tienen la responsabilidad de probar cada persona quien se coloca como representante de Dios: “...que os fijéis en los que causan divisiones y tropiezos en contra de la doctrina que vosotros habéis aprendido, y que os apartéis de ellos” (Rom. 16:17). Las dos palabras que destacan en este texto son (1) “fijéis” y (2) “apartéis.” La palabra “fijéis” (skopein) es un presente activo infinitivo del verbo skopeo, que significa mirar, observar, marcar, o cuidarse. La palabra “apartéis” (ekkliete) es un presente activo indicativo del verbo ekklino, que significa evitar o apartarse. Los falsos maestros deben ser evitados, porque padecen de lepra en la cabeza. Lepra de cabeza es peor que una mala moral. Tal lepra es inservible de comunión o compañerismo. Bajo el sistema levítico, a éste leproso se le declaraba “totalmente impuro” y él tuvo que morar sólo afuera del campamento (Lev. 13:44, 46).

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CRISTO NO PECÓ DURANTE
LOS DÍAS DE SU CARNE

Jesucristo fue el “cordero sin mancha y sin contaminación” (I Ped. 1:19). La palabra griega para “sin mancha” es amomou, genitivo masculino de amomos, que significa sin culpa. Se usa siete veces y es traducida como “sin mancha” (Ef. 1:4; 5:27; Col. 1:22; Heb. 9:14; I Ped. 1:19; Jud. 24, y Apoc. 14:5). La palabra, en los dos lugares donde aparece haciendo referencia a Cristo, expresa Su completa impecabilidad. Pedro usó otra palabra para amplificación en hablar de la impecabilidad de Cristo. De aquí, la palabra griega aspilou, genitivo de aspilos, significa sin tacha, sin mancha, o puro (I Tim. 6:14; Sant. 1:27; I Ped. 1:19; II Ped. 3:14). Metafóricamente, la palabra significa libre de censura (I Tim. 6:14) o libre de vicio (II Ped. 3:14).

Cristo no pecó de palabra u obra durante los días de Su carne en la tierra. Además, al no tener una naturaleza pecaminosa, El no pudo abrigar ningún pensamiento pecaminoso. Los pensamientos pecaminosos siempre preceden a una palabra u obra pecaminosa. Una persona es solicitada a pecar cuando está “siendo atraído” (exelkomenos, presente pasivo participio exelko, que significa seducir, sacar, atraer) y “siendo seducido” (deleadzomenos, presente pasivo participio deleadzo, que significa cebar, coger con cebo, atraer, tentar, embaucar, seducir) por su propia pasión (Sant. 1:14). Jesucristo en Su naturaleza absolutamente santa nunca pudo anhelar nada malvado en Su pensamientos santos. Por tanto, la vida impecable de Cristo en la carne prueba que no tuvo una naturaleza pecaminosa. De aquí, El no pecó porque en El no hubo pecado (I Ped. 2:22; I Jn. 3:5).

Ningún engaño (dolos, que significa astucia, embaucar, o culpa) (I Ped. 2:22) fue hallado en la boca de Cristo porque el pecado nunca fue concebido en Su naturaleza humana santa. Un anhelo interno para una solicitación externa a algún mal es necesario para el pecado venir a una existencia externa. I Pedro 2:23 dice que cuando Cristo fue maldecido, El no respondió con maldición. La palabra griega para “maldecían” es loidoroumenos, presente pasivo participio de loidoreo, que significa reprochar, injuriar o abusar. Cuando Jesucristo fue hecho el objeto de abuso y ridículo, El nunca se vengó (anteloidorei, imperfecto activo indicativo de antiloidoreo, que significa reprochar o responder con maldición). Este verbo compuesto se usa solamente en este versículo. El tiempo imperfecto utilizado por Pedro denota la reacción continua negativa de Jesucristo a todos los reproches y abusos amontonados sobre El por los hombres malvados durante los días de Su peregrinación terrenal.

Un mundo no santo aborrece a un Salvador santo. Cristo dijo a Sus discípulos:

Si el mundo os aborrece, sabed que a mí me ha aborrecido antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo, pero porque no sois del mundo, antes yo os elegí del mundo, por eso el mundo aborrece (Juan 15:18, 19).

Hay dos mundos y dos amores diferentes. Uno es del cielo, y el otro es del infierno. El mundo que habita en tinieblas ama las tinieblas más que la luz:

Y esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Porque todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz, y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprendidas [elegchthe, primero aoristo pasivo subjuntivo de elegcho, mostrar uno su falta, reprender, desnudar, manifestar] (Juan 3:19, 20).

La luz de Cristo tiene un doble efecto sobre todo lo que ilumina. Las aves nocturnas huyen de la luz del amanecer, mientras que las aves diurnas reciben la luz del día con cánticos. Así, mientras que el hijo de las tinieblas huye de Cristo, el receptor de la luz “viene a la luz, para que sea manifiesto que sus obras son hechas en Dios” (Juan 3:21).

El odio del mundo hacia Jesucristo resultó en Su sufrimiento por el mundo. El clímax de Sus padecimientos fue el Calvario. Cristo dijo, “Cuando hayáis levantado al Hijo del Hombre, entonces conoceréis que yo soy...” (Juan 8:28). “Entonces conoceréis” es una frase que denota el reconocimiento del verdadero carácter del Santo de Dios. Su carácter santo fue manifestado convincentemente en el tiempo de Sus padecimientos en la cruz. Pedro habló de la vida impecable al mostrar que El no pecó en I Pedro 2:22-23. No hubo engaño en Su boca. El no tomó venganza cuando abusaron de El, y cuando padeció no amenazó (epeilei, imperfecto activo indicativo de apeileo, amenazar—empleado sólo aquí y en Hechos 4:17); pero llevó a Sí Mismo al Único que juzga justamente.

Sufrimiento es la palabra clave en la epístola de Pedro. El sufrimiento de Cristo se menciona en cada capítulo de I Pedro. El sufrimiento precedió Su gloria (1:11). Cristo no se vengó cuando abusaron de El (2:23). El sufrimiento de Cristo fue substitutorio (3:18). El Justo padeció por los injustos. El sufrimiento de Cristo tiene un carácter práctico para los Cristianos (4:1). La muerte de Cristo por el pecado aplicada a los elegidos por el Espíritu Santo resulta en una muerte práctica de los Cristianos a pecado. Finalmente, los sufrimientos de Cristo tienen un carácter ministerial para todos los ministros de Dios (5:1). El sufrimiento ministerial es el resultado no de la proclamación general de algunos temas sino de todo el consejo de Dios.

En I Pedro 2:21, Pedro declara que el Cristo impecable ha dejado un ejemplo a Su pueblo: “...Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo [hupogrammos, un escrito que copiar. Procede del verbo hupographo, trazar letras mediante copia. Metafóricamente, se usa la palabra sólo en este versículo como un ejemplo a imitar]....” Si Cristo hubiera sido una persona pecable, como muchos creen, Su ejemplo no podría haber sido diferente de cualquiera con una naturaleza depravada. Sería igual moldear su vida yendo tras un simple hombre. Jesucristo es mucho más que un simple hombre. El es el Dios-Hombre, nuestro ejemplo perfecto. La meta de la vida Cristiana es la perfección absoluta—no la simple imperfección humana:

No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto; sino que prosigo, por ver si logro asir aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús. Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús (Fil. 3:12-14).

Pablo deseó un conocimiento experimental no sólo del poder de la resurrección de Cristo pero Sus sufrimientos (Fil. 3:10). Pablo entró en la carrera Cristiana por la justicia de Cristo, después de lo cual buscó correr la carrera con éxito por conociendo por experiencia el poder de la resurrección de Cristo, unido a la participación en Sus sufrimientos, y la vida que radiaría en semejanza a Su muerte. Pablo habló tres veces en Romanos 6 de conocer el valor experimental de la unión con Cristo. El poder de este conocimiento de experiencia siempre resulta en contarse uno a sí mismo realmente muerto al pecado y vivo para Dios. Por lo cual, él presenta sus miembros a Dios (Rom. 6:1-13).

Cada persona regenerada es dada una posición perfecta en Cristo. Aunque su condición es imperfecta, tiene como su meta el ejemplo del Cristo impecable. A lo largo de su vida Cristiana el logro queda corto de su meta, pero la inmadurez no disminuye su responsabilidad de mantener sus ojos puestos en la meta. Pablo discutió la culminación de la carrera Cristiana:

Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo; el cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya, por el poder con el cual puede también sujetar a sí mismo todas las cosas (Fil. 3:20, 21).

Pablo en el principio expresó su confianza que Cristo completaría lo que El comenzó (Fil. 1:6). Algunos nunca piensan en la consumación de su salvación hasta que la muerte tumba a alguien próximo a ellos. Otros permanecen en estado de incertidumbre. La Escritura, sin embargo, manda a nosotros que seamos diligentes en hacer firmes nuestra vocación y elección (II Ped. 1:10). La palabra griega para “procurad” es el aoristo imperativo de speudo, que es un mandato para apresurarse o acelerarse en hacer firmes nuestra vocación y elección. La palabra griega para “firme” es bebaios, que significa firme, permanente, seguro, o cierto. (Vea Rom. 4:16; II Cor. 1:7; Heb. 2:2; 3:6, 14; 6:19; II Ped. 1:10, 19.) Siendo confiado de lo que Dios ha comenzado, Pablo nos guió a su gloriosa consumación.

Ya que el presente no es el estado principal en el creyente, éste nunca debe ser visto separado del futuro. El presente lleva la misma relación al futuro como lo incompleto con lo completo. Tres cosas se enfatizan en Filipenses 3:20-21 — (1) Los creyentes poseen una verdad preciosa. Nuestra ciudadanía está en el cielo. La palabra para “ciudadanía” es politeuma. Viene de politeuo, lo cual significa ser un ciudadano. Aquí significa ser un ciudadano en el cielo. Por ello, nuestra ciudadanía en la tierra es en la forma de peregrinos y forasteros. Es por eso que nuestras vidas en la tierra se ven sometidas al sufrimiento por causa de Cristo, porque no nos podemos conformar al sistema de este mundo (Rom. 12:2; II Tim. 2:12; 3:12). (2) Los creyentes tienen una esperanza presente continua: “Ansiosamente esperamos a un Salvador, el Señor Jesucristo” (v. 20 BLA). Insatisfacción con el mundo causa en nosotros esperar ansiosamente la venida de nuestro Salvador, el ejemplo perfecto para los creyentes. En Su carácter como “Salvador,” le esperan los santos. La “bendita esperanza” de los santos es la venida de Cristo (Tito 2:13). Esta esperanza tiene cualidades purificantes (I Jn. 3:2, 3). (3) Los creyentes tienen una gloria anticipada. Será la consumación de nuestra salvación, la cual es la redención de nuestros cuerpos y ser semejantes a nuestro ejemplo perfecto, Jesucristo nuestro Salvador, Fiador, y Sacerdote.

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CRISTO QUIEN NO CONOCIÓ PECADO
FUE HECHO PECADO

Todo Cristiano es constantemente recordado que tan poquito él conoce de la Biblia. Por otra parte, se maravilla de que conozca algo, aunque sea poco. Los únicos Cristianos “listos” que este autor ha conocido jamás, en un período de casi cincuenta años al servicio del Señor, han sido aquellos quienes solo pensaron que fueron “listos.” Para poner el conocimiento de las cosas Divinas en su perspectiva correcta, consideremos lo que Pablo dijo a los santos de Éfeso: “Y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento...” (Ef. 3:19). La declaración de Pablo que los Cristianos conocen lo que es inconocible no es contradictoria. Los Cristianos conocen por gracia lo que ellos no pudieron conocer por naturaleza. Ellos conocen mediante la fe lo que no pudieron conocer mediante la razón. Incluso más, los creyentes conocen progresivamente lo que no pueden conocer perfectamente.

Habiendo considerado algunos textos claves en los cuales Jesucristo afirmó Su propia impecabilidad, vamos ahora a estudiar otros pasajes dados por los escritores inspirados.

Pablo declaró que la impecabilidad de Cristo y Su obra sacrificadora son inseparables. La primera da validez a la segunda: “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él” (II Cor. 5:21). La santidad de Cristo y Su siendo hecho pecado son inseparablemente conectadas. Para que el apóstol pudiera protegerse a sí mismo contra diciendo que Dios es el autor del pecado en cualquier forma, él afirmó que Cristo fue sin pecado. Si Cristo pudo haber pecado, El no habría sido absolutamente santo. Además, si El no hubiera sido absolutamente santo, El no pudo haber provisto la necesaria redención para los elegidos ser reconciliados a Dios.

La inseparabilidad de la impecabilidad y la redención está asociada con la inseparabilidad del mensajero y su mensaje:

Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación; que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de reconciliación. Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios. Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él (II Cor. 5:18-21).

El mensajero de Dios ama la verdad por la verdad misma. Siempre busca tener un entendimiento mejor de la verdad para poder ser un testigo más efectivo para su Señor y Maestro.

Embajador de Cristo es el nombre que se da al mensajero. La palabra griega para embajador es el verbo presbeuo. Esto significa ser un anciano o un embajador. Sólo se usa dos veces en el Nuevo Testamento, y se traduce embajador en ambos II Corintios 5:20 y Efesios 6:20). El oficio de embajador no es sólo uno de distinguido honor sino importancia. Este oficio toma precedencia sobre cualquier cosa en la vida de uno. El mensaje del embajador es una trompeta que no da un sonido incierto: “Y si la trompeta diere sonido incierto, ¿quién se preparará para la batalla?” (I Cor. 14:8). Su mensaje da un sonido cierto porque Dios no solo le “dio” el “ministerio de la reconciliación” pero El también le “encargó” la “palabra de reconciliación.”

Los verbos “dio” y “encargó” difieren. El verbo “dio” es el segundo aoristo activo participio de didomi, que significa dar o conceder. Los embajadores de quienes Pablo habló han sido reconciliados por Dios por medio de Cristo; además, Dios les dio a ellos el ministerio (diakonia, trabajo u oficio) de proclamar el mensaje de reconciliación. El verbo “encargó” es un segundo aoristo medio participio de tithemi, que significa asignar, señalar, o entregar como un encargo. Dios les había dado el oficio, y ahora ellos tuvieron que participar en la palabra de la reconciliación que les fue asignada. De aquí, ellos tuvieron que realizar los deberes de embajadores.

La gracia y la paz de Dios son descubiertas por el regenerado cuando escucha el mensaje de el que ocupa el oficio de la predicación. Satanás conoce bien esto, y por eso se opone a tal oficio. Tiene éxito al persuadir a los religiosos a sustituir las actividades que agradan al oído y hormiguea la carne por el oficio de la predicación. Sin embargo, los recipientes de la gracia conocen la importancia del oficio y no se someterán a ningún sustituto. Ellos se apoyan en lo que Cristo dijo a los setenta: “El que a vosotros oye, a mí me oye; y el que a vosotros desecha, a mí me desecha; y el que me desecha a mí, desecha al que me envió” (Luc. 10:16). En la oración de Cristo al Padre, El dijo, “Como tú me enviaste al mundo, así yo los he enviado al mundo” (Juan 17:18). Aunque no todos ocupan el oficio de embajador, todos los Cristianos deben ser testigos de parte de Cristo. De aquí, aquellos quienes han sido reconciliados con Dios no hablan teóricamente. Ellos hablan desde vidas de experiencia.

Hay una diferencia entre la reconciliación objetiva y subjetiva. Se debe distinguir entre lo que Jesucristo hizo por los elegidos en la cruz y lo que tiene lugar en su interior. Lo primero es la reconciliación objetiva, y lo segundo es la reconciliación subjetiva. Pablo habló de la reconciliación objetiva cuando dijo, “...Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados” (II Cor. 5:19). La reconciliación objetiva terminó cuando Jesucristo murió. Por eso, la reconciliación comenzó con el Dios ofendido más bien que con los ofensores. La reconciliación objetiva presupone el enajenamiento que ha sido satisfecho por la muerte de Jesucristo, habilitando así que Dios mire favorablemente a los elegidos. La reconciliación objetiva también fue el tema de la afirmación de Pablo en a los Cristianos en Roma: “Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida” (Rom. 5:10).

Tanto la reconciliación objetiva como la subjetiva son de Dios. La objetiva es mediante la obra de Jesucristo en la cruz, y la subjetiva es por el Espíritu Santo en la regeneración. Puesto que hay una diferencia entre las dos, ¿cómo puede la reconciliación ser compatible con la redención universal? Jesucristo no murió por todos los hombres sin distinción. Personas quienes niegan la redención distintiva creen que hay una reconciliación que por sí misma reconcilia a nadie pero es la base de la reconciliación de todos quienes creerán. La palabra de la reconciliación, sin embargo, enseña que todos los que fueron objetivamente reconciliados en la cruz serán subjetivamente reconciliados en el tiempo del amor de Dios por el Espíritu Santo (Ezeq. 16:8; Juan 3:8). El Hijo de Dios quien se hizo Hijo del Hombre cumplió Su obra legal, haciéndolo posible para el Padre mirar sobre los elegidos con favor. Además, el Espíritu Santo obra en los elegidos, regenerando, manteniendo y completando la salvación, la cual es de Dios. Por lo tanto, todos aquellos que han sido objetivamente reconciliados con Dios han sido o serán subjetivamente reconciliados por el Espíritu Santo. Sus pecados no les serán imputados y serán hechos justos (II Cor. 5:19, 21).

La exhortación por los embajadores a “ser reconciliados con Dios” no fue una invitación para el no regenerado cooperar en su reconciliación subjetiva. Dios es el Reconciliador tanto subjetivamente como objetivamente. Como la correlación entre la fe y la justificación, fue una exhortación a la fe dada por Dios a reconocer el acto de Dios soberano en su reconciliación.

Esto nos lleva al mismísimo corazón de la obra reconciliadora de Dios. El fundamento de reconciliación es Aquel no conociendo pecado hecho pecado. “No conoció pecado” de II Corintios 5:21 se lee en el texto griego me gnonta hamartian. La palabra “conoció” es el segundo aoristo activo participio de ginosko, que significa conocer. La palabra para “pecado” es hamartian, acusativo del sustantivo hamartia. Cristo no conoció personalmente el pecado porque no pudo conocerlo por experiencia. La indicación no es que El no sabe lo que es el pecado porque Dios sabe todas las cosas. Pablo fue inspirado amplificar la pregunta de Cristo, “¿Quién de vosotros me prueba que tengo de pecado?” (Juan 8:46 BLA). Pablo dijo Cristo no tuvo un conocimiento personal del pecado. La razón es que El no tuvo una naturaleza que pudo relacionarse con el pecado. Adán conoció a Eva íntimamente, pero Jesucristo no conoció el pecado íntimamente.

Dos puntos centrales destacan en II Corintios 5:21 — (1) la encarnación y (2) la crucifixión. Por causa del engendramiento innatural de Cristo, no poseyó la depravación natural del hombre causada por la caída. El nacimiento virginal explica Su vida y naturaleza humana impecable, la cual calificó al Hijo del Hombre ser el representante de los escogidos en El Calvario. Así, el Cristo sin pecado se identificó con la pecaminosidad de los elegidos como su Substituto. Esta identificación fue retroactiva porque afectó a todos los elegidos quienes vinieron antes de la encarnación y muerte substituta del Salvador. Además, ésta identificación fue prospectiva por cuanto afecta a todos los elegidos quienes vienen después de la encarnación y muerte de Cristo. (Vea Romanos 3:24-26.) Por lo tanto, el propósito de la encarnación y de la crucifixión fue que los elegidos pudieran ser hechos la justicia de Dios en Jesucristo.

Los verbos “hecho pecado” y “hechos justicia” son distintos. El verbo para “hecho pecado” es epoiesen, primero aoristo activo indicativo de poieo, que significa hacer, formar, crear, declarar o señalar. Jesucristo fue “señalado” por el Padre para ser el representante de los elegidos en la cruz. La misma forma conjugada del verbo se emplea en Hechos 2:36 — “Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho [epoiesen] Señor y Cristo.” El Hijo de Dios no solamente fue “señalado” para ser nuestro substituto, sino que fue “declarado” Señor y Cristo.

El Padre no hizo a Jesucristo pecaminoso, sino Lo hizo pecado. Sería una blasfemia decir que Cristo fue hecho un pecador porque no conoció pecado. Cristo no fue culpable por cuanto no fue transgresor. Sin embargo, el Hijo de Dios fue tratado como si fuera pecador porque le fue imputado el pecado.

Puesto que la obra reconciliadora de Cristo efectuada en el Calvario fue objetiva, los pecados imputados los cuales El llevó en Su cuerpo a la cruz también fueron objetivos. El pecado siempre conlleva culpa, pero la culpa objetiva no debe ser confundida con la depravación subjetiva. La naturaleza humana de Cristo no fue subjetivamente depravada, pero por imputación El pudo llevar la culpabilidad objetiva de los elegidos sobre la cruz. Así como Cristo tuvo la culpa imputada sin depravación, los Cristianos tienen la depravación sin la culpa.

Uno debe demandar una interpretación de “Cristo hecho pecado” a aquellos quienes aceptan la pecabilidad. II Corintios 5:21 es un versículo favorito de los seguidores del pentecostalismo moderno, quienes tienen mucho que decir sobre “la sanidad Divina.” Un hombre dijo que como Cristo fue hecho pecado por nosotros quien no conoció pecado (de Sí Mismo), del mismo modo, El fue hecho enfermedad por nosotros quien no conoció enfermedad (de Sí Mismo). Otro dijo que él mantendrá hasta la muerte que la carne de Cristo fue tan rebelde y caída como la nuestra. Dijo que la naturaleza humana, la cual está corrompida hasta la médula y tan negra como el infierno, es la naturaleza humana que el Hijo de Dios tomó para Sí Mismo. Otros—no pentecostales — nombran un catálogo de cosas malignas conectadas con la palabra “pecado.” Tales afirmaciones son repugnantes a los Cristianos. Ellos saben desde el texto y contexto que “Cristo hecho pecado” se refiere a Su obra de redención en la cruz y no a Su naturaleza humana que El asumió en la encarnación. Además, Su naturaleza humana no fue hecha enfermedad o corrupta por el mal en la cruz. El escritor de Hebreos usó la palabra “pecado” cuando habla de juicio:

Así también Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos; y aparecerá por segunda vez, sin relación con el pecado, para salvar a los que le esperan (Heb. 9:28).

La frase “sin relación con el pecado” (choris hamartias) quiere decir sin ninguna referencia a Su juicio personal sobre el pecado. Esto tomó lugar en Su primer advenimiento, cuando estuvo en el lugar de los elegidos de Dios y fue juzgado por sus pecados. Habrá un juicio sobre los pecadores no elegidos por sus pecados en la segunda venida de Cristo. Este advenimiento no estará relacionado a la ofrenda de pecado.

El verbo para “hechos justicia” es genometha, segundo aoristo subjuntivo de ginomai, que significa venir a existir, hacerse, ser cambiado o convertido. A Cristo se le “señaló” ser juzgado por nosotros en el Calvario para que nosotros pudiéramos “ser hechos” justos en ésta justicia provista en Su muerte. Así como el pago de nuestra deuda fue imputado a Cristo quien se hizo nuestro deudor, Su justicia fue imputada a nosotros por quienes la deuda fue pagada. Igual que Cristo no se mereció el castigo, nosotros no merecemos la gloria.

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16

IMPUTACIONES OPUESTAS SON INSEPARABLES

La inseparabilidad de tanto la impecabilidad de Cristo y Su obra vicaria en la cruz y Su santidad y Su siendo hecho pecado han sido estudiados. Un estudio más profundo de estas verdades más la añadida inseparabilidad de las imputaciones opuestas de pecados de los elegidos a Cristo y la justicia de Cristo a los elegidos serán vistos ahora.

El horizonte espiritual de la mayor parte de los Cristianos es muy pequeño. De aquí, lo limitado de su percepción se debe a su falta de crecimiento en gracia y conocimiento de Cristo (II Ped. 3:18). Pedro fue un ejemplo vívido de su propia afirmación inspirada. Mucho tiempo pasó hasta que Simón creció hasta ser Pedro. El Señor Jesucristo dijo a Pedro, “...Tú eres Simón, hijo de Jonás; tú serás llamado Cefas (que quiere decir, Pedro)” (Juan 1:42). La vida es el mejor comentario visible del efecto de las verdades del Evangelio. La gracia y el conocimiento espiritual crecen lado a lado — lo práctico y lo teórico. El progreso es el preventivo ordenado por Dios para no caer de la firmeza (II Ped. 3:17).

Cuando Pedro dijo, “...Creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo,” puso la gracia antes del conocimiento porque aquella es el medio de conocimiento. El modo de “estar firmes contra las asechanzas del diablo” (Ef. 6:11) y “resistir en el día malo” (Ef. 6:13) es crecer (audzanete, presente activo imperativo en este versículo de audzano, que significa crecer o aumentar) en la gracia y el conocimiento de Jesucristo. No hay firmeza ni resistencia aparte del progreso. El modo imperativo no es sólo un mandamiento. Es el modo más lejos de la realidad. El crecimiento es posible por la gracia; sin embargo, Pedro contrastó esto con la caída de uno de su propia firmeza. Una persona no puede estar tan avanzado en conocimiento para vivir la vida Cristiana sin necesidad de estar en guardia. Pedro supo éste por experiencia.

Hay un sentido en el cual nadie puede crecer en gracia. La gracia considerada como el favor gratuito de Dios hacia los elegidos en la regeneración no puede crecer. La persona regenerada nunca puede estar en más gracia mañana que hoy. Consecuentemente, no hay progreso ni retroceso en la posición de uno en gracia. Por otra parte, hay un sentido en lo cual el Cristiano crece en pero no más adentro de gracia. La santificación progresiva es crecimiento en gracia. El principio Divino interior es la gracia, que capacita a uno a crecer. Hay grados en el desarrollo de gracia en aquellos que han sido santificados posicionalmente por gracia. No hay un lugar en la vida Cristiana donde uno alcanza una altiplanicie espiritual que no admita un progreso más alto. Puesto que Cristo es el objeto del conocimiento del Cristiano, uno no debe tener problemas entendiendo que el Salvador infinito nunca puede ser comprendido, aunque por gracia sea aprehendido.

Hay quien mantiene la idea herética de que Cristo fue hecho culpable por ser hecho pecado. Dos cosas se asocian con la culpa: (1) La persona culpable ha merecido su culpa. (2) La persona culpable es culpable por causa de su condición depravada. Decir que Cristo está relacionado de un modo personal con una u otra es herejía.

El Cristo sin pecado fue hecho pecado. Es imposible que los pecados de los elegidos hayan sido transferidos a Cristo de tal modo que Le hayan hecho subjetivamente pecaminoso o culpable. Cristo no fue involucrado con la depravación. Primero, Cristo no pudo haber sido hecho “pecado” como tal o “un pecador.” El pecado es un acto personal que afecta a uno mismo y a otros. Cristo quien “no conoció pecado” (II Cor. 5:21), quien “no hizo pecado” (I Ped. 2:22), y “no hay pecado en él” (I Jn. 3:5) no pudo ser hecho un pecador. Segundo, la culpa es personal e incapaz de ser transferida a Cristo. Nadie es verdaderamente culpable quien no es personalmente un transgresor. Si en algún sentido Cristo fue culpable, El mereció morir y Su muerte no pudo tener mérito. El no fue culpable ni pudo ser hecho culpable. Además, El fue tratado como si lo fuera, porque El tuvo voluntad de tomar el lugar de los pecadores culpables.

Un punto de vista mantenido por otros es que la palabra griega hamartia no puede traducirse como “ofrenda por el pecado.” Según ellos, solo puede traducirse como “pecado.” Ellos no niegan que Jesucristo fue hecho una ofrenda por el pecado, o un sacrificio por el pecado; pero, a ellos, éste no es lo mismo como Cristo siendo hecho pecado en II Corintios 5:21. Ellos creen que la afirmación de Pablo se profundiza más en el problema del pecado humano; de aquí, el pecado humano sea la razón para que Cristo sea hecho un sacrificio por el pecado. Cristo siendo hecho pecado justifica Su siendo hecho una ofrenda por el pecado.

Otro punto de vista es que la palabra griega para “pecado” y la correspondiente palabra hebrea denota tanto “pecado” como “ofrenda por el pecado.” De aquí, “Del pecado [ofrenda por el pecado] de mi pueblo comen...” (Os. 4:8). Quienes mantienen este punto de vista concluyen que Cristo fue hecho una ofrenda por el pecado: (1) por imputación, porque nuestros pecados fueron hechos a encontrarse sobre Cristo — “Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros” (Isa. 53:6), y (2) por reputación, porque El fue contado entre los malhechores — “...Fue contado con los pecadores...” (Isa. 53:12).

Hay una triple razón por la que el juicio de Dios debe venir sobre los pecadores: (1) El juicio de Dios debe venir sobre los hombres pecaminosos por lo que son por naturaleza: “Así pues, tal como por una transgresión resultó la condenación de todos los hombres...” (Rom. 5:18 BLA). Los hombres son pecaminosos antes de cometer pecados. Por tanto, su pecaminosidad antecedente no es infortunio sino real culpa. Ellos pecaron en Adán (Rom. 5:12). (2) El juicio de Dios debe venir sobre los hombres pecaminosos por lo que han hecho. Los hombres son juzgados conforme a sus obras (Apoc. 20:12). Como el ladrón en la cruz, todo hombre reconocerá que recibe su justa retribución por sus obras (Luc. 23:40, 41). (3) El juicio de Dios debe venir sobre los hombres pecaminosos por lo que no han hecho:

Pero cualquiera que me oye estas palabras y no las hace, le compararé a un hombre insensato, que edificó su casa sobre la arena; y descendió lluvia, y vinieron ríos y soplaron vientos y dieron con ímpetu contra aquella casa; y cayó, y fue grande su ruina (Mat. 7:26, 27).

El pecado, por tanto, es más que el fracaso de hacer bien. Tanto la omisión y la comisión son por lo que los hombres son por naturaleza—pecaminosos.

Hay también un triple juicio sobre los hombres pecaminosos por lo que son, lo que han hecho y lo que no han hecho. Jesucristo, no habiendo pecado nunca (I Ped. 2:22), fue calificado para ocupar el lugar de los elegidos quienes han pecado. Además, El en quien no hubo pecado (I Jn. 3:5) fue capaz de tomar el lugar de los elegidos por lo que ellos no han hecho.

Ahora viene la prueba real del concepto Bíblico de uno sobre el sacrificio substitutorio de Cristo. Si Jesucristo fue pecable, lo cual significa que tuvo una naturaleza capaz de pecar, entonces no habría sido competente para ocupar el lugar de los elegidos quienes son pecadores por naturaleza. Por lo tanto, aquellos quienes creen en la pecabilidad no tienen un Salvador que pueda ocupar su lugar porque su salvador necesita uno para tomar su lugar. Qué horrible concepto de Jesucristo. Quienes creen que Jesucristo fue impecable tienen un Representante que estuvo por ellos en el Calvario. En Su naturaleza humana santa, El fue el Substituto para nosotros quienes tienen naturalezas depravadas. “... El apareció para quitar nuestros pecados...” (I Jn. 3:5). Su sacrificio fue perfecto porque El “...habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados...” (Heb. 10:12). Fue nuestro Substituto porque sufrió en nuestro lugar — “el justo por los injustos” (I Ped. 3:18). El fue identificado también con nosotros porque El “llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero” (I Ped. 2:24). Jesucristo, que no necesitó reconciliación, reconcilió objetivamente los elegidos a Dios en el Calvario.

Los hombres finitos no pueden hacer satisfacción al Dios infinito quien ha sido agraviado por sus pecados. El pecado contra el Dios infinito se merece castigo infinito. Cuando uno habla del Infinito haciéndose finito en la encarnación, debe considerar el efecto que semejante teoría tiene en la obra substitutoria de Cristo en la cruz. El infinito Hijo de Dios no se hizo finito en la encarnación. El asumió una naturaleza humana finita. Por tanto, la infinidad de Su Persona calificó a Jesucristo a compensar para eternidad de la retribución la cual el pecado del hombre finito contra el Dios infinito demanda. Si Cristo hubiera sido finito en la encarnación, El no pudiera haber hecho infinita retribución. De aquí, las doctrinas hechos por hombre sobre la pecabilidad no tiene a nadie quien pueda satisfacer el justo juicio Divino por los hombres pecaminosos. Por el contrario, la verdad Bíblica de la impecabilidad de Cristo, Lo representa como el Salvador infinito quien por una ofrenda para el pecado hizo infinita retribución la cual es suficiente para la eternidad del castigo. El alcance de cualquier crimen depende de la relación entre el ofensor y el ofendido. Ningún crimen puede ser mayor que el pecado contra Dios, contra quien todo pecado es cometido.

Como el representante del pueblo de Dios, Jesucristo ocupó en el Calvario el lugar de los elegidos. El fue imputativamente designado pecado. Los pecados de los elegidos fueron imputados a Cristo, y El tuvo que soportar el castigo en lugar de ellos. Los elegidos quienes carecieron de justicia como Cristo fue de pecado tuvieron la justicia provista por Cristo imputada a ellos. Cristo quien no conoció pecado fue designado pecado para que los elegidos quienes no conocieron justicia pudieron ser hechos justos en El. La justicia imputada se vuelve la base judicial del otorgamiento de la gracia. La obediencia de Cristo proveyó una justicia, así calificando los recipientes para comunión eterna con Dios.

La justicia que los elegidos reciben mediante la gracia no es la justicia inherente de Dios. La justicia inherente de Dios se refiere a Su carácter inalterable. La justicia imputada de Cristo a los elegidos es la justicia de gracia provista por Cristo en Su obra en el Calvario. La afirmación “hecho pecado” no puede significar que Cristo se hizo inherentemente pecaminoso. Del mismo modo, que ser hecho justo no significa la recepción de la justicia inherente de Dios.

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LOS PECADOS SON PERDONADOS Y
EL PECADO ES CONDENADO

Es necesario distinguir correctamente entre “pecado” y “pecados.” El pecado es la raíz de la cual los pecados son el fruto. El corazón pecaminoso es la fuerte de todo tipo de mal: “Porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias. Estas cosas son las que contaminan al hombre...” (Mat. 15:19, 20). El pecado es condenado pero nunca perdonado; mientras, los pecados de los elegidos son perdonados pero los elegidos nunca son condenados:

Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu. Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte. Porque lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne (Rom. 8:1-3).

Dios se olvida para siempre de los pecados de los que han sido reconciliados con El, pero el pecado, siendo una compañía constante del reconciliado, nunca puede olvidarse sino hasta que es eliminado en la muerte. Una de las siete cosas que Dios prometió hacer por Israel fue, “Y no me acordaré más de su pecado” (Jer. 31:34). Por otra parte, Pablo habló de la ley del pecado en sus miembros que constantemente se opone a la ley de su mente (Rom. 7:23). La ley del pecado la cual constantemente se opone a la ley de la mente en el Cristiano es conocida continuamente por Dios.

Uno no debe considerar la “vieja naturaleza” o la “nueva naturaleza” como el hombre mismo. Un Cristiano informado no debería considerar la “naturaleza Divina” de Cristo o Su “naturaleza humana” como el Dios-Hombre. Naturaleza y persona son términos diferentes: “Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es” (Juan 3:6). El ego incrédulo es identificado con la vieja naturaleza — “lo que es nacido de la carne, carne es.”

La persona unida a la “nueva naturaleza” mediante la regeneración es responsable de mortificar las obras de la “vieja naturaleza” (Col. 3:5) — “lo que es nacido de la carne.” El hombre quien nació de la carne (no regenerado) es el mismo hombre quien nació del Espíritu (regenerado).

El Espíritu de regeneración morando en el Cristiano no hace ningún cambio ni mejora en la carne. La persona regenerada es asociada con condiciones llevadas a cabo por la gracia. Además, el Espíritu nunca lo guía a considerarse a Sí Mismo en la carne: “Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él” (Rom. 8:9). El no está en la carne, pero la carne está en él. Por eso, el Espíritu sí mantiene al Cristiano en el juicio de sí mismo y la purificación personal:

Por tanto, pruébese cada uno a sí mismo, y coma así del pan, y beba de la copa.... Si, pues, nos examinásemos a nosotros mismos, no seríamos juzgados (I Cor. 11:28, 31).

Así que, amados, puesto que tenemos tales promesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios (II Cor. 7:1).

“Perfeccionando la santidad en el temor de Dios” comprende toda la vida Cristiana hasta el regreso de Cristo. ¿Cómo puede uno perfeccionar lo que es santo? La meta de esta perfección debe ser visto escatológicamente. La perfección absoluta en la vida Cristiana nunca tendrá lugar hasta la gran consumación de todas las cosas por el Rey de reyes. Es por ello que la “perfección” y el “temor de Dios” no pueden descuidarse en esta vida. Dios nos ha escogido para que “fuésemos santos y sin mancha delante de él en amor” (Ef. 1:4). Los Cristianos tienen que estar establecidos para que ellos puedan ser “...irreprensibles en santidad, delante de Dios nuestro Padre, en la venida de nuestro Señor Jesucristo con todos sus santos” (I Tes. 3:13). Ellos nunca pueden aminorar su vigilancia en vista del regreso de Cristo. Por esta razón la Biblia nunca habla de la perfección absoluta antecedente aparte del regreso de Cristo.

El curso fluctuante de la vida Cristiana no es fácil de explicar. Observamos una condición fluctuante en la vida de Pedro; mientras, hubo en Pablo, en gran parte, una firme condición de vida. El mismo Espíritu Santo poseyó a ambos hombres, pero uno fue más firme que el otro. La Escritura es callada en por qué uno fue más fluctuante que el otro. Sin embargo, debemos cuidarnos de esa lógica descuidada que haría a Dios responsable por el pecado. La verdadera fe nunca razona de tal modo que culpe a Dios de la condición fluctuante de la vida de uno sino que siempre prosigue a la meta: “No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto; sino que prosigo, por ver si logro asir aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús” (Fil. 3:12).

A lo largo de toda la Escritura, encontramos el idioma de la lucha. De ahí, una confesión de culpa por parte de hombres en la gracia quienes tienen las más sublimes experiencias con Dios es común:

JAH, si mirares a los pecados, ¿Quién, oh Señor, podrá mantenerse? (Sal. 130:3).

He aquí que yo soy vil; ¿qué te responderé? Mi mano pongo sobre mi boca.... De oídas te había oído; Mas ahora mis ojos te ven. Por tanto me aborrezco, Y me arrepiento en polvo y ceniza (Job 40:4; 42:5, 6).

Entonces dije: ¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos (Isa. 6:5).

Palabra fiel y digna de ser recibida por todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero (I Tim. 1:15).

La culpa se revela ante el trono de la gracia. Por tanto, los creyentes quienes entienden su justificación y ven sus vidas a la luz de la gracia son aquellos quienes tienen una conciencia más profunda de su propia pecaminosidad. Observad la diferencia en Pedro cuando, después de su obediencia a Cristo, siguiendo una noche de afanarse en la energía de la carne, él dijo, “...Apártate de mi, Señor, porque soy hombre pecador” (Luc. 5:8), y su jactanciosa declaración, “...Aunque todos se escandalicen de ti, yo nunca me escandalizaré” (Mat. 26:33). Pedro, como muchos en el día de hoy, quiso que el Señor se bañara en su gloria, en lugar de que Pedro se bañara en la gloria de Cristo. Demasiados quieren rodear al Señor Jesucristo con su propia fidelidad y amor. Sin embargo, cuando los creyentes son envueltos por el amor de Cristo y Su fidelidad por los Suyos, harán, al igual que Pedro como un santo obediente decir, “Señor...soy hombre pecador.”

Job alcanzó un nuevo entendimiento de Dios. El verdadero aborrecimiento propio no viene del auto-examen, sino apartar de la vista de uno mismo y mirar al Dios de toda gracia. Job estuvo satisfecho consigo mismo hasta que él, mediante el misterio del sufrimiento y sus quejas contra Dios, fue silenciado por el Dios soberano. Dios preguntó a Job, “¿Es sabiduría contender con el Omnipotente? El que disputa con Dios, responda a esto” (Job 40:2). Job, silenciado por Dios, dijo, “He aquí que soy vil; ¿qué te responderé?...” (Job 40:4). El patriarca reconoció la grandeza de Dios y quedó satisfecho que Dios fue justificado cuando El habló y venció cuando fue juzgado (Rom. 3:4).

La raíz de todo pecado, tanto en el salvo como en el que no lo es, es la vieja naturaleza pecaminosa — “lo que es nacido de la carne, carne es.” La vieja naturaleza que cada persona trae al mundo en su nacimiento nunca será otra cosa que carne. Aunque la vieja naturaleza es capaz de realizar buenas obras, es incapaz de ser buena. No hay diferencia entre la naturaleza vieja de un regenerado y una persona no regenerada. La impartición de la nueva naturaleza hace la distinción. El hombre regenerado tiene el freno de la gracia; mientras, el hombre que no es regenerado es sin la gracia. La vieja naturaleza del no regenerado puede ser frenada por la cultura, pero siempre continúa siendo vieja naturaleza.

Puesto que la “libertad” es un tema favorito de hoy, ésta debería ser considerada desde cuatro perspectivas. Primera, Adán fue libre de hacer bien o mal. En su naturaleza pecable, escogió hacer el mal. Segunda, los descendientes de Adán son libres para hacer solamente el mal. Toda la habladuría religiosa sobre el libre albedrío del hombre es un nombre erróneo. Libre albedrío sólo puede aplicarse a Dios; por tanto, aplicar libre albedrío al hombre es una designación mal aplicada. Libre albedrío es un término Divino que significa poder Divino. No hay ley que restringe a Dios porque El es Su propia ley. Además, no hay poder que pueda vencerlo porque El es omnipotente. Si Dios actuara por cualquier otra voluntad que la Suya, dejaría de ser la voluntad de Dios. Si la voluntad de Dios estuviera determinada por la del hombre, la voluntad de Dios no sería libre. Quienes atribuyen la salvación al libre albedrío del hombre no saben nada de la gracia. El primer principio que aprende el receptor de la gracia es que él no tiene voluntad ni poder, pero Dios da ambos. Así, los descendientes de Adán son libres de hacer conforme a su naturaleza caída la cual es solamente mala. Tercera, los Cristianos son libres para hacer el bien, pero también tienen libertad para hacer algún mal. Si esto último no fuera verdad, la Escritura no estaría exhortándoles constantemente a los Cristianos. Ellos no tendrían experiencias propias y ejemplos Bíblicos de creyentes pecando. Cuarta, la consumación de redención cuando la vieja naturaleza es desechada en muerte volverá libres a los santos para hacer solamente bien en el cielo.

Los pecados de los elegidos son perdonados, pero el pecado es condenado. El hombre es una criatura material e inmaterial — cuerpo y alma. Su caída resultó en muerte espiritual y física. Es por ello, que la redención del hombre incluye su cuerpo y su alma. Los pecados del hombre prueban ser el fruto de su naturaleza pecaminosa. Por otra parte, Cristo siendo hecho una ofrenda por los pecados y por el pecado prueba la impecabilidad de Su naturaleza humana. Cristo no pecó porque no hubo en El naturaleza pecaminosa. Como Dios-Hombre, Jesucristo fue el sacrificio y el sacerdote quien ofreció el sacrificio. El murió físicamente y espiritualmente por los elegidos.

Cristo expió pasivamente los pecados de los elegidos activamente cometidos por ellos al ser hecho una ofrenda por los pecados. Los verbos “azotado,” “herido,” “abatido,” y “molido” en Isaías 53 significan que Cristo fue pasivo. Por el contrario, los hombres son pasivos pero Cristo fue activo en la muerte. El verbo que Pablo usó cuando él dijo que él fue “ya...para ser sacrificado” (II Tim. 4:6), fue un presente pasivo indicativo del verbo griego spendo, que significa estar en el acto de ser sacrificado por causa de Cristo. Jesucristo usó un verbo activo para hablar de Su muerte (Juan 10:17, 18; Heb. 7:26). ¿Cómo podemos reconciliar el uso de la pasividad y la actividad en Cristo siendo hecho una ofrenda por los pecados y por el pecado?

Los dos aspectos del sacrificio de Cristo se ven en Su pasividad cuando el Padre le “hizo pecado” (II Cor. 5:21), y en Su actividad cuando El mismo puso Su propia vida (Juan 10:18). No hay contradicción entre la pasividad y actividad de Cristo. La deuda de pecados fue pagada con Sus tres horas de sufrimiento en total obscuridad. Al final de la obscuridad Cristo exclamó: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mar. 15:34). En seguida de éste, Cristo recibió el vinagre y dijo, “Consumado es (tetelestai, perfecto pasivo indicativo de teleo, que significa, ‘ha sido terminado’)” (Juan 19:30). Algunos estudiantes de griego dicen que quiere decir, “pagado totalmente.” Le quedó a Cristo un acto redentor más que cumplir. Este acto reflejaría Su actividad. “E inclinando la cabeza, entregó el espíritu” (Juan 19:30 BLA). El verbo “entregó” es paredoken, primero aoristo activo indicativo de paradidomi, que significa dar, entregar, encomendar, despedir, o ceder. La naturaleza pecaminosa que reside en cada Cristiano resulta en muerta física, pero la muerte ha sido conquistada para el pueblo de Cristo por Su propia muerte. Así, la naturaleza de pecado que ha sido condenada pero no perdonada ha sido activamente conquistada en la “muerte de la muerte en la muerte de Cristo,” como afirmó John Owen.

Pablo manifestó un atrevimiento santo al decir, “Por consiguiente, no hay ahora condenación para los que están en Cristo Jesús...” (Rom. 8:1 BLA). La condenación legal está atrás de los Cristianos, pero está delante de quienes mueren en sus pecados. La obra substitutoria de Cristo en el Calvario por los elegidos ha colocado a éstos en una posición fuera del alcance de la condenación legal. Por eso, de acuerdo a Romanos 8:2, “...la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús te ha libertado [primero aoristo activo indicativo de eleutheroo, que significa liberado de una vez por todas] de la ley del pecado y de la muerte” (BLA). Este versículo tiene que ser entendido en el sentido de un poder que está operando en los creyentes, libertándolos así del poder del pecado que mora en ellos más bien que de la culpa del pecado. La libertad de condenación del versículo 1 acepta más que la libertad de la culpa. Además, ya que el pecado en los Cristianos no ha sido destruido sino condenado, esta condenación del pecado en la carne incluye más que el juicio legal en la carne (Rom. 8:3). Todos los que están comprometidos en el conflicto entre el espíritu y la carne conocen que el poder reinante en ellos es el Espíritu de vida en Cristo Jesús.

Es maravilloso saber que los pecados del pasado son perdonados y que nunca más serán traídos a la memoria. Además, saber que los pecados que cometemos durante la vida Cristiana, debidos al poder de la naturaleza de pecado que reside en nosotros, no nos son imputados es asombroso (Rom. 4:8). El conocimiento de que el poder del pecado que mora en nosotros, así como la pena de pecado, han sido juzgados de una vez por todas es imponente.

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CRISTO FUE SACERDOTE Y SACRIFICIO A LA VEZ

La expresión “obediencia activa y pasiva de Cristo” ha sido el origen de mucha controversia. Hay puntos de vista extremos de la obediencia activa y pasiva de Cristo. Con las explicaciones apropiadas, no hay nada erróneo con la frase. Algunos han dicho que si hay algo en la intervención de Cristo para la salvación del hombre que puede llamarse “pasivo,” debe ser Su muerte. Esto es lo opuesto a la claridad de la Escritura que Cristo no murió hasta que El mismo se dio en la muerte:

Derramó su alma hasta la muerte (Isa. 53:12 BLA).

Y doy mi vida por las ovejas...doy mi vida, para tomarla de nuevo....Yo la doy de mi propia voluntad (Juan 10:15, 17, 18 BLA).

E inclinando la cabeza, entregó el espíritu" (Juan 19:30 BLA). Cristo amó a la iglesia y se dio a sí mismo por ella (Ef. 5:25 BLA).

Después de llevar a cabo la purificación de los pecados, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas (Heb. 1:3 BLA).

Se ha manifestado para destruir el pecado por el sacrificio de sí mismo (Heb. 9:26 BLA).

El cuerpo que Jesucristo asumió en la encarnación fue completamente bajo Su control no solamente en Su muerte pero después de Su muerte. Es por esta razón que Cristo dijo, “Nadie me la quita, sino que yo la doy de mi propia voluntad. Tengo autoridad para darla, y tengo autoridad para tomarla de nuevo” (Juan 10:18 BLA). Jesucristo fue Sacerdote y Sacrificio a la vez.

Cristo fue visto en una variedad de tipos en el Antiguo Testamento. Por ejemplo, el cordero sacrificial, tal como era ofrecido por el sacerdote, fue un tipo de él que quita el pecado. Pero, como ha sido dicho, los tipos son los mejores interpretes de las verdades del Nuevo Testamento si se tiene en mente que el antitipo es siempre de un orden más alto y una naturaleza superior a lo prefigurado por él, como la materia tiene que sobresalir de la sombra. Así, el Cristiano no tiene problemas en reconocer la naturaleza superior del Sacerdote Dios-Hombre, quien se ofreció a Sí Mismo, por encima de los sacerdotes aarónicos, quienes ofrecieron corderos sin mancha. La antítesis es entre los sacerdotes “estando” ofreciendo diariamente sus sacrificios imperfectos y Cristo “sentado” después de haber ofrecido el único sacrificio perfecto (Heb. 10:1-18).

Las oraciones de Cristo durante los días de Su carne deben ser vistas en conexión con Su oficio sacerdotal (Heb. 5:1-10). Muchos dan por sentado que Hebreos 5:7 enseña que Cristo oró para librarse de la muerte.

Y Cristo, en los días de su carne, ofreciendo ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte, fue oído a causa de su temor reverente (Heb. 5:7).

Hebreos 5:7-9 nunca debe ser leído o estudiado aparte de otros versículos incluso los versículos 1 al 10. Los versículos 7 al 9 están unidos entre dos afirmaciones que se refieren al sacerdocio de Cristo según la orden de Melquisedec. Por tanto, Sus oraciones deben ser reconocidas como la descarga de Su función sacerdotal. El pasaje no afirma que Cristo oró para ser salvado de la muerte pero El ofreció oraciones “al que le podía librar de la muerte.” El oró por aquello que Dios pudo otorgar—salvación de la muerte. Lo que Cristo oró actualmente no está declarado en Hebreos; pero el escritor, al dar la sustancia de la oración, dice que la oración fue “oída por su temor reverente.” La palabra griega para “temor” es eulabeia, que significa reverencia a Dios. El Dios-Hombre no oró salvarse de “morir,” pero El oró a Dios quien fue capaz de levantarlo del estado de muerte.

Mateo registra dos oraciones de Cristo en el huerto de Getsemaní: (1) “...Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú” (Mat. 26:39). (2) “...Padre mío, si no puede pasar de mí esta copa sin que yo la beba, hágase tu voluntad” (Mat. 26:42). La primera oración fue hablado de Su consciencia humana sin pecado. El lenguaje fue aquello de Su temor sin pecado de separación del Padre; pero, al mismo tiempo, fue la sumisión de Su voluntad humana a la voluntad Divina. Cristo aprendió la obediencia por las cosas que sufrió (Heb. 5:8). Decir que aprendió a ser obediente es admitir que fue pecador. La obediencia se aprende en la escuela de la experiencia. Así, Cristo aprendió experimentalmente el significado de obediencia. “Habiendo sido perfeccionado” de Hebreos 5:9 no se refiere a la perfección moral porque El siempre fue perfecto. Sin embargo, esta perfección fue el final señalado a Su experiencia humana en la obra para la cual había sido ordenado. La segunda oración de Cristo muestra que más allá de la sumisión de la voluntad humana a la voluntad Divina queda el acallando de la voluntad humana.

De Lucas 22:42 aprendemos que la oración de Cristo fue de sumisión a la voluntad del Padre. Poco después de haber orado el Señor Jesús, dijo, “...la copa que el Padre me ha dado, ¿no la he de beber?” (Juan 18:11). Isaías profetizo de El, “...Yo no fui rebelde, ni me volví atrás” (Isa. 50:5). La voluntad humana de Cristo se reveló en el huerto de Getsemaní, así como Su alma humana fue revelada en muchas ocasiones durante los días de Su carne. El Sumo Sacerdote quien fue también el Sacrificio se sometió a la voluntad de Dios, que le era conocida desde antes de la fundación del mundo. El ya había empezado a gustar la copa amarga en el huerto y había aceptado este otorgamiento de la mano del Padre. Los pecados que El llevaría eran los de los elegidos por comisión, pero serían Suyos por imputación.

Los intensos sufrimientos de Jesucristo comenzaron tan pronto como entró en el huerto de Getsemaní, y no cesaron hasta que El entregó Su espíritu y dejó Su cuerpo para la tumba. Cristo invitó a Sus discípulos a velar con El, pero no les pidió a orar con El. Cristo nunca buscó las oraciones de los hombres para El mismo. ¿Por qué? Porque el acercamiento de ellos a Dios es diferente. El pecador debe venir como penitente, pero Cristo fue impecable. Entre Cristo y los hombres hay una diferencia esencial en naturaleza. Cristo pudo ir directamente al Padre, pero los hombres pueden acercarse al Padre solamente mediante Cristo y por el Espíritu de regeneración.

La evidencia de la Deidad de Jesucristo fue grandemente manifestada cuando se encaminó solo hacia la agonía de Getsemaní, sin comunión con los hombres en oración. El preguntó en una ocasión a ciertos discípulos si ellos serían capaces de ser bautizados con el bautismo con que El fue bautizado (Mat. 20:22, 23; Mar. 10:38, 39; Luc. 12:50). La insensatez de la respuesta afirmativa de los discípulos, “podemos,” sólo puede entenderse a la luz de los padecimientos de Cristo en Getsemaní. El tuvo un bautismo a ser bautizado con y su alma fue “angustiada [sunechomai, ser presionado duramente por todos lados] hasta que se cumpla” (Luc. 12:50). La oración de Cristo en el huerto fue al Padre para el beneficio de los elegidos.

Algunos dicen que las oraciones de Cristo en el huerto de Getsemaní revelan la tensión entre Sus naturalezas humana y Divina. ¿Hubo alguna relación tirante entre ellas? Hay que admitir que Cristo, hablando desde Su consciencia humana, deseó la vida, pero no debe pasarse por alto la verdad que Su voluntad humana fue controlada por Su voluntad Divina. Esto muestra que aunque Su voluntad humana fue diferente de Su voluntad Divina, no fue contraria a ella. No hubo tensión entre ellas. Jesucristo fue semejante al hombre y al mismo tiempo muy diferente. La sumisión de la voluntad humana se lo calló. Conclusivamente, no hubo conflicto entre las voluntades humana y Divina de la Persona única, el Dios-Hombre.

Ya que Cristo fue tanto el Sacrificio y el Sacrificador en el oficio de Sacerdote, como el Sacrificador, no quiso ninguna interrupción en Su oficio en la muerte. Así, “habiendo sido perfeccionado [teleiothesis, primero aoristo pasivo participio de teleioo, alcanzar el fin de; avanzar a la plenitud final; llegar al fin de la carrera de uno]” (Heb. 5:9) como Sacerdote, alcanzó el cumplimiento de Su entrenamiento y activamente se hizo el Autor de eterna salvación. Jesucristo haciendo la voluntad de Su Padre sometiéndose hasta la muerte no fue una perseverancia pasiva. En el rollo del libro fue escrito de Cristo, “...He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad” (Heb. 10:7). Cristo no se ofreció solamente a Sí Mismo como un sacrificio a Dios por los elegidos; sino que, en la ofrenda, ofreció a los elegidos juntamente con El. Por esto se puede decir que los elegidos murieron con Cristo cuando El murió. Los aoristos tiempos usados en Romanos 6:1-11 señalan un acto único y completamente pasado de la obra substitutoria de Cristo y la identificación de los elegidos con El en esa obra.

Algunos enseñan que Cristo no pudo ser un Sacerdote en la tierra. Ellos dicen que fue saludado como el Hijo de Dios en Su encarnación (Sal. 2), y fue saludado como Sacerdote eterno en Su ascensión (Sal. 110). Su texto de prueba es Hebreos 8:4 — “Así que, si estuviese sobre la tierra, ni siquiera sería sacerdote, habiendo aún sacerdotes que presentan las ofrendas según la ley.” Uno debe notar, sin embargo, que la Escritura no dice que cuando Cristo estuvo en la tierra El no fue un Sacerdote (Heb. 2:17; 5:7-10), sino que de haber permanecido en la tierra no hubiera podido descargar Sus funciones sacerdotales. Cristo no fue un sacerdote según la orden de Aarón. El primer tabernáculo no era falso, sino incompleto. Era una sombra de la realidad.

La perfección del sacrificio de Cristo es derivado desde la Persona de Cristo, el Divino Hijo de Dios. Fue “obediente hasta la muerte” (Fil. 2:8). La palabra para “hasta” es mechri (mechris antes de un vocal), un adverbio que traducido es hasta, aún a, o hasta que. Tiene la fuerza de una preposición en el caso genitivo de thanatou (muerte). ¿Quiere esto decir que Cristo fue obediente hasta el punto de la muerte pero no en la muerte misma? Tal creencia sería sinónima a la exhortación que Cristo dirige a la iglesia en Esmirna, “sé fiel hasta la muerte” — achri thanatou (Apoc. 2:10). Jesucristo, distintamente a los hombres, fue activamente obediente hasta el punto de la muerte, y como Conquistador de la muerte, “dando una gran voz, expiró” (edzepneusen, primero aoristo activo indicativo de ekpneo, expirar o morir) (Mar. 15:37). Si la obediencia activa de Cristo se hubiera detenido antes de ir a la muerte, hubiera fallado en traer Su justicia por medio de la muerte para el beneficio de los elegidos. Cristo quien se ofreció a Sí Mismo no sólo satisfizo el justo juicio Divino al cargar los pecados de los elegidos, sino que también trajo Su justicia mediante la muerte para el beneficio de aquellos por quienes El murió.

(Contenido)


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JESUCRISTO ES SUMO
SACERDOTE PARA SIEMPRE

El sacerdocio hebreo fue instituido porque la gente no fueron calificados para acercarse personalmente a Dios. Aunque los sacerdotes fueron ordenados para morar en la habitación de Dios, su conciencia personal de pecado les daba temor. La erección de un lugar especial de adoración llevaba con él la necesidad de establecer un orden de servicio. Cualquier desvío de ese orden resultó en el juicio de Dios sobre ellos. De ahí, el fracaso de Nadab y Abiú representan el fracaso público del sacerdocio tal como ha sido encomendado a la responsabilidad del hombre. A pesar de tal fracaso público, Dios mantendría un sacerdocio por dos hijos menores, Eleazar e Itamar (Lev. 10). El fracaso externo nunca destruye el mantenimiento interno de todo lo que es verdaderamente de Dios. Por tanto, la palabra clave de Pablo a Timoteo, “pero” de II Timoteo 2:19, vino después de su descripción de un fracaso público:

Pero el fundamento de Dios está firme, teniendo este sello: Conoce el Señor a los que son suyos; y: Apártese de iniquidad todo aquel que invoca el nombre de Cristo (II Tim. 2:19).

Igual que los hijos restantes de Aarón muestran como el sacerdocio tuvo que ser mantenido en un remanente, Timoteo y todos los siervos fieles restantes de Dios en cada época deben contender ardientemente por la fe en medio del fracaso público.

El nombre “sacerdote” denota la idea de un amigo familiar de Dios. La función distintiva de su oficio fue recibir y presentar a Dios aquello que Le perteneció. Antes de Aarón no hubo una orden separada de sacerdocio. Cada padre fue el sacerdote de su familia. Por ejemplo, se cree que Job es el libro más antiguo de la Biblia. Este patriarca actuó como sumo sacerdote de su familia, lo cual no estuvo permitido después del éxodo.

Aarón fue el primer sumo sacerdote de la nación de Israel. Como primero, no tuvo en sí mismo las calificaciones propias para prefigurar al Señor Jesucristo, el gran Sumo Sacerdote. Por lo tanto, el requisito de belleza y gloria fueron puestos él simbólicamente (Ex. 28). Ataviado con aquellas hermosas y costosas vestiduras Divinamente señaladas, él fue simbólicamente lo que Jesucristo es en realidad. Así, Aarón pudo ministrar en el tabernáculo como un tipo de Aquel quien es el verdadero Sumo Sacerdote según el orden de Melquisedec, no después del orden de Aarón.

Jesucristo es más grande que Aarón. Su sacerdocio fue conforme a un orden más alto que el Aarónico. Este fue según el orden de Melquisedec (Heb. 5:6). Este orden de Melquisedec es para siempre (Heb. 7:16, 17). Jesucristo es el Hijo de Dios sin pecado. Aarón fue pecaminoso. El tuvo que ofrecer un sacrificio por sí mismo antes que él pudo ofrecer uno por el pueblo (Lev. 16:6, 11). Si Jesucristo fue pecable, como defienden muchos religiosos, no hubiera sido mayor que Aarón. Así, las “cosas mejores” de Hebreos no tendrían significado, ni el autor pudiera haber sido inspirado. Jesucristo es el precursor de Sus ovejas (Heb. 6:20). Fue hecho Sumo Sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec. Por el contrario, Aarón no fue sacerdote según el orden de Melquisedec. Por tanto, no pudo ser precursor de Israel. Sólo fue un tipo de Cristo. Jesucristo fue el Fiador de un nuevo pacto (Heb. 7:22), pero Aarón no fue el fiador del viejo pacto. Jesucristo sirvió las realidades (Heb. 8:1-5); mientras, Aarón sirvió a las sombras. Finalmente, Jesucristo ofreció un sacrificio mejor que aquellos ofrecidos por Aarón. Se ofreció a Sí Mismo (Heb. 10:1-14).

Cada sumo sacerdote bajo la antigua economía fue, (1) llamado por Dios, (2) tomado entre los hombres, (3) señalado en las cosas pertenecientes a Dios, (4) actuar en lugar de los hombres, (5) ofrecer ofrendas y sacrificios, (6) tener compasión hacia los ignorantes y aquellos quienes salieron del camino, (7) ofrecer un sacrificio por los pecados personales, y (8) no tomar para sí mismo la gloria de su oficio. El gran Sumo Sacerdote cumplió cada elemento requerido en el nuevo pacto. No como Aarón bajo el antiguo pacto, no hubo debilidad personal en Jesucristo que requirió de El un sacrificio personal. Por todo ello, Cristo fue el Fiador de los elegidos en el nuevo pacto así como en el antiguo pacto.

El pacto de Dios hecho con Israel no hizo nada perfecto, mas “la introducción de una mejor esperanza lo hizo” (Heb. 7:19). Esto no es difícil de entender, puesto que los tipos nunca tuvieron la intención de cumplir lo que sólo el antitipo—Jesucristo—pudo realizar. El aspecto legal de esta fianza es mucho más poderoso cuando el Fiador se convierte en el Substituto para el deudor original teniendo la deuda cargada sobre el Fiador y dejando libre al deudor. Por ejemplo, Onésimo fue legalmente liberado antes de haberse pagado la deuda al acreedor. Esto fue posible porque Pablo asumió la deuda. Solamente de este modo pudieron los santos del Antiguo Testamento ser perdonados antes de la muerte del Testador (Heb. 9:15-17).

Para entender la grandeza de Jesucristo sobre Aarón, deben considerarse los siguientes hechos: Jesucristo no fue un cómplice con Su pueblo para el pago de su deuda. El pago de la deuda no estaba condicionado sobre la idea de que Su pueblo pague, sino que El pagaría en caso de que éstos fallaran. El Fiador debe ser capaz de cumplir todas las obligaciones del pacto. El pacto debe ser guardado y la deuda pagada. Puesto que el Acreedor demanda el pago, el Fiador está obligado por el pacto y el deudor queda libre. Por eso, Cristo da la seguridad de que todos por quienes El es Fiador son absueltos. La grandeza de la Persona de Cristo, la suficiencia de Su sacrificio, la autoridad detrás de Su resurrección, la superioridad de Su sacerdocio, y Su ascensión al Padre son la garantía absoluta de la validez del mejor pacto.

Jesucristo no fue auto-elegido pero Dios-señalado como Sumo Sacerdote. No tomó el honor por Sí Mismo. Nadie tiene el derecho a tal oficio sin el nombramiento de Dios. Coré buscó el sacerdocio, pero no fue ordenado por Dios (Núm. 16:10). El beneficio para uno mismo no es justificación para lo ilegal. Procurar autoridad ilegal es echar a un lado la autoridad Divina. Cada hombre en su lugar asignado fue importante para Israel. Esto es también importante para la iglesia.

Dios es ordenado en todas Sus obras. Por ello, Dios llamó a Aarón para ser el primer sumo sacerdote de Israel (Ex. 28:1). Dios también dijo respecto a Su Hijo encarnado, “Tú eres sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec” (Heb. 5:6). El griego alla kaloumenos, presente pasivo participio de kaleo (llamar) significa, “pero siendo llamado.” Está en oposición directa a cualquiera que toma este honor para sí mismo (Heb. 5:4). Al igual que todos los sacerdotes legales descendían de Aarón, el sacerdocio común de creyentes desciende de Jesucristo. La gloria del Sumo Sacerdote fue conferida en Cristo por Dios el Padre. Fue una gloria que no tuvo antes de Su encarnación. Así pues, vemos que el propósito del Verbo haciéndose carne fue para que el Sumo Sacerdote de los elegidos pudiera tomarse de entre los hombres. Jesucristo poseyó una naturaleza humana — participó de carne y sangre (Heb. 2:14) — la cual Le capacitó para “ser misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo que a Dios se refiere, para expiar los pecados del pueblo” (Heb. 2:17).

Jesucristo oró, temió, aprendió obediencia y fue hecho perfecto “en los días de su carne.” Los Cristianos deberían indignarse ante cualquiera quien disminuya la gloria de la Divinidad de Cristo, pero también deberíamos manifestar la misma desaprobación hacia cualquiera quien quitara algo de Su naturaleza humana impecable. El término “en los días de su carne” (Heb. 5:7) se utiliza para distinguir Su vida en la tierra de Su anterior estado en gloria. La naturaleza humana de Cristo es representada por el término “carne” (Juan 1:14; Rom. 1:3, 4; 8:3; I Tim. 3:16). La palabra “días” demuestra la brevedad de Su relación con el tiempo, pero en ninguna manera significa que en la conclusión de Sus “días” terminaría Su unión con la carne que El asumió. El Hijo de Dios comenzó Su relación con el tiempo cuando se “hizo carne,” pero la carne que asumió le capacitó para ser no sólo el sacrificio por los pecados de los elegidos pero el Sacerdote quien se sacrificó a Sí Mismo. Su sacerdocio no cesó en el Calvario porque es Sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec.

Jesucristo oró como Sumo Sacerdote. Ya que el Sumo Sacerdote fue tomado de entre los hombres, Cristo oró como el Dios-Hombre; porque considerado absolutamente como Dios, El no pudo orar. El se presenta a Sí Mismo ante el Padre en Su oficio de Sumo Sacerdote. En Hebreos 5:7, la palabra “ruegos” viene de la palabra griega deeseis, plural de deesis, un derivado del verbo deomai, que significa necesitar. El sustantivo se usa 19 veces y es traducido por oración, suplica y ruego. El verbo se usa 22 veces y se traduce por orar, pedir y rogar. La palabra “súplicas” es hiketerias, plural de hiketeria, que significa suplica y se utiliza solamente en este versículo. El texto dice que Cristo ofreció ruegos “al que le podía librar de (ek) la muerte.” Algunos dicen que la preposición ek puede traducirse como “fuera de” o “de.” Esto es cierto, pero el contexto nos ayuda a saber cuál es la traducción correcta. La cuestión no es la capacidad del Padre pero una cuestión de Su propósito. Si Dios el Padre fuera a librar a Cristo de la muerte sobre la cruz, El sería capaz de salvar a los elegidos sin la cruz. Sin embargo, ya que el Padre había dado a los elegidos la gracia en Cristo Jesús antes del comienzo del mundo (II Tim. 1:9), esa gracia fue dada sobre la base de la muerte de Cristo. Por tanto, Cristo oró a Aquel quien podía levantarle fuera del estado de muerte (Heb. 5:7). Cristo no rogó que el Padre le librara de morir.

Cristo fue oído a causa de Su eulabeias, genitivo singular de eulabeia, que significa reverencia o piedad. Por esto, las oraciones de Cristo nunca fueron en vano. La palabra traducida como “oído” es un verbo compuesto, eisakoustheis, primero aoristo pasivo participio de eisakouo, que significa aceptar la petición de uno. Cuando Cristo resucitó a Lázaro El dijo, “Padre, gracias te doy por haberme oído. Yo sabía que siempre me oyes” (Juan 11:41, 42). Cristo no sólo fue oído sino Su petición concedida. El no fue salvado de morir, pero El fue salvado fuera del estado de muerte.

Como Sumo Sacerdote Cristo aprendió obediencia de las cosas las cuales El sufrió (Heb. 5:8). La palabra griega para “aprendió” es emathe, segundo aoristo activo indicativo de manthano, que significa aprender o ser enseñado, aprender por experiencia. Así, hay dos maneras que uno puede aprender algo: (1) aprender lo que no conoció antes, o (2) aprender por experiencia lo que él supo antes. Cristo aprendió por experiencia lo que fueron el sacerdocio, el fiador, la muerte, etc.

Como Sumo Sacerdote Cristo fue hecho perfecto (Heb. 5:9). “Habiendo sido perfeccionado,” es una sola palabra en el griego. Esto es teleiotheis, primero aoristo pasivo participio de teleioo, cuyo significado es avanzar hacia la perfección final en preparación para el oficio de Salvador. Por lo tanto, habiendo sido traído al lugar de la perfección, Cristo se hizo Autor de salvación eterna.

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