DIOS PERDONA PECADORES

por
W. E. Best

Título del original:

GOD FORGIVES SINNERS
por
W. E. Best

Este libro es distribuido por

W. E. Best Book Missionary Trust
P. O. Box 34904
Houston, Texas 77234-4904 USA


CONTENIDO

1 Introducción  

2 El Pecado Decretado Por El Perdonador
Deuteronomio 29:29  

3 La Necesidad Del Perdón De Dios
Romanos 5:12 
 

4 El Perdón Eterno De Dios
Marcos 2:1-11 
 

5 El Perdón Restaurativo De Dios
I Juan 1:7-2:2; Zacarías 3:1-10 
 

6 La Defensa Requerida Para El Perdón Restaurativo
I Juan 1:1-2:2
 

7 El Carácter De Dios Revelado Por El Perdón Restaurativo
I Juan 1:5-2:2 
 

8 La Confesión Incluida En El Perdón Restaurativo
Salmo 32:1-11 
 

9 La Fertilidad Producida Mediante El Perdón Restaurativo
Oseas 14:1-9 
 

10 El Perdón Gubernamental De Dios
Daniel 1:1-21 
 

11 El Perdón Gubernamental Mediante Las Bendiciones Malditas
Malaquías 2:1-9 
 

12 Cosechando Lo Que Se Siembra Mediante El Perdón Gubernamental
II Samuel 12:1-20 


 

W. E. Best Book Missionary Trust expresa gratitud a los que participaron en el proceso de traducir este libro.


El texto Bíblico corresponde a la versión Reina-Valera, 1960, y a la Biblia De Las Américas [del texto de Nestle] (BLA) cuando se indique. Se indican las traducciones directamente del texto griego por la palabra “traducción” después el versículo.

 


1

INTRODUCCIÓN

Los pecadores están en enemistad con Dios, cuyo nombre es “santo y temible” (Sal. 111:9). Como la omnipotencia es el poder de los atributos de Dios, la santidad es su belleza. La santidad es la pureza que es auto-afirmando. La omnipotencia de Dios Lo declara poderoso, y Su santidad Lo declara glorioso. Así como la pérdida de la luz al sol le causaría perder su calor y virtud vivificante, la pérdida de la santidad de Dios Le causaría perder Su poder vivificante. Los pecadores quieren que Dios satisfaga sus concupiscencias en la tierra; ellos destronarían a Dios y degradarían Su carácter. Sin embargo, Dios no se rinde ante nadie.

La santidad es el atributo principal de Dios, y nunca puede ser alcanzada por el hombre. (¿Quién puede ser igual a Dios?) El amor de Dios es importante, pero este no es Su atributo fundamental. El amor requiere un patrón, y su patrón es la santidad. El amor de Dios es regulado no por el sentimiento sino por el principio. La gracia reina no a expensas de la justicia pero mediante la justicia (Rom. 5:21). El amor de Dios nunca está en contra de Su santidad.

Dios es el Dios del orden. Hay orden en la Deidad, en la salvación, y en el servicio. El orden en la Deidad es Dios el Padre, Dios el Hijo, y Dios el Espíritu Santo. Sin embargo, este orden no implica que el carácter del Padre sea mayor de lo que es el del Hijo o el del Espíritu Santo. El orden en la Deidad se revela en la autoridad. El Padre amó de tal manera a Sus propios elegidos entre los pecadores que El envió a Su Hijo al mundo— Jesucristo vino. El Señor Jesucristo ascendió después de Su muerte y resurrección y envió al Espíritu Santo— el Espíritu Santo vino. Aquel enviado no fue menos en carácter pero sí en la autoridad. El Padre planeó la salvación para los elegidos en la eternidad; el Hijo compró la salvación de los elegidos hace dos mil años cuando El murió en la cruz; el Espíritu Santo aplica la salvación que el Padre planeó y el Hijo compró a los corazones de los elegidos en el tiempo.

También hay orden en la aplicación de la salvación a los elegidos: primero viene la regeneración, entonces la conversión. La regeneración, que viene sólo de Dios, ocurre cuando el Espíritu Santo entra en el corazón de un pecador individual y le da un deseo para las cosas espirituales. La regeneración es la misma en cada individuo; las experiencias en la conversión, sin embargo, varían.

Hay orden también en la experiencia verdadera de la conversión de un hombre quien ha sido regenerado. Su mente, sus emociones, y su voluntad son afectadas. Su regeneración por el Espíritu de Dios le da una disposición para las cosas de Dios. Cuando tal persona oye el evangelio proclamado, su mente está puesta en moción. El oye y entiende. De esta manera, la parte intelectual del hombre es ocupada en una experiencia verdadera de la conversión. Su disposición interior dada por Dios le capacita para reconocer la verdad cuando la oye (Juan 10:4, 5), y él responde a esa verdad.

Los pecadores— los enemigos de Dios— ofenden al Señor. Ellos manifiestan la irreverencia hacía El y rechazan Su Hijo y Su Palabra. Ellos buscan la preeminencia para sí mismos, en vez de reconocer la preeminencia de Dios. Por lo tanto, no tienen esperanza aparte del perdón eterno de Dios mediante la gracia.

Las personas eternamente perdonadas todavía necesitan el perdón restaurativo. Aunque los pecadores son perdonados mediante la justificación, los santos son perdonados mediante la santificación. Jesucristo, el Abogado de los santos, los guarda seguros, y su confesión de pecados los guarda en el compañerismo. Porque todos los Cristianos pecan, todos los Cristianos requieren la santificación continua. Esto es por qué el Señor Jesucristo intercede por los santos a la diestra del Padre.

El carácter de Dios, que es luz, revela los pecados de los santos a sí mismos. Pero el fracaso de no confesar estos pecados causa a los Cristianos perder el compañerismo con el Señor. Los hijos de luz quienes caminan en las tinieblas no pueden tener compañerismo con Dios quien es Luz. Por otra parte, la instrucción, la bendición, y el servicio siguen a la confesión; los creyentes avivados producen fruto.

Aunque los Cristianos son restaurados de reincidencia después de la confesión, Dios los castiga por sus pecados (ve Gál. 6:7). Los principios Divinos no cambian, y el fracaso de los Cristianos en no conformarse a estos principios trae la mano disciplinadora de Dios sobre Sus hijos.

El tema de perdón no puede ser adecuadamente acercado aparte del concepto Bíblico del pecado, sus orígenes, y sus consecuencias. Por lo tanto, antes que comencemos la discusión del perdón, déjanos brevemente resumir el comienzo y el resultado del pecado. Una persona no puede apreciar totalmente el perdón a menos que conozca a quien le ha perdonado y de que ha sido perdonado.

(Contenido)


2

EL PECADO DECRETADO POR EL PERDONADOR
Deuteronomio 29:29

Dios no tiene dos voluntades: “Pero si él determina una cosa, ¿quién lo hará cambiar? Su alma deseó, e hizo” (Job 23:13). Hay, en aquella única voluntad, un hemisferio revelado y escondido: “Las cosas secretas pertenecen a Jehová nuestro Dios; mas las reveladas son para nosotros y para nuestros hijos para siempre, para que cumplamos todas las palabras de esta ley” (Deut. 29:29). Dios ha decidido no revelar Su voluntad completa a los hombres. El revela sólo lo que es necesario para los hombres mientras que estén en la tierra como peregrinos.

Dios guarda muchas cosas parcialmente secretas, pero El no tiene ninguna intención de guardarlas en secreto para siempre. Cuando los Cristianos lleguen a la presencia del Señor, aprenderán más acerca de los misterios asociados con la Deidad. Ellos entenderán la predestinación, la imputación, y cada doctrina Bíblica. A través de los siglos incesantes de la eternidad, el Señor continuará revelando a los Suyos las abundantes riquezas de Su gracia.

La voluntad de Dios puede ser comparada a una esfera. Uno sólo puede ver una parte de la esfera a la vez. Podemos ver sólo un lado de la luna; esto mismo es verdad con el sol y la tierra. La esfera entera de un planeta no puede ser vista al mismo tiempo. La verdad es como una esfera. Ninguno ve o sabe toda la verdad. Los hombres son responsables para saber y obedecer la parte revelada de la verdad, pero ellos no son responsables por la que está escondida.

Dios es omnisciente; Su entendimiento es infinito: “Grande es el Señor nuestro, y de mucho poder: Y su entendimiento es infinito” (Sal. 147:5). La voluntad o propósito o decreto de Dios es una esfera.

El decreto de Dios para permitir el pecado fue incluido en la parte secreta de Su voluntad. Pero el pecado del hombre fue, en un sentido, necesario al propósito de Dios en Cristo. Dios sí permitió el pecado, pero este no Le hace ser el autor del pecado. Uno no puede creer que Dios es soberano sin creer también que El permitió el pecado. Si Dios no hubiera permitido la caída de Adán, no hubiera ocurrido. El también propuso que Jesucristo debería venir y morir por el pecado— el Hijo de Dios es el Cordero que fue inmolado desde la fundación del mundo (Apoc. 13:8). Jesucristo murió por los pecados de los elegidos según el propósito de Dios.

Dios creó a Adán recto. Adán no tuvo pecado dentro de sí, pero él fue capaz de pecar. Esto es, que su rectitud fue finita. El pecado comenzó entre la humanidad después de la creación de Adán.

La aparente inconsistencia de Dios decretando el pecado, aún no siendo el autor del pecado, es explicado cuando uno se da cuenta que el propósito de Dios no es la causa originadora del pecado de hombre. Estas cosas son inexplicables para una persona no salva. El puede, sin embargo, reconocer que el pecado existe. Y cuando él reconoce la realidad del pecado, también reconocerá que es culpable de pecado.

Puesto que Dios creó al hombre a Su imagen y conforme a Su semejanza, el pecado no pudo haber sido parte de la naturaleza de Adán. Si el pecado hubiera sido una parte, tendríamos que concluir que Adán fue un ser que no tuvo a Dios como su autor, o que Dios es el autor de pecado.

El pecado existe, pero nadie puede explicar su origen. Sin embargo, puesto que sabemos que el pecado vino al mundo hay llegado a ser el motivo para todos los pensamientos y acciones de los hombres.

La Biblia describe el pecado del hombre como personal— cada individuo es la causa de su propio pecado. A través de las Escrituras, el pecado es representado como su propio. Los hombres son amonestados a no hacer ninguna investigación neutra u objetiva del origen del pecado (Gén. 3), porque ninguna persona confesará el pecado mientras que busque saber su origen. No hay excusa: “...ahora les rodearán sus obras...” (Os. 7:2). El pecado es personal, y la culpa para él no puede ser trasladada a los padres, el ambiente, o cualquier otra cosa, sino a sí mismo. El pecado procede desde adentro de los corazones individuales (Mar. 7:21-23).

La reconciliación es el hecho de Dios: “...Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación” (II Cor. 5:19). La necesidad para la reconciliación atestigua de la culpabilidad del hombre ante Dios. Jesucristo llegó a ser el Fiador para los elegidos. Los elegidos llegan a ser reconciliados con Dios mediante Su Hijo, y Dios en Su gracia los perdona por sus pecados.

El Señor controla todo movimiento y latido del corazón en la tierra (“Porque en él vivimos, y nos movemos, y somos...” —Hech. 17:28), y El permite al hombre cometer el pecado. Sin embargo, El no coopera en la maldad cometida por cualquier persona; El sólo la permite. Todas las cosas obran según el plan de Dios; la providencia es el plan de Dios en la ejecución. El Señor está obrando Su propio propósito en el tiempo para el bien del Cristiano y para Su propia gloria.

El hecho de que todas las cosas obran según el agrado de Dios es frecuentemente mal interpretado. Nosotros vemos muchos quienes parecen ser dueños de su propia conducta, actuando por su conocimiento y escogimiento y poseyendo libertad ilimitada y disposiciones caprichosas. Ellos son gobernados a veces por principios, a veces por el ejemplo, a veces por el orgullo, y a veces por la presión de compañeros. Puesto que los hombres son incapaces de distinguir la primera causa del punto subordinado, el agente principal del instrumento, la perfección del Creador de la debilidad de la criatura, ellos atribuyen la acción del hombre a sí mismo, sin admitir que Dios preside sobre todo.

Los gobiernos y dictaduras malvados se han levantado— y se levantarán; no obstante, Dios está sobre el trono y gobierna todo (Apoc. 17:17). Aunque el pecado es muy real, Dios activamente gobierna el mundo. Dios no sólo creó a los cielos y la tierra y dio un paso atrás para ver al mundo manejado por las leyes de la naturaleza que El instituyó. Dios no es un observador de balcón, sentado sobre el lateral de a lado, esperando ver que sucederá. Más bien, Dios continúa activamente y soberanamente gobernando el mundo: “Como los repartimientos de las aguas, Así está el corazón del rey en la mano de Jehová; A todo lo que quiere lo inclina” (Prov. 21:1). Los reyes son ordenados y dominados por El (Ecl. 5:8).

Dios usa criaturas como causas segundas para cumplir con Su voluntad; El realiza Su propósito mediante los hombres y los demonios. El usó los Egipcios para causar que Su pueblo Israel clamara a El por la libertad (Ex. 2-3). Después de ser librados del cautiverio Egipcio, Israel se hizo desobediente. Después el Señor levantó a los Asirios para castigar la nación por sus errores (Isa. 10:5, 6). Dios usó a Simei el malvado para castigar a David para cumplir con Su propósito (II Sam. 16:5-13).

Satanás y los incrédulos son los instrumentos usados por Dios, pero no al extremo que son desprovistos de poder para actuar por sí mismos. Los hombres son motivados por sus propios planes. Pero sus afectos son miserablemente extraviados, y sus acciones manifiestan sus condiciones interiores (Rom. 1:18-32). Dios entra en toda causa segunda, pero El no coopera en el pecado. Dios da vida (Hech. 17:24-31), y los pecadores dan mal uso a la capacidad que El les da. Esto no insinúa cooperación. Un creyente nunca podría decir, “Yo hice éste hecho pecaminoso porque Dios obró en mí para querer y para hacer lo que es pecaminoso.”

El sustento y el gobierno son dos aspectos del único omnipotente y omnipresente Dios. Todas las cosas son de, por, y para El (Rom. 11:36). “Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todas fue creado por medio de él y para él” (Col. 1:16). “El corazón del hombre piensa su camino; Mas Jehová endereza sus pasos” (Prov. 16:9). “Reinará Jehová para siempre...” (Sal. 146:10).

¿Cómo pueden los dos aspectos de la providencia— el sustento de Dios y Su gobierno— dejar lugar para la responsabilidad humana? En la Palabra de Dios, ambos la soberanía de Dios y la responsabilidad del hombre son enseñadas. Pero la revelación Divina no nos permite penetrar en el misterio de la armonía entre la soberanía de Dios y la responsabilidad de hombre. La Escritura siempre presenta la providencia, el poder invencible de Dios, y la responsabilidad continua del hombre. Los enemigos de Dios son retratados como emprendedores incapaces de escapar de la supremacía de Dios. Aunque los enemigos del Señor Jesucristo Le clavaron en la cruz, ellos hicieron lo que el poder disponente de Dios había predeterminado (Hech. 2:23).

Cuando nosotros decimos, “Dios permite al pecado,” debemos ser cuidadosos para aclarar esto. Dios no permite al pecador decidir, libre de Su mandamiento. Si Lo hizo, Dios sería simplemente un observador de una contienda cuyo resultado nunca es cierto. Pecar o no pecar caería finalmente en el poder de la decisión del hombre, y Dios sólo podría reaccionar consiguientemente.

La no intervención de Dios siempre es una acción positiva, no la inactividad inútil o frustrada. Sin embargo, la providencia positiva no hace a Dios el autor del pecado. Todo hecho de pecado es cometido por un hombre cuyo vida sostiene Dios (Hech. 17:28). Ananías y Safira estaban sostenidos por Dios mientras que ellos Le mintieron (Hech. 5:4). Dios detuvo a Abimelec de no pecar contra Sara (Gén. 20:6), pero El no detuvo a David de no pecar contra Betsabé y Urías (II Sam. 11). Adán y muchos otros no fueron restringidos, pero Dios si restringió a Labán de dañar a Jacob (Gén. 31:7) y previno a Balaam de maldecir a Israel (Núm. 23).

Dios permite que el pecado sea cometido. Sin embargo, el sufrimiento no es conspiración con, aprobación de, o el simple permiso de pecar. Dios no sólo permite a los hombres andar en sus propios caminos, El los entrega a la inmundicia y a pasiones vergonzosas y los entrega a una mente reprobada. El “les envía un poder engañoso, para que crean la mentira” (II Tes. 2:11). Dios castiga al pecado con el pecado.

Dios puede poner cosas que son buenas en sí mismas en los caminos de las personas. Por ejemplo, la ley y el evangelio llegan a ser ocasiones para sacar fuera las corrupciones de los corazones de los hombres. Pablo dijo que no hubiera conocido el pecado sino por la ley (Rom. 7:7). La ley y el evangelio mismos son buenos. Sin embargo, la ley saca afuera del corazón la corrupción, y el evangelio llega a ser el sabor de muerte a aquellos quienes no creen (II Cor. 2:14-16).

Dios permite el pecado, pero El a veces predomina el pecado para el bien. El predominó el pecado de Adán para su perfección en la gracia. El predominó el pecado de los hermanos de José “...para mantener en vida a mucho pueblo...” (Gén. 50:20). El predominó el pecado de los hombres malvados quienes crucificaron al Señor Jesucristo e hizo Su alma una expiación por el pecado para el bien de Sus elegidos (Isa. 53:10).

Dios no es responsable por el pecado del hombre (Isa. 45:7). El no originó la maldad moral. Las tinieblas no procedieron de Dios quien es luz, ni la maldad del pecado de Dios quien es santo. Dos contrastes aparecen en Isaías 45:7— “que formo la luz y creo las tinieblas, que hago la paz y creo la adversidad. Yo Jehová soy el que hago todo esto.” La luz es contrastada con las tinieblas, y la paz es contrastada con la adversidad. Las tinieblas son la privación de luz, y la adversidad del castigo es la privación de paz.

Dios forma la luz y crea las tinieblas. El forma la luz de la naturaleza y entendimiento racional. Todo hombre que viene a este mundo posee esa luz y entendimiento (Juan 1:9). La obscuridad es también la creación de Dios. La obscuridad natural resulta de la ausencia del sol. La privación de la luz Divina causa la obscuridad espiritual.

El Señor hace paz y crea la adversidad (Isa. 45:7). Ahora El hace paz con Sus santos. Cuando Jesucristo venga como el Rey de reyes y Señor de señores, El hará la paz universal. El Señor anunció por medio de Isaías que El quitaría la paz que los Israelitas disfrutaban y les enviaría la adversidad de castigo por sus pecados.

La adversidad que Dios crea es la adversidad de castigo por el pecado, no la adversidad de pecado mismo. El pecado no está encontrado entre las creaciones de Dios en Génesis 1. El pecado no comenzó con la creación original de Dios. El Señor no infunde ninguna adversidad en los hombres. Más bien, El somete los hombres depravados a los tratamientos providenciales y diversos; El permite el pecado y lo predomina para el bien de Su pueblo.

El pecado comenzó entre las huestes celestiales con Lucifer; y en la humanidad, comenzó con Adán. Dios se propuso la caída de ambos. Si no lo hubiera hecho, ninguno hubiera caído. El Señor también se propuso la preparación de la redención para Sus elegidos mediante el sacrificio del Señor Jesucristo. Aunque manos perversas fueron asociadas con la preparación de aquella obra redentora, estas manos malvadas sólo fueron instrumentos que Dios usó para cumplir con Su propósito. Dios hizo al alma de Cristo una expiación por el pecado: “Con todo eso, Jehová quiso quebrantarlo, sujetándole a padecimiento. Cuando haya puesto su vida en expiación por el pecado, verá linaje, vivirá por largos días, y la voluntad de Jehová será en su mano prosperada” (Isa. 53:10).

Debemos distinguir entre las palabras propósito y autor. Dios se propuso el pecado; de otra manera, no hubiera podido existir. Según el determinado consejo y la presciencia de Dios, los pecados de los hombres malvados clavaron al Señor Jesucristo en la cruz (Hech. 2:23). Dios se propuso ordenar los eventos de modo que la maldad debería llevarse a cabo y cumplir Su propósito eterno. No obstante, El aborrece la maldad. Decir que Dios es el autor de pecado— es decir, el agente, actor, o el hacedor de una cosa malvada— sería blasfemia. El pecado no tuvo existencia actual antes que de fuera cometido por las criaturas a quienes Dios declaró buenas después del acto de crearlas. Por lo tanto, el comienzo del pecado no puede ser atribuido a Dios.

La presciencia de Dios del pecado no Le hace el autor del pecado; el pecado anticipado y el pecado actual son enteramente diferentes. Así como la elección Divina o la predestinación no causa la redención real de uno, la presciencia de la ocurrencia del pecado no causa aquel pecado.

El pecado llegó a ser una realidad sólo cuando las criaturas de Dios pervirtieron Su voluntad. No tiene sustancia original en sí. El pecado no tiene tesis. Sólo tiene antítesis. Puesto que el pecado vino por las criaturas de Dios, es una consideración secundaria y no una consideración primaria.

La gente busca disculpar su propio pecado al pedir, “¿Por qué Dios hizo a Adán capaz de caer?” Ellos rehusan admitir una condición pecaminosa y personal. Por esa razón, considerando el origen de pecado no es tan inocente como parece.

Dios creó al hombre capaz de caer porque El no hubiera podido hacerlo en otra condición. Dios no puede crear a Dios. Cualquier cosa que El crea debe ser inferior a Sí Mismo. El hombre fue creado recto (Ecl. 7:29), pero él fue creado con dos principios: inferior y superior. El principio inferior fue relacionado a la carne del hombre, y el principio superior fue relacionado a su compañerismo con Dios. Cuando Adán cayó, perdió el principio superior y retuvo el inferior (que había llegado a ser corrompido). Adán no pudo tener más compañerismo con Dios; entonces huyó al desierto, buscando esconderse de Dios. El principio inferior llegó a ser el principio dominante en las vidas de Adán y sus descendientes. Cuando el principio superior fue decomisado mediante el pecado, el hombre fue enajenado de la vida de Dios. Toda persona desde Adán viene al mundo muerta en delitos y pecados.

La prueba de Adán fue ordenada por Dios porque la probación es una parte esencial de la auto-determinación. Sin embargo, la ordenación de Dios de la prueba de Adán fue benévola, y no injusta. Y Dios proveyó esperanza para Adán y todos Sus elegidos.

El Señor Jesucristo nunca podría ser tentado en el mismo sentido como lo fue Adán. El no tuvo principio inferior, ninguna debilidad adentro, para ceder a la tentación. El sólo tuvo el principio Divino— El no podía ceder a la tentación externa. La tentación misma no puede pervertir el alma. Sólo una voluntad perversa y auto-determinada contra Dios puede volver a la tentación en una ocasión para la ruina.

Satanás fue el primer actor en el pecado y el primer tentador para pecar. Cuando se acercó a Eva, escondió el hecho de su propia caída y su enemistad contra Dios. El pecado comenzó con Lucifer. Dios lo declaró como maldad (Ezeq. 28:15).

¿Si Adán, quien poseyó el poder de la rectitud, se rindió a la tentación, cómo pueden los descendientes de Adán, quienes poseen sólo un principio inferior, resistirla? Todos los hombres reaccionan en una sola manera hasta que la gracia de Dios interviene. Ninguno puede vencer sobre la tentación aparte de la gracia de Dios.

(Contenido)


3

LA NECESIDAD DEL PERDÓN DE DIOS
Romanos 5:12

El comienzo del pecado tiene un carácter que es cualitativemente diferente de todos los orígenes. Sólo un versículo en la Biblia habla de su fuente precisa: “Perfecto eras en todos tus caminos desde el día que fuiste creado, hasta que se halló en ti maldad” (Ezeq. 28:15). El capítulo 14 de Isaías debería ser estudiado con Ezequiel 28. Los dos capítulos hablan de Lucifer y su caída.

Algunos interpretan Ezequiel 28 aplicándolo sólo al rey de Tiro. El profeta hablaba de un rey particular, pero fue Lucifer quien dirigió a aquel rey malvado. Dos versículos (vv. 13, 15) refutan la idea que esta porción de la Escritura refiere primariamente al rey de Tiro. El rey de Tiro no fue una persona creada. El vino al mundo por la generación. La Escritura va más allá de él para hablar de Lucifer, quien llegó a ser Satanás.

Adán cayó cuando él fue tentado en el jardín del Eden. El pecado, entonces, comenzó en la familia humana en el jardín del Eden. Sin embargo, el pecado realmente tuvo su comienzo en Lucifer, el hijo de la mañana (Isa. 14).

Lucifer fue finitamente, no infinitamente, perfecto hasta que la maldad fue hallada en él (Ezeq. 28:15). La perfección finita es capaz de pecar; por cuanto, la perfección infinita es incapaz de pecar. La perfección infinita pertenece sólo a Dios. “Hasta que se halló en ti maldad” (Ezeq. 28:15) es la única declaración en la Biblia concerniente al origen de pecado. Todas las otras referencias al pecado sólo amplifican esta declaración.

La diferencia primaria entre el pecado de Lucifer y el pecado de Adán es que el pecado de Lucifer se originó únicamente dentro de sí mismo, sin cualquier maldad fuera de sí mismo. Sin embargo, Adán fue atraído desde afuera. El tuvo una debilidad dentro de sí mismo para responder a la tentación. Desde que el pecado vino al mundo, es el motivo para todos los pensamientos y las acciones del hombre. Cada hombre debe verse a sí mismo en la solidaridad completa con Adán, reconociendo al pecado como suyo propio. No es sino hasta entonces que él confesará sinceramente.

El pecado es la más grande de todas las contradicciones. Afecta todas las cosas. Sin embargo, Dios lo usa en los caminos de la justicia y el justo juicio como un instrumento de Su propia gloria. No obstante, Dios no tolera el pecado; Lo condena.

Hay una relación inusitada entre buscar saber el origen del pecado y una disculpa de la propia culpabilidad de uno. Esta búsqueda no es tan inocente como parece, porque el motivo puede ser culpar a otro. El pecado debe ser considerado como el suyo propio. Ninguna confesión genuina de pecado será hecha por una persona mientras que busque el origen del pecado. Es sólo cuando uno reconoce su pecado que clama por perdón.

El pecado no comenzó ni con la creación de Dios de Lucifer y las huestes celestiales ni con Su creación original del hombre. El pecado está relacionado con la destrucción e interrupción de la realidad, de todos modos con la caída de Lucifer o con la caída de Adán en el jardín del Eden. La realidad del pecado nunca puede ser asignada a la bondad de Dios en la creación. Todas las cosas creadas por Dios fueron declaradas buenas (Gén. 1).

El pecado se llevó a cabo como un evento. Cualquiera que diga que Dios hizo al hombre pecador niega la santidad y el amor de Dios. La persona que dice que la pureza moral es la meta del hombre en vez de su comienzo atribuye a Dios el principio condenado por Pablo: “...Hagamos males para que vengan bienes...” (Rom. 3:8). El pecado es la caída de hombre, no su exaltación. Es su deshonra, no su dignidad.

Satanás sutilmente atrajo a Eva, y después Eva tentó a Adán. Satanás engañó a Eva por hacerle creer que Dios había retenido algo de ella. El diablo continúa usando la misma técnica, haciendo creer a la gente que Dios los ha privado de algo.

La reacción de Eva a la tentación de Satanás es común entre la humanidad. Ella permitió a Satanás restar de, agregar a, alterar, y aplicar mal la palabra de Dios (Gén. 3:1-6) (vea Gén. 2:16, 17; 3:4, 5; II Ped. 3:16; II Tim. 2:15). Porque las equivocaciones trágicas de Eva son seguidas por todos los hombres en todas las edades, los métodos de Satanás para tentar a los hombres a pecar nunca han cambiado. Eva respondió a la persuasión de Satanás y buscó un conocimiento más alto. En vez de encontrarlo, ella perdió su buen conocimiento y compañerismo con Dios. Luego ella persuadió a su esposo, y él hizo lo mismo.

La libertad fue el don de Dios a Adán, y el abuso de Adán de esa libertad fue su pecado. Cuando él cayó, todos los hombres sin excepción llegaron a ser esclavizados. ¿Tiene el hombre la capacidad para escoger? ¡Sí! Sin embargo, él libremente elige la maldad en la misma manera que un automóvil sin motor elige correr de bajada o las cascadas del Niagara eligen ir en una sola dirección— para abajo.

La rectitud original de Adán no fue lograda por su propia capacidad. Dios se la dio cuando El lo creó. La posición original de Adán ante Dios significó que él sostuvo dentro sí mismo la posibilidad pero no la actualidad de pecado y muerte.

El hombre es un pecador (Rom. 1:18-32). Su condición impía, injusta, y depravada previene su posición en la presencia del justo y santo Dios. El hombre necesita la justicia. Puesto que no hay justo, una justicia debe ser provista por el Señor para cumplir con la necesidad humana.

La revelación objetiva de Dios en la naturaleza es suficiente para rendir todo hombre bajo el cielo sin excusa ante Dios (Rom. 1:19, 20). No hay hombre que sea justo (Rom. 3:10). Todos están bajo la ira de Dios.

La ira de Dios permanece en la antítesis evidente a Su justicia. Sin embargo, el justo juicio de Dios es retribuyente en la referencia al pecado; la ira de Dios es un principio, no una pasión. La ira y el amor son los atributos complementarios en Dios. La ira de Dios difiere de la ira que existe en un hombre. No hay hombre afuera de Jesucristo que tenga odio perfecto. En el hombre, la ira es una pasión excitante. En Dios, es un principio que no hace murmullo sobre los ríos infinitos de Su santo Ser. En el hombre, la ira es una pasión maligna, ardiendo con el deseo de hacer su objeto miserable. Con Dios, la ira es la reacción natural del justo juicio Divino— Dios no tiene mala disposición. En el hombre, la ira es una pasión egoísta. En Dios, es un principio no egoística. En el hombre, la ira es una pasión dolorosa. En Dios, la ira es un principio necesario.

Uno ni pudiera estimar ni amar a Dios si El hubiera visto a la honestidad y deshonestidad, crueldad y benevolencia, iguales. La verdad de que la ira es tanto una parte del carácter de Dios como es el amor enfatiza tres puntos importantes: (1) Corrige el error teológico de que la muerte de Cristo apaciguó la venganza Divina. Según la Palabra de Dios, la muerte de Cristo fue el efecto, no la causa, del amor y la ira de Dios. Dios amó a lo Suyo propio en Cristo antes de la fundación del mundo. El efecto de ese amor fue que El envió a Su Hijo para morir sobre la cruz de Calvario por todos aquellos a que el Padre Le dio en el pacto de la redención. (2) Da una advertencia terrible a los pecadores— “Sabed que vuestro pecado os alcanzará.” Todo el pecado será traído a la luz. (3) Urge la necesidad para la regeneración. La única manera para evitar la ira de Dios es evitar el pecado. La única manera para evitar el pecado es mediante la obra redentora de Jesucristo que es aplicada por el Espíritu Santo en la regeneración.

Todos los hombres, aún los no salvos, tienen algunos principios; pero ellos no cumplen con ellos. Dios es Su propio principio, Su propia ley. El es Su propia regla.

La ira de Dios es perpetuamente revelada. El temor de la ira de Dios causó a nuestros primeros padres huir de la presencia de Dios (Gén. 3:8). El mismo temor causó a Judas ahorcarse a sí mismo. La conciencia ha obligado a muchos para revelar pecados secretos, aunque ninguna tortura podría sacar tales confesiones. La ira de Dios es perpetuamente revelada en el sentimiento moral y general de la humanidad.

La revelación perpetua de la ira de Dios es preparatoria y predictiva. En Romanos 1:18, “se revela” significa descubrir, traer a la luz; entonces, hacer conocido. Algo es revelado cuando llega a ser conocido por su efecto. Así, el pensamiento del corazón es revelado en una expresión del hombre. Lo que procede del corazón revela el carácter del hombre.

La raza humana siempre ha tenido un sentido interno del justo juicio de Dios. Todos los hombres conocen el justo juicio de Dios. Consiguientemente, ellos saben que aquellos quienes practican el pecado son dignos de muerte. Ellos saben que hay una ira justa contra el pecado (Rom. 1:32). El malhechor arrepentido suspendido sobre la cruz admitió que su castigo fue justo (Luc. 23:39-41).

Todo pecado es contra Dios. Los hombres continuarán cometiendo pecado contra el Dios soberano hasta que el último enemigo sea destruido. El pecado contra un individuo es realmente contra Dios. Toda injusticia es pecado (I Jn. 5:17), y todo lo que no proviene de fe es pecado (Rom. 14:23).

“La impiedad” denota irreverencia para Dios, y pertenece al carácter religioso del hombre; “la injusticia” denota lo que es inmoral. La impiedad no tiene temor de Dios (Rom. 3:18); la injusticia no tiene regla para el hombre. La impiedad niega el carácter de Dios. (Cualquiera quien dice que Jesucristo fue pecable— capaz de pecar— niega el carácter santo del Señor bendito.) La injusticia, que no es el justo juicio, destruye el carácter del hombre. La impiedad ataca a la Deidad. La injusticia ataca el gobierno de Dios. La impiedad condena a Dios. La injusticia busca justificar al hombre.

La doctrina de pecado es discutida en Romanos 1:18-32. El pecado siempre debe ser considerado en su relación a la soberanía y la providencia de Dios. Cuando Dios entrega a la gente, El no les permite simplemente descarriarse de El. Romanos 1:24 habla del alejamiento positivo de Dios. Dios quita todo refrenamiento. El no infunde ningún nuevo principio maligno; aquellos quienes continúan persiguiendo la maldad cumplen lo que ya está en sus corazones.

El que comete pecado infringe la ley: “Todo aquel que comete pecado, infringe también la ley; pues el pecado es infracción de la ley” (I Jn. 3:4). La regla de Dios es Su santa ley, y El es Su propia ley. El pecado y la redención van mano en mano. Ellos permanecen o caen juntos. Por el pecado, Dios proveyó redención para Su pueblo. El pecado y la redención llegan a ser medidas de cada otro. Cuando el pecado es minimizado, la redención automáticamente llega a ser empobrecida. La ley de Dios es la única regla para la medida.

El pecado, definido mejor por la frase “fallando el blanco,” obviamente existe. Su existencia puede ser probada por la revelación de la Escritura, y también puede ser verificado aparte de cualquier conocimiento de la Palabra de Dios. Dios revela el pecado a los hombres por las Santas Escrituras, Jesucristo, y la revelación general. Las vidas impías vividas por los hombres hoy en día son el resultado de su desviamiento de la luz revelada en la creación.

La muerte no existió hasta la caída de Adán en el jardín del Eden. La muerte es la consecuencia del pecado: “Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron” (Rom. 5:12). La creación entera gime porque está bajo la ira de Dios. Toda persona que muere manifiesta la realidad del pecado.

El pecado es pecaminoso porque no es como Dios quien es santo. Dios describe el pecado como la transgresión, en que va más allá de Sus límites; como la iniquidad, en la que todo es enteramente incorrecto; como el pecado, en que falla el blanco; como el error, que descuida la luz y se desvía; como la maldad, que es la falta del temor de Dios; como el malo, porque se opone a todas las cosas de Dios; como la desobediencia, porque no está dispuesta a ser guiada por Dios; como la incredulidad, que fracasa en confiar en Dios; como la transgresión, porque tiene desacato para la ley Divina; y como universal, puesto que nadie está exento. Por cuanto todos pecaron (Rom. 3:23). Siempre todos han sido pecadores. Cada uno pecó en Adán. Hay solidaridad de la humanidad en la caída de Adán en el jardín de Eden. El pecado es un hecho, una realidad obvia. El conocimiento de pecado viene por la ley (Rom. 3:20). La salvación viene sólo mediante la justicia provista por Dios (Rom. 3:21).

El hombre destituido de la gloria de Dios (Rom. 3:23) surge de su condición caída. Destituido denota el hábito pecaminoso— un acto que fluye desde la caída. Cuando los hombres son destituidos, ellos no valoran el nombre de Dios o Sus atributos. Ellos se valoran a sí mismos sobre Dios y cambian Su verdad por una mentira.

Datos abrumadores prueban que el hombre es una criatura caída. Toda persona tiene algún sentido de rectitud y maldad: “Por lo cual eres inexcusable, oh hombre, quienquiera que seas tú que juzgas; pues en que lo que juzgas a otro, te condenas a ti mismo; porque tú que juzgas haces lo mismo” (Rom. 2:1). Una persona debe tener un sentido de lo correcto y lo incorrecto para juzgar las acciones de otro.

Los anhelos confundidos, deseos, y los impulsos del hombre demuestran que él es caído. Antes de la caída, esas fuerzas en Adán estaban perfectamente equilibradas. Su deseo para el alimento, amor, y auto-conservación antes la caída fueron armoniosas. Sin embargo, cuando cayó, ellos fueron contaminados con el pecado, pervertidos, y corrompidos. Desde entonces, el anhelo del hombre para el alimento, para la auto-conservación, y su deseo para el amor son desequilibrados.

El pecado es un hecho, si es latente como un volcán dormitando o evidenciado en la lava devastadora de las pasiones ardientes del hombre. El pecado es presente, y la naturaleza perversa de un individuo se manifestará a veces en la lava caliente de los pensamientos y los actos.

La realidad de pecado tiene muchos testigos. La ley de Dios fue dada para descubrir el hecho de pecado (Rom. 3:20). La ley es una regla para medir las fallas del hombre. Es la escala sobre cual el hombre debe pesar su deficiencia, un espejo que manifiesta la pecaminosidad del hombre, un estetoscopio que muestra la condición del corazón del hombre, una regla que evidencia la corvadura del hombre, un funcionario que demanda la condenación del hombre, y un juez que condena al hombre a la muerte por su desobediencia.

La Escritura, la corte más alta de apelación, declara el hecho de pecado. El pecado es una enfermedad dolorosa (Gén. 18:20), contaminando al hombre entero. Isaías describió al hombre como podrido desde la punta de su cabeza hasta la planta de sus pies (Isa. 1:5, 6). El pecado es una nube oculta que cubre la cara de Dios del hombre (Isa. 59:2). Es una bestia agachada (Gén. 4:7). Es un cordón de atadura (Prov. 5:22), un destructor de descanso. El pecado es un testimonio escrito, una testigo acusador (Isa. 59:12). El pecado es una suma de adición— el pecado añadido al pecado.

La venida de Jesucristo también revela el hecho de pecado. Durante el ministerio personal del Señor, muchos de Sus seguidores confesaron su pecado cuando percibieron Su santidad. Así como una revelación de la santidad de Dios en el Antiguo Testamento causó a los santos confesar sus pecados (Isa. 6:5; Dan. 9:5), los santos del Nuevo Testamento reconocen su pecado cuando estaban en la presencia de Cristo y lo confesaron. (Los hombres como Faraón, Balaam, y Judas también confesaron su pecado, pero no manifestaron el arrepentimiento.)

El pecado es un estado de engaño y decepción. No es simplemente un hecho. No puede haber un hecho aparte de un principio, y el pecado es la fuente desde la cual procede el hecho. El pecado es una cualidad de ser. No hay pecado separado de un pecador, y no hay ningún acto separado de un actor. El hecho de que el hombre peca verifica que es un pecador. Uno que sabe lo que debería hacer y no lo hace revela que es un pecador (Sant. 4:17). En este caso, el hecho de pecado no está involucrado; su corazón desobediente prueba que pecó. Aunque su pecado no es manifestado, viene desde la fuente o el principio de su ser.

El pecado es un estado del corazón (Jer. 17:9). El pecado que no puede ser conocido por los hombres no es un pecado de acción. Muchos pecados son cometidos de los cuales otros no están conscientes— estos son cometidos en el corazón. El pecado existe ya en el alma antes de que uno esté consciente de él. Pablo dijo que el pecado quedó latente en su corazón hasta que el mandamiento vino, causándole llegar a ser consciente del pecado que yacía dentro (Rom. 7:9). Un hecho momentáneo de pecado no puede morar o reinar en el corazón, pero el principio de pecado sí puede.

El pecado cubre sus intenciones más profundas mientras que se disfraza como el bien. La meta de todo pecado es engañar, y la penalidad del pecado es la muerte: “Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (Rom. 6:23). Hay tres tipos de muerte: física, espiritual, y eterna. El elemento de la separación es común a las tres. La muerte física es la separación del alma del cuerpo. La muerte espiritual es la separación del alma de Dios. La muerte eterna es la separación de ambos alma y cuerpo de Dios a través de la eternidad.

Hay tres tipos de vida: física, espiritual, y eterna. El elemento de unión es común a las tres. La vida física es la unión del alma con el cuerpo. La vida espiritual es la unión del alma con Dios. La vida eterna es la unión de ambos alma y cuerpo con Dios a través de la eternidad.

La fe no huye la responsabilidad, y nunca explica la culpabilidad en ninguna manera a menos al que procede del propio corazón depravado del hombre. El sol causa que un olor sucio salga de un estiercolero, pero no causa el estiercolero. El sol es sólo la causa que saca fuera el olor. El Señor forzó a Faraón hasta un punto, causándole manifestar la dureza de su corazón. Dios no fue el autor de su dureza; El sólo lo dejó a su propia naturaleza desfrenada y depravada. La gente reacciona en la misma manera a la verdad proclamada de la Palabra de Dios— llega a ser la ocasión para que ellos manifiesten sus naturalezas depravadas. Entonces, la condición del hombre ante Dios prueba la necesidad para el perdón de Dios por su pecado.

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EL PERDÓN ETERNO DE DIOS
Marcos 2:1-11

Estos son los tres aspectos en cuanto al perdón de Dios de los pecadores a quienes El ha elegido para la salvación: (1) perdón eterno, (2) perdón restaurativo, y (3) perdón gubernamental. El perdón eterno ocurre en la regeneración. El perdón restaurativo está relacionado a aquellos quienes son eternamente perdonados— toda persona salvada por la gracia de Dios necesita la limpieza continua. El perdón gubernamental es para los hijos de Dios quienes han pecado y han sido restaurados al compañerismo.

La condición de toda persona fuera de Jesucristo es descrita en Efesios 2:1-3. No obstante, Dios interviene y eternamente perdona a aquellos quienes eligió para salvación: “Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aún estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos)” (Ef. 2:4, 5). La base para ese perdón es la sangre de Jesucristo (Ef. 1:7).

David, un hijo de Dios, clamó al Señor por el perdón restaurativo, reconociendo que ninguno puede estar en la presencia del Señor si Dios señala sus pecados (Sal. 130:3). “Pero en ti hay perdón...” (Sal. 130:4). Nota, sin embargo, que el pecado no está necesariamente terminado cuando está confesado y cuando el pecador está restaurativamente perdonado. David cedió a su carne cuando él cometió pecado con Betsabé y mandó matar a Urías; por lo tanto, él experimentó el perdón gubernamental. La espada nunca salió de su casa (II Sam. 12:10). Así que, aunque la sangre de Jesucristo limpia de todo pecado, si una persona siembra a la carne, segará corrupción. “Porque el que siembra para su carne de la carne segará corrupción; mas el que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna” (Gál. 6:8).

El Señor Jesús tiene el poder para perdonar pecado. El habló al paralítico, diciendo, “...tus pecados te son perdonados” (Mar. 2:5). Los escribas sabían que sólo Dios podía perdonar pecados, pero ellos no reconocieron la deidad de Jesucristo (vv. 6, 7). Es hermosamente apropiado que la designación Hijo del Hombre sea usada en este pasaje: “...el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados...” (v. 10). El Salvador tiene potestad para perdonar el pecado no sólo como el Hijo de Dios sino como el Hijo del Hombre quien vino a ser el Fiador del los elegidos. El Hijo eterno de Dios asumió una naturaleza humana y Le fue dado el título “Hijo del Hombre.” El fue más que “un” hijo de hombre. El fue “el” Hijo del Hombre. “A éste, Dios ha exaltado...por Príncipe y Salvador, para dar a Israel arrepentimiento y perdón de pecados” (Hech. 5:31). Jesucristo no libra al pecador por un ejercicio simple de Su propia autoridad. Esto infringiría las obligaciones de la ley y las demandas del justo juicio y la santidad. El Señor Jesucristo pagó la penalidad por el pecado. El cumplió la ley y satisfizo el justo juicio y la santidad.

Los escribas acusaron al Señor de blasfemia (Mar. 2:7) porque no reconocieron que El fue el Hijo eterno de Dios. Pero porque Jesucristo es el mediador entre Dios y el hombre, El no fue blasfemo. Si El no hubiera sido Divino, su acusación hubiera sido cierta. Para ayudar a los hombres a hacer la tremenda ecuación entre el Jesucristo Hombre y la Deidad, Cristo hizo un milagro para probar que El fue el Dios-Hombre.

Algunos interpretan erróneamente a Juan 20:23— “A quienes remitiereis los pecados, les son remitidos; y a quienes se los retuviereis, les son retenidos.” Ellos creen que enseña que algunos hombres tienen el poder para perdonar pecado. Uno debe entender por observar el contexto de este versículo que el Señor estaba dirigiendo a Sus discípulos antes de que el Espíritu Santo viniera en Su presencia moradora en el día de Pentecostés. A los discípulos no les fue dado el poder para remitir eficazmente o autoritativamente el pecado; ellos sólo podrían declarativamente remitirlo. Ningún hombre jamás ha tenido el poder para perdonar eficazmente o autoritativamente el pecado. Sólo Dios lo puede hacer. Bajo la ley, el sacerdote sólo declaraba limpio a un leproso limpiado. El sacerdote fue el representante de Dios sobre la tierra para declarar que Dios había limpiado al leproso. Asimismo, los ministros Neotestamentarios sólo pronuncian que los pecados de un creyente penitente han sido perdonados por el Dios soberano.

El perdón Divino es el eterno, inmutable plan de Dios. No es un hecho de simpatía excitada. El perdón del hombre, por otra parte, es excitado generalmente por simpatía para el ofensor.

El perdón Divino es irrevocable, sin limitación. Todo pecado que un Cristiano pudiera cometer está perdonado abundantemente por el Señor. En contraste con esto, el perdón del hombre es limitado; no es un plan irrevocable.

El perdón Divino ocurre dentro de un creyente— la gracia obra un cambio en su corazón. Sin embargo, el perdón del hombre es afuera de un ofensor.

Cuando Dios perdona, El olvida el pecado del hombre perdonado. El olvido con el hombre es un defecto; sin embargo, con Dios es un atributo. Dios nunca compara Su perdón con el perdón humano. La Escritura declara sin embargo que El pone el pecado de la persona perdonada hasta atrás de Su espalda, tan lejos como el oriente está del occidente, y lanza el pecado en las profundidades del mar (Sal. 103:12; Isa. 38:17; Miq. 7:19). El perdón Divino supera tanto al perdón humano que ninguna analogía humana lo puede ilustrar.

El no-recordar de pecado implica el perdón: “...nunca más me acordaré de sus pecados y de sus iniquidades” (Heb. 8:12). El perdón de Dios es tan completo que El lo describe como no recordando el pecado, las iniquidades, y las transgresiones del hombre perdonado. Con El, el perdón es equivalente como el olvidar el pecado de una persona. El no guarda recuerdo de él en Su mente; El no piensa sobre los pecados de Su pueblo. Su iniquidad es quitada, y el justo Juez no tiene memoria judicial de él.

Sin embargo, el hombre ejerce su memoria al meditar sobre las cosas asentadas en su mente. El casi pudiera haber olvidado una cosa especifica, pero entonces alguna incidencia ocurre y le hace recordar el evento en su mente.

El perdón Divino significa que Dios nunca buscará alguna expiación más. “Pues donde hay remisión de éstos, no hay más ofrenda por el pecado” (Heb. 10:18). Dios nunca castigará otra vez lo que El ha castigado ya. Lo que El ha olvidado no puede ser recordado.

Aquellos que no retienen la teología Bíblica dicen que cualquier padre perdonaría su hijo. Este dicho es basado en un concepto mal aplicado y mal interpretado de la paternidad de Dios y la hermandad de hombre. Dos defectos son evidentes en este punto de vista liberal. Primero, Dios no es el Padre de todos los malos rebeldes que están pecando. Segundo, Dios es más que el Padre creativo de individuos.

Un ser privado puede perdonar el mal privado irrespectivamente del arreglo del juicio. Sin embargo, Dios es el gran Gobernador público del universo. El pecado contra Su gobierno no puede ser perdonado aparte del sacrificio. El perdón no indica remisión de castigo. Jesucristo fue castigado en lugar de los elegidos en El. El llegó a ser Fiador por aquellos que el Padre Le dio en el pacto de la redención.

Todo recipiente de la gracia sabe que el perdón de Dios es el de la reconciliación. Las Escrituras no afirman que Dios perdona porque El es amante y misericordioso. Ellas testifican que El es fiel y justo, y El perdona sobre ésta base. El justo juicio de Dios debe ser satisfecha, y es satisfecha en la Persona del Señor Jesucristo. Dios perdona en amor porque El perdona en el justo juicio.

El perdón de gracia armoniza con la ira del Soberano. El pecado debe ser castigado, y la ira de Dios debe ser derramada. Jesucristo fue hecho una ofrenda por el pecado; El estuvo en lugar de los pecadores, tomando su justo castigo.

El perdón de gracia armoniza con el amor del Padre Santo. Puesto que el justo juicio fue satisfecho en el sacrificio de Cristo, el amor puede ser extendido a los elegidos de Dios, y la misericordia puede operar para traerlos a Cristo.

El verbo griego para perdón significa mandar adelante o mandar fuera. El sustantivo griego indica dimisión o soltura. El perdón Divino capacita al creyente saber, con plena seguridad de fe, que sus pecados son perdonados. Abraham, David, y Ezequías son tres santos del Antiguo Testamento quienes sabían que sus pecados fueron eternamente perdonados (vea Romanos 4; Salmo 32; Isaías 38).

De la misma manera todo pecador arrepentido puede saber que sus pecados han sido perdonados. La gracia de Dios reina, y las riquezas de la gracia son desplegadas en el perdón Divino. Es absolutamente perfecto. Lo siguiente lo hace así: (1) El pecador arrepentido es perdonado totalmente. (2) El es perdonado libremente. (3) El es eternamente perdonado. (4) El perdón se extiende a todos para quienes Cristo murió. (5) El perdón es por fe, sin ninguna condición hecha por el pecador. (6) Es absolutamente irrevocable. Un pecador quien sabe que ha sido eternamente perdonado evitará el antinomianismo. El desea agradar a Dios y no a sí mismo.

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EL PERDÓN RESTAURATIVO DE DIOS
I Juan 1:7-2:2; Zacarías 3:1-10

El perdón restaurativo de Dios de pecado es necesario para toda persona nacida del Espíritu. La sangre del Señor Jesucristo es eficaz para limpiar a los elegidos de Dios de todo pecado. “Pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado” (I Jn. 1:7). La sangre de Cristo no es solamente competente para perdonar el pecado de una persona pero continuamente limpia de todo pecado— pasado, presente, y futuro. Todos los pecados de los creyentes fueron futuros cuando Jesucristo murió en la cruz. El hizo expiación por ellos cuando El llegó a ser el sustituto del pecador, porque Su sangre tiene la propiedad de limpieza. Su muerte fue objetiva— judicialmente quitó el pecado ante el Señor. Si Su sangre hubiera sido incompetente para expiar todos los pecados, los creyentes no pudieran confesar la misericordia de Dios.

La Palabra de Dios muestra que la justificación y la santificación están tan unidas que no pueden ser separadas. La justificación sí precede a la santificación; es decir, los pecados del creyente fueron judicialmente expiados en la muerte de Cristo. La santificación es la obra de Dios en el creyente para hacerle presentable ante la presencia de Dios. Lo que Jesucristo obró objetivamente en la cruz, el Espíritu Santo aplica subjetivamente a los corazones de los creyentes. Entonces, hay una limpieza inicial, y hay una limpieza continua. Los ductos de lágrima del ojo les son un buen ejemplo. En el mismo sentido, la sangre de Cristo siempre está continuamente limpiando el pecador redimido de las impurezas que se entremeten.

El profeta Zacarías enseñó el perdón restaurativo; la defensa de Jesucristo es retratada en el capítulo 3. El mensaje del Espíritu Santo a Josué el sacerdote, quien fue un representante a Israel, procedió desde la limpieza a la obediencia al servicio. Josué (Jesúa) fue uno de los sacerdotes entre los del exilio quienes regresaron a Babilonia con Zorobabel (Esd. 2:36-39). Las vestiduras sucias con las que estaban vestido significó la condición despreciable de Israel en aquel entonces. Israel necesitó el perdón restaurativo. Aún el sacerdocio había llegado a ser contaminado e inútil para el servicio santo. El profeta Malaquías describió los sacerdotes de Israel como un triste contraste al sacerdocio original representado por Finees (Núm. 25).

Josué estuvo delante del Señor (Zac. 3:1). Un sentido de vergüenza es más agudo cuando uno está en la presencia de Dios. En el crepúsculo del mundo, mucho puede pasar no observado que en la luz de Dios debe ser condenado. Todo está abierto al Señor (Heb. 4:13). Cuando la luz blanca de la presencia de Dios brilla sobre un Cristiano, él clama con Job, “Aunque me lave con aguas de nieve, Y limpie mis manos con la limpieza misma, Aún me hundirás en el hoyo, Y mis propios vestidos me abominarán” (Job 9:30, 31). Dios es santo; por lo tanto, nadie puede estar delante de Dios y declararse a sí mismo limpio. Lo más que una persona sepa acerca del Señor, lo más que se repugna de sí mismo y se arrepiente. El perdón restaurativo es necesario todos los días de la vida de uno.

Satanás estuvo a la diestra de Josué para resistirle (Zac. 3:1). El diablo está a lado de todo hijo de Dios para confrontarle y acusarle. El busca prevenirlo de hacer la voluntad de Dios. Y entonces, cuando el creyente fracasa, Satanás lo acusa delante del Señor. No obstante, el Señor Jesucristo es el Abogado del Cristiano. El se sienta a la diestra del Padre y está para abogar por el caso del creyente; los Cristianos permanecen en Cristo quien les representa ante el Padre.

El Señor reprendió a Satanás y le recordó que El había elegido a Israel. El les eligió como Sus amores (Cant. 7:12) y les manifestó Su amor a ellos. Israel fue un “tizón arrebatado del incendio” —una expresión figurativa del castigo que Israel había aguantado en el cautiverio Babilónico. Ellos habían sido desobedientes; el Señor les había disciplinado, y entonces los entregó. Es lógico que Dios no había librado a Israel de Egipto o de Babilonia para destruirlos.

Todos los creyentes fueron elegidos en Cristo antes de la fundación del mundo. Hay un sentido en el que también ellos son arrebatados del incendio de juicio cuando el Señor les llama fuera de la gente del mundo (I Ped. 1:2). El también los libra del castigo por el pecado que cometen después de que son salvos. Pero el pecado quita el disfrutar de las promesas de Dios. Los Cristianos con pecados no confesados no pueden disfrutar de las promesas o las bendiciones de Dios; hasta que confiesen su pecado, no son restaurados al compañerismo.

Jesucristo se ofreció a Sí Mismo una vez para siempre en la consumación de los siglos para quitar de en medio el pecado (Heb. 9:26). No es necesario para una propiciación adicional para perdonar al creyente quien ha sido eternamente perdonado. Cristo murió para quitar la penalidad del pecado de los elegidos. El vive para quitar los pecados de adentro de los elegidos. La muerte de Cristo en la cruz destruyó la penalidad de pecado para los creyentes. Cristo, que vive para siempre, destruye el poder del pecado sobre los creyentes (Rom. 5:6-10).

Ambos el perdón eterno y restaurativo son enseñados en Romanos 5:10— “Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida.” El perdón eterno debe ser asociado con la reconciliación. La persona que ha sido eternamente perdonada ha sido reconciliada con el Padre y salvada por la vida de Cristo. El pecador es perdonado en la justificación. El santo es perdonado en la santificación.

El pecado no puede entrar en la presencia de Dios. Jesucristo lo previene. Si fuera posible para el pecado de una persona entrar en la presencia de Dios, esa persona sería desterrada en el juicio. El pecado sí entra en la presencia del creyente, causándole perder compañerismo con el Señor y quitando el gozo de su salvación. El disfrutar de las cosas del Señor es experimentado mediante el perdón restaurativo. El pecado en la vida del creyente afecta sus pensamientos acerca de Dios y el pecado. El comienza a mirar ligeramente al pecado y pierde la vista de la santidad de Dios.

Los Cristianos desean no pecar. Cuando pecan, deberían evitar la desesperación (Gál. 6:1) porque Jesucristo es su Abogado. Ellos son guardados por la defensa de Cristo, y ellos son guardados en el compañerismo por la confesión. El fracaso de un Cristiano en confesar el pecado impide el testimonio de ambos el Cristiano y la iglesia: “El que encubre sus pecados no prosperará; Mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia” (Prov. 28:13). Nada puede impedir la posición de un Cristiano en el Señor; sin embargo, su condición es imperfecta. El debería orar con la sinceridad profunda que el Señor perdona sus pecados. El necesita meditar sobre su necesidad continua para la limpieza de todo pecado por la sangre de Cristo.

Jesucristo limpia al creyente de todo pecado. Ninguno de los pecados de un Cristiano pueden entrar en la presencia de Dios; Jesucristo está allí rogando Su propio mérito. Satanás está al lado del creyente. El hace su trabajo en la corte de la conciencia, en frente de la opinión pública. Sin embargo, él también comparece ante el Juez Divino. El Abogado del creyente reprende a Satanás, alega la elección de Dios, y señala al creyente como un trofeo de misericordia Divina.

Cada vez que peca un Cristiano, la sangre de Cristo está para limpiarlo. Viceversa, los pecados de los incrédulos son acreditados a sus cuentas. Todos los pecados que cometen son atesorados para el castigo (Rom. 2:5). Cuando los incrédulos comparezcan delante del Señor en el gran juicio del trono blanco, todos aquellos pecados serán revisados y juzgados por la ira de Dios.

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LA DEFENSA REQUERIDA PARA
EL PERDÓN RESTAURATIVO

I Juan 1:1-2:2

El Señor Jesucristo es el Abogado no para el pecado sino para los “pecadores salvos por la gracia.” (Técnicamente, Dios no puede perdonar pecado.) La primera epístola de Juan fue escrita a los Cristianos para asegurarles de su posición en Cristo y la provisión de Dios para ellos. Los problemas presentados por Juan fueron más que individuales. No solamente se trataron con la penalidad del pecado pero también con el compañerismo en la familia de Dios. La solución está en El quien era desde el principio.

El apóstol Juan declaró la eternidad de Cristo en su evangelio— Jesucristo era “en” el principio (Juan 1:1). En su primera epístola, Juan enfatizó que Cristo era “desde” el principio (1:1). Esta epístola afirma la manifestación del Cristo eterno en el tiempo. El contexto muestra que Juan oyó, vio, contempló, y palpó al Hijo de Dios. Esto fue posible sólo en el tiempo, no en la eternidad. Entonces, él proclamó que el Hijo eterno de Dios era antes del principio y El fue manifestado en el tiempo para Sus elegidos. En el tiempo El vino, murió, resucitó, y llegó a ser Abogado.

El Verbo de Vida es eterno, histórico, personal, y social. La Vida Eterna existió antes del comienzo del tiempo. Jesucristo era antes que los cielos y la tierra fueron creadas, y El fue manifestado en el tiempo. Esta Vida fue también histórica. Cristo fue escuchado con oídos físicos y visto con ojos físicos. Los apóstoles actualmente Le contemplaron. Los Cristianos hoy en día meditan en El. Los apóstoles Le palparon. Los Cristianos disfrutan un compañerismo íntimo con El.

Jesucristo fue manifestado en el “pasado” en la tierra para la salvación de los elegidos. El es manifestado en el “presente” en el cielo para su santificación. El será manifestado en el “futuro” para su glorificación. El problema del pecado en I Juan es “la santificación” más bien que “la justificación.” La muerte de Cristo trató con el aspecto “judicial” de pecado. Su vida trata con el aspecto “práctico” de pecado. La santificación involucra la defensa de Jesucristo.

La Vida fue manifestada; consiguientemente, los elegidos quienes han sido traídos al conocimiento de su salvación manifiestan esa Vida que fluye a través de ellos. Un testigo verdadero de Jesucristo ha sido capacitado por una fe dada por Dios para ver a Cristo. Entonces muestra a Jesucristo en su vida. Dios es la luz para el andar del creyente (I Jn. 1:5).

Jesucristo se ofreció a Sí Mismo una vez para quitar pecado. El nunca se ofrecerá a Sí Mismo otra vez. El vive como Abogado para el creyente, no al incrédulo. El es el Intercesor de los creyentes. La identidad de un abogado en una corte terrestre no es de consecuencia peculiar. Esto no es así en la corte celestial. El Señor Jesucristo es el Abogado del creyente, rogando con Su propia justicia ante el Padre justo y santo.

Cristo tiene un interés vital en Sus propios clientes. El llegó a ser su Fiador, derramando Su sangre para su redención. Después de su reconciliación por Su sangre, El les representa ante el Padre. Ningún hombre tiene un lugar en la corte de Dios. El es ya culpable ante Dios: “Ciertamente no hay hombre justo en la tierra, que haga el bien y nunca peque” (Ecl. 7:20). Su caso está perdido.

La Defensa de Cristo manifiesta ambos el fracaso del Cristiano y su seguridad. Todos los Cristianos pecan. Hacerlo es andar en tinieblas espirituales. (La palabra tinieblas está usada en siete maneras diferentes en la Escritura.) En I Juan 1:6, no es la obscuridad natural a la que se refiere sino al fracaso de andar según la verdad. Un Cristiano no persigue habitualmente una carrera en las tinieblas. Sin embargo, él sí anda en la obscuridad cuando reincide. La perfección sin pecar en esta vida es imposible, porque la naturaleza vieja de pecado todavía no ha sido erradicada.

Una característica esencial de un abogado es que él debe ser el amigo sin compromiso del gobierno. Jesucristo es tal amigo a la santa ley (gobierno) de Dios. Los abogados humanos pueden ceder a la presión, dinero, o a alguna otra persuasión humana. Contrariamente, el Abogado del Cristiano no concede ni una tilde. El nunca titubea, fracasa, o cambia.

Otra propiedad fundamental de un abogado es que él debe ser el amigo directo de la ley deshonrada. Jesucristo cumplió toda la ley. Para la defensa de los Cristianos sólo El se califica. Los abogados humanos buscan maneras de ignorar la ley quebrantada o representando mal el contenido de la ley. Cristo honra la ley. Deshonrarla sería deshonrarse a Sí Mismo porque esa es Su ley.

Un calificador para la defensa debe ser inherentemente justo. Jesucristo, el Hijo de Dios, es inocente de complicidad en cualquiera de los crímenes del pecador.

Uno quien es equipado para la defensa debe ser el amigo compasivo del pecador. Jesucristo prueba que El posee éste atributo. El murió por el creyente, llegó a ser su Fiador, e intercede en su beneficio; y todo esto manifiesta Su compasión para el pecador.

Un abogado compatible voluntariamente ofrece servicio gratuito. Jesucristo ha pagado ya el precio en el Calvario, y El no demanda nada al creyente por Su servicio.

Un argumento bueno es vital para la defensa. El Abogado del creyente apela a Su propio carácter, que es la justicia. Jesucristo amó a los elegidos y voluntariamente tomó interés en ellos. El Justo probó Su interés al ser el Sustituto por los injustos. Cristo el Ungido tiene la autoridad para abogar el caso del creyente. Jesucristo el Justo demuestra Su argumento.

La defensa de Cristo supone cuatro cosas: (1) Hay un ofensor. Los Cristianos cometen ofensas todos los días. (2) Hay un acusador. Satanás busca prevenir a los Cristianos de hacer la voluntad de Dios; y cuando ellos caen, él les acusa ante Dios. (3) Hay un Juez. Dios es el justo Juez. (4) Hay una defensa. Jesucristo es el Defensor. La defensa de Cristo declara que los creyentes son criaturas despreciables; sólo la gracia de Dios dentro de ellos es digna. La defensa de Cristo es requerida para guardar a los creyentes limpios. Dios ha provisto bien para ellos: la sangre para limpiar, el Sacerdote para interceder, y el Abogado para abogar.

Ningún sacrificio nuevo es hecho por el Abogado— Jesucristo no se ofrece a Sí Mismo por el pecado. El no muere por el pecado, y la salvación de nadie es obtenida. Los salvos son guardados mediante la defensa. El les santifica en ese oficio. Como Salvador, El obtuvo redención eterna por los elegidos. Como Abogado, El mantiene su derecho a ella.

El sacerdocio de Cristo difiere de Su defensa:

EL SACERDOTE

 EL ABOGADO

Se sienta.  Está de pie abogando.

Es misericordioso y fiel.

 Es fiel y justo.
Representa a los creyentes enfermos ante el Padre. Está para ayudar a los creyentes cuando pecan.
Da gracia para sostener a los creyentes. Representa a los creyentes que pecan.
Da gracia para ayudar en los tiempos de necesidad. Ayuda a los creyentes en los tiempos de pecado.
 creyentes se Le acercan con valor. Los creyentes se Le acercan humildemente, confesando su pecado.
Siempre vive para hacer 
intercesión por los creyentes.
Apela Su propia muerte  en la cruz.
Va delante de los creyentes, intercediendo y orando. Va por los creyentes, aún después de que han
 pecado, abogando por su caso.

 Los abogados entre los hombres frecuentemente niegan las alegaciones traídas en contra de sus clientes. Jesucristo admite todas las traídas en contra de Sus clientes. Los abogados entre los hombres, si ellos admiten el cargo, frecuentemente buscan justificarlo. Cristo no pide excusa para los creyentes. Ellos son culpables, pero El apela a Su propio mérito. Los abogados entre los hombres hacen su trabajo no por amor al justo juicio o la humanidad sino por consideraciones personales. Cristo tiene en mente la gloria de Dios. El está concernido de glorificar el justo juicio de Dios. Muchos abogados están concernidos sólo acerca del logro personal. Los abogados entre los hombres buscan influir en las mentes de los defensores del jurado. Jesucristo no influye al Padre— El lo sabe todo. Cristo influye a Sus clientes. Los abogados entre los hombres a veces abandonan sus alegatos para proteger su auto-respecto y reputación. Jesucristo nunca es tomado por sorpresa. El sabe todo acerca de Sus clientes; por lo tanto, El nunca abandona Sus casos.

(Contenido)


7

EL CARÁCTER DE DIOS REVELADO
POR EL PERDÓN RESTAURATIVO

I Juan 1:5-2:2

La primera epístola de Juan declara que Dios es luz, amor, y vida. Hay dos facetas de revelación Divina en esta epístola. El gozo de Dios es el amor, y el juicio de Dios es la luz. El juicio y el gozo no son contradictorios. En I Juan 1:5-2:2, Juan enfatizó tres verdades importantes concerniente a la luz: (1) La luz representa el carácter de Dios. (2) La luz de Dios resplandece en los corazones de Sus elegidos para regenerarlos. (3) La luz de Dios revela pecado en las vidas de los Cristianos.

1. La luz representa el carácter de Dios: Dios es luz..." (I Jn. 1:5). Juan no declaró que El es “una” luz o “la” luz pero que El “es” luz. El Señor es la fuente de toda luz. En El hay luz absoluta. La luz absoluta hace conocer a los hombres el ser y la naturaleza de Dios. Dios es luz sin obscuridad. Entonces, Juan positivamente y negativamente describió el carácter de Dios.

La luz es auto-manifestada. Los hombres ven por medio de la luz, pero no ven la luz en sí. Dios, también, es invisible. La luz es transparente. La transparencia describe la pureza del carácter de Dios. La luz es inmutable. Dios es inmutable. Jesucristo permanece el mismo (Heb. 13:8). El es Dios y no cambia (Mal. 3:6). No hay mudanza ni sombra de variación en El (Sant. 1:17). La luz es activa e irresistible, y resplandece en las tinieblas. La obscuridad es incapaz de vencerla y es forzada a retirarse.

La luz es pura. Es incapaz de adulteración y no admite ninguna mezcla. El Señor Jesucristo, la Luz del mundo, anduvo entre los hijos de los hombres. El tuvo contacto con todo tipo de maldad e inmundicia. El platicó con una mujer adúltera y la limpió de sus pecados. El también limpió al leproso. No obstante, como el sol brilla sobre un estercolero sin contaminarse, así Jesucristo permaneció impecable.

2. La luz de Dios resplandece en los corazones de Sus elegidos para regenerarles. La luz es irresistible. El Espíritu Santo causa que luz de Dios ilumine a los Suyos. En la luz de Dios, ellos vean luz (Sal. 36:9). “Porque Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo” (II Cor. 4:6).

3. La luz de Dios revela el pecado en las vidas de los Cristianos. La luz que resplandeció en sus corazones para regenerarles continúa resplandeciendo para revelar pecado en sus vidas. Tres fallas de los Cristianos, y las provisiones para ellos, son explicadas en I Juan 1:6-2:2. Cada una comienza con la frase, “si decimos” (1:6, 8, 10). (1) Si un Cristiano dice que él tiene compañerismo con el Señor pero anda en las tinieblas, él miente y no practica la verdad (v. 6). La limpieza para la primera falla resulta del andar en la luz (v. 7). (2) Si un Cristiano dice que él no tiene pecado, él se engaña a sí mismo y la verdad no está en él (v. 8). La limpieza para la segunda falla resulta de la confesión del pecado (v. 9). (3) Si un Cristiano dice que él no ha pecado, él hace a Dios mentiroso; y la Palabra de Dios no está en él (v. 10). La limpieza para la tercera falla es la defensa de Jesucristo (2:1, 2).

Si un Cristiano dice que él tiene compañerismo con el Señor pero anda en las tinieblas, él miente y no practica la verdad (I Jn. 1:6). La santidad y la sabiduría son luz, pero la maldad y la insensatez son obscuridad. La verdad es luz, pero el error es obscuridad. Toda relación privilegiada lleva responsabilidad correspondiente. Donde quiera que el Espíritu Santo esté obrando, uno tiene que tratar con el problema de pecado. El que dice tener compañerismo con Dios, pero anda en las tinieblas, miente. El ignorar la verdad no disculpa a nadie. Consiguientemente, los hijos de luz quienes viven contrariamente a la verdad andan en la obscuridad espiritual.

Los Cristianos llenos de aspiraciones terrestres experimentan un interés decreciente en la Palabra de Dios. Su interés en cosas espirituales disminuye, y ellos reinciden. Una persona quien platica acerca de la verdad sin andar en ella indica que está andando en las tinieblas.

El correctivo para andar en las tinieblas es ser santificado y limpiado por la sangre de Jesucristo (I Jn. 1:7). Quien conoce la verdad y continuamente anda en ella sigue la senda que crece brillante: “Mas la senda de los justos es como la luz de la aurora, Que va en aumento hasta que el día es perfecto” (Prov. 4:18).

Si un Cristiano dice que no tiene pecado, se engaña a sí mismo; y la verdad no está en él (I Jn. 1:8). La persona que declara que él está en el presente sin pecado por la salvación personal se engaña a sí mismo. El manifieste incorrectamente su estado. La naturaleza antigua de pecado permanece en toda persona regenerada. A menos que un creyente ande en la luz, la naturaleza antigua será manifestada. Los Cristianos con pecados no confesados huyen, buscando refugio de la luz Bíblica.

Los Cristianos son limpiados de sus pecados cuando los confiesan a Dios (I Jn. 1:9). El perdón restaurativo es condicional. El pecado no confesado no quita la salvación, porque el perdón eterno es incondicional. Sin embargo, sí requiere la disciplina de Dios.

Antes que cualquiera se separa del pecado, debe desear el ser librado de el. “El que encubre sus pecados no prosperará; Mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia” (Prov. 28:13). Cuando uno se acostumbra a pecar, llega a ser inconsciente de ello. El Libro de Job fue escrito para instruir a los Cristianos como aborrecer el pecado en sí mismos y para arrepentirse. El anuncio de la doctrina alcanza a los corazones de los Cristianos quienes están pecando y les causa arrepentirse.

La raíz de casi todo problema de la iglesia es el pecado secreto y no confesado. La confesión en el altar privado es suficiente para asegurar el perdón y limpieza para el pecado conocido sólo por Dios y un alma individual, pero para el perdón de pecado público se necesita la confesión de uno a otro. La adoración es imposible para aquellos quienes han pecado el uno al otro, hasta que hayan corregido el mal (Mat. 5:23, 24).

El perdón es costoso. Dios perdona a un pecador arrepentido por el sacrificio del Salvador. De la misma manera, cuesta al corazón perdonador perdonar la transgresión del otro. Pero vale la pena, porque los perdonados tienen espíritus perdonadores. La carne no cede fácilmente, pero los Cristianos no son deudores a la carne— ellos crucifican la carne (I Cor. 9:27).

Con una excepción, los pecados cometidos antes que una persona fuese salvada nunca deberían ser relatados. Ellos fueron lavados en la sangre del Señor Jesucristo. Continuar confesando públicamente los pecados cometidos antes de la justificación es un insulto e injurioso a la obra finalizada de Jesucristo. El perdonó eternamente al pecador de ellos. Reiterar aquellos pecados llama a la atención de uno mismo. El evangelismo de hoy en día capitaliza sobre las confesiones repetidas de los drogadictos anteriores, boxeadores, presidiarios, etcétera. Arrastrar a los oidores por el fango no es necesario para regenerar y convertir a aquellos que oyen. Las experiencias de otros no regeneran a nadie. Sólo Dios regenera.

Sólo hay una circunstancia donde los pecados cometidos antes de la justificación deberían ser confesados. Una persona salva seguirá el ejemplo de Zaquías de hacer enmiendas a aquellos que él agravió antes de su conversión (Luc. 19:1-10). Zaquías hizo reparación a las personas que él había agraviado durante su condición no salva. El apóstol Pablo relató pecados que él cometió antes de su conversión por la misma razón. El relato histórico fue dado por Lucas (Hech. 9). Pablo se lo repitió a los Hebreos (Hech. 22), a los Gentiles (Hech. 26), en relación a la soberanía de Dios (Gál. 1:13-17), para mostrar su separación de todo mérito humano (Fil. 3), y como un ejemplo a Timoteo (I Tim. 1:12-17).

Si un Cristiano dice que él no ha pecado, él hace a Dios mentiroso; y la Palabra de Dios no está en él (I Jn. 1:10). El pecado está presente en todo creyente; y a fin de retener el compañerismo con Dios, debe ser confesado. La corrección para pecar es una parte de la defensa de Cristo (I Jn. 2:1, 2).

Los Cristianos son los hijos de luz: “Porque en otro tiempo erais tinieblas, mas ahora sois luz en el Señor...” (Ef. 5:8). Como tales, los Cristianos deben reflejar la luz de Dios y no participar “en las obras infructuosas de las tinieblas, sino más bien reprendedlas” (Ef. 5:11). El ministerio de luz no termina en los creyentes. La luz fue obrada en ellos por el Espíritu Santo para que Su misión en el mundo debería ser realizada mediante ellos. Ellos se ocupan en la salvación que Dios obró adentro (Fil. 2:12, 13); Dios produce en ellos el querer como el hacer, por su buena voluntad.

La luz refleja su fuente. Todo rayo del sol llama la atención a la fuente potente de energía del cual sale. El Cristiano que refleja la luz de Dios llama la atención no a sí mismo sino hacia a Dios. Cuando su luz resplandece ante los hombres, él glorifica al Padre quien está en el cielo (Mat. 5:16).

Los transformadores bajan el voltaje eléctrico, haciéndolo seguro para el uso humano. La luz de Dios no pudo ser vista hasta que fue “bajada.” Ninguno ha contemplado nunca la gloria esencial de Dios. El encubrió Su gloria— “bajó” Su luz— cuando Jesucristo se hizo carne. Entonces, los hombres contemplaron Su gloria moral: “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros, (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad” (Juan 1:14). Esta luz es hecha resplandecer mediante los recipientes de la gracia de Dios.

Por su misma naturaleza, la luz se opone la obscuridad. La luz y la obscuridad no puede hacer una tregua. Uno que continuamente persigue la obscuridad sin reprobarla es naturalmente obscuro. Pero los Cristianos no están en la obscuridad, aunque ellos pueden temporalmente andar en la obscuridad cuando andan contrario a la verdad. Esto causará una pérdida de compañerismo, pero este compañerismo puede ser restaurado al andar en la luz, confesando los pecados, y confiando en la defensa del Señor Jesucristo.

(Contenido)


8

LA CONFESIÓN INCLUIDA EN
EL PERDÓN RESTAURATIVO

Salmo 32:1-11

Dios es el autor del perdón— sólo El puede perdonar pecado. Los pecadores han profanado Su nombre, abusado Su paciencia, infringido Sus leyes, y manchado Su gloria. No obstante, El los perdona de su pecado. Por el perdón eterno, los pecados cometidos por los creyentes son ocultos ante los ojos del Padre. La sangre de Jesucristo cubre todo pecado— pasado, presente, y futuro.

Aunque los pecados de un creyente son ocultos al Padre, ellos deben ser debidamente confesados y limpiados. La persona justificada retiene su naturaleza de pecado; por lo tanto, él requiere la santificación continua.

Los Cristianos que pecan pierden el gozo de su salvación. Solamente las personas eternamente perdonadas experimentan el gozo. (El gozo no puede ser restaurado a aquellos quienes nunca lo han experimentado.) La restauración de uno quien mediante el pecado había perdido el gozo de su salvación es registrada en Salmos 32 y 51. Jacob también fue restaurado al compañerismo al que había disfrutado previamente en Betél (Gén. 31:3; 32:9; 35:1-15). Los santos de Éfeso quienes habían dejado su primer amor fueron exhortados para volver (Apoc. 2:1-5).

La introducción al Salmo 32, como registrada en los versículos 1 y 2, describe el gozo experimentado por un pecador perdonado. David reconoció la naturaleza radical del pecado (vv. 3-7), y el Señor contestó su confesión de pecado (vv. 8, 9). El salmo concluye (vv. 10, 11) con un testimonio a la gracia redentora de Dios.

El salmo es introducido con una expresión del gozo rebosando por los pecados perdonados. El escritor se regocijó sobre los hechos perdonados del pecado. En el Salmo 51, él se regocijó sobre la naturaleza perdonada del pecado. Los conceptos erróneos de perdón resultan de una ignorancia de esa distinción.

El Señor declaró a David bendecido porque él había sido eternamente perdonado. Ese perdón fue basado en el pacto eterno que Dios el Padre había hecho con Su Hijo y en la obra finalizada de Cristo en la cruz. Las personas regeneradas son bendecidas porque están en una condición mejor a la que estaba Adán antes que cayera. Los Cristianos no lamentan la caída de Adán, pero se regocijan de que son trofeos de la gracia de Dios. Las bendiciones futuras también son prometidas (Apoc. 21, 22).

Uno cuya transgresión es perdonada es bendecido. Esta única palabra no transmite adecuadamente el significado aquí. Es llamado “transgresión,” “pecado,” e “iniquidad” (Sal. 32:1, 2, 5). La transgresión es la rebelión contra una autoridad digna. El pecado es fallar el blanco. La iniquidad es la perversidad moral. Tres expresiones para el perdón también son dadas: perdonado, “cubierto,” y “no culpa” (vv. 1, 2). Perdonado significa quitado. Cubierto indica que los pecados son ocultos ante la cara de Dios. Inculpabilidad significa que la deuda ha sido cancelada; no es contada a la cuenta del pecador.

Los creyentes son bendecidos con la seguridad de que los pecados que ellos cometen después de su regeneración no serán imputadas a sus cuentas. El arrepentimiento y la confesión del pecado son frutos de la defensa de Cristo. El Señor Jesucristo justamente arregló la cuestión del pecado en la cruz; consiguientemente, El justamente ruega por los creyentes sobre el trono. Los pecados pasados, presentes, y futuros de los creyentes fueron juzgados en el sacrificio del Señor Jesucristo.

Los creyentes sin engaño (la hipocresía) son bendecidos. La sinceridad y la hipocresía son incompatibles. El engaño es manifestado por negar considerar seriamente uno mismo ante Dios. Tales personas inevitablemente se disculpan a sí mismos por no confesar su pecado. La diversión vana y las ceremonias religiosas son adoptadas frecuentemente a fin de aliviar la labor de reflexión. Una persona perdonada, por otra parte, abiertamente confiesa su pecado y no se disculpa por ello. El desea un tratamiento imparcial. El estudia la Palabra de Dios e implementa lo que ha aprendido por seguir la santidad práctica.

David reconoció la naturaleza radical de pecado, sintió la carga y la tristeza de ella, y lo confesó. El reconoció que todo pecado es contra el Señor. El miró retrospectivamente de su compañerismo restaurado a su recaída perdonada (Sal. 32:3, 4). Durante su silencio— el fracaso en no confesar sus pecados— él sufrió el castigo de Dios. El fracaso en no confesar el pecado puede resultar del no pensar, del orgullo, o de la dilación. El pecado nunca es disminuido por la confesión tarde. No sólo es malo, pero tampoco vale la pena.

El estado de David después su gran transgresión es reflejada en el Salmo 51. Su declinación fue marcada por diversas complicaciones que no sólo agravió su culpabilidad personal pero directamente afectó las vidas de otros.

El pecado de un Cristiano es lo más atroz de todas las iniquidades. Una persona no salva puede ser culpable de todos los tipos de pecado, pero es el pecado de un Cristiano que trae reproche sobre Aquel quien le ha perdonado eternamente.

El pecado de David resultó en la pérdida de cuatro cosas: (1) El perdió su paz y oró por el perdón (v. 1). Su rogativa por el perdón comenzó con el pedir misericordia antes de mencionar su pecado. El no usó la pureza pasada, los padres piadosos, la posición pública, o lo que había hecho para el Señor. (2) El perdió su pureza y oró por limpieza (v. 2). Su petición fue por una limpieza personal— lávame— no para la limpieza de sus vestidos. Los hipócritas son satisfechos con la limpieza de sus vestidos. Los Cristianos sinceros desean una limpieza interna. (3) El perdió el gozo de su salvación y rogó por la restauración (vv. 4-12). Muchos se enferman por el pecado, pero David estaba enfermo “de” pecado “como” pecado. El hizo una confesión total. Ninguno sino los que son verdaderamente nacidos de nuevo confesarán totalmente ante el ojo todo-vidente de Dios. (4) El perdió su poder— la eficacia en el servicio— y oró por su renovación (vv. 13-19).

Cinco temas grandiosos dominan el Salmo 51: (1) PECADO— El pecado es tratado de tres maneras. Es un récord manchado que debe ser quitado. Es un ropero contaminado que debe ser lavado. Es una enfermedad mortífera de la cual uno debe ser limpiado. (2) RESPONSABILIDAD— David no culpó a la herencia, al ambiente, a la sociedad, al instinto, o a las circunstancias por su pecado. El admitió su propia culpabilidad. Aquellos quienes buscan disculpar el pecado no saben nada de la gracia de Dios. (3) ARREPENTIMIENTO— Los santos del Antiguo Testamento podían entender por la profecía que un manantial está abierto para la limpieza (Zac. 13:1). Todos los salvos desde la muerte del Testador saben que hay un manantial lleno con la sangre sacada desde las venas de Emanuel que limpia todo pecado (I Jn. 1:7). (4) PERDÓN— El conocimiento de pecado conduce al creyente a ese manantial lleno con sangre. (5) TESTIMONIO— El perdón y la limpieza conducen a una vida de testimonio para el Señor. Una persona redimida no puede refrenarse de testificar diariamente.

Antes de que confesar sus pecados, los huesos de David se envejecieron (Sal. 32:3). Su resistencia física disminuyó. La disminución del estado espiritual de una persona afecta su bienestar físico. Una persona que sufre de una basura extraña en su ojo no puede disfrutar de su vista más que un ciego. No obstante, ninguno concluiría que él ha perdido su vista. Quitar la basura extraña y perturbadora es frecuentemente dolorosa. De la misma manera, el quitar lo que es extraña a la espiritualidad es doloroso al Cristiano que peca.

La mano disciplinadora de Dios fue pesada sobre David (v. 4). Los científicos afirman que la atmósfera pesa sobre todos los objetos sólidos una cierta cantidad de presión por pulgada cuadrada. Sin embargo, ellos no son aplastados. Asimismo, un Cristiano es protegido mediante la disciplina de Dios (Sal. 89:3-34).

David se arrepintió y confesó su pecado (Sal. 32:5-7). Su confesión fue en tres maneras: (1) El admitió su pecado. (2) El descubrió su pecado. (3) El confesó su pecado. El testimonio agradecido del salmista después de su restauración está registrada en el Salmo 32:6-7. El Señor contestó la confesión de David con la instrucción (v. 8) y la advertencia (v. 9).

Los Cristianos no pueden ser instruidos y bendecidos hasta que ellos admiten, descubren, y confiesan sus pecados. La instrucción sigue la confesión genuina del pecado. La verdad debe ser aprendida mediante este tipo de experiencia práctica. La capacidad de repetir porciones de la Escritura es insuficiente. Sólo la verdad abstracta— la verdad separada de la aplicación o la consideración práctica— beneficia a nadie. El pueblo de Dios debe ser adoctrinado. Las personas pueden ser teóricamente adoctrinadas y dar asentimiento vocal y mental a la doctrina. Sin embargo, sólo cuando la doctrina es recibida en el corazón de un creyente puede él exhibir su influencia moldeada.

La confesión, el perdón, y la restauración al compañerismo con el Señor capacitan a los Cristianos efectivamente servir al Señor. Cuando David fue restaurado al gozo de su salvación, él estuvo entonces en una posición para testificar fielmente del Señor (Sal. 51:12, 13). El versículo 13 expresa un resultado, “Entonces enseñaré a los transgresores tus caminos...” y una resolución, “...Y los pecadores se convertirán a ti.” Cuando un penitente es limpiado y lleno con el gozo, él debe de hablar. Cuando es ungido con poder, debe lograr.

Un penitente verdadero reconoce que el pecado es contra Dios, y que la raíz del pecado es su propia naturaleza corrompida. El pecado requiere un remedio, porque el pecado se priva un creyente del gozo de su salvación y lo roba de su poder para testificar por el Señor.

(Contenido)


9

LA FERTILIDAD PRODUCIDA MEDIANTE
EL PERDÓN RESTAURATIVO

Oseas 14:1-9

Los creyentes avivados tienen fuerza y belleza espiritual de carácter. Ellos llegan a ser fructíferos, y crecen como la viña porque disciplinan sus vidas. El Señor los capacita para producir fruto, porque todo fruto es del Señor (I Cor. 15:10). Ninguna persona produce fruto separado de El.

El libro de Oseas fue escrito para corregir el recaimiento de Israel, y contiene allí un mensaje de Dios para el pueblo de Dios en todo tiempo. Los Cristianos no caen repentinamente. Los que caen comienzan a deslizarse lentamente— sin esfuerzo, en forma natural. Y puede ser una sensación agradable. Sin embargo, cuando el paso se comienza acelerar, el gozo se cambiará a una alarma.

Oseas fue el profeta en la hora cero de Israel, y su mensaje fue para los creyentes que pecaban. Oseas entendió el significado verdadero del pecado de Israel— que fue el adulterio y la prostitución espiritual. Aquellos quienes buscan la satisfacción mediante las relaciones o las prácticas ilícitas son culpables del adulterio o la prostitución espiritual. Los Cristianos son amonestados contra tal pecado: “¡Oh almas adúlteras! ¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios? Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios” (Sant. 4:4). Las cosas del mundo pasan (I Cor. 7:31). Los Cristianos quienes coquetean con el mundo son culpables de adulterio espiritual.

Ninguna transgresión es tan atroz como la de aquellos quienes son desleales a la verdad conocida. Ellos pecan contra la luz y el amor. El perdón no debe ser considerado a la luz de sólo uno de los atributos de Dios— amor. Tres de Sus atributos son predominantes en la profecía de Oseas: (1) Dios es santo; por lo tanto, el pecado de Israel no fue tolerable (capítulos 1-7). La santidad de Dios, no Su amor, es primero en el orden. Es cuando uno ve su pecado a la luz de la santidad de Dios que puede ver su seriedad. (2) Dios es justo; por lo tanto, Israel fue castigado (capítulos 8-10). (3) Dios es amor; por lo tanto, Israel fue restaurado (capítulos 11-14). Los Cristianos son consolados con saber que Dios perdona a los Suyos en el amor.

Los primeros tres versículos de Oseas 14 introducen el capítulo. A lo largo del Antiguo Testamento las palabras “volver” o “regresar” significan arrepentimiento. Oseas exhortó a Israel a que se arrepintiera. La necesidad para el arrepentimiento indica que alguien ha pecado. Esto es humillante. Dios hizo provisión para los pecados de todos los Suyos. Esto es estimulante. Conclusivamente, la palabra “regresar” alienta y humilla a los Cristianos.

Los siguientes conceptos importantes aparecen en la introducción de Oseas 14: (1) Un hecho terrible es declarado— “has caído.” Los hijos de Israel habían caído por su propia iniquidad. Ellos fueron creyentes, pero habían caído de un estado alto a un estado más inferior. Los Cristianos no permanecen sobre una sola meseta. Ellos están o progresando o retrocediendo. Su deseo debería ser progresar continuamente. La regresión en los Cristianos siempre es dolorosa. Su caída no es atribuible a las circunstancias, aunque sus circunstancias pueden revelar sus deseos interiores los cuales les causan codiciar. (2) Israel fue afectuosamente “exhortado para volver” al Señor. (3) Les fueron dadas “dirección instructiva.” Nuestra oportunidad dicta el grado de nuestra responsabilidad. Israel fue amonestado a ser sincero en la confesión y la oración. “Las ofrendas de nuestros labios” tiene referencia al sacrificio de labios, y ese incluye la veracidad y alabanza. (4) Israel fue “amonestado” contra poniendo la confianza en la criatura (v. 3). Ni las circunstancias ni los individuos pueden librar a cualquiera. Cuando Dios altera el corazón de uno al arrepentimiento, El quita la confianza carnal. Las personas arrepentidas reconocen la total-suficiencia de Dios para satisfacer sus deseos. Ellos encuentran su misericordia y la satisfacción en El.

Tres pensamientos primarios aparecen en Oseas 14:4-9— (1) Dios restaura los rebeldes (v. 4). (2) El rocío de cielo simboliza el método que usa Dios para restaurar a los recaídos (v. 5). (3) La restauración de Dios de los recaídos es efectiva (vv. 6-9).

1. Dios restaura a los creyentes recaídos. “Yo sanaré...amaré...Yo seré...” (vv. 4, 5). Una persona que recae y una persona apóstata sólo difieren en que no hay esperanza para los apóstatas. Ellos han oído la verdad y han venido a algún conocimiento de ella. Ellos profesan el Cristianismo pero sale de su conocimiento de la verdad. Las personas nacidas de nuevo pueden recaer, pero su recaimiento no es fatal. El pueblo de Dios está inclinado fuertemente a recaer, pero el Señor los ama libremente. Este amor no es incitado por el hombre— es impelido sólo por Dios. Dios concede el arrepentimiento; sólo El capacita a un creyente que peca a arrepentirse.

2. El rocío simboliza el método de Dios en la restauración. “Yo seré a Israel como rocío” (v. 5). El rocío viene silenciosamente cuando los vientos son aquietados y la noche está sin movimiento. Tiene un efecto revivido sobre la vegetación. Representa la obra del Espíritu Santo en restaurar a los creyentes: “No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos” (Zac. 4:6). (“Rocío” en Os. 6:4 es contrastado con “rocío” en Os. 14:5. El primero muestra la bondad del hombre que pronto pasa. Contrariamente, el segundo muestra que la restauración por el Espíritu Santo renueva.)

El rocío simboliza la restauración del Espíritu de los creyentes que pecan. Es nacido del cielo, y desciende silenciosamente. El Espíritu Santo obra silenciosamente en los corazones de Su pueblo, dándoles fuerza y convicción para hacer la voluntad de Dios. La naturaleza del rocío es para suavizar y humedecer. Sólo el Espíritu Santo puede suavizar a los corazones duros. El causa confesión, restauración, limpieza, y el llevar fruto. El rocío cae después de que el sol ha retirado su brillar. El Señor Jesús dijo a Sus discípulos que era necesario que El saliera. Fue después que El ascendió al Padre, ausentando Su presencia personal de la tierra, que vino el Espíritu Santo. El rocío es provisto diario, y el Espíritu Santo da la fuerza diaria para suplir la necesidad de un Cristiano. El gozo de la restauración recuerda la primera liberación. El alma es traída al punto nuevo de comienzo y llega a ser un jardín fragante.

3. La restauración de Dios de los recaídos es efectiva (vv. 5, 6). Ellos crecen como un lirio. Los lirios frecuentemente crecen en lugares indecorosos donde su belleza es sobresaliente. Ellos a veces brotan en medio de una tormenta. En el mismo sentido, los creyentes restaurados radian la belleza del Cristianismo. El rocío causa que los lirios crezcan; y el Espíritu Santo produce el crecimiento espiritual en los creyentes restaurados.

Pero la belleza sola es insuficiente; los recaídos restaurados necesitan la fuerza. Dios promete a los creyentes restaurados la fuerza del Líbano. El cedro de Líbano con sus raíces y sus ramas frondosas es símbolo de este tipo de fuerza. Uno que ha sido restaurado al compañerismo no sólo manifiesta la belleza, pero también tiene la fuerza espiritual del carácter. Las ramas del restaurado se extienden como las ramas fructíferas de un árbol de aceitunas. El aroma de aquellos quienes han sido restaurado es como el Líbano, denotando la fragancia de una vida fructífera. Los restaurados crecen como una enredadera (esto también significa la necesidad para podar).

Dios perdona restaurativamente a los pecadores porque el Señor Jesucristo es su Abogado. El revela que Su carácter es Luz por Su perdón restaurativo. Los Cristianos individuales deben confesar sus pecados a Dios para recibir Su perdón. No es sino hasta entonces que pueden llevar fruto para glorificar al Señor.

(Contenido)


10

EL PERDÓN GUBERNAMENTAL DE DIOS
Daniel 1:1-21

El perdón gubernamental está basado sobre principios inmutables y Divinos. Todo hijo de Dios debería considerar seriamente el tema del perdón gubernamental. Un pecado no está necesariamente terminado aun cuando está confesado y el confeso está perdonado. Aquel que ha sido eternamente perdonado puede pecar y ser restaurativamente perdonado; pero todo Cristiano debe cosechar en esta vida lo que siembra (Gál. 6:7).

Mientras que Dios dilate el ejercitar de Su poder (Sal. 50:21), El sí disciplina a Sus hijos quienes han sido restaurados de la recaída. Ningún tiempo puede ser tan solemne como el vivo presente. Los principios Divinos deben ser mantenidos porque ellos son inmutables. Los Cristianos, sean jóvenes o viejos, deberían mantener los altos principios de la Palabra de Dios. Como Daniel, a pesar de del costo personal, monetario, o social, ellos no deberían bajarlos.

La historia de Israel prueba que Dios juzga a los Cristianos en esta vida por los pecados que ellos cometen. Varios juicios son mencionados en conexión con la historia de Israel: (1) servidumbre, (2) cautiverio, y (3) desolaciones. Por los pecados nacionales de Israel, Judá fue traído bajo setenta años de servidumbre a Babilonia (Dan. 1:1). Israel continuó rebelándose bajo aún servidumbre; por lo tanto, Dios le envió un castigo más severo. El los trajo en cautiverio. Israel continuó rebelde en el cautiverio, y el Señor envió desolaciones sobre ellos.

La profecía de Daniel revela el perdón gubernamental de Dios de Israel mientras que estuvieron en el cautiverio Babilónico. Es significativo que el nombre “Daniel” venga de dos palabras hebreas: Dan, que significa juzgar, y el, que refiere a Dios. Entonces, su nombre significa “Dios juzgando.” Hay seis divisiones básicas en la profecía de Daniel: (1) Las costumbres paganas son juzgadas (capítulo 1). (2) La filosofía pagana es juzgada (capítulo 2). (3) El orgullo pagano es juzgado (capítulos 3-4). (4) La impiedad pagana es juzgada (capítulo 5). (5) Los perseguidores paganos son juzgados (capítulo 6). (6) Las naciones paganas son juzgadas (capítulos 7-12).

Los cuatro jóvenes capturados (1:6) fueron “muchachos en quienes no hubiese tacha alguna, de buen parecer, enseñados en toda sabiduría, sabios en ciencia y de buen entendimiento...” (1:4). El rey, deseando beneficiarse de todo, vio gran potencialidad en estos muchachos.

A los muchachos devotos les fueron ofrecidos un curso de tres años en la escuela de los paganos con gastos pagados por el rey (1:5). Los Babilonios buscaron persuadirlos para que dejaran sus convicciones y principios. El mundo hoy en día usa las mismas tácticas, todavía busca persuadir a los Cristianos a abandonar sus convicciones y principios.

Los nombres de los cuatro muchachos fueron cambiados por petición del rey (1:7; 5:12). El esperó que cambiando sus nombres les convencería de olvidar su lealtad a Dios. (Sus nombres hebreos significaban que Daniel y sus compañeros estaban asociados con Jehová Dios.) El príncipe de los eunucos, en el comando del rey, cambió sus nombres; pero él no pudo cambiar sus caracteres.

Aunque los hijos hebreos fueron sujetados al mandato del rey pagano, ellos permanecieron sometidos a los principios Divinos. Las personas Divinamente escogidas negarán cualquier nombramiento de hombres que ignoran la designación de Dios. Los principios Bíblicos tienen poca influencia sobre aquel que no está sometido a ellos. A un Cristiano que verdaderamente sigue al Señor, sin embargo, las costumbres alrededor de él pueden cambiar; pero su dedicación a los principios Bíblicos no puede.

Daniel rehusó contaminarse a sí mismo (1:8), y estaba dispuesto a ser probado (v. 12). El príncipe de los eunucos temó que la condición física de los jóvenes hebreos se deteriorara por su decisión de no comer el menú asignado por el rey. La gente no salva no sabe nada del sustento de Dios. Los hijos de Dios tienen una comida para comer que el mundo no conoce. Daniel escogió una vida sencilla. Lo menos complicada que sea la vida de un Cristiano, lo más fácil es vivir cerca al Señor. Hoy en día, muchas veces, hombres bien intencionados, involucrados en una sociedad religiosa, proponen programas complicados en vez de vivir vidas sencillas con la meta de honrar al Señor.

Daniel no cedió ante la tentación. El no pudo prevenir el cambio de su nombre, pero él propuso en su corazón no contaminarse a sí mismo por comprometerse. El coraje espiritual capacitó a Daniel adecuadamente para llamar el programa del rey, una contaminación. Lo que no es de Dios sí contamina. La enseñanza errónea contamina a los Cristianos; ellos deben salir de ella y venir a lo que da honra al Señor.

Es generalmente aceptado que Daniel tenía diez y seis años de edad cuando fue capturado. Su juventud no impidió su convicción y su disponibilidad para permanecer firme para el Señor. La misma gracia que capacitó a Daniel para permanecer leal a los principios Divinos capacita a los hijos salvos, jóvenes, y adultos a hacer lo mismo hoy en día. La gracia de Dios en la vida de un joven le capacitará para vivir una vida santa, así como las personas mayores pueden quienes son también recipientes de la gracia.

Dios sobredominó y trajo a Daniel al favor con aquellos en poder. Aunque la gente desprecie a los Cristianos por permanecer firmes a los principios Divinos, estos deben admitir que los creyentes tienen algo que ellos no poseen.

Daniel se separó a sí mismo, y Dios le dio sabiduría. Su sabiduría superó a la de los astrólogos, los adivinos, y los magos. El Cristiano separado y humilde puede saber más que los hombres más sabios del mundo. La manera para ganar conocimiento está descrita en Juan 7:17— “El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios, o si yo hablo por mi propia cuenta.” Es falta de obediencia a la voluntad de Dios lo que previene a una persona para discernir si una cosa es de Dios o no. Lo más obediente que un Cristiano sea a lo que sabe, lo más que el Señor le revela a él.

(Contenido)


11

EL PERDÓN GUBERNAMENTAL MEDIANTE
LAS BENDICIONES MALDITAS

Malaquías 2:1-9

El perdón gubernamental de Dios es revelado también en la profecía de Malaquías. Dios advirtió a los líderes espirituales de Israel de que El maldeciría sus bendiciones (Mal. 2:1-9). El mensaje fue dirigido primordialmente a los líderes espirituales, pero es aplicable a todos los que conocen al Señor Jesucristo. La profecía de Malaquías tiene muchos puntos en común con la advertencia de Cristo a los Cristianos en Laodicea (Apoc. 3:14-22). Malaquías predicó a un grupo de personas que habían sido avivados como más de cien años antes bajo la predicación de Hageo y Zacarías. Sin embargo, este avivamiento fue corto, y Malaquías experimentó condiciones similares de aquellas que experimentan los hombres de Dios en el día de hoy.

El regaño de Malaquías a los sacerdotes comienza en Malaquías 1:6 y termina en Malaquías 2:9. El segundo capítulo describe la continuación de “la bendición con la maldición sobre ella.” La insensibilidad a la bendición de Dios fue el gran pecado de los Israelitas. Su culpabilidad fue compuesta por su fracaso al reconocer su pecado. Cuando fueron confrontados con la Escritura, buscaron justificarse a sí mismos. Su condición era muy parecida a la condición caótica de los profesantes del Cristianismo en el día de hoy.

El estilo de diálogo que Malaquías usó para escribir fue único. A través de su profecía, él ilustró la insensibilidad de Israel al amor y la bondad de Dios. (1) El Señor dijo, “Yo os he amado” Los Israelitas contestaron, “¿En qué nos amaste?” (1:2). (2) El Señor dijo, “Oh sacerdotes, que menospreciáis mi nombre.” Ellos contestaron, “¿En qué hemos menospreciado tu nombre?” (1:6). (3) El Señor dijo, “En que ofrecéis sobre mi altar pan inmundo. ”Los sacerdotes contestaron, “¿En qué te hemos deshonrado?” (1:7). (4) El Señor les acusó de profanar Su nombre. Ellos mostraron más interés para la criatura que para el Creador. Ellos contestaron que la mesa del Señor fue inmunda y que la adoración fue fastidiosa (1:12, 13). (5) Judá profanó la santidad del Señor por casamientos mutuos. Ellos preguntaron, “¿Por qué?” (2:11-16). (6) Ellos cansaron al Señor con sus palabras. Ellos preguntaron, “¿En qué le hemos cansado?” (2:17). (7) Ellos se habían salido de las ordenanzas del Señor, y el Señor les mandó volver. Ellos preguntaron, “¿En qué hemos de volvernos?” (3:7). (8) A ellos se les recordó que habían robado de Dios los diezmos y ofrendas. Ellos preguntaron, “¿En qué te hemos robado?” (3:8). (9) Se les dijo que sus palabras fueron violentas contra el Señor. Ellos preguntaron, “¿Qué hemos hablado contra ti?” (3:13). (10) Ellos fueron acusados de decir que por demás es servir a Dios. Ellos preguntaron cómo fue que se aprovecharon de servirle a El. (3:14).

Los sacerdotes habían llegado a ser como la gente a quien ellos mismos ministraban. Y esto era prohibido por el Señor. Los hombres de Dios deberían ser un ejemplo para los demás, porque la enseñanza ferviente sin una vida ferviente no conduce a nada.

La carga de Malaquías (1:1) no fue auto-impuesta. Fue puesta sobre él por el Señor. El mensaje de Dios es llamado una carga al hombre de Dios. (1) Condena al pecado, expone la hipocresía, y causa división dondequiera que es verdaderamente proclamado. (2) Todo hombre a quien se le es dada va a dar cuenta de la manera que él ha tratado ese mensaje cuando comparezca ante Dios. La verdadera predicación es artesana; brota desde adentro. Los hombres a quienes Dios les ha dado la carga de Su mensaje no pueden retenerlo adentro. Ellos no pueden dejar de decir lo que han visto y oído (Hech. 4:20). Ellos claman con Pablo, “...¡ay de mí si no anunciare el evangelio!” (I Cor. 9:16).

Nada perturba más a los verdaderos hijos de Dios que aquellos que dudan la autenticidad de la Palabra de Dios. Malaquías se enfrentó con aquel problema en la inconsciencia de Israel a la bendición de Dios y a su propio pecado. Ellos dudaban todo lo que pertenecía a Dios y a sí mismos. Sin embargo, Dios contestó todo el criticismo que ellos presentaron.

El primer instinto del hombre es rebelarse contra la soberanía Divina. Pero había un remanente fiel durante el tiempo de Malaquías, como lo había en la iglesia de Laodicea. El verdadero remanente espiritual mirará sobre el derrocamiento del malvado, no para deleitarse en su ruina pero porque declara la gloria de Dios y testifica a la integridad de Su remanente espiritual (Mal. 1:5). La lección que puede ser aprendida aquí por la iglesia del Señor Jesucristo es registrada en II Tesalonicenses 1:3-8.

Tres cosas deberían ser observadas acerca de Malaquías 1:5— (1) Es una proclamación profética. (2) La profecía será cumplida en la segunda venida de Cristo: “...vuestros ojos lo verán, y diréis....” (3) “...Sea Jehová engrandecido más allá de los límites de Israel.”

Israel fue insensible al amor de Dios y a su propio pecado (Mal. 1:2). La ignorancia acerca de uno mismo es el peor tipo de ignorancia. Israel no reverenció ni honró el nombre de Dios (Mal. 1:6). Ellos no Le temieron. Hoy, el nombre de Dios, Su día (el día del Señor), Su palabra (la Santa Escritura), Sus ordenanzas, y Sus ministros son deshonrados. Nada debería prevenir a los Cristianos de congregarse para adorar en el día del Señor y oír la Palabra de Dios como el mensaje de Dios a sus corazones individuales. Todo Cristiano debería seguir el Señor en el bautismo, ser un miembro de un iglesia Neotestamentaria, y observar la Cena del Señor. Ellos deberían estimar altamente a los ministros de Dios por causa de su obra (I Tes. 5:12, 13).

El pueblo de Israel manifestó su pecado e irreverencia hacia Dios por los sacrificios que hicieron a El (Mal. 1:7, 8). Ellos ofrecieron a Dios lo que no hubieran ofrecido al gobernador. La ley demandaba que deberían honrar a Dios con lo mejor de sí mismos. Lo que sobra del tiempo libre, dinero, energía, y los talentos son inaceptables a Dios. Si los Cristianos fallan en ofrecer lo mejor de sí mismos, Dios maldecirá sus bendiciones.

Los Israelitas rehusaron hacer cualquier acto de adoración sin recompensa (Mal. 1:10). Los Cristianos deberían congregarse en la casa del Señor para recibir dirección y para adorar al Señor en espíritu y en verdad. Ellos deberían desear las bendiciones espirituales, no las monetarias.

La adoración incorrecta es peor que el no adorar. La gente frecuentemente dice, “Bien, yo estoy contento de que fulano vaya a una iglesia a cualquiera que sea pero que vaya; él da un sentido aparente de la religión.” Pero sin embargo, a menos que adore en espíritu y en verdad, él está profanando el nombre de Dios. Las ofrendas puras deben venir desde un corazón purificado, un espíritu penitente y obediente, y un espíritu que es consagrado a Dios (Mal. 1:10-14).

Malaquías describió la bendición continua con una maldición sobre ella (Mal. 2). ¿Cómo maldice Dios a la bendición de una persona? (1) El puede hacer a uno pobre en su riqueza. Los Laodicenses se jactaron de su riqueza, pensando que no tuvieron necesidad de nada. El Señor los declaró pobres. Esta edad opulenta está experimentando la riqueza tal como nunca se ha conocido antes. No obstante, la espiritualidad está a una decadencia muy baja. (2) El puede hacer que uno se enferme— una persona puede jactarse de su salud física y llegar a obsesionarse con ella que puede convertirse espiritualmente enfermo. (3) El puede hacer que uno sea ignorante en su conocimiento. Dios puede maldecir el conocimiento mundano de una persona de tal modo que puede llegar a ser espiritualmente ignorante. El conocimiento y sabiduría del mundo sobreabundan en el día de hoy. Los hombres “siempre están aprendiendo, y nunca pueden llegar al conocimiento de la verdad” (II Tim. 3:7). Así, el conocimiento es maldecido de tal manera que se transforma en ignorancia. (4) El puede hacer a una persona que su éxito sea un fracaso. La absorción en las realizaciones de uno llegan a ser una maldición si Dios le priva del poder para disfrutarlas.

El mensaje de Malaquías fue dirigido primordialmente a los sacerdotes— los líderes espirituales de su tiempo. El mensaje del regaño de Dios continúa dirigiéndose a los líderes espirituales, aquellos que representan al Señor. El Señor expresó Su descontento con los sacerdotes en el tiempo de Malaquías, diciendo, “...maldeciré vuestras bendiciones; y aun las he maldecido, porque no os habéis decidido de corazón. He aquí, yo os dañaré la sementera, y os echaré al rostro el estiércol, el estiércol de vuestros animales sacrificados, y seréis arrojados juntamente con él” (Mal. 2:2, 3).

Bajo el sistema Levítico, los cadáveres de los animales sacrificados, con su desecho, fueron quemados afuera del campamento. Una carreta los llevó al lugar designado. El Señor advirtió a los sacerdotes que pecaban que El esparciría sobre sus caras el desecho de los animales ofrecidos en el pretexto de la adoración. Además, El permitiría que fueran llevados sobre esas carretas despreciables al lugar de vergüenza.

Los ministros del Señor son responsables de no pecar contra el Señor. Ellos deben rendir lo mejores de ellos para El. Aquellos que dedican mucho tiempo a las actividades y a las organizaciones sociales no tienen nada espiritual que dar a la gente. Ellos, así como los sacerdotes en el día de Malaquías, pueden ser quitados juntos con el desecho al lugar de vergüenza.

(Contenido)


12

COSECHANDO LO QUE SE SIEMBRA MEDIANTE
EL PERDÓN GUBERNAMENTAL

II Samuel 12:1-20

Los creyentes cosechan en esta vida lo que siembran (Gál. 6:7-9). Aunque confiesan sus pecados, ellos deben experimentar el perdón gubernamental. Los hombres de Dios que no son prácticamente santos traen reproche sobre Jesucristo. Ellos dan ocasión a los enemigos del Señor para blasfemar. El Rey David, un hijo de Dios, pecó penosamente contra el Señor. El confesó su pecado, y el Señor lo remitió (II Sam. 12:13). A pesar de que confesó, fue perdonado, y fue prometido que no sufriría la muerte por su pecado, David causó que los enemigos del Señor blasfemaron (II Sam. 12:14). Consiguientemente, él experimentó el perdón gubernamental. La espada nunca se apartó de su casa (II Sam. 12:10).

La caída de David tuvo consecuencias serias, pero no fue fatal. El cayó, pero no fue totalmente postrado (Sal. 37:24). Los Cristianos pueden caer, pero no llegan a ser apóstatas. Noten los pasos que precedieron la caída de David que ocurrieron después del fin del año (II Sam. 11:1). (En el final de los días de uno, es igualmente importante redimir el tiempo, porque los días son malos. Los Cristianos deben tomar continuamente un inventario de sus vidas.)

Los eventos que precedieron la caída de David están registrados en II Samuel 2. (1) El fracasó en aguantar la vida difícil de un soldado. (2) El se engolosinó en una vida de tranquilidad. (3) El permitió que sus ojos se desviaron.

David tomó siete pasos en su indulgencia pecaminosa: (1) El cometió el crimen de adulterio (II Sam. 11:1-5). Esto incluyó, como siempre sucede, al pecado del robo y el homicidio del carácter. Bajo la ley Judía, éste fue un delito capital. Todavía lo es. El Rey David y su súbdito, Urías, estaban en el mismo nivel en cuanto a lo concerniente de la ley de Dios. La misma ley que gobierna a todo ciudadano de un país gobierna sus presidentes. (2) David intentó el engaño para prevenir que su crimen fuera conocido (vv. 6-11). (3) David hizo que Urías se emborrachara (v. 13). (4) David manifestó la ingratitud e injusticia hacia Urías al planear su muerte. (5) David manifestó mezquindad y traición contra Urías. (6) David involucró a otra persona (Joab) en su hecho injusto para limpiar su propio crimen. (7) David mandó que alguien matara a Urías.

El pecado de David prueba que ningún pecado permanece solo. Un hombre es tentado cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido. Después, concibe su concupiscencia y da a luz el pecado (Sant. 1:14, 15). Las pequeñas putrefacciones enterradas se manchan internamente, y lentamente echan a perder la fruta del carácter útil. Las zorras pequeñas echan a perder las viñas (Cant. 2:15). Un pecado es seguido por otro más grande a menos le que sea reconocido y confesado.

Las consecuencias de la transgresión de David están registradas en II Samuel 12. Para despertar a David al sentido de su maldad, el Señor no envió ni enemigos para poner en desolación su país ni terrores para afectarlo. Sino que, El envió a Natán, uno de Sus sirvientes más fieles.

El mensaje de Dios no causó que David se enfureciera en contra de Natán. El rey se indignó en contra del hombre culpable descrito en la parábola de Natán. (¡Una persona puede ser severo para los fracasos de otro pero asombrosamente suave hacia los propios!) Natán usó la propia lengua de David como una lanza para desgarrar— y sanar— su corazón. David se horrorizó cuando fue condenado por la parábola de Natán y confesó, “Pequé contra Jehová” (II Sam. 12:13). David no le echó la culpa a nadie, como Adán.

Cuando los pecados de un Cristiano como desobediencia, negligencia, complacencia, etcétera, son manifestados por el mensajero de Dios, no debería de enojarse contra el mensajero ni de tratar de echar la culpa a otro. Sino que, debería de seguir el ejemplo de David de confesar.

El principio de maldad que radicó en David existe en toda persona nacida de nuevo. El está adherido a la rebelión (Os. 11:7). Ninguno alberga impurezas en sus pensamientos sin revelarlas en su vida. Aunque el engaño de David fue portentoso, la honestidad verdadera (que es el fruto de la gracia de Dios) permaneció en él durante el tiempo del auto-engaño.

David reveló odio hacia la persona que describió Natán; entonces Natán dijo, “Tú eres aquel hombre” (II Sam. 12:7). Aunque David confesó su pecado y fue perdonado, él experimentó el perdón gubernamental. El resto de su vida fue lleno con el duelo perpetuo. Muchos creyentes profesantes hacen lo que les da la gana y después corren al Señor, pidiendo perdón. A lo mejor ellos ignoran la verdad de que van a sufrir las consecuencias de su pecado, y que cosecharán lo que han sembrado.

Puesto que los creyentes cosechan en esta vida lo que siembran, ellos deben de ser enseñados de como protegerse en contra de recaer. Ellos deben velar contra las tentaciones y resistirlas. Ellos deben de ser enseñados también a ser caritativos hacia los hermanos caídos, aunque no al costo del justo juicio. Además, ellos deben ser cuidadosos de no usar la caída de David como una excusa para el pecado, alegando que ellos también recibirán una restauración similar. A admitir el pecado de David es una cosa; y disculparlo es otra. El Señor revela los pecados de Su pueblo no para que nosotros los imitemos sino para advertirnos.

Los ejemplos en la vida de Jacob también enfatizan el perdón gubernamental. Jacob engañó a su padre Isaac (Gén. 27). Luego, él fue engañado por su tío (Gén. 29) y por sus propios hijos (Gén. 37). Jacob engañó a su hermano y fue engañado por su tío. Jacob fue eternamente perdonado y restaurativamente perdonado; él fue también gubernamentalmente perdonado.

Quizás el resultado más amargo de toda siembra carnal es lo que el pecador cosecha en su propia familia. La parábola de Natán fue cumplida literalmente en la vida de David. David sufrió el perdón severo gubernamental. El había tomado a la esposa de Urías para que fuera su propia esposa. Natán lo acusó de tomar la única corderita que un hombre pobre tenía (II Sam. 12:4). David pronunció su propio juicio cuando dijo que el hombre culpable debería “pagar la cordera por cuatro tantos, porque hizo tal cosa, y no tuvo misericordia” (II Sam. 12:6).

Como Natán predijo, la espada nunca se apartó de la familia de David (II Sam. 12:10). El hijo de Betsabé murió (II Sam. 12:15, 18)— el Señor tomó una corderita. David vio su propio pecado reproducido en sus dos hijos: el incesto en Amnón y el homicidio en Absalón (II Sam. 13)— Amnón, la segunda corderita, fue muerto (II Sam. 13:32). El tercer hijo de David, Absalón— la tercera corderita— fue muerto por la daga de Joab (II Sam. 18:14). Adonías— la cuarta corderita— cayó al mando de Salomón, el hijo de David (I Rey. 2:24, 25). Entonces David cosechó cuatro tantos en su propia familia lo que él había sembrado. La espada nunca se apartó de su casa. Así, él fue gubernamentalmente perdonado.

El perdón gubernamental vendrá sobre los Cristianos eternamente y restaurativamente perdonados quienes rehusan tomar ventaja de las oportunidades para crecer en la gracia y conocimiento del Señor. La negligencia puede ser confesada y perdonada, pero uno no puede vivir su vida otra vez y recibir lo que falló durante su negligencia.

Un individuo puede llegar a ser tan ocupado con su subsistencia que descuida su salud física o espiritual. El puede pedir perdón de Dios, pero el perdón no le da a nadie la seguridad de que su salud física será restaurada. Dios puede maldecir sus bendiciones de modo que llegue a ser pobre en la riqueza, enfermo en la salud, o un fracaso en el éxito. Los Cristianos deben poner la preeminencia sobre las cosas espirituales. Ellos no pueden esperar una cosecha de utilidad y fertilidad si descuidan al Señor. Redimir el tiempo es de mayor importancia (Ef. 5:16). Los días que pasados no pueden ser redimidos. Hay que tomar ventaja de las oportunidades presentes.

Los principios Divinos se originan con Dios; por lo tanto, ellos son inmutables. Los hijos de Dios deben vivir conformarse a estos principios. El fracaso en hacerlo traerá la mano disciplinadora de Dios sobre los desobedientes— y El maldecirá sus bendiciones. Así, cosecharán en esta vida lo que siembran. Dios eternamente perdona a una persona cuando El le regenera. El restaurativamente perdona al eternamente perdonado cuando peca. En esta vida, El gubernamentalmente perdona a la persona eternamente y restaurativamente perdonada.

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