ESTUDIOS EN LA PERSONA Y LA OBRA DE JESUCRISTO

por
W. E. Best

Copyright © 1992
W. E. Best

Título del original:

STUDIES IN THE PERSON AND WORK OF JESUS CHRIST
por
W. E. Best

Este libro es distribuido por el
W. E. Best Book Missionary Trust
P. O. Box 34904
Houston, Texas 77234-4904 USA


CONTENIDO

Nota Del Autor

1 Introducción

2 El Hijo Eterno De Dios

3 El Hijo Declara Al Padre

4 El Misterio De La Piedad

5 La Manifestación De La Piedad

6 La Encarnación

7 El Nacimiento Virginal

8 La Naturaleza Humana De Cristo

9 El Cuerpo Humano De Cristo

10 El Alma Humana De Cristo

11 El Crecimiento Humano De Cristo

12 El Bautismo De Cristo

13 La Tentación De Cristo

14 La Vida Impecable De Cristo

15 El Varón Aprobado Por Dios

16 La Vida De Oración De Cristo

17 El Poder Atrayente De Cristo

18 El Mensaje Discriminador De Cristo

19 Los Milagros De Cristo

20 La Muerte De Cristo

21 La Jefatura De Cristo

22 Cristo Y Su Reino

 

(Contenido)


 W. E. Best Book Missionary Trust expresa gratitud a los que participaron en el proceso de traducir este libro.

El texto Bíblico corresponde a la versión Reina-Valera, 1960, y a la Biblia De Las Américas [del texto de Nestle] (BLA) cuando se indique. Se indican las traducciones directamente del texto griego por la palabra “traducción” después el versículo.


NOTA DEL AUTOR

Estudios extensivos a través de muchos años por el autor en el idioma griego, el idioma original del Nuevo Testamento, han resultado en refinamientos en la interpretación de ciertos versículos de la Escritura contenidos en este libro -- nada que alteraría el concepto básico del libro. Estos estudios son reflejados en libros/folletos anteriores, tal como CRISTO NO PUDO SER TENTADO y HONRANDO AL DIOS VERDADERO.

 

 


1

INTRODUCCIÓN

Mucha controversia existe acerca de la Persona de Jesucristo. Los Cristianos aceptan la verdad que Jesucristo no pudo pecar. La enseñanza común entre los religiosos es que Cristo asumió la naturaleza imperfecta del hombre que sostiene las consecuencias del pecado y las tendencias para la tentación. Este concepto está expresado en las palabras siguientes: "Jesús tuvo la capacidad para pecar, pero no lo hizo. Si le hubiera sido imposible para Cristo el haberlo hecho de otra manera, Sus tentaciones no fueran reales. El actuó como un engañador." Esta es una vista clara de la herejía que está siendo enseñada.

El punto de vista de que Cristo "pudo" pecar es designado por la idea de "pecabilidad," y el hecho de que El "no pudo" pecar es expresado por el término "impecabilidad." Sugerir la capacidad o la posibilidad de pecar descalificaría a Cristo como el Salvador, porque un cristo pecable significaría un dios pecable.

La santidad es mucho más que la ausencia del pecado; es la virtud positiva. Los defensores de la pecabilidad dicen, "Cristo pudo haber pecado, pero no lo hizo." Decir que El pudo haber pecado es negar la santidad positiva. Por lo tanto, negar la santidad positiva es negar el carácter santo de Dios. La santidad es la virtud positiva que no tiene lugar ni interés en el pecado. El Señor Jesús no pudo pecar porque los días de Su carne significaron sólo adición de experiencia, y no variación de carácter. La humanidad santa fue unida a la Deidad en una Persona indivisible -- el Cristo impecable. Jesucristo no puede tener más santidad porque El es perfectamente santo; El no puede tener menos santidad porque El es inmutablemente santo.

El dicho favorito de algunos es, "No digamos que Cristo no pudo pecar, pero que El no lo hizo." Esto puede satisfacer aquellos que simplemente profesan el Cristianismo, pero no son los poseedores de Jesucristo. La respuesta no debería ser dejada a aquellos que profesan a Cristo, sino a aquellos que Le conocen como Salvador y Señor. Satanás ataca la Roca de la asamblea, la Persona del Hijo de Dios (Mat. 16:18). Su obra, testimonio, y muerte no significarían absolutamente nada a nosotros si El no fuera Dios. La Persona de Cristo apoya Su sacrificio; en este mismo sentido, El es nuestra Roca. La confesión de Pedro aceptó la Persona de Cristo, aún mientras que fuera ignorante de Su sacrificio. Su confesión fue evidenciada por la declaración, "...Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente" (Mat. 16:16). Su ignorancia concerniente al sacrificio de Cristo fue demostrada por la expresión, "...Señor, ten compasión de ti; en ninguna manera esto te acontezca" (Mat. 16:22). Decir simplemente que Cristo "no" pecó es negar la virtud positiva de la santidad.

No hay aspecto de la Persona impecable del Salvador que no sea misterioso, pero los ministros Cristianos son los "administradores de los misterios de Dios" (I Cor. 4:1). Ellos deben guardar estos "misterios" de ser corrompidos por la filosofía humana y huecas sutilezas (Col. 2:8). Una opinión falsa concerniente a la Persona de Cristo no puede ser condenada sin mostrar el final trágico al que conduce. Los Cristianos no pueden quedarse callados mientras que la bendita Persona de Cristo es atacada. Se ha dicho que un sistema falso tiene como cómplice a cualquiera que guarda silencio. La guardianía de la gloria de la Persona de Cristo forma la parte principal del testigo Cristiano. Esto es enfatizado por Juan, "Todo aquel que niega al Hijo, tampoco tiene al Padre" (I Jn. 2:23).

Una equivocación seria es hecha en el estudio de la Cristología cuando la Persona de Cristo es hecha un objeto tímido mientras que Su obra es hecha el gran tema. La obra de Dios -- la elección, la regeneración, el llamamiento, la justificación, la santificación, y la glorificación -- es coronada por hacer a los creyentes los objetos de gracia. Si los Cristianos son los objetos del amor y la gracia de Cristo, ¿no debería ser la Persona de Cristo el objeto de amor y adoración del santo? La Persona de Cristo, no la religión, es el requisito supremo. Cristo hace criaturas nuevas de nosotros; por lo tanto, El es cambiado desde el centro a la circunferencia. "Quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero..." (I Ped. 2:24). "A fin de conocerle, y el poder de su resurrección, y la participación de sus padecimientos, llegando a ser semejante a él en su muerte" (Fil. 3:10). "Dulce será mi meditación en él; Yo me regocijaré en Jehová" (Sal. 104:34). "...mayor es el que está en vosotros, que el que está en el mundo" (I Jn. 4:4). Como los Cristianos ahora aman Su compañerismo por el Espíritu, así esperan Su venida personal. "Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor" (I Tes. 4:17). Las formalidades y las superficialidades no pueden tomar el lugar del Señor Jesucristo.

Los Cristianos creen en la perfección de la humanidad de Cristo. La humanidad santa fue unida a la Deidad en una Persona indivisible -- el Cristo impecable. El Hijo de Dios fue sin mancha en el vientre de la virgen así como fue en el seno del Padre. El fue sin mancha en medio de la corrupción del mundo así como cuando El fue la delicia del Padre antes de la creación del mundo. El permaneció el Verbo cuando se hizo carne; por lo tanto, El no fue cambiado en Su Persona. Su Deidad puede ser contemplada aparte de Su naturaleza humana porque existió desde la eternidad. Pero Su naturaleza humana es inseparable de la Deidad y no puede ser así contemplada. Cristo no ha abandonado Su naturaleza humana puesto que subió al cielo. No fue manchada ni hecha Divina. Aunque Su naturaleza humana es enaltecida sobre la gloria de los ángeles y los hombres, es todavía una criatura y no debe ser adorada separada de la Deidad. Cristo tomando la naturaleza humana en la unión con la naturaleza Divina no involucró substracción de la plenitud de Su Persona. Fue una naturaleza preparada para El y estuvo en armonía perfecta con Su naturaleza Divina.

Una de las expresiones más sobresalientes en toda la Biblia está en Lucas 1:35 (BLA) -- "Respondiendo el ángel, le dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso lo santo que nacerá será llamado Hijo de Dios." La naturaleza humana en todas sus etapas es una cosa maravillosa en nuestro universo de cosas. Sin embargo, la naturaleza humana es sólo una cosa hasta que una cosa mucho más maravillosa que sí misma sea identificada con ella. El unir de una naturaleza a una persona resulta en un ser humano. Cuando "lo santo" fue concebido por el Espíritu Santo en el vientre de la virgen María, "lo santo", de aquí en adelante y para siempre, llegó a ser unido al Hijo de Dios. Si Dios es tan santo que no puede ver el pecado (Hab. 1:13), entonces "lo santo" que asumió fue tan santo como El es santo. El experimentó en la encarnación un nacimiento-santidad que nosotros no experimentaremos hasta la glorificación de nuestros cuerpos. ¿Cuál es la verdadera naturaleza de Su cuerpo glorificado? ¡Cómo podemos saber puesto que no se ha manifestado lo que hemos de ser (I Jn. 3:2)! Pero sí una cosa sabemos -- Su naturaleza humana comenzó donde nosotros terminaremos.

Las dos naturalezas de Cristo son tan unidas que si Su naturaleza humana fuera capaz de pecar, Dios hubiera pecado. En la constitución misteriosa de la Persona de Cristo, hay dos naturalezas distintas: la Divina, que es eterna, infinita, omnipotente, omnisciente, y omnipresente; la humana, que tuvo un comienzo, fue finita, impotente, y limitada a la tierra. Jesucristo fue ambos infinito y finito -- ilimitado y limitado -- pero nunca impecable y pecable.

Aquellos que creen en la pecabilidad ofrecen las objeciones siguientes: "¿No implicaría el unir de las dos naturalezas en una persona que cuando una naturaleza peca la otra también peca? ¿Qué de Cristo que estuvo `durmiendo sobre un cabezal' (Mar. 4:38) -- o `Cristo murió por nuestros pecados' (I Cor. 15:3)?" ¿Debemos afirmar desde estos pasajes que Dios estuvo dormido o que Dios murió? Decir que Dios estuvo dormido o que Dios murió es negar la Escritura -- "He aquí, no se adormecerá ni dormirá El que guarda a Israel" (Sal. 121:4), y "...el único [Dios] que tiene inmortalidad..." (I Tim. 6:15, 16). ¿Cuál es la respuesta a este aparente dilema? Es erróneo decir que Dios estuvo dormido o que Dios murió. Es igualmente falso decir que El que estaba dormido y El que murió no era Dios. Ambas aserciones serían falsos. Las Escrituras enseñan que El que es el Hijo sí asumió carne y sangre (Heb. 2:14), que mediante la muerte El puede destruir a aquel que tiene el poder de la muerte y llevar la vida y la inmortalidad (II Tim. 1:10) a los elegidos. Solo la inmortalidad puede ir mediante la muerte porque no está sujeto a la muerte como nosotros somos. La Persona que murió y durmió fue verdaderamente Dios; aunque, la naturaleza Divina no murió ni durmió más que el alma del hombre muere o duerme cuando el aliento sale de su cuerpo.

El Cristiano no tiene ninguna pregunta acerca de que tipo de naturaleza asumió Jesucristo en la encarnación. Si El hubiera tenido una naturaleza que fue capaz de pecar, entonces lo siguiente sería cierto: 1.Su madre fue manchada con el pecado de la incontinencia. 2.El fue la simiente del hombre y no la simiente de la mujer. 3.El fue un hijo ilegítimo. 4.El fue una persona natural; por lo tanto, El no fue el Dios-Hombre. 5.El fue reducido al nivel de un hombre natural. 6.El no fue la segunda Persona de la Trinidad. (1)Si El no es la segunda Persona de la Trinidad, entonces no tenemos la manifestación de Dios. (2)Si no hay segunda Persona de la Trinidad, entonces no hay Trinidad. (3)Si no hay segunda Persona, entonces no hay Mediador. (4)Si no hay Mediador, entonces no hay Salvador. (5)Si El no es Mediador, entonces la Inmortalidad no ha sido sacada a luz; y estamos sobre el borde de obscuridad, silencio, y el sepulcro. 7.El no fue libre de la depravación y del pecado real. 8.El hubiera tenido que orar, "Padre perdónanos," más bien que, "Padre perdónalos" (Luc. 23:34). 9.El tuvo una naturaleza depravada, y teniendo una naturaleza depravada nunca hubiera hecho la distinción, "...Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios" (Juan 20:17). 10.El fue pecable en la tierra; y si El hubiera sido pecable en la tierra, El debió de haber experimentado algún tipo de conversión en Su naturaleza antes que ascendiera al cielo.

La doctrina de la impecabilidad es cuestionado sobre el punto de que si una Persona impecable puede ser tentada. El que cuestiona dice, "Si hubiera sido imposible para Cristo haberlo hecho de otra manera, entonces sus tentaciones no fueron verdaderas. El actuó como un engañador." La respuesta a esta necedad es sencilla a la mente espiritualmente iluminada. Es posible que un perro chihuhueño ataque a un león, pero es imposible que el perrito le gane al león. Dios, absolutamente considerado, no puede ser tentado (Sant. 1:13). Pero Jesucristo, como hombre, fue tentado; la tentabilidad no implica la susceptibilidad. El Cristo encarnado fue atacado por Satanás, pero no había la contienda interior de las dos naturalezas como en el caso de Pablo (Rom. 7:15-25). Si la naturaleza humana hubiera sido contaminada por el pecado original como en la humanidad, entonces hubiera habido la posibilidad o la capacidad de pecar en el Cristo encarnado. Pero tal posibilidad es completamente quitada por la presencia y el poder del Espíritu Santo en la concepción, el nacimiento, y la vida de Su naturaleza humana.

Aunque ningún ser humano está afuera de la posibilidad de la tentación, él puede, por la gracia soberana, estar afuera de la posibilidad de ceder. Pero esto nunca pudo ser dicho de nuestro Salvador, porque El nunca tuvo una naturaleza caída con la cual contender. Su voluntad humana siempre fue subserviente a la voluntad Divina y no podía actuar independientemente (Juan 8:28-30; I Cor. 11:3). Todos los Cristianos están de acuerdo que la voluntad Divina de Dios no puede pecar. Puesto que esta calidad fue el factor controlador en la voluntad humana de Cristo, la capacidad de pecar fue eliminada. La subordinación completa de la voluntad de Cristo a la voluntad del Padre quita cualquier idea de conflicto entre las naturalezas humana y Divina de Cristo. Por lo tanto, la conclusión no es que Cristo, el Salvador impecable, tomó la parte de un hipócrita, sino aquellos que cuestionan Su impecabilidad son hipócritas porque ellos profesan ser Cristianos, pero niegan el mero fundamento del Cristianismo. Ellos buscan robar a Cristo de Su naturaleza impecable y reducirle a alguien como a sí mismos (Sal. 50:21).

Jesucristo, el Salvador impecable, es el sacrificio infinito por el pecado. Una persona pecable es una persona finita que nunca puede hacer satisfacción al Dios infinito, que fue herido por el pecado. Jesucristo es el Cristo impecable y por lo tanto infinito. La retribución infinita no puede ser cargada por una criatura finita, pero Jesucristo fue capaz de cargar el castigo infinito por el pecado. La infinidad de la Persona de Cristo abundantemente compensa por la eternidad de la retribución, porque el pecado es contra el Dios infinito y por lo tanto merece el castigo infinito.

Debemos entender los términos "infinito" y "finito" a fin de entender adecuadamente la Persona y la Obra de Jesucristo. Cuando decimos que Dios es infinito, el significado es que El es ilimitado, inmensurable, e incomprensible. "Grande es el Señor nuestro, y de mucho poder; Y su entendimiento es infinito" (Sal. 147:5). "¿No has sabido, no has oído que el Dios eterno es Jehová, el cual creó los confines de la tierra? No desfallece, ni se fatiga con cansancio, y su entendimiento no hay quien lo alcance" (Isa. 40:28). "¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos!" (Rom. 11:33). El no está confinado por el espacio; consiguientemente, El está en todo lugar. El no está limitado por el tiempo; entonces El es eterno. El es un Ser independiente; entonces todas las criaturas dependen de El -- El no depende de nadie. Dios que es sin límites restringe todo. El establece los límites del mar (Job 38:10, 11), la habitación de la nación (Gén. 10:32), los cielos (Sal. 148:6), la redención (Juan 6:37), y la maldad (Apoc. 17:17). Dios es infinito en todos Sus atributos; por lo tanto, debemos aprender admirar y adorar a donde nosotros no podemos entender. "¿Descubrirás tú los secretos de Dios? ¿Llegarás tú a la perfección del Todopoderoso? Es más alta que los cielos; ¿qué harás? Es más profunda que el Seol; ¿cómo la conocerás? Su dimensión es más extensa que la tierra, Y más ancha que el mar" (Job 11:7-9). En el cielo veremos a Dios claramente pero no totalmente, porque El es infinito. La revelación será según el tamaño de nuestro vaso finito, no según la infinidad de Su naturaleza. El hombre está confinado, limitado, medible, y escrutable porque él es finito. Dios no está confinado, limitado, mensurable, e inescrutable porque El es infinito.

Cuando iluminado por el Espíritu de Dios, uno verá como Jesucristo -- el Hijo infinito de Dios y el hijo finito de María -- nos da el único Dios-Hombre, el Mediador (Fil. 2:5-9; Hech. 13:38; I Tim. 2:5). El título "Hijo del Hombre" no pudiera ser correctamente aplicado, sino proféticamente (Dan. 7:13), hasta la encarnación. Las expresiones, "el Hijo del Hombre, que está en el cielo" (Juan 3:13) y "¿Pues qué, si viereis al Hijo del Hombre subir adonde estaba primero?" (Juan 6:62), no son inconsistentes con este punto de vista. Su personalidad no estuvo menos conectada con la humana que con la naturaleza Divina. Nosotros no mezclamos las naturalezas ni dividimos la Persona. El Hijo del Hombre subió adonde El estaba antes como el Hijo Eterno de Dios. El está allí ahora no sólo como el Hijo de Dios pero como el Hijo del Hombre. La naturaleza humana Le capacita venir en contacto con el pecador; Su Naturaleza Divina da mérito a Su obra en la naturaleza humana.

Puesto que fue el hombre que pecó, el justo juicio requiere que el hombre de la satisfacción. Fue imperativo que el Salvador del hombre debe, en la naturaleza del hombre, satisfacer el justo juicio y la ira de Dios. "Si pecare el hombre contra el hombre, los jueces le juzgarán; mas si alguno pecare contra Jehová, ¿quién rogará por él?..." (I Sam. 2:25). Así, la Escritura dice que si una persona finita peca contra otra persona finita, el juez finito lo juzgará; pero si una persona finita peca contra el Dios infinito, ¿quién rogará por él? El hombre finito no puede rogar por pecador, pero el Salvador infinito puede rogar por él. La doctrina de la pecabilidad pega en el mero corazón de Cristo y Su obra redentora.

(Contenido)


2

EL HIJO ETERNO DE DIOS

El tema de la Filiación eterna de Cristo no concede importancia a ninguno. Si nuestros pensamientos acerca de este tema no son los pensamientos de Dios, no solamente deshonraremos al Señor sino que traeremos condenación a nuestras propias almas. Los pensamientos de Dios expresados en las Escrituras deben ser entendidos en su significación obvia.

Mateo registra la primera referencia en el Nuevo Testamento del título "Hijo de Dios" (Mat. 16:16). ¿Fue la confesión de Pedro debido al hecho de que la madre de Cristo fue una virgen? Esta confesión pudiera ser atestada por "carne y sangre" sobre los principios reconocidos de evidencia, pero el Señor declaró que Su Filiación eterna fue una revelación del cielo. "...porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos" (Mat. 16:17). "Todo aquel que confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él, y él en Dios" (I Jn. 4:15).

Reconocemos que, en algún sentido, Dios puede ser descrito por los principios reconocidos de evidencia (Sal. 19:1-11; Rom. 1:19, 20), pero los elegidos no descansarán en las descripciones de Dios. Ellos demandan una revelación de El que debe ser dada por Sí Mismo. Esta es una demostración suficiente que el Hijo de Dios, en el seno del Padre, es una Persona Divina. La revelación no es que El es un Hijo, o el Hijo nacido de una virgen, o el Hijo levantado de los muertos, aunque todas estas son verdades acerca de El; es una revelación de la Filiación Divina. Dios no es conocido como el Padre si el Hijo en la gloria de la Deidad no está confesado. "¿Quién es el mentiroso, sino el que niega que Jesús es el Cristo? Este es anticristo, el que niega al Padre y al Hijo. Todo aquel que niega al Hijo, tampoco tiene al Padre. El que confiesa al Hijo, tiene también al Padre" (I Jn. 2:22, 23).

La Paternidad eterna demanda la Filiación eterna. Aquellos que niegan la Deidad de Cristo argumentan, "Si el Padre engendró al Hijo, El que fue engendrado tuvo un principio de existencia. Entonces hubo un tiempo cuando el Hijo no existió; por lo tanto, el engendrado es inferior al Engendrador." Hay prioridad en la Deidad pero no superioridad. Si por la inferioridad se entiende la inferioridad de relación, admitimos la posición que el Engendrado es inferior al Engendrador. Esto es lo que Cristo significó cuando dijo, "...el Padre mayor es que yo" (Juan 14:28). El Remitente es mayor que el Enviado; por lo tanto, la palabra "mayor" tiene referencia a la autoridad y no al carácter. Como Mediador en Su estado de humillación, Cristo fue subordinado y siervo del Padre. Si por inferioridad se entiende significado la inferioridad del carácter, tal noción debería ser opuesta como la más grande herejía jamás inventada por el corazón depravado del hombre.

La filiación no sólo implica igualdad pero identidad de naturaleza. El engendrado debe compartir la naturaleza de su engendrador. Donde no hay comunicación de naturaleza, no hay generación verdadera. Nuestro Salvador dijo, "Yo y el Padre uno somos" (Juan 10:30). Esto está en el neutro el cual refiere a una sustancia, no en lo masculino que se refería a una persona. Así, la relación de Cristo al Padre es un argumento incontestable para la Deidad de Cristo. Entre los hombres la acción del padre futuro es necesaria a la producción de su progenie, pero esta es una consecuencia de la naturaleza humana. Sin embargo, entre los Seres Espirituales la paternidad y la filiación son independientes de toda necesidad humana. El Padre no puede en ningún sentido existir antes que el Hijo en la generación eterna. La relación del Padre y el Hijo es correlativa y simultánea. Es necio pensar de la generación eterna del Hijo de Dios en términos humanos. Los términos Hijo y Padre, como son usados en la Deidad, implica co-igualdad en naturaleza y co-eternidad. Por lo tanto, Cristo nunca refiere al Padre como Su Señor. El dice "Mi Padre" (Suyo por la generación eterna) y "su Padre" (nuestro por la regeneración) a fin de hacer la distinción propio entre la Deidad y la humanidad.

El griego original usa dos palabras para el hijo--una refiere a la dignidad de posición y la otra a la relación por el nacimiento. La segunda nunca es usada con referencia a nuestro Señor Jesús en Su relación al Padre. La palabra griega traducida "Hijo" en las expresiones "Hijo de Dios" e "Hijo del Hombre" no está siempre usada para designar el pensamiento de ser nacido de Dios o nacido del hombre, como muchos maestros falsos asumen. La palabra frecuentemente trae el pensamiento de ser identificado con. La misma palabra es usada en los pasajes siguientes: "hijos del reino" (Mat. 13:38); "los (hijos) que están de bodas" (Mar. 2:19); "Hijos del trueno" (Mar. 3:17); "hijos de este siglo" (Luc. 16:8); "hijos de desobediencia" (Ef. 2:2); "hijos de luz e hijos del día" (I Tes. 5:5).

El Hijo de Dios es el Unigénito del Padre (Juan 1:18). Este "unigénito Hijo" es la misma Persona que es designada el "Verbo" (Juan 1:1); y de quien se es dicho, El "fue hecho carne, y habitó entre nosotros" (Juan 1:14). Aquellos que objetan a la Deidad de Cristo dicen, "Si has sido `engendrado' entonces no eres `eterna.' El no puede a la vez ser el Hijo eterno y el Hijo engendrado." La persona engendra a la persona y el mismo tipo engendra el mismo tipo en la generación humana, pero el Padre engendró al Hijo en la generación eterna.

Hay similitud entre engendrar y hablar. Puede ser dicho que los dos manifiestan algo. Cuando hablamos, lo hacemos hacia adentro nosotros mismos o hacia afuera para otros. Hebreos 1:1-6 retrata la gloria del Hijo de Dios en la eternidad y en el tiempo. "El cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia..." declara Su ser pre-existente y eterno. "Hecho tanto superior a los ángeles...cuando introduce al Primogénito en el mundo..." afirma Su humanidad en el tiempo. El siempre tuvo Filiación como Dios, pero por herencia El la obtuvo como el Hombre. Así, El que estaba eternamente con el Padre fue manifestado en el tiempo (II Tim. 1:9, 10).

"Unigénito" es un término que denota encarecimiento (Juan 1:18; 3:16). Isaac no fue el unigénito de Abraham (Heb. 11:17), porque Ismael fue engendrado también por él. Isaac fue su vida. ¿Por qué fue Isaac su vida? Como él fue el unigénito del Abraham por su esposa Sara, él representó a Jesucristo, el Hijo amado de Dios, que es la vida a todos los elegidos. "¿Hasta cuándo, Señor, estarás mirando? Rescata mi alma de sus estragos, mi única vida de los leones" (Sal. 35:17 BLA). Sus otros hijos fueron llamados "los hijos de sus concubinas" (Gén. 25:6). Así Cristo, como el unigénito del Padre, fue el único representante del Ser y Carácter del Aquel que Le envió. El es de la misma esencia con el Padre, y aún El es una Persona distinta del Padre. Como el esplandor inherente del sol no puede existir sin el esplandor inherente de lo que procede, así la Esencia inherente de Dios no puede vivir sin su Esencia manifestada, ni la Esencia manifestada sin la Esencia inherente de quien El vino.

El Hijo de Dios es el Hijo primogénito. La palabra primogénito es usada para expresar la soberanía, la dignidad, y la prerrogativa de herencia de la posición de Cristo entre muchos hermanos (Heb. 2:11-17). Este término es usado dos veces en el Nuevo Testamento sin referirse a Cristo (Heb. 11:28; 12:23), y siete veces como Su título. Un examen de estas referencias revelará un triple uso en el Nuevo Testamento: (1) Antes de toda creación (Rom. 8:29; Col. 1:15) -- eterno; (2) Primogénito de María (Mat. 1:25; Luc. 2:7; Heb. 1:6) -- Su Persona pre-encarnada y encarnada; (3) Primogénito de entre los muertos (Col. 1:18; Apoc. 1:5) -- el primero en ser levantado de los muertos en la vida resucitora.

El Hijo de Dios es ambos Verbo e Hijo. Estas dos metáforas complementan y protegen la una a la otra. Pensar de Cristo como simplemente el Verbo puede sugerir una facultad impersonal en Dios. Por otra parte, pensar de El sólo como el Hijo puede limitarnos a la concepción de un ser creado. Cuando los dos términos son combinados, no hay lugar para una facultad impersonal o un ser creado. La substancia de Juan 1:1-18 es que El que es el logos era con Dios y era Dios. En Juan 1:1, tres grandes hechos son presentados: (1) Cuando el Verbo era -- "en el principio"; (2) Donde el Verbo era -- "con Dios"; y (3) Quien el Verbo era -- "Dios."

PRIMERO -- "En el principio era el Verbo." El sol, la luna, y las estrellas "fueron hechas" en el principio, pero el Verbo "era" en el principio. La existencia de Cristo y la de ellas difieren radicalmente. Si Juan hubiera dicho "antes" del principio, él hubiera presentado la eternidad bajo las leyes del tiempo. Esto hubiera sido tan serio como describir el infinito bajo las leyes del finito -- tan difícil como tratar medir las aguas del océano por una gota en el lavabo de la cocina. Pero Juan sube, en el espíritu, más allá del tiempo y el espacio a la quietud pacífica a donde Dios mora.

SEGUNDO -- "El Verbo era con Dios." Esta expresión implica que El tuvo una existencia distinta del Padre. El era con El. Por ejemplo, El que está conmigo no soy yo. El Verbo estaba en el hogar en el seno del Padre; por lo tanto, El nunca se sintió como un inferior ante un superior sino como un Hijo amante con un Padre amante (Prov. 8:22-31). Dios tomó delicia indecible en Su Verbo, porque en El percibió Su propia imagen expresada (Heb. 1:3).

TERCERO -- "El Verbo era Dios." La Filiación es, en la verdad, el gran baluarte de la Deidad de Cristo. Desde la eternidad, el Hijo de Dios mantuvo con el Padre una relación que involucraba la identidad de la naturaleza. Si en la Deidad, no hay filiación, ni hay la paternidad; si no hay un Hijo eterno y Divino, ni hay un Padre eterno y Divino. "Todo aquel que niega al Hijo, tampoco tiene al Padre..." (I Jn. 2:23). El que no honra al Hijo, no honra al Padre que le envió (Juan 5:23).

La eternidad de nuestra elección depende en la Filiación eterna (Ef. 1:4; II Tim. 1:9). Si El no es eterno, nuestra elección no es eterna, porque somos elegidos en El. La integridad de nuestra redención depende en la Filiación eterna, porque El es el Cordero que fue "inmolado desde el principio del mundo" (Apoc. 13:8). Nuestra preservación eterna depende en la Filiación eterna. El dijo, "Porque yo vivo, vosotros también viviréis" (Juan 14:19). Nada puede sobrevivir en la eternidad sino lo que vino de la eternidad.

Nuestro escogimiento es entre la inferioridad de naturaleza y la inferioridad de relación. Los Cristianos creen que hay subordinación en la Trinidad, pero fuertemente niegan la inferioridad de naturaleza en la Deidad. Al Cristiano, no hay alternativa sino la buena profesión (I Tim. 6:13) de una relación Divina y eterna entre las Subsistencias de la Trinidad. El Padre, como Dios, engendra; el Hijo, como Dios, es engendrado; el Espíritu Santo, como Dios, procede. Llamar al Padre Dios y negar que El engendra es tan absurdo como llamarle un sol y negar que El ilumina. Aquellos que creen en la pecabilidad escogen la inferioridad de naturaleza más bien que la inferioridad de relación; así, ellos llegan a ser religiosos que están sin un Salvador impecable.

(Contenido)


3

 

EL HIJO DECLARA AL PADRE

Jesucristo declara el nombre incomunicable -- YO SOY (Ex. 3:14; Juan 8:58). El nombre significa la esencia inmutable y la duración eterna. El cambio está escrito sobre toda cosa terrenal; Cristo es inmutable (Heb. 13:8), porque El es Dios. El relato, "Antes que Abraham fuese, yo soy" (Juan 8:58), no tiene referencia a la venida de Cristo en la existencia antes que Abraham. El nunca llegó a existir. Los judíos entendieron esto como una declaración de Deidad, y tomaron piedras para apedrear a la Principal Piedra (Ef. 2:20; Juan 8:59) por el blasfemia. Ellos sabían que el título "YO SOY" se refería a la Deidad, pero fueron cegados por sus tradiciones religiosas al hecho de la Deidad de Cristo. Pablo dijo, "Pero si nuestro evangelio está aún encubierto, entre los que se pierden está encubierto; en los cuales el dios de este siglo cegó el entendimiento de los incrédulos, para que no les resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios" (II Cor. 4:3, 4). Los no salvos no conocen a Cristo como Dios, pero los salvos sí lo hacen. Nuestro Salvador declara la pre-existencia; El revela el hecho del ser eterno, porque no hay mención de Su principio o fin. Theos, la palabra griega para Dios, es usado en referencia al Padre (Juan 6:27), Hijo (Heb. 1:8), y Espíritu Santo (Hech. 5:3).

El evangelio de Juan ha sido llamado el seno de Cristo porque revela el corazón de Cristo. Cristo vino del corazón de Dios al corazón del hombre. El dijo, "Salí del Padre, y he venido al mundo; otra vez dejo el mundo, y voy al Padre" (Juan 16:28). Como Dios dijo a Israel, "Vosotros visteis lo que hice a los egipcios, y cómo os tomé sobre alas de águilas, y os he traído a mí" (Ex. 19:4), así Juan retrata a Cristo sosteniendo los elegidos de Dios sobre las alas de la gracia soberana a la presencia del Padre Mismo. "Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria..." (Juan 17:24). Juan 16:28 da un bosquejo perfecto al evangelio entero de Juan. El apóstol retrata a Jesucristo (1) viniendo del Padre para Su encarnación (Juan 1:1-18), (2) viniendo al mundo para nuestra salvación (Juan 1:19-11:57), (3) dejando el mundo para nuestra santificación (Juan 12-17), y (4) yendo al Padre para nuestra glorificación (Juan 18-21). Los primeros tres evangelios son una presentación de Jesucristo; el evangelio de Juan es una interpretación -- prueba que Cristo es el Hijo eterno de Dios.

El fin de la encarnación fue para revelar al Padre. "A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer" (Juan 1:18). Dios había hablado por los profetas en una manera de pedazos. Cristo, viniendo del Padre, deletreó el Nombre en tal perfección absoluta que nadie necesitó hablar. "Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo..." (Heb. 1:1, 2). El ha hablado una vez y dos veces (Sal. 62:11); una tercera vez El no hablará. No debemos buscar por alguna revelación adicional puesto que no hay nada más que buscar en la revelación perfecta de la verdad. Cristo es la sustancia de los tipos y sombras del Antiguo Testamento. El no deja nada ante del corazón del adorador sino Su propia Persona gloriosa, la Verdad Encarnada.

Jesucristo es el Logos eterno. El no era desde el principio; El ya era en el principio. El no sólo era con Dios, El era Dios. Ningún juego exegético de manos puede esconder la fuerza de la verdad contenida en Juan 1:1. Como una palabra puede ser distinguida del pensamiento que expresa (porque las dos no son idénticas), así puede la segunda Persona de la Trinidad ser distinguida de la primera. No puede haber una palabra separada del pensamiento detrás de ella; ni una aprehensión de la existencia de "Dios" y el "Verbo" una sin la otra. Ellos son distinguibles pero inseparables.

El Hijo de Dios tiene la misma sustancia como el Padre -- "Yo y el Padre uno somos" (Juan 10:30). Cristo no tardó en ponerse a Sí Mismo en primer lugar. El no hablaba como un subordinado, sino como un igual. La palabra "uno" no es una referencia a una unidad única en el sentido matemático exacto, sino uno en el sentido de una unidad de compuesto -- una unidad que involucra pluralidad. (Ve Gén. 2:24; 11:6; 41:1, 5, 25; I Rey. 22:13; Neh. 8:1; Juan 17:22; Hech. 4:32; I Cor. 3:8; Ef. 2:14; y I Jn. 5:7). Dos personas (esposo y la esposa) constituyen una carne; Pablo el sembrador y Apolos el regador son uno; los judíos y los gentiles son uno en Cristo; los creyentes son descritas como siendo de un corazón y un alma. Cuando Cristo dijo, "el Padre," El habló desde el punto de vista de Su Deidad absoluta. Así, "...el Padre mayor es que yo" (Juan 14:28) contempla a Cristo como el Mediador -- la posición de sujeción a la voluntad del Padre. Hay prioridad de posición pero nunca inferioridad de naturaleza. El relato, "Yo y el Padre uno somos," afirma la unidad de naturaleza o esencia -- uno en toda perfección Divina. No hay una perfección para ser encontrada en la Primera Persona de la Trinidad que no existe en la Segunda. Esto aniquila el concepto de la pecabilidad. "Todo lo que tiene el Padre es mío; por eso dije que tomará de lo mío, y os lo hará saber" (Juan 16:15).

Jesucristo es tan eterno como el Padre. El es el resplandor de la gloria de Dios (Heb. 1:3). El resplandor que emite del sol es de la misma naturaleza como el sol. El resplandor no puede ser separado del sol, ni puede Cristo ser separado del Padre. El resplandor, aunque del sol, no es el sol en sí; Jesucristo, aunque del Padre, no es el Padre. "Jesús entonces les dijo: Si vuestro padre fuese Dios, ciertamente me amaríais; porque de Dios he salido, y he venido; pues no he venido de mí mismo, sino que él me envió" (Juan 8:42). Como la gloria del sol es el resplandor, así la gloria del Padre es Cristo. "Ahora pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese" (Juan 17:5). "Porque Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo" (II Cor. 4:6). Así como la luz que el sol da al mundo es por este resplandor, así la luz que el Padre da al mundo es por Cristo. Cristo dijo, "...El que me ha visto a mí, ha visto al Padre..." (Juan 14:9). Por lo tanto, Jesucristo es el resplandor de la gloria de Dios; El es mayor que todas las chispas y velas vacilantes (los profetas) que precedieron Su encarnación. El Salvador es tan resplandeciente que El no es capaz de eclipsar la gloria del Padre.

El Hijo de Dios es igual con el Padre. Cristo es la mera impresión de la sustancia de Dios. "Porque en él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad" (Col. 2:9). La palabra griega para "imagen misma" significa expresión exacta (Heb. 1:3). Todo lo que Dios es, en Su naturaleza y carácter, es expresado absolutamente y perfectamente por el Hijo encarnado. En cuanto a las impresiones firmes del Hijo del carácter del Padre El es mayor que todas las sombras desvanecidas bajo la ley.

¿No fue hecho Adán a la imagen de Dios? Si Adán, que fue una persona pecable, fue hecho en la imagen de Dios, entonces, ¿qué de Cristo siendo la imagen de Dios? ¿Cómo puede una imagen de algo ser la cosa de lo que es la figura? La respuesta no es difícil al Cristiano. Adán fue un tipo de Cristo, como encarnado, que sólo es la imagen misma de la Persona de Su Padre y la semejanza de Su gloria excelente. Las cosas en Adán fueron de una sustancia creada, pero aquellos en Cristo fueron no de una sustancia creada.

El Hijo de Dios es la imagen de la gloria del Padre como el Hijo encarnado. Su Deidad no fue una imagen. Sus obras fueron infinitamente perfectas por la virtud de Su Deidad, y esta perfección Divina fue revelada en la carne. Cuando se mira una imagen, otra es vista. Así, la Persona y la obra de Cristo manifiestan la perfección y la gloria del Padre. Felipe le preguntó a Cristo que manifestara al Padre, y el Señor Jesús le contestó, "...El que me ha visto a mí, ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú: Muéstranos el Padre?" (Juan 14:9). Por lo tanto, el Padre debe ser visto por nosotros mediante el Hijo en quien toda la plenitud de la Deidad habita (Col. 2:9).

¿Cómo puede ser Cristo la imagen de la Deidad invisible? La Deidad de Cristo es tan invisible como el Padre; pero estando vestido con la carne, las obras de Dios pueden ser vistas. Cristo presenta la excelencia del Padre en figura.

Morar adentro no es la identidad. "¿No crees que yo soy en el Padre, y el Padre en mí? Las palabras que yo os hablo, no las hablo por mi propia cuenta, sino que el Padre que mora en mí, él hace las obras" (Juan 14:10). Un demonio puede morar adentro de un hombre (Luc. 11:26), pero eso no hace al demonio el hombre ni al hombre el demonio. Jesucristo está en el creyente (Juan 15:4; Gál. 2:20; Ef. 3:17; Col. 1:27; Apoc. 3:20), pero eso no hace a Cristo el creyente. Estamos en Cristo (Ef. 1:6); sin embargo, eso no hace a los creyentes unos cristos. Como el Padre debe ser distinto del Hijo que está en El, así el Hijo debe ser distinto del Padre en quien El está. El Padre y el Hijo, aunque de una y la misma naturaleza, no pueden ser uno y la misma Persona. La doctrina que Cristo predicó no fue de Sí Mismo como el hombre, pero del Padre que moró en El.

Un hombre nunca hubiera podido conocer al Padre aparte de Jesucristo. Abel, Noé, Abraham, y todos los santos del Antiguo Testamento conocieron a Dios, pero no Le conocieron como el Padre. El nombre de relación del Padre es una revelación por Jesucristo. Observen el número de veces que la palabra Padre es encontrada en Juan 14. Los santos del Antiguo Testamento conocieron a Dios como el Todopoderoso y como Jehová.

Jesucristo vino al mundo no sólo para revelar al Padre pero para redimir al pecador. El no vino como el presidente de nuestro país iría a un área de desastre para ver a las víctimas desamparadas y pobres, pero El vino para redimir las víctimas de depravación quienes el Padre Le dio en el pacto de la redención. Cristo no vino para redimir por métodos designados, sino por Sí Mismo. El no vino para estar de pie y prescribir, sino para ministrar y proveer los medios de la salvación. El Salvador no vino sólo para proveer la salvación, sino para ser esa salvación (I Ped. 1:18, 19; Apoc. 1:5).

Después que el Salvador terminó la obra de la redención, El ascendió al Padre para representar a los santos en su santificación. Los creyentes, habiendo sido posicionalmente puestos aparte por la regeneración, tienen necesidad de la santificación experimental. La santificación no es algo que Jesucristo da a los creyentes; es El Mismo en los Cristianos. "Mas por él estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención" (I Cor. 1:30). El método de Dios es que Sus hombres "...Id, y puestos en pie en el templo, anunciar al pueblo todas las palabras de esta vida" (Hech. 5:20). Cuando "todas las palabras de esta vida" sean predicadas, incluirán la salvación, la santidad, y todas las otras verdades que son relatadas a la vida. Esta es la razón por la cual Pablo dijo, "Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado" (I Cor. 2:2).

El Salvador regresó al Padre para la glorificación del creyente. Cristo dijo, "Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria que me has dado; porque me has amado desde antes de la fundación del mundo" (Juan 17:24). Los Cristianos han sido llamados para la gloria eterna (I Ped. 5:10; I Tes. 2:12); ellos son preparados para la gloria eterna (Rom. 9:23; II Cor. 3:18; II Cor. 4:16, 17); y ellos serán traídos hasta la gloria eterna (Heb. 2:10). Por lo tanto, nuestro destino es la gloria. La gloria es entendida generalmente a ser la fama, la fortuna, y placer -- cosas extraordinarias y raras. Sin embargo, toda esto es una sombra opaca de lo que Dios significa por la gloria; aún, afuera de la sombra, podemos obtener una pequeña insinuación de lo que la sustancia debe ser. "Cuando [Cristo] venga en aquel día para ser glorificado en sus santos y ser admirado en todos los que creyeron (por cuanto nuestro testimonio ha sido creído entre vosotros)" (II Tes. 1:10). Los Cristianos tienen una fortuna incomprensible; ellos son los herederos de Dios y coherederos con Cristo (Rom. 8:17). Sólo los Cristianos conocen el verdadero placer; su placer es el placer de Dios, porque Dios produce en ellos "así el querer como el hacer, por su buena voluntad" (Fil. 2:13). El Salmista dijo, "Me mostrarás la senda de la vida; En tu presencia hay plenitud de gozo; Delicias a tu diestra para siempre" (Sal. 16:11).

 

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EL MISTERIO DE LA PIEDAD

La manifestación de Dios en la carne es ambos un misterio y una revelación. "E indiscutiblemente, grande es el misterio de la piedad: Dios fue manifestado en carne..." (I Tim. 3:16). Muchas cosas son hechas conocidas al entendimiento del hombre natural, pero algunas cosas son impenetrables a él en su condición natural. Las cosas de Dios reveladas en la creación no son consideradas misteriosas. "Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa" (Rom. 1:20). Pero la manifestación de Dios de Sí Mismo está escondida del hombre natural. La manifestación de la piedad no es algo acerca de Dios, sino Dios Mismo. I Timoteo 3:16 no habla sólo de un misterio, pero de una manifestación. No debemos de estar tan ocupados con el "misterio de la piedad" que descuidamos su manifestación. Para que el Hijo eterno cumpla la misión bendita sobre la cual El iba a entrar, un cuerpo fue preparado para El (Heb. 10:5); en este cuerpo El apareció en la tierra. "Porque la vida fue manifestada, y la hemos visto, y testificamos, y os anunciamos la vida eterna, la cual estaba con el Padre, y se nos manifestó" (I Jn. 1:2).

El hombre natural no tiene facultad con la que él puede comprender o evaluar las cosas del Espíritu. Una gran cantidad de controversia ha surgido desde el significado de la palabra "natural." "Natural" es usado en el Nuevo Testamento como indicativo de una naturaleza no renovada. Pablo dijo, "Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente" (I Cor. 2:14). El hombre natural es terrenal, sensual, diabólico, y no tiene el Espíritu (Sant. 3:15; Jud. 19). Pablo dijo, "...Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él" (Rom. 8:9). El hombre por el nacimiento natural está tan lejos de Dios que la regeneración es una necesidad si él va a entender las cosas del Espíritu. La regeneración es la comunicación del principio de vida al hombre por la operación del Espíritu. Es solo la obra de Dios, y está tan lejos de la capacidad natural del hombre para hacer como su primer nacimiento.

El primer pecado de la humanidad puso la mente fuera de balance para la percepción de la verdad espiritual. Adán llegó a ser sabio con una sabiduría alejada de Dios cuando él comió de la fruta prohibida. Desde aquel entonces, el hombre ha buscado conocer a Dios por procesos de razonamientos; pero él ha encontrado que su búsqueda es fútil. La sabiduría de este mundo es vana -- así sea su filosofía, ciencia, poesía, arte, o religión. "Porque la sabiduría de este mundo es insensatez para con Dios..." (I Cor. 3:19).

Cuando el "misterio de la piedad" es conducido al corazón por el Espíritu, la disposición del recipiente está afectado. Una persona no sabe más de Cristo que se valúa en El; entonces su vida será traída en la conformidad sólo a las cosas que él estima. Cuando las cosas que él dice que respeta no producen la piedad práctica en su vida, él sólo tiene un conocimiento humano de las cosas Divinas. El Cristianismo no es simplemente un asentimiento mental a ciertas verdades Bíblicas, sino la piedad que sigue a la santidad (Heb. 12:14).

La piedad es o el principio del Cristianismo o la disposición interior del alma hacia Dios. La causa inherente de la piedad es Jesucristo. La fe de los elegidos de Dios confiesa la verdad que es según la piedad (Tito 1:1). Pero los no elegidos "...no se conforma a las sanas palabras de nuestro Señor Jesucristo, y a la doctrina que es conforme a la piedad, está envanecido, nada sabe, y delira acerca de cuestiones y contiendas de palabras, de las cuales nacen envidias, pleitos, blasfemias, males sospechas, disputas necias de hombres corruptos de entendimiento y privados de la verdad, que toman la piedad como fuente de ganancia; apártate de los tales" (I Tim. 6:3-5).

Los misterios de Dios no deberían causar que el hombre desesperara. La excelencia del Maestro que es el Espíritu Santo, no la capacidad natural del erudito, revela estas cosas al corazón del hombre. El Espíritu Santo da discernimiento donde El no encuentra ninguno. El tiene una prerrogativa sobre todos los otros maestros; El no sólo enseña los misterios de Dios, pero da iluminación y entendimiento. Cristo dijo, "Toda lo que tiene el Padre es mío; por eso dije que tomará de lo mío, y os lo hará saber" (Juan 16:15). El Salvador hablaba a Sus discípulos acerca de la prerrogativa del Espíritu Santo. Juan dijo, "Pero la unción que vosotros recibisteis de él permanece en vosotros, y no tenéis necesidad de que nadie os enseñe; así como la unción misma os enseña todas las cosas, y es verdadera, y no es mentira, según ella os ha enseñado, permaneced en él" (I Jn. 2:27).

La piedad no es sólo un misterio, pero un gran misterio. Pablo no llama a la piedad las riquezas, sino inescrutables riquezas (Ef. 3:8). Cuando él habla de su fruto, él dice que excede todo conocimiento (Ef. 3:19). Es grande por las Personas involucradas en ella. Dios el Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo tuvieron una parte en el "misterio de la piedad." Tan grande es este misterio que los ángeles anhelaron mirar en ella (I Ped. 1:12). La grandeza está consumada por unir a Dios y al hombre. Dios, que descendió desde la altura del cielo a Dios manifestado en la carne, trae al hombre desde la profundidad del pecado a la altura de la gracia.

Ser y manifestarse son dos cosas diferentes. Dios siempre ha sido en existencia, pero El no ha sido siempre manifestado. Para manifestarse Sí Mismo, El tenía que rebajarse. El deseo natural del hombre es para esconder su abatimiento. Si las cosas van bien con él, él quiere que la trompeta sople y la alarma suene; sin embargo, si las cosas van mal, él dice, "No lo anunciéis en Gat, Ni deis las nuevas en las plazas..." (II Sam. 1:20). El fariseo publica su éxito, pero él irá a donde sea para esconder su fracaso. Pero Jesucristo no aborreció el encarnarse; El no despreció tener Su condescendencia abiertamente conocida. Su pobre pesebre fue revelado por una estrella (Mat. 2:2, 11); Su existencia terrenal desvalida fue visible por el hecho que El no tuvo lugar para recostar Su cabeza; Su muerte vergonzosa fue publicada por un gran eclipse; finalmente, la abatimiento de Cristo debe ser mostrada al mundo entero por el anuncio del evangelio. Pablo dijo, "¡Oh gálatas insensatos! ¿quién os fascinó para no obedecer a la verdad, a vosotros ante cuyos ojos Jesucristo fue ya presentado claramente entre vosotros como crucificado?" (Gál. 3:1). Somos concernidos con ambos el misterio y la manifestación.

El "misterio de la piedad," aunque está ya revelado, es todavía un misterio. Permanece un misterio porque no podemos, por buscar en las profundidades de él, comprenderlo totalmente. El "misterio de la piedad" fue escondido de todos los hombres hasta que Dios lo sacó de Su propio seno. Dios, que decretó que el hombre caería, hizo un plan para salvar al hombre caído por la muerte de Su Hijo. La salvación por la muerte de Cristo fue un plan hecho por la Trinidad; fue escondido en el aposento secreto del seno de Dios. Este gran misterio fue traído desde el seno del Padre cuando el Verbo fue hecho carne y habitó entre los hombres. Este misterio está ahora revelado, pero es manifestado sólo a los escogidos. "Así, los primeros serán postreros, y los postreros, primeros; porque muchos son llamados, mas pocos escogidos" (Mat. 20:16). Fue revelado a los judíos elegidos del Antiguo Testamento por ser envueltos en ceremonias y tipos, pero fue escondido del resto de la humanidad bajo la cobertura de las mismas ceremonias y tipos. Cuando Jesucristo vino, El fue revelado a los gentiles y judíos elegidos; pero el resto de la humanidad fueron cegados. Pablo dijo, "Así también aun en este tiempo ha quedado un remanente escogido por gracia. Y si por gracia, ya no es por obras; de otra manera la gracia ya no es gracia. Y si por obras, ya no es gracia; de otra manera la obra ya no es obra. ¿Qué pues? Lo que buscaba Israel, no lo han alcanzado; pero los escogidos sí lo han alcanzado, y los demás fueron endurecidos" (Rom. 11:5-7).

La piedad es un misterio a los elegidos. Aunque ellos ven alguna parte de ella, ellos no la ven totalmente. Es un misterio en cuanto a lo que ellos no saben. Ellos ven cosas Divinas envueltas en el espejo de la Palabra escrita, pero habrá una vista más clara cuando ellos vean el rostro de Dios en Cristo. La vista que los elegidos ya tienen es pequeña en comparación con que tendrán en el cielo (I Jn. 3:2, 3). ¿No hay un elemento de misterio en todas las gracias? Por ejemplo, hay paz en el alboroto, descanso en el cautiverio, poder en la debilidad, y ganancia en la pérdida. Hay una asamblea gloriosa escondida bajo el escarnio del mundo. La asamblea (iglesia) está en el mundo, pero ella no es del mundo. Ella tiene vida, pero es una vida oculta (mística) (Col. 3:1-4). Por lo tanto, los Cristianos son un tipo extraño de gente -- pobre, pero rica; viviendo, pero muriendo; gloriosa, pero vil (II Cor. 8:9; 4:10-12; I Cor. 1:2; 4:9, 10).

La Asamblea (ekklesia) verdadero (los elegidos de Dios) es una compañía de gente por los cuales Dios cuida más que a todos los demás de la humanidad. El mundo existe para la causa de la Asamblea, y no la Asamblea para el mundo -- sino para reunirse a todos los miembros de la familia elegida (Hech. 15:14; II Ped. 3:9). Cristo es la Cabeza de Su Cuerpo que es la Asamblea; por lo tanto, es natural para el Cuerpo ser conformado a la Cabeza. Puesto que el Hijo de Dios obró nuestra salvación en un estado de abatimiento, los Cristianos deberían ocuparse en esta salvación en humildad (Fil. 2:12). Dios santifica aflicciones y pobreza para el bien espiritual de Su pueblo. El orgullo se alimenta de alguna excelencia externa o interna. Para quitar la excelencia interna de Pablo, Dios le dio un aguijón en la carne; para quitar su excelencia externa, Dios le dio al apóstol persecución y pobreza (II Cor. 11:16-28; 12:1-7). ¿Debemos quejarnos contra la providencia de Dios si va en contradicción a nuestros deseos? ¿No es el deseo de Dios para nosotros mayor que el nuestro? Su cuidado por nosotros es visto en Su providencia. La gloria de Dios en la Asamblea es más brillosa cuando la Asamblea es exteriormente humillada. Fue más evidente en los días de la persecución de la Asamblea que en el día de la prosperidad religiosa.

La grandeza del misterio es Jesucristo. Por lo tanto, el "misterio de la piedad" es la piedad personificado en y comunicado mediante la doctrina de Jesucristo (II Jn. 9-11). Esta grandeza es sin controversia porque es conocidamente grande. "Y conocidamente, grande es el misterio de la piedad: Quien fue manifestado en carne." El Nombre Divino no aparece en los manuscritos más viejos, pero esto no destruye la grandeza del tema. ¿Quién fue hecho carne y habitó entre los hombres? El Verbo, el Logos eterno, fue hecho carne. El Logos eterno fue "...Justificado en el Espíritu, Visto de los ángeles, Predicado a los gentiles, Creído en el mundo, Recibido arriba en gloria." Tan grande es este "misterio de la piedad" que hace a las personas asociadas con él grande. ¿Qué hizo Juan el Bautista mayor que todos los profetas y los demás que le precedieron? El vio a Cristo venir en la carne. "De cierto os digo: Entre los que nacen de mujer no se ha levantado otro mayor que Juan el Bautista..." (Mat. 11:11). La comparación es entre grados de luz y oportunidad, y no entre sus personas. ¿Qué hizo aquellos después de Juan mayor que él? Ellos vieron a Cristo subir a la gloria después de que El había terminado la obra de la redención. Juan no fue bendecido por esta vista maravillosa. "...Pero el más pequeño en el reino de los cielos, mayor es que él" (Mat. 11:11). ¡Considera la vista presente del Cristiano de Jesucristo -- muerto, sepultado, levantado, glorificado, y sentado a la diestra del Padre!

Las personas no saben más de Jesucristo que lo que ellos valúan y estiman en El. Con este hecho ante nosotros, ¿qué valúan y estiman en Cristo aquellos que creen en la pecabilidad? En su deseo para producir un evangelio pertinente al hombre moderno, los maestros de la pecabilidad hacen el error trágico de perder su pertinencia a Dios, Cristo, y la salvación de los hombres depravados. Su evaluación del Hijo de Dios es tan bajo que no ven en El más de lo que ven en cualquier líder religioso. Tal salida seria de la alta estima de la impecabilidad es una herejía condenable, y la advertencia acerca de ella es tan pertinente ahora como cuando Pedro dio su advertencia: "Pero hubo también falsos profetas entre el pueblo,...que introducirán encubiertamente herejías destructoras, y aun negarán al Señor que los rescató, atrayendo sobre sí mismos destrucción repentina" (II Ped. 2:1).

 

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LA MANIFESTACIÓN DE LA PIEDAD

Hay tres Personas en la Trinidad, pero sólo una de las Personas es manifestada. "E indiscutiblemente, grande es el misterio de la piedad: Dios fue manifestado en carne" (I Tim. 3:16). Las manifestaciones del carácter y la perfección de Dios son reveladas en el mundo, la Asamblea (ekklesia), la providencia, y la Palabra escrita. Estas son manifestaciones de carácter y perfección; por cuanto la manifestación de la piedad es la manifestación de Dios Mismo. Hay una manifestación del Padre en Sus hijos, una manifestación del Hijo en aquellos en quienes El no está avergonzado en llamarlos Sus hermanos, y una manifestación del Espíritu en todos aquellos a quienes El regenera. Estas son las manifestaciones de las Personas aunque no son las manifestaciones personales de la Deidad. I Timoteo 3:16 habla de una manifestación personal de Dios -- Dios en la segunda Persona fue manifestado. El Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo son todos Dios, pero todos ellos no fueron hechos carne.

Se nos ha dicho que el Espíritu Santo vino en forma corporal como una paloma, pero el Espíritu Santo no era una paloma. La paloma sólo fue un símbolo del Espíritu Santo en la pureza, paz, sensibilidad, y discernimiento. El Hijo eterno de Dios fue manifestado en la encarnación como el Hijo del Hombre. Dios fue manifestado en carne por verterse a Sí Mismo en la naturaleza humana. El asumió la naturaleza en Su Persona de modo que Dios el Hijo y el Hombre Cristo Jesús no fueron dos Personas, pero una Persona con dos naturalezas.

La unión de las naturalezas Divina y humana no es como cualquier otra unión. Es diferente que la unión entre el alma y el cuerpo del hombre; el cuerpo y el alma componen sólo una naturaleza entre ellos. La unión de Cristo con los creyentes no puede ser comparada con la unión de las naturalezas Divina y humana en Cristo, porque la personalidad distinta de ambos Cristo y los creyentes está mantenida. Ni es como la unión entre las Personas de la Trinidad. En Cristo, hay una Persona y dos naturalezas; en la Trinidad hay tres Personas y una naturaleza.

¿Por qué fue Dios revelado en el Hijo? Sólo Aquel que posee la "imagen" de Dios (Heb. 1:3) puede restaurar al hombre caído a su debida imagen. La palabra "imagen" involucra las dos ideas de representación y manifestación. El hombre fue creado en la imagen de Dios, y según Su semejanza; por lo tanto, el hombre fue creado como una manifestación visible de Dios para el propósito de representar a Dios en la tierra. Aunque el hombre fue creado para este fin, su caída le previno de ser un vehículo perfecto para la representación de Dios. Cristo, que es la imagen perfecta de Dios, renueva a los elegidos "...el cual conforme a la imagen del que lo creó se va renovando hasta el conocimiento pleno" (Col. 3:10).

Jesucristo tiene potestad sobre toda carne: "Como le has dado potestad sobre toda carne, para que dé vida eterna a todos los que le diste" (Juan 17:2). La potestad sobre toda carne denota autoridad sobre todas las criaturas. A menos que Cristo tenga potestad sobre toda carne, no hubiera habido salvación del perdido. Todo obstáculo debe ser quitado del pecador para la entrada de la luz de la gloria de Dios al corazón. La tierra y el infierno son unidos para oponerse a aquellos que el Padre ha dado al Hijo, pero a Cristo le es dado potestad sobre toda oposición. No es suficiente que los obstáculos sean quitados; uno debe ser calificado para disfrutar en la vida eterna. El que da la vida eterna como el Mediador suple el requisito para el disfrute de ella. Conferir la vida eterna sobre los pecadores perdidos es la gloria del Padre; ser el medio y el canal para la aplicación de aquella vida eterna es la gloria del Hijo -- que fue hecho carne.

Dios absolutamente considerado no puede ser visto. "A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer" (Juan 1:18). Cuando uno piensa de Dios absolutamente, sin pensar de El como manifestado en carne, él Le considera sólo en la capacidad del Dios invisible. "El único que tiene inmortalidad, que habita en luz inaccesible; a quien ninguno de los hombres ha visto ni puede ver, al cual sea la honra y el imperio sempiterno. Amén" (I Tim. 6:16). Sin embargo, "Dios manifestado en carne" puede ser visto; esto fue hecho posible por la encarnación. "Porque la vida fue manifestada, y la hemos visto, y testificamos, y os anunciamos la vida eterna, la cual estaba con el Padre, y se nos manifestó" (I Jn. 1:2). Dios absolutamente considerado no puede ser acercado, pero Dios manifestado en carne sí puede; por lo tanto, tenemos acceso al Padre mediante Jesucristo (Ef. 2:18; Heb. 4:14-16). "Así que, hermanos, teniendo libertad para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo, por el camino nuevo y vivo que él nos abrió a través de velo, esto es, de su carne, y teniendo un gran sacerdote sobre la casa de Dios acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe, purificados los corazones de mala conciencia, y lavados los cuerpos con agua pura" (Heb. 10:19-22). Pensando de Dios absolutamente devora los pensamientos de uno, pero pensar de Dios "manifestado en carne" es una consideración conciliadora. Por ejemplo, para ver el sol solo en su gloria y resplandor es imposible sin cegar al ojo; pero para ver el sol en el eclipse, ocultado por la sombra de la tierra, es posible al ojo desnudo. Ningún hombre puede ver Dios absolutamente, pero para ver a Dios en carne es verle en el eclipse.

Dios absolutamente considerado es un fuego consumidor que demanda el justo juicio y condenación, pero "Dios manifestado en carne" es un fuego purificador que da satisfacción y gracia con recomendación. Toda persona está relacionada con Dios como un "fuego consumidor" sin sangre, o como un "fuego consumidor" con sangre. El fuego sin sangre es la condenación; el fuego con sangre es la recomendación. Los hijos de Israel fueron bendecidos en las ofrendas que hicieron porque las ofrendas incluyeron ambos "fuego" y "sangre" (Lev. 1-5). El "carbón encendido" que fue tomado del altar purificó los labios de Isaías (Isa. 6:5-8) porque vino del altar donde la ofrenda de sangre fue hecha por fuego. Si el "carbón encendido" no hubiera venido del altar del sacrificio, Isaías hubiera sido destruido. El sacrificio de sangre dio al fuego un efecto purificador más bien que un efecto destruidor. Por el contrario, será bueno observar los resultados del fuego sin sangre. Sodoma y Gomorra y Nadab y Abiú fueron destruidos por el fuego porque no había sacrificio de sangre. Los hombres sufrirán el fuego eterno del infierno porque ellos rechazan la sangre de Jesucristo: "...sin derramamiento de sangre no se hace remisión" (Heb. 9:22).

El Señor Jesús no tomó sobre Sí Mismo la naturaleza de ángeles; El se encubrió a Sí Mismo "en semejanza de carne de pecado." "Porque lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne" (Rom. 8:3). El Cristianismo profesante es enseñado que Cristo es como ellos mismos. Sin embargo, Cristo no es como el hombre porque en esta "semejanza" El levanta a los elegidos del hoyo de la depravación a la semejanza de Sí Mismo. Jesucristo fue enviado, no en la "semejanza" de carne, sino en carne. Sin embargo, El no fue enviado en la carne de pecado, sino en la "semejanza" de la carne de pecado. Nada puede probar más claramente que el Señor Jesucristo, aunque El asumió la naturaleza humana, la tomó sin la mancha de pecado o corrupción. Cristo no fue hecho en la semejanza de carne del hombre no caído, sino en la semejanza de carne caída del hombre. No había corrupción en la naturaleza humana de Cristo, pero El tuvo toda las enfermedades no pecaminosas de esa naturaleza. La palabra "semejanza" no se refiere a la palabra "carne," sino a las palabras "de pecado." Así, el Señor Jesús tomó en Sí Mismo nuestra naturaleza -- exceptuando el pecado -- para que El nos pudiera tomar a Sí Mismo -- después que el pecado fue quitado por el sacrificio de Sí Mismo.

Cristo está manifestado en la carne mortal de los Cristianos. "Llevando en el cuerpo siempre por todas partes la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestros cuerpos. Porque nosotros que vivimos, siempre estamos entregados a muerte por causa de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal" (II Cor. 4:10, 11). Como la carne de Cristo fue primero puesta aparte, luego abatida, y después glorificada; así la carne de todo Cristiano debe ser contenta con estar primero puesta aparte, luego abatida en el servicio para Cristo, y después glorificada. Este es el orden Divino, y no hay una vía corta de la santificación a la glorificación.

Los Cristianos siempre deben cuidarse del orgullo. El Hijo de Dios se despojó a Sí Mismo; ¿deberían Sus hijos estar llenos de orgullo? Cristo se despojó a Sí Mismo; ¿deberían estar Sus ovejas sobre su honor? El Señor Jesucristo tomó sobre Sí Mismo la forma de un siervo; ¿debe ser Su pueblo señores para que se les administre y no ministrar? Algunos creyentes pueden sentirse demasiado orgullosos para imitar a los hombres humildes, pero no deben pensar de sí mismos demasiado bien para seguir al Salvador humilde. Cristo debe ser manifestado en nuestra carne; consiguientemente, cuando una persona ve a un Cristiano, él ve a Cristo manifestado en él.

¿Se han olvidado los Cristianos en esta edad de la tolerancia religiosa cómo el Salvador vivió y murió? Los santos no llevan la muerte del Señor Jesús "en el cuerpo" por usar una cruz sobre sus pechos, ni por sentarse sobre el pináculo de honor y alabanza religiosa. Llevar "en el cuerpo" la muerte del Señor Jesús es traer la estigma de la cruz por causa del evangelio. ¿Qué es el evangelio? Es la verdad de la Persona y la Obra del Salvador impecable. Llevando en el cuerpo la muerte del Señor Jesús no es algo traído ocasionalmente -- cuando es conveniente -- sino siempre. El Cristiano que siempre sin comprometerse defiende al Salvador impecable sabe lo que es llevar siempre "en su cuerpo" la "muerte del Señor Jesús."

Nadab y Abiú fueron destruidos por el fuego consumidor de Dios porque ellos ofrecieron "fuego extraño" delante del Señor (Lev. 10:1, 2). El "fuego extraño" fue una sustancia extraña introducida al sistema Divino. Sólo hay una manera de obedecer a Dios, y esto es hacer lo que El ordena. Siempre hay algunos que tratan de materializar lo sobrenatural. Esto es lo que hicieron Nadab y Abiú. "Fuego extraño" sólo es una imitación humana de lo que es Divino. Estar preservado de lo que es "extraño," debe haber la confesión de que "Jesucristo ha venido en carne" (I Jn. 4:1-3). ¿En qué tipo de carne hizo el Hijo de Dios Su venida? ¿Fue Su carne pecable o impecable? Si fuera pecable, entonces El fue descalificado como el salvador; pero si fue impecable, entonces El fue calificado como el Salvador. Aquellos que enseñan la pecabilidad están ofreciendo "fuego extraño"; ellos, como Nadab y Abiú, serán destruidos por su introducción de un mensaje extraño al sistema Divino.

 

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LA ENCARNACIÓN

La fe del evangelio ha tenido que ser defendido en cada generación -- la nuestra no es diferente. Ahora muchos están diciendo que la encarnación del Hijo eterno es una mitología positiva. La "Teología Nueva" enseña que la humanidad es divina en la esencia, y Cristo vino a la consciencia de la identidad con Dios. Ellos dicen que la encarnación está en la humanidad; Dios se realiza a Sí Mismo en Su universo, supremamente en el hombre y típicamente en Jesucristo. Ellos acusan a la ortodoxia de restringir la descripción "Dios manifestado en carne" solo a Jesucristo; ellos lo extenderían a un grado menor a toda la humanidad. Según este concepto herético, la encarnación no es Dios condesciendo a llegar a ser un hombre, sino el hombre ascendiendo a ser Dios. Esta herejía no nos lleva más que al hombre mismo, pero la Verdad del Evangelio lleva a los pecadores creyentes a los brazos del Dios infinito.

La Encarnación de Cristo es la verdad fundamental sobre la cual descansa el Cristianismo. "Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros..." (Juan 1:14). Jesucristo no es Dios mutilado por la carne, sino Dios manifestado en carne (I Tim. 3:16). La Persona de Cristo no fue privada de la perfección absoluta por Su manifestación en carne, ni se entregó a Su unidad con el Padre. Nuestro Señor usó la palabra "carne" (Juan 1:14; I Tim. 3:16) para significar naturaleza, porque la carne no es una persona. Si hubiera usado el término "hombre," hubiera significado una persona; así, hubiera hecho a Sí Mismo dos personas más bien que Una Persona con dos naturalezas. Jesucristo no es un hombre, sino el Hijo del Hombre (Juan 3:13). Tan importante es la encarnación que la Biblia dice, "...Todo espíritu que confiesa que Jesucristo ha venido en carne, es de Dios; y todo espíritu que no confiesa que Jesucristo ha venido en carne, no es de Dios; y este es el espíritu del anticristo..." (I Jn. 4:2, 3). Negar la encarnación es doble: "no es de Dios" es negativo, y "del anticristo" es positivo. Negar la perfección absoluta de la Persona de Cristo (Su impecabilidad) puede ser atribuida sólo al espíritu de anticristo.

Hay una prueba interior al que toda persona está sometida con respecto a la encarnación. "...Y en esto sabemos que él permanece en nosotros, por el Espíritu que nos ha dado" (I Jn. 3:24). El Espíritu subjetivo confiesa el hecho objetivo que "Jesucristo ha venido en carne." La razón por tal confesión por parte del Espíritu es que El tuvo mucho que hacer con la carne en la que Cristo vino. El preparó para El un cuerpo impecable -- aquel Lugar Santísimo -- en donde "habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad" (Col. 2:9). Es la carne de Cristo que Le trae adentro de la gama del cuidado gracioso del Espíritu. El dijo, "El Espíritu del Señor está sobre mí, Por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres..." (Luc. 4:18). "...pues Dios no da el Espíritu por medida" (Juan 3:34). La naturaleza humana de Cristo fue animada y mantenida por el Espíritu. El no solamente fue hecho y vivió en la carne, sino que también padeció en la carne (I Ped. 3:18). El dio Su carne para ser la vida del mundo (Juan 6:51; Heb. 10:19-22). Como el propósito del Espíritu Santo es para animar y mantener la carne de Cristo, así también es Su objeto hacer a los elegidos de Dios uno con Cristo que ha venido en carne. Negar que "Jesucristo ha venido en carne" es negar al Padre. "Todo aquel que niega al Hijo, tampoco tiene al Padre..." (I Jn. 2:23). La fe, que es don de Dios, sabe que la naturaleza humana de Cristo es tan impecable como Su naturaleza Divina.

La obra de la Deidad está incluida en el "Verbo fue hecho carne." Hay muchos religiosos que niegan la Trinidad; pero si no hay Trinidad, no hay encarnación; y entonces, no hay redención objetiva. Si no hay Redentor objetivo, entonces el hombre está sin un Mediador. La redención no fue comprada por el Padre que la planeó, ni por el Espíritu Santo que la aplica. Nuestra salvación fue comprada por el Hijo Eterno que se ofreció a Sí Mismo mediante el Espíritu Eterno. Consiguientemente, El realizó la redención eterna por los elegidos. (Ve Ef. 1:3-14; Juan 3:16; Heb. 9:14.)

Hay tres grandes dispensaciones que corresponden a, y consecutivamente manifiestan, las tres Personas de la Trinidad en la historia de la redención. La dispensación del Padre comenzó con la creación y continuó al comienzo del ministerio público de Cristo. La dispensación del Hijo fue el período importante en que la redención fue obrada en una manera objetiva. Comenzó con el ministerio público de Cristo y continuó hasta el día de Pentecostés. La del Espíritu Santo comenzó con Su descendencia en el día de Pentecostés y continúa hasta al final de la edad. Es la obra del Espíritu Santo aplicar subjetivamente la redención que fue objetivamente comprada por Jesucristo sobre la cruz y propuesta electivamente por el Padre (Juan 3:8; II Tes. 2:13; I Ped. 1:22).

Jesucristo no dejó a ser Dios en la encarnación; El sólo encubrió Su Deidad "en semejanza de carne de pecado" (Rom. 8:3). El no cargó sobre Sí Mismo todo lo que somos en Adán, pero tomó parte del mismo (Heb. 2:14). "Por lo cual debía ser en todo semejante a sus hermanos..." (Heb. 2:17). Cristo no se identificó a Sí Mismo con la raza caída, sino con el hombre considerado en la gracia Divina. El relato "sus hermanos" refiere a su elección en la eternidad; este es según el propósito eterno de Dios (Ef. 3:11). Su encarnación, que fue en el tiempo (Gál. 4:4; II Tim. 1:9, 10), no fue sólo para aquellos hermanos que precedió -- en el tiempo -- Su encarnación, sino para todo aquellos que creerán en El -- en el tiempo venidero -- mediante la palabra de los apóstoles (Juan 17:20). Fue propio que debería de ser como aquellos en la naturaleza -- como considerado en la gracia Divina -- y así ser libre de cualquier contaminación de la naturaleza Adámica caída. El los llama "Sus hermanos." "...El que santifica y los que son santificados, de uno son todos..." (Heb. 2:11).

La parte misteriosa de la encarnación no fue proclamada públicamente hasta después de la resurrección de Cristo. No hay una única alusión a la producción Divina de la naturaleza humana de Cristo a través de Su ministerio terrenal. El frecuentemente se llamó a Sí Mismo el Hijo de Dios y habló de Dios como Su Padre, pero El nunca mencionó la concepción milagrosa de Su naturaleza humana en el vientre de María. Ninguno de los compañeros de Cristo dudó que El era un hombre; ellos fueron convencidos que había algo extraordinario acerca de El. "...¿Quién es éste, que aun el viento y el mar le obedecen?" (Mar. 4:41).

El hecho de que Cristo fue conocido públicamente como "Jesús, el hijo de José, de Nazaret" (Juan 1:45) no es aplicable a la pregunta de Su nacimiento virginal. (Ve Mat. 13:55; Luc. 2:27, 33, 48; Mar. 6:3.) Ambos Mateo y Lucas muestran como las expresiones "hijo de José," "los padres," y "tu padre y yo" han de ser entendidas. José y María fueron desposados (una costumbre antigua tan legal como el matrimonio) por una providencia especial para proteger a María de ser acusada de prostitución. La Biblia dice: "...antes que se juntasen, se halló que había concebido del Espíritu Santo" (Mat. 1:18). La concepción y el nacimiento de Cristo no pueden ser determinados por las leyes de evidencia en la misma manera como la de la resurrección. Habían testigos de la resurrección; no había ninguno, aparte de Dios, de la concepción milagrosa. Dios había hecho algo nuevo que nunca sería repetido en la tierra; por lo tanto, no había analogía con la cual explicarla. Si ninguna madre sabe la manera de su concepción natural, ¡qué presunción el cuestionar la manera en que el Hijo de Dios tomó la carne del hombre que creó! ¿No era tan fácil para Dios hacer el cuerpo del Segundo Adán en el vientre de María como el hacer el cuerpo del primer Adán del polvo de la tierra?

El Señor Jesús escondió la gloria de Su natividad eterna bajo el velo de una natividad terrenal. Este tema merece nuestra consideración más seria. Las glorias de Cristo son triples: personal (esencial), que es Suyo desde toda la eternidad; oficial, la gloria que Le fue dada en los oficios a los que El había sido apartado; y moral, la gloria que Le había sido dada y pudiera ser dada a los discípulos (Juan 17:22). La gloria esencial de Cristo fue encubierta por la carne, sino donde la fe la tomó. Su gloria oficial fue encubierta también; El no anduvo en la tierra en Su capacidad oficial, porque El fue un Siervo. Pero Su gloria moral no podía ser escondida; El no podía ser menos que perfecto en todo puesto que El es el Salvador impecable. Su vida perfecta Le capacita a ser el único sacrificio perfecto por el pecado (Heb. 10:10, 14). Puesto que El fue sin pecado, El fue el sacrificio eficiente por el pecado.

La unión de dos naturalezas en una Persona (el Dios-Hombre) es el gran misterio de la piedad. Pablo da la norma para la Cristología (Fil. 2:5-11). La "forma de Dios" declara Su Deidad; la "forma de siervo" afirma Su humanidad. Aunque no había desigualdad en Su Ser esencial, El no escogió egoístamente permanecer en el placer de esa condición bendita. Por lo tanto, El se despojó a Sí Mismo, tomando la "forma de siervo" y haciéndose obediente hasta la muerte. El no consideró Su condescendencia como cosa a que aferrarse cuando El encubrió Su gloria esencial durante los días de Su peregrinación terrenal. El contraste está entre Su existencia en la "forma de Dios" y en la "forma de siervo." Parece claro, del contexto, que tenemos un cambio de forma -- no de contenido. El no entregó Su naturaleza Divina, pero El tomó una naturaleza humana. Así, tenemos una naturaleza humana no caída, unida a la naturaleza Divina en una Persona indivisible -- el impecable Cristo. Esta unión, en círculos teológicos, es llamada la Unión Hipostática.

La Unión Hipostática quita cualquier posibilidad de que Cristo tuviera capacidad para pecar. El hubiera sido capaz de pecar sólo por una oposición completamente libre de Su voluntad humana a la voluntad Divina. Esto era imposible puesto que el agente controlador de Su voluntad humana era el Logos eterno. (Ve Juan 4:34; 5:30; 6:38; 8:29; Rom. 15:3.) Cristo tuvo una libre voluntad humana, pero el "Yo" que era activo mediante Su voluntad humana, era Dios. No era un Yo humano pero un Yo Divino que era responsable para las obras hechas mediante la voluntad humana. Si la naturaleza humana hubiera sido la base de Su personalidad, El no hubiera sido el Dios-Hombre (I Tim. 2:5) -- pero el hombre-Dios.

Observarás, en cuanto a la unión de las naturalezas humana y Divina de Cristo, algunas obras hechas en una naturaleza y adscritas a la otra. Por ejemplo, en Su naturaleza humana El es llamado el Hijo del Hombre; aún, bajo este título, El es descrito por un atributo que pertenece a Su naturaleza Divina. Cristo dijo, "Nadie subió al cielo, sino el que descendió del cielo; el Hijo del Hombre, que está en el cielo" (Juan 3:13). La omnipresencia es un atributo que pertenece sólo a la naturaleza Divina. Por otra parte, Le encontrará haciendo las cosas -- en la naturaleza Divina -- que son adscritas a Su naturaleza humana. La Escritura dice que el Señor de gloria fue crucificado (I Cor. 2:8). La crucifixión no puede ser atribuida al Hijo de Dios en Su naturaleza Divina. Dios, que tiene existencia eterna, no puede ser crucificado. Su naturaleza humana no actuó independientemente de la Divina, ni la Divina de la humana; consiguientemente, todos Sus actos fueron las acciones de una Persona indivisible que actúa en la plenitud de ambas naturalezas. Por lo tanto, los nombres diversos en cuanto a la Persona de Cristo son usados recíprocamente en cuanto a Sus dos naturalezas.

 

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EL NACIMIENTO VIRGINAL

La unión de las naturalezas humana y Divina fue realizada, en la encarnación de Cristo, por el poder del Espíritu en el vientre de la virgen María. "El nacimiento de Jesucristo fue así; Estando desposada María su madre con José, antes que se juntasen, se halló que había concebido del Espíritu Santo" (Mat. 1:18). Algunos argumentan que la palabra "virgen" simplemente significa una mujer no casada. El nacimiento de un hijo a una mujer no es un milagro. Han habido muchas mujeres no casadas que han, para su vergüenza, dado a luz a bebés; pero para una virgen dar a luz a un hijo es en verdad un milagro. El tiempo había venido para que el propósito eterno de Dios debería ser cumplido -- el Salvador iba a nacer de una virgen. La encarnación, profetizada en Génesis 3:15, fue cumplida en la "simiente de la mujer." Una virgen dando a luz a un Hijo fue una señal (Isa. 7:14) -- así un milagro. Si Jesucristo hubiera venido al mundo como todos los otros hombres, entonces El no hubiera sido diferente de ellos en otros aspectos. Esto hubiera descalificado a Cristo de ser el Salvador de los hombres.

Hay algunos religiosos que no ponen importancia en el nacimiento virginal. Ellos pasan por alto toda mención del nacimiento virginal, milagros, y la resurrección física de Cristo. Ellos dicen que los Cristianos buenos difieren sinceramente concerniente a estos temas. Sus seguidores son animados a no preocuparse si no pueden creer en estas cosas. Esto vivamente describe la herejía teológica que concierne nuestra generación.

El deseo del día es la unidad. Hay una unidad espiritual de la cual la Biblia tiene mucho que decir (Sal. 133:1; Juan 17:21). Creemos en la unidad, pero nunca debemos olvidar que la unidad del cuerpo es dependiente de su vida. Cuando la vida sale, el cuerpo se desmorona y sus miembros son separados. ¿Cómo puede haber una base para la unidad entre la gente cuando algunos creen en el nacimiento virginal y otros no? El nacimiento virginal es tan básico a la encarnación que no deja lugar para concesiones. La convicción es mayor que la conformidad. La unidad verdadera no es algo que los hombres pueden hacer o promocionar, pero los Cristianos son exhortados para guardarla (Ef. 4:3). La única base para la unidad es la vida de Dios que viene al creyente verdadero mediante la encarnación. "Quien nos salvó y llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos, pero que ahora ha sido manifestada por la aparición de nuestro Salvador Jesucristo, el cual quitó la muerte y sacó a luz la vida y la inmortalidad por el evangelio" (II Tim. 1:9, 10).

La encarnación de Cristo demandó una perfecta naturaleza humana. El Hijo eterno ha venido: (1) Desde la eternidad -- Su lugar con Dios en el principio; (2) Desde Belén -- el lugar de Su nacimiento en el tiempo; y (3) Desde el vientre de la virgen -- el lugar de la unión de las naturalezas humana y Divina en una Persona -- el Salvador impecable (Miq. 5:2, Luc. 1:35). Su venida mediante el vientre de la virgen fue para que El pudiera tener una perfecta naturaleza humana. El Hijo eterno asumió una naturaleza -- no una persona -- en la encarnación. La naturaleza es llamada "lo santo," la "descendencia de Abraham," y la "forma de siervo" (Luc. 1:35 BLA, Heb. 2:16; Fil. 2:6-8). El Asumidor y el asumido no pueden ser el mismo. No obstante, el Asumidor es perfecto; el asumido también debe ser perfecto. Su Deidad requirió el nacimiento virginal porque hay una diferencia entre Su humanidad y la nuestra. El Incorruptible no puede unirse con el corruptible; lo Santo no pudo unirse con lo no santo.

La impecabilidad de nuestro Salvador requirió el nacimiento virginal. El nacimiento no podía, de sí mismo, asegurar la naturaleza humana de Cristo de la contaminación. María no es menos pecadora que José, porque ella dijo, "Y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador" (Luc. 1:47). Como Dios protegió la naturaleza humana de Cristo de la contaminación de José, así también la protegió de la contaminación de María por el Espíritu en la concepción milagrosa. Ella fue elegida para cumplir la parte pasiva esencial en la naturaleza humana del Salvador; Dios fue el Agente activo en el hacer del milagro.

¿Por qué omiten Marcos y Juan cualquier referencia al nacimiento virginal? Esta es la pregunta puesta por aquellos que objetan al milagro de la encarnación. Aquellos que toman un punto de vista naturalístico de la Persona de Cristo rehusan reconocer cualquier elemento sobrenatural en Su vida. Si una persona duda el nacimiento virginal porque Marcos no lo menciona, la incertidumbre también pudiera ser lanzada sobre el hecho de que Jesucristo aún nació; él no menciona el nacimiento. Juan enseñó que aquellos que creyeron no nacieron espiritualmente "de voluntad de carne" (Juan 1:13); consiguientemente, Jesucristo no nació físicamente de la voluntad de carne.

Los maestros falsos argumentan que ni Pablo ni cualquiera de los apóstoles jamás mencionaron el nacimiento virginal. Ellos dicen que los apóstoles no lo sabían, o lo hubieran mencionado en sus escritos. Esto sería equivalente decir que no creyeron en la existencia de María porque nunca la mencionaron. La verdad es que, Pablo sí habla del segundo hombre del cielo en I Corintios 15:47, y en Gálatas 4:4 -- "...Dios envió a su Hijo, nacido de mujer...." Los apóstoles creyeron y enseñaron la impecabilidad de Jesucristo. ¿No es esta una demostración de que El era sin un padre humano? Todo hijo de Adán pecador es un pecador por naturaleza (Rom. 5:12); sin embargo, nuestro Salvador es impecable; y esto prueba que Su naturaleza humana no es igual que la del pecador. No puede negarse que los apóstoles creyeron y enseñaron la encarnación. No trazamos las verdades de la resurrección, la impecabilidad, y la Deidad de Jesucristo "del" nacimiento virginal, pero "a" él. Si estas verdades son otorgadas, seguramente el nacimiento virginal llega a ser una necesidad.

La concepción de Cristo en el vientre de la virgen está fuera de nuestra comprensión. No debemos hablar del nacimiento virginal como la concepción inmaculada (Luc. 1:47). Este es el dogma religioso de algunos de que María fue concebida y nacida sin el pecado original. Ni debe ser referido a la concepción sobrenatural porque esto es cierto de Isaac, ni el nacimiento milagroso puesto que el nacimiento en sí no fue diferente de los otros. Entendemos que virgen y concepción son juntadas sin la pérdida de la virginidad, y esto fue realizado por el Espíritu Santo. Según la naturaleza, la virginidad se pierda antes de la concepción; pero este evento es una señal (milagro) que es sobre la naturaleza. Las cosas naturales son basadas en la razón; las cosas sobrenaturales son basadas en la fe. Esto es sobrenatural, y el poder del Espíritu es la razón para el milagro. El ángel concluyó, "Porque nada hay imposible para Dios" (Luc. 1:37). María preguntó, "...¿Cómo será esto...?" (Luc. 1:34); pero descansó en la resolución del ángel: "...Engrandece mi alma al Señor; Y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador" (Luc. 1:46, 47). Como María descansó en esta resolución, también debemos nosotros.

Concebir es más que recibir. No se dice que un vaso concibe el agua que está vertida en el. La razón es que el vaso no concede algo de sí mismo. Sin embargo, la virgen dio y tomó algo en la concepción. Ella dio de su sustancia para el hacer del cuerpo, pero el Espíritu Santo fue el poder por el cual el cuerpo fue hecho. El fue la causa eficiente activa en la producción del cuerpo; la virgen María fue la causa material pasiva. La concepción fue un milagro y es llamado el cubrirse con la sombra. La preposición "del" (Luc. 1:35) no debe ser entendida para la causa material pero la causa eficiente.

La concepción de Cristo se llevó a cabo antes de que José y María se juntaran en el matrimonio legal. Es cierto que Mateo habla de José como un esposo y de María como una esposa, pero esto puede ser entendido bajo la ley hebrea de esponsales que constituyó un contrato legal entre las partes concernientes. El casamiento en Israel fue un pacto de dos partes: la primera, el período de esponsales; la segunda, la unión establecida de casamiento. El período de esponsales fue tan obligatorio que la infidelidad sexual durante aquel tiempo fue igual que la infidelidad en la relación establecida de casamiento. La ley dice, "Si hubiere una muchacha virgen desposada con alguno, y alguno la hallare en la ciudad y se acostare con ella; entonces los sacaréis a ambos a la puerta de la ciudad, y los apedrearéis, y morirán..." (Deut. 22:23, 24). Mateo afirma que antes de que este casamiento fue consumado ella fue descubierta estar embarazada por la acción del Espíritu Santo.

¿Cómo escondió María su concepción? María, la no casada, sabiendo que iba a ser una madre, corrió al manantial de la ley y el juicio. Ella no podía esperar impartir la noticia buena a Elizabét, la esposa del sumo sacerdote oficiante. La seguridad de la presencia de Dios con ella destruyó todo pensamiento de temor. La presencia de Cristo en el vientre de María le hizo saltar a Juan en el vientre de Elizabét por gozo (Luc. 1:41, 44). ¿Cómo pudo ser esto aparte del poder soberano del Espíritu? No hubo temor de ser apedreada a la muerte por dos razones: (1) Ella supo que su concepción fue del Espíritu Santo; por lo tanto, no fue una ramera; y (2) Ella tuvo fe en el Dios Soberano y supo que El cumpliría Su promesa en dar el Salvador.

El honor tremendo conferido sobre María no debe ser pasado por alto sin ver la gran responsabilidad juntada con el honor. Siempre es así en el mundo. El honor y el reproche van mano en mano. A la virgen le fue dicho: "Y una espada traspasará tu misma alma..." (Luc. 2:35). Ella supo lo que los demás no sabían. Aún José tuvo que esperar para una respuesta en cuanto a su virginidad. Los judíos dijeron acusadoramente, "...Nosotros no somos nacidos de fornicación" (Juan 8:41); ellos decían que no eran bastardos. María conoció el reproche, pero también conoció el honor que lo acompañó. Tal es la experiencia doble de todo Cristiano. Tan pronto que experimentamos la bendición de la salvación, hecha posible por el Salvador impecable, encontramos a nosotros mismos yendo fuera del campamento llevando Su vituperio (Heb. 13:13).

Es propio, en este punto, que alguna consideración sea dada al padrastro de Jesucristo. José era el padre legal pero no actual de Cristo. Si José hubiera sido Su padre actual, El hubiera sido excluido del trono de David (Jer. 22:28-30; Mat. 1:11). Ningún descendiente de Conías (griego -- Jeconías) se va a sentar sobre el trono de David; aún el Señor Jesús se va a sentar sobre ese trono (Luc. 1:32). Cristo nacido de la virgen María pudo, mediante la línea real en la genealogía de María, heredar el trono. La ley judía requirió la genealogía mediante un padre. Este requisito fue cumplido cuando José se casó con María después del nacimiento de Cristo. José fue un hombre justo y no actuó apresuradamente cuando oyó acerca de María, pero esperó que Dios le diera la respuesta (Mat. 1:19, 20, 24, 25). Si el Señor Jesús hubiera sido un hijo ilegítimo, El no hubiera sido un miembro de la congregación de Israel (Deut. 23:2); consiguientemente, todos Sus descendientes serían excluidos.

Jesucristo murió porque El dijo que Dios era Su Padre (Luc. 22:66-71). Caifás, que condujo el juicio del Salvador, sólo podía decir que la ley afirmaba que El debería morir. El fue crucificado, desde el punto de vista del hombre, por sólo un delito -- El dijo que Dios era Su Padre. Esto constituía blasfemia bajo la ley judía; y si Su dicho no fue cierto, El mereció morir. ¿Pero dónde estuvo María durante este tiempo? ¿Se quedó allí con la boca cerrada para salvar su propia reputación? La única explicación de su silencio es que Jesucristo murió por un hecho claramente dicho -- El era el Hijo de Dios.

El nacimiento virginal es la manera por la cual la naturaleza humana de Jesucristo está limpia del pecado original. Si no hubiera sido así, la naturaleza humana hubiera sido apolillado con el pecado original. La Deidad no es la humanidad, ni la humanidad la Deidad; no obstante, debe ser admitido que El es el Dios-Hombre. Esto es posible porque los nombres "Verbo" y "Hombre" refieren a la Persona de Jesucristo que posee ambas naturalezas. Así, por medio de esta unión, Jesucristo tiene el oficio de Mediador; El ejercita este oficio en ambas naturalezas, porque un "...mediador no lo es de uno solo; pero Dios es uno" (Gál. 3:20).

 

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LA NATURALEZA HUMANA DE CRISTO

La naturaleza humana de Cristo debe ser distinguida de la naturaleza humana caída del hombre. Nuestro Salvador no vio nada sino el pecado y la miseria desde Adán hasta el día de juicio. El dijo, "Lo que es nacido de la carne, carne es..." (Juan 3:6). La palabra "carne" refiere a la naturaleza humana caída. La naturaleza humana caída no tiene gracia ni la verdad en ella, pero la naturaleza humana de Cristo estaba llena de gracia y de verdad. "Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad" (Juan 1:14). Todos los hijos de Adán vienen al mundo en la carne pecaminosa, pero Jesucristo vino "en semejanza de carne de pecado" (Rom. 8:3). La semejanza no está conectada con la carne, porque Cristo vino en carne verdadera. Sin embargo, la semejanza está vinculada con "de pecado" puesto que la carne de Cristo se parecía la carne del hombre caído. "Semejante a los hombres" (Fil. 2:7) no disminuye la realidad de la naturaleza humana que Cristo asumió, pero íntima una diferencia vital entre la carne de Cristo y la del hombre caído. La naturaleza humana de Cristo no puede ser entendida aparte del concepto correcto de la rectitud original y el pecado original.

La cosa más significante acerca de la rectitud original es el hecho de que Adán fue creado en la imagen de Dios y conforme a Su semejanza (Gén. 1:26). El fue creado en un estado de conformidad a alguna regla; esta regla fue la ley de Dios. La ley de Dios es la única regla perfecta, inmutable, y eterna. Para Adán ser hecho recto, la regla en sí le fue implicada. ¿Cómo pudo decirse que él fue hecho recto si no había forma prescrita por la cual medir la rectitud? Adán no tenía, como lo fue en el caso con Israel, la ley escrita sobre tablas de piedra; estaba escrita en su mente. El conocimiento de la rectitud fue creado en él. Esta rectitud no fue esencial para su existencia, porque entonces él no la hubiera perdido sin perder su mera existencia. No obstante, fue para él, como hombre, una cosa natural; él fue creado con la rectitud original. Como un ser creado, él era una persona dependiente.

El Adán no caído poseyó tales afectos como el amor, temor, y esperanza; pero estas emociones fueron guardadas en orden y paz por la rectitud original. Este orden hermoso fue destruido en la caída. Las mismas pasiones permanecieron, pero su uso fue cambiado. El amor para Dios se degeneró en el auto-amor; el temor, en la maldad; el coraje y la esperanza, en la desconfianza. El hombre, en vez de amar a Dios, ahora Le odia. Cristo dijo, "Mas yo os conozco, que no tenéis amor de Dios en vosotros" (Juan 5:42). El temor reverencial se ha deteriorado en coraje perverso contra Dios. "Se levantarán los reyes de la tierra, Y príncipes consultarán unidos Contra Jehová y contra su ungido..." (Sal. 2:2). La esperanza se ha degradado en incredulidad. Nuestro Salvador dijo, "¿Quién de vosotros me redarguye de pecado? Pues si digo la verdad, ¿por qué vosotros no me creéis?" (Juan 8:46). Así, la caída del hombre causó el alma a llegar a ser un caos que necesitaba la redención.

La rectitud original fue una parte esencial de la naturaleza humana de Adán; fue la rienda que controló los deseos y las acciones de su naturaleza. Hay algunos que enseñan que Adán vino perfecto de la mano del Creador y fue vestido subsiguientemente con la rectitud original. Esto hace la naturaleza humana un producto finalizado aparte de la rectitud original. Si la naturaleza de Adán fue perfecta antes de que él poseyera la rectitud original, entonces permaneció perfecta después de la pérdida de ella. Esto no puede ser cierto porque el pecado original es más que la ausencia negativa de la rectitud original; es la corrupción positiva.

La rectitud original consiste de calidades positivas. Sin estos, el hombre no pudo haber contestado el propósito de su creación. Adán y Eva oyeron la voz de Jehová Dios que se paseaba en el huerto (Gén. 3:8). Aquí es una representación antropomórfica (característica o forma humana) de compañerismo entre la criatura y el Creador; esto ilustra la capacidad de la naturaleza racional del hombre para entender algo del ser racional de Dios como el posterior escoge revelarlo. Como el hombre conoce y ama en una manera finita, así Dios conoce y ama en una manera infinita. Dios asignó a Adán la responsabilidad de nombrar todas las criaturas del aire, de la tierra, y del mar (Gén. 1:20-25; 2:19, 20). Esto presupone la racionalidad y conocimiento científico. Adán debe haber conocido algo acerca de la naturaleza de todas estas criaturas para nombrarlas. El hombre fue el gobernador diputado de Dios en el mundo inferior, y esta fue una imagen de la soberanía de Dios. Mientras que el hombre se vio a sí mismo como el señor de las criaturas, él no debe olvidar que él fue todavía el súbdito de Dios. La obligación moral es implícita en tal designación, pero la naturaleza moral del hombre es más evidente todavía en el mando y la prohibición concerniente del comer la fruta prohibida (Gén. 2:16, 17). Dios hizo las bestias mirando hacia abajo a la tierra para mostrar que su satisfacción viene desde abajo; la postura vertical del cuerpo del hombre muestra que su satisfacción viene desde arriba. El árbol prohibido enseñó al hombre su dependencia en Dios; había el querer aún en el Edén. La naturaleza intelectual del hombre está designada comúnmente como la imagen de Dios en el sentido general; la naturaleza santa es la imagen de Dios en el sentido particular. El sentido intelectual nunca se pierda, ni aún en el infierno; la naturaleza santa se perdió, aún en el Edén.

El hombre fue creado varón y hembra: "...varón y hembra los creó" (Gén. 1:27). La mujer no fue una creación separada. La Biblia la presenta como diferente del varón por estar sacada de su costilla. El hombre tuvo una cosa peculiar en sí mismo; específicamente, él tuvo dominio sobre la mujer. "...Tu deseo será para tu marido, y él se enseñoreará de ti" (Gén. 3:16). La mujer está obligada a mirar a su esposo para sus deseos; esta es su dependencia. Mientras que ella viva bajo su autoridad, su dependencia llega a ser sumisión. Por lo tanto, su lugar es secundario y dependiente. La razón para esto es porque la mujer fue formada después y hecha para el hombre. Pablo dijo, "Pero quiero que sepáis que Cristo es la cabeza de todo varón, y el varón es la cabeza de la mujer, y Dios la cabeza de Cristo" (I Cor. 11:3). Como la mujer iba a estar en sujeción al hombre, así el hombre debe estar en sujeción a Dios. Esta fue otra manera en la que Dios le reveló al hombre que mientras que él tenga dominio sobre las criaturas inferiores, él no debe olvidar que está bajo el dominio absoluto de Dios.

La rectitud original de Adán fue mutable. Si Adán hubiera sido inmutablemente recto, él debe serlo o por naturaleza o por don. El no pudo ser inmutablemente recto por naturaleza; esto es propio solo con Dios y no puede ser comunicado a ninguna de Sus criaturas. Si por don, entonces ningún error fue hecho en retener lo que él no podría desear. Adán, cuya voluntad fue libre, no escogió la voluntad de Dios sino su propia voluntad. Si Adán que estaba en un estado de rectitud original escogió el mal, ¿qué del hombre en un estado de depravación? Así, entendemos que la rectitud creada es capaz de pecar porque es finita. El Dios infinito no puede crear la infinidad; por lo tanto, Su creación es inferior a Sí Mismo.

Adán fue dejado a sí mismo y cayó. Si el hombre en la rectitud creada no permaneció, ¿cómo es que el hombre en su posición depravada permanecerá? La caída vino mediante su esposa a quien Satanás engañó. Satanás sabía que una tentación viniendo mediante su esposa sería menos sospechosa. El persuadió a Eva por el quitar de, el añadir a, y el alterar de la Palabra de Dios. Esta fue la obra maestra de Satanás para debilitar la fe en lo que Dios dijo. Cuando Eva fue traída al lugar de la desconfianza, ella concedió a la tentación. Satanás saltó sobre la cobertura de la rectitud original donde estaba lo más débil (I Ped. 3:7; I Tim. 2:14). El sabía que podía alcanzar más fácilmente a Adán a través de Eva que ir directamente a él. Esta misma táctica está revelada en el pecado de Acab: "...Acab, que se vendió para hacer lo malo ante los ojos de Jehová; porque Jezabel su mujer lo incitaba" (I Rey. 21:25). El método de Satanás nunca ha cambiado.

Adán y Eva se buscaron muchas artimañas (Ecl. 7:29 BLA). No sólo estuvieron juntos en el pecado, pero las maneras de su pecado (artimañas) fueron muchas. Entre las artimañas de nuestros primeros padres, habían muchas excusas y argumentos que usaron para justificar su conducta y para hacerlos aparecer desafortunados más bien que criminales. Esto prueba que el hombre fue la causa de su caída. La caída del hombre nunca podría quitar el derecho de Dios para mandar la obediencia y para castigar en el caso de desobediencia.

Fue culpa de Adán que no hizo como Dios le ordenó. Dios hizo un pacto con Adán para mostrar Su soberanía sobre todas Sus criaturas. Faraón hizo a José el príncipe de su reino, pero él dijo, "...solamente en el trono seré yo mayor que tú" (Gén. 41:40). Dios trató con Adán en la misma manera. El le dio dominio sobre toda Su creación inferior. Dios sabía que Adán pecaría, pero esto no fue razón para no dar la ley. ¿Cesaría el de hacer las leyes sólo porque algunos las quebrantarían? Dios ordenó la transgresión de Adán para manifestar las riquezas de Su gracia. Esto fue hecho por enviar a Cristo que guardaría la ley en una vida obediente y pagaría la penalidad de la ley quebrantada por Su muerte voluntaria. Aunque el hombre es poco menor que los ángeles (a quienes él es inferior en la naturaleza aunque superior en el destino), es un marca de condescendencia extrema que Dios le visite en Cristo. La creación original del hombre fue de la tierra terrenal en contraste a su re-creación (regeneración) en Cristo (I Cor. 15:45-49). Consiguientemente, el Cristiano "...el cual conforme a la imagen del que lo creó se va renovando hasta el conocimiento pleno" (Col. 3:10). El estado justo del Cristiano es la justicia no creada de Dios, y en este estado de gracia él nunca puede caer. ¿Dónde está la persona necia que cambiaría la justicia no creada de Cristo por la rectitud creada de Adán?

El pecado original es lo positivo como así también lo negativo. Es cierto que la pureza original se ha perdido, y la naturaleza ha sido corrompida. El pecado original ha contaminado nuestra naturaleza; ha sido cambiada en una fuente depravada, y desde esta fuente fluyen todos los tipos de actos pecadores. Cuando el alma de Adán se murió (no cesación de existencia sino la separación de existencia), llegó a ser pasivo tanto que el bien fue concernido. Fue incapaz de hacer cualquier bien, y activo en toda la maldad. El pecado original es llamado el hombre viejo porque la belleza original del hombre ha sido destruida. Se llama la ley del pecado por su poder para esclavizar su sujeto al pecado (Ef. 4:22; Rom. 7:25). El hombre depravado no sólo tiene el amor al pecado para atraerlo pero también la ley del pecado para empujarlo. Salomón dijo, "La necedad está ligada en el corazón del muchacho; Mas la vara de la corrección la alejará de él" (Prov. 22:15). Se ve pronto donde está la predisposición del corazón del muchacho, porque "Aun el muchacho es conocido por sus hechos..." (Prov. 20:11). ¿No siguen los hijos de Adán, antes que puedan ir solos, las pisadas de su padre? El bebé pone primero todo en su boca -- la concupiscencia de la carne; quiere todo lo que ve -- la concupiscencia de los ojos; desea presumirse -- el orgullo de la vida. ¡Qué vastedad de orgullo, ambición, curiosidad pecadora, vanidad, obstinación, y repugnancia al bien aparece en los niños! Tan pronto que dejan la infancia, hay necesidad de usar la vara de corrección para sacar la necedad en sus acciones. Si la gracia no interviene, los niños crecerán a ser parecidos a Ismael -- "hombre fiero" (Gén. 16:12). Sólo la vara puede sacar la necedad de sus acciones, pero se necesita la gracia de Dios para sacarla de sus corazones.

Adán es un hombre representativo. Mientras que él obedeció, nosotros obedecimos; cuando él cayó, nosotros caímos. La Escritura con mucho cuidado indica que Adán comunica su imagen a su posteridad. "Y vivió Adán ciento treinta años, y engendró un hijo a su semejanza, conforme a su imagen, y llamó su nombre Set" (Gén. 5:3). Compara este versículo con Génesis 5:1 -- "...El día en que creó Dios al hombre, a semejanza de Dios lo hizo." La diferencia entre el hombre creado y el engendrado está revelada. El hombre fue creado conforme a la semejanza de Dios; los descendientes de Adán son engendrados a la semejanza de Adán que había caído de la rectitud original a un estado de corrupción. Este fue el pecado original. David dijo, "...En pecado me concibió mi madre" (Sal. 51:5). Habiendo pecado, Adán llegó a ser mortal y engendró a los mortales; porque Pablo dijo, "...En Adán todos mueren..." (I Cor. 15:22).

El principio de la representación enseña que todos los hombres sin excepción pecaron en Adán (Rom. 5:12; I Cor. 15:22). Por lo tanto, este pecado original fue imputado a todos los descendientes de Adán como una consecuencia natural de su participación en el acto de Adán. Esto significa que todos nosotros pecamos y somos culpables con Adán en el pecado original. Ninguna persona puede merecer la penalidad de muerte en otra a menos que haya pecado con y en aquella persona. No es suficiente decir que todos mueren en Adán porque recibimos de él el pecado original. ¿No podemos decir por la misma razón que morimos en nuestros padres de quienes directamente derivamos el pecado? La Biblia nunca dice que morimos en nuestros padres, pero sí que en Adán todos mueren (I Cor. 15:22). Este principio es ilustrado en el caso de Leví: "...en Abraham pagó el diezmo también Leví, que recibe los diezmos; porque aún estaba en los lomos de su padre..." (Heb. 7:9, 10). Así, la imputación del pecado de Adán es verdadero (la cuenta a uno de lo que es anteriormente el suyo) e inmediato (precedió la corrupción del hombre y se cuenta ser la causa de la corrupción).

La relación de una persona y su ego debe ser considerado si vamos a entender la obra de la naturaleza depravada. El ego refiere al hombre entero -- cuerpo y mente. La condición corrompida de la naturaleza caída no hubiera sido animada a hacer las cosas si no hubiera habido ego personal. Las facultades deficientes del alma causan el oscurecer del entendimiento (Ef. 4:18), y la pérdida del libre albedrío hace que las pasiones perversas se despiertan (Rom. 1:24-28). Las facultades deficientes del alma y la pérdida del libre albedrío no pudieran resultar en el pecado si el ego personal del hombre no fuera afectado por sus obras. El pecado pone su propia marca en esta naturaleza depravada y corrompida sólo cuando el ego sale de Dios. El ego incrédulo está identificado con la vieja naturaleza depravada.

La naturaleza vieja no es cambiada en la regeneración, pero un hombre enteramente nuevo es implantado. La regeneración sólo afecta nuestra persona. La naturaleza vieja en los creyentes está condenada, pero no salva (Rom. 8:3). El principio de la gracia, que es formado en el corazón en la regeneración, lleva la semejanza de Cristo; por lo tanto, el ego del creyente está identificado con el hombre nuevo.

Nosotros estamos ahora en una posición para entender de una manera mejor la naturaleza humana de Cristo. Si Jesucristo hubiera nacido de una persona humana por la voluntad del hombre, él hubiera tenido un ego alejado de Dios. Pero El no nació como una persona humana. El tomó una naturaleza humana que fue concebida por el Espíritu Santo, y esto no fue por la voluntad del hombre. Ni pudo haber en El un ego alejado de Dios, ni la debilidad de Su naturaleza humana pudo ser una debilidad pecaminosa. A El le fue dado el Espíritu Santo sin medida para fortalecer la debilidad de Su impecable naturaleza humana. Dios el Espíritu transformó (no regeneró) la naturaleza humana de Cristo a una naturaleza glorificada por el poder de la resurrección.

La naturaleza humana de Cristo no tuvo subsistencia sino en la segunda Persona de la Trinidad. Esto levanta la naturaleza humana de Cristo a un nivel infinitamente más alto que la naturaleza del hombre. Su naturaleza humana tuvo una subsistencia gloriosa. Lo que Cristo hizo en Su naturaleza humana fue el hecho de Dios. Sólo había un ego en Jesucristo. La unión de las dos naturalezas en una Persona Le hizo el Hijo de Dios y el Hijo del Hombre en la misma Persona.

¿Fue imputada la culpabilidad original de Adán a Cristo? Si hubiera sido así, entonces Cristo, como todos los otros hombres, fue involucrado en el pecado y la culpabilidad de Adán. Fue necesario para el propósito de la manifestación que Cristo llegara a ser verdaderamente humano, pero imposible para El en Su concepción para participar del pecado y la culpabilidad de Adán. Si la culpabilidad hubiera sido imputada a Cristo en Su concepción, hubiera sido involucrado en ambos el pecado de Adán y la contaminación de Su Persona. Esto no sólo hubiera hecho imposible la unión de Dios y hombre, sino también Su sacrificio como nuestro Substituto. El hubiera tenido que morir por Sus propios pecados, justamente los Suyos por la imputación, en vez de morir voluntariamente como el impecable que voluntariamente tomó sobre Sí Mismo el juicio por el pecado. La culpabilidad de Adán está imputada a su posteridad, pero Jesucristo no es un descendiente de Adán; El existió antes de Adán. Jesucristo no está bajo de Adán como su cabeza, pero El es la Cabeza de Adán (I Cor. 11:3). ¿No revela esto la maldad de la doctrina de la pecabilidad?

 

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EL CUERPO HUMANO DE CRISTO

El Templo del Cuerpo de Cristo vino desde un lugar separado por el Espíritu en el vientre de María (Luc. 1:35; Heb. 10:5). El sacerdote primitivo, con su vara medidora, iría al campo y mediría una porción escogida de terreno para que se hiciera el templo; así el Espíritu Santo, con Su poder de separación, fue al vientre de María y seleccionó un lugar para la erección del Templo del Cuerpo de Cristo. No sólo fue este Cuerpo negativamente sin pecado; fue desde el principio positivamente lleno del Espíritu Santo. El Hijo de Dios tomó para Sí Mismo aquel sitio sagrado en el vientre de la virgen; y dentro de él, El comenzó a construir una vida tan santa que El habla de él como el "templo de su cuerpo" (Juan 2:21).

Cuando Cristo visitó a Jerusalén en el tiempo de la pascua, El encontró el templo como el centro de actividades carnales (Juan 2:13-17). La pascua se había degenerado en la pascua de los judíos. La casa de Dios había llegado a ser una casa de mercadería, y esto indignó al Hijo de Dios. El Salvador entró al templo y vio la casa de Su Padre invadida por religiosos hipócritas: "Estando en Jerusalén en la fiesta de la pascua, muchos creyeron en su nombre, viendo las señales que hacía. Pero Jesús mismo no se fiaba de ellos, porque conocía a todos, y no tenía necesidad de que nadie le diese testimonio del hombre, pues él sabía lo que había en el hombre" (Juan 2:23-25). Su conocimiento del hombre no fue por un informe -- pero por sabiduría Divina. La omnisciencia de Cristo debe causar que los hipócritas tiemblen y que los Cristianos sean firmes.

El Señor no se salió de los límites de Su autoridad por limpiar el templo. Puesto que el templo fue el lugar de reunión de Dios con los hombres, debería ser limpiado de toda sustancia extraña. No debe ser profanado. Los discípulos de Cristo recordaron lo que había sido escrito: "...El celo de tu casa me consume" (Juan 2:17). El celo santo está concernido con el honor de Dios y la salvación del hombre, pero no puede haber salvación de los hombres donde el honor de Dios no está afirmado. La palabra "celo" está descrita como un corazón hirviendo, un corazón que hierve con el calor intensivo de sus propios afectos, pasiones, y emociones. Así, el celo santo de Cristo "Le consumió." Esta es una expresión asombrosa. Su celo todo-consumidor Le condujo a quitar del templo el celo que no era "conforme a ciencia" (Rom. 10:2). El celo que no es conforme a la ciencia Divina deshonora a Dios; por lo tanto, debe ser quitado del lugar donde el honor de Dios está mantenido.

¿Nos consume el celo de la casa de Dios (la asamblea)? ¿No es la asamblea, el lugar donde la gloria de Dios se encuentra (Ef. 3:21), y ser guardada limpia de todo celo profano? Hay un celo que tiene el aspecto de ser para el Señor, pero sale totalmente de motivos egoístas y carnales: "Ven conmigo," dijo el rey Jehú, "y verás mi celo por Jehová" (II Rey. 10:16). Pero todo el tiempo el celo de Jehú era para sí mismo y no para el Señor. El era celoso sólo con las cosas que le harían aparecer grande ante los ojos de los hombres. Pablo, antes de su salvación del pecado, dijo, "...siendo mucho más celoso de las tradiciones de mis padres" (Gál. 1:13, 14). El celo sin el conocimiento ha sido la fuerza y el demonio animador de toda maldad activa. Esto está revelado en el fracaso de los tradicionalistas de salir de sus tradiciones humanas a la revelación pura de la verdad de Dios (Mar. 7:1-9). Los Cristianos son un pueblo sacerdotal (I Ped. 2:5-10) llamado para guardar puro el templo de Dios sobre la tierra. Muchos religiosos traen su dinero, sus deportes, y sus tradiciones a la iglesia; consiguientemente, ellos son "Casi en todo mal he estado, En medio de la sociedad y de la congregación" (Prov. 5:14). El gran pecado de los Corintios fue su fracaso en discernir el Cuerpo del Señor (I Cor. 11:29), y este pecado atroz es cometido en el día de hoy por muchos.

La autoridad de Cristo fue cuestionada por los judíos que Le vieron limpiando el templo. Ellos preguntaron, "¿Qué señal nos muestras?" El contestó y les dijo, "Destruid este templo, y en tres días lo levantaré" (Juan 2:19). Los fariseos no entendieron este dicho. Cristo no se refirió al templo limpiado, el celo de lo que Le consumió. El templo que había sido limpiado fue mostrado ser una figura de algo mayor. Nuestro Señor se proclamó a Sí Mismo ser el antitipo, el Templo nuevo en el que la plenitud de la Deidad habitó corporalmente. El Salvador tuvo la autoridad para limpiar el templo en Jerusalén y para levantar un Templo al cual los hombres pudieran destruir pero no construir. Por lo tanto, Cristo dijo, "Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar..." (Juan 10:18). Nuestro Señor anunció Su muerte por la figura de un templo destruido y reconstruido. Sus enemigos destruirían el Templo de Su Cuerpo, pero la resurrección del cuerpo sería hecho por Sí Mismo. La resurrección probaría la autoridad de Cristo por limpiar el templo en Jerusalén y demostrar quien El era.

En la perfección del Cuerpo de Cristo había el vigor de salud perfecta. Su Cuerpo fue capaz de sentir dolor y cansancio, pero no el de la enfermedad; fue capaz de muerte, pero no sujeto a ella. El Cuerpo del Salvador impecable no podría conocer la corrupción en la vida o en la muerte. La corrupción es la consecuencia de la caída; entonces, pertenece sólo a aquellos que comparte con ella. Ninguno puede decir jamás que el Santo de Dios compartió en la caída. En su exaltación de Cristo en el día de Pentecostés, Pedro dijo, "Por lo cual mi corazón se alegró, y se gozó mi lengua, Y aun mi carne descansará en esperanza; Porque no dejarás mi alma en el Hades, Ni permitirás que tu Santo vea corrupción....Viéndolo antes, habló de la resurrección de Cristo..." (Hech. 2:26, 27, 31).

Durante los días de la carne de Cristo, El oró, tuvo hambre, durmió, y descansó porque El era "un varón aprobado por Dios" (Hech. 2:22). No debemos disminuir la gloria de la Deidad de Cristo, ni deberíamos tomarla de Su humanidad. Hacerlo destruiría la muerte sacrificadora y la resurrección gloriosa de nuestro Señor. Así, no tendríamos el evangelio que resultaría en no tener la resurrección gloriosa. Había veces cuando Sus días eran tan llenos que no tuvo la oportunidad para participar de alimento corporal (Mar. 3:20; 6:31). En una ocasión después de un largo viaje, El se sentó cansado y sediento cerca de un pozo; pero aún en el cansancio y hambriento El siguió trabajando, refrescado y confortado por el gozo de hacer la voluntad del Padre (Juan 4:34). El no era como Moisés y Jeremías, confesando la inhabilidad para hablar el mensaje de Dios; al contrario, El dijo, "...He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad..." (Heb. 10:9), y "...yo hago siempre lo que le agrada" (Juan 8:29). Por lo tanto, El pasó por todas las experiencias de los hombres -- exceptuando el pecado y la enfermedad.

El "Templo del Cuerpo de Cristo" es el lugar designado donde Dios encuentra a los hombres en la misericordia. "Que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados..." (II Cor. 5:19). Este Templo, como el tabernáculo en el desierto, era más glorioso por dentro que por fuera. Isaías describió lo de afuera del Templo diciendo, "...no hay parecer en él, ni hermosura; le veremos, mas sin atractivo para que le deseemos" (Isa. 53:2). Como los sacerdotes de Israel vieron la hermosura en el tabernáculo, así los Cristianos (un sacerdocio real) son la gente que ven la hermosura en el Señor Jesucristo. Los judíos religiosos vieron sólo lo de afuera del Salvador; por lo tanto, ellos desearon matarle, porque no vieron hermosura en El. Sin embargo, los Cristianos ven en El la hermosura de la gracia y la verdad y dicen, "Mi Señor y mi Dios."

El Templo del Cuerpo de Cristo fue ofrecido una vez como un sacrificio por el pecado (Heb. 10:10, 14). ¿Por qué el Espíritu Santo enfatiza el Cuerpo de Cristo más bien que a Su Alma (Su Vida interior)? Si Jesucristo hubiera sufrido sólo en Su Cuerpo, El hubiera sido sólo un redentor de cuerpos; pero su Alma (Vida interior) también fue hecha una expiación (Isa. 53:10); y esto fue para proveer la redención por las almas. El énfasis en el Cuerpo fue para hacer claro el hecho que la redención iba a ser realizada mediante la muerte. Puesto que el Alma (Vida interior) no puede morir, la redención debe ser realizada en el Cuerpo que pudiera morir. Sin embargo, Su Cuerpo no fue sujeto a la muerte como nuestros cuerpos. Por lo tanto, nuestra salvación fue realizada por el Cuerpo de Cristo pasando por la muerte (Heb. 2:14) -- una experiencia imposible para los hombres.

El Cuerpo de Cristo santifica al creyente para siempre -- "una vez para siempre" (Heb. 10:10). Las palabras "una vez" y las palabras "para siempre" permanecen o caen juntas. La "una vez" de la obra de Cristo es el secreto del ser para siempre. La propiciación por el pecado fue tan completa que Dios ahora no recuerda el pecado jamás; esto indica que El ha perdonado al pecador. El perdón significa que Dios "olvida" todo pecado. Olvidar en la mente Divina es un atributo, pero en la mente humana es una falla. Consiguientemente, Dios nunca ilustra Su olvido Divino por las representaciones humanas, sino por las similitudes tomadas de Su propia creación. "Cuanto está lejos el oriente del occidente, Hizo alejar de nosotros nuestras rebeliones" (Sal. 103:12). "Yo deshice como una nube tus rebeliones, y como niebla tus pecados..." (Isa. 44:22). Dios nunca usa una ilustración humana del perdón porque un ser humano es incapaz de perdonar como Dios perdona. El hombre entiende el perdón como para implicar algo que él puede entender, pero es de tal magnitud que demanda que el Espíritu Santo le capacite para entender lo que es hecho el suyo mediante la gracia. Cuando esto es realizado por el creyente, la conciencia llega a ser perfecta. "Porque la ley, teniendo la sombra de los bienes venideros, no la imagen misma de las cosas, nunca puede, por los mismos sacrificios que se ofrecen continuamente cada año, hacer perfectos a los que se acercan....porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados" (Heb. 10:1, 14).

La resurrección del Cuerpo de Cristo es el testimonio de Dios del hecho que El es Divino. "Acerca de su Hijo, nuestro Señor Jesucristo, que era del linaje de David según la carne, que fue declarado Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por la resurrección de entre los muertos" (Rom. 1:3, 4). Aquel que tuvo poder para poner Su vida tuvo poder para volverla a tomar. No sólo fue Su resurrección la prueba de Su Deidad, pero garantizó la resurrección de nuestros cuerpos. "...Cristo las primicias; luego los que son de Cristo, en su venida" (I Cor. 15:23). "...En mi carne he de ver a Dios" (Job 19:26). Job no tuvo esperanza de una restauración a la prosperidad temporal; no obstante, él habló en manera muy segura de su resurrección a la gloria eterna. Si él hubiera podido ver a su Redentor separado de la carne, no hubiera habido necesidad para su Salvador estar en Su Cuerpo en el día posterior sobre la tierra. Juan dijo, "...Cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es" (I Jn. 3:2). Como El aparecerá en Su Cuerpo glorificado, así nosotros aparecemos delante de El en nuestros cuerpos glorificados.

 

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EL ALMA HUMANA DE CRISTO

El Señor Jesucristo no sólo tuvo un cuerpo humano pero también un alma humana. "...Mi alma está muy triste, hasta la muerte..." (Mat. 26:38). "Con todo eso, Jehová quiso quebrantarlo, sujetándole a padecimiento. Cuando haya puesto su vida [vida interior o alma] en expiación por el pecado" (Isa. 53:10). Fue necesario que la naturaleza humana del Salvador fuera completa, excluyendo la contaminación de la caída. Puesto que Jesucristo no fue incluido en el pacto bajo el cual nuestros primeros padres estaban, El no podía ser acusado de esa culpabilidad que fue el resultado de la violación de él. Así, El se hizo el sacrificio perfecto por el pecado.

Debemos distinguir el alma de Cristo del alma del hombre a fin de entender la naturaleza del alma humana de Cristo. El alma es la parte inmaterial del hombre. Algo más se llevó a cabo en la creación del hombre que en la creación de las bestias. Dios no sopló en las bestias el aliento de vidas; por lo tanto, el hombre tiene una conexión para con Dios que ellos no tienen. El aliento no es el alma; denota la manera de su infusión y los medios de su continuación. Se ha dicho que el alma fue creada en la infusión e infundida en la creación. Cuando Dios sopló en la nariz del hombre el aliento de vida -- vidas, él llegó a ser una alma viviente ("...fue el hombre un ser viviente" -- Gén. 2:7). Los eruditos hebreos dicen la palabra vida debería ser plural -- vidas. El hombre tiene más que una vida, esta y la venidera: "...tiene promesa de esta vida presente, y de la venidera" (I Tim. 4:8).

¿Por qué está llamado el hombre un alma o ser viviente en lugar de un espíritu viviente? El punto de contraste está entre los hombres y los ángeles. Los ángeles son espíritus; nunca son llamados almas. Sin embargo, el hombre hecho un poco menor que los ángeles es llamado un alma. Lo que conecta al hombre con las criaturas inferiores es lo que lo distingue de los ángeles. Así, el alma es el tema de la vida personal, y el espíritu es el principio.

El alma tiene una existencia que nunca termina, pero no es eterna. Lo que es eterno no tiene principio ni fin; por lo tanto, la eternidad no es aplicable a ninguno sino sólo a Dios. "El eterno Dios es tu refugio, Y acá abajo los brazos eternos..." (Deut. 33:27). La existencia que nunca termina del alma tuvo un principio, pero no tiene fin. No puede cesar después que ha sido creada. Como la eternidad de Dios exhibe la grandeza de Dios, así la existencia que nunca termina del alma demuestra la grandeza del alma.

La expresión "la inmortalidad del alma" es sin fundamento Bíblico. Tal relato puede ser muy engañoso. No debemos dar a los enemigos de la existencia que nunca termina del alma ningún terreno de argumento por usar la terminología equivocada. Ambos la mortalidad y la inmortalidad son términos físicos. Cristo es la única excepción al programa universal en la cual la incorrupción o la inmortalidad está lograda. Aunque El murió, El no vio corrupción. Su condición presente no es la de incorrupción sino la de inmortalidad. "Porque no dejarás mi alma en el Seol, Ni permitirás que tu santo vea corrupción" (Sal. 16:10; Hech. 2:27). Pablo describe la condición corporal de Cristo: "El único que tiene inmortalidad, que habita en luz inaccesible; a quien ninguno de los hombres ha visto ni puede ver, al cual sea la honra y el imperio sempiterno. Amén" (I Tim. 6:16). Cristo ha entrado en Su cuerpo inmortal transformado; los creyentes esperan la resurrección para que sus cuerpos sean glorificados. Sin embargo, esto no tiene que ver con la redención presente del alma.

La inmortalidad es la inmunidad de la muerte. Adán, que fue hecho un alma o ser viviente, no poseyó la inmortalidad. El fue advertido de la muerte por comer la fruta prohibida. ¿Qué es la muerte? La muerte no es cesar de existir; es la existencia fuera de la armonía con o la separación de Dios. Por lo tanto, la muerte no es la terminación de la existencia sino la separación de la existencia. Esta condición ha pasado a toda la raza humana. El hombre está vivo para el mundo, pero muerto para Dios (Ef. 2:1; Juan 5:24). El creyente es inmune a la muerte espiritual; no obstante, físicamente hablando, él no tiene ya la inmortalidad. La inmortalidad será experimentada por el creyente cuando regrese Cristo (I Cor. 15). Sin embargo, el incrédulo existirá espiritualmente y físicamente en la alienación y la separación de Dios para toda la eternidad. "...Esta es la muerte segunda" (Apoc. 20:14). El pecado es lo que hace la muerte tan terrible, porque el aguijón de la muerte es el pecado (I Cor. 15:56). Si pecado en la retrospección sea el aguijón de la muerte, ¿entonces qué debe ser el pecado en la perspectiva (Apoc. 22:11)?

El alma es el eslabón que conecta entre el espíritu y el cuerpo. El espíritu es la parte más alta, el pensador; el alma es lo que siente. "Y [Cristo] gimiendo en su espíritu..." (Mar. 8:12). La palabra "gimiendo" es un fenómeno corporal y no mental. Este lenguaje no confunde al alma y el espíritu más que al cuerpo y el espíritu. El gemir de Cristo fue causado por Su espíritu discerniendo el carácter moral de aquellos que desearon ver una señal desde el cielo. El alma y el espíritu no siempre son términos intercambiables. El alma, no el espíritu, es la que se pierde. El Espíritu da testimonio a nuestro espíritu -- no nuestra alma (Rom. 8:16). Cuando no hay distinciones técnicas en la vista, la Biblia es dicotómica; de otra manera, es tricotómica. (Ve Mat. 10:28; Hech. 2:31; Rom. 8:10; I Cor. 5:3; 6:20; 7:34; Ef. 4:4; Sant. 2:26; I Ped. 2:11.) La misma función puede ser atribuida al alma o al espíritu; los que se han ido son mencionados a veces como almas y a veces como espíritus. El cuerpo y el espíritu pueden ser separados; el alma y el cuerpo pueden ser separados; pero el alma y el espíritu sólo pueden ser distinguidos.

Mucha controversia rabia sobre la derivación y la perpetuación del alma del hombre. Es imperativo que penetremos esta nube de controversia puesto que la derivación del alma humana de Cristo ha de ser considerada. Las dos teorías que han entrado en la batalla por muchos siglos son conocidas como el creacionismo y el traducianismo.

El traducianismo enseña que ambos el alma y el cuerpo son propagados por la generación humana. Esta teoría no niega la hipótesis de la creación, pero sí niega que se lleva a cabo cada vez que una persona es nacida. Este sistema cree que la persona no es propagada en partes, sino como una totalidad. El hombre no es creado ya por el poder sobrenatural; él se deriva fuera de una sustancia humana que ya existe por medio de la ley natural y la supervisión Divina.

La impecabilidad de Cristo da un problema a los traducianistas. Ellos dicen que no hay problema si la concepción milagrosa está aceptada. Algunos traducianistas enseñan que la Cristología debe incluir la justificación así como también la santificación porque el pecado es la culpabilidad así como también la contaminación. Así, ellos creen que la naturaleza humana de Cristo fue pecable, pero en unión con la Deidad la persona fue impecable. Su conclusión es que el Logos no podría unir con una naturaleza que no había sido previamente librada de la condenación y la corrupción del pecado. Así, la justificación de la carne por el Espíritu (I Tim. 3:16), como la de los creyentes del Antiguo Testamento, fue proleptical (anticipación) en la vista de la muerte futura expiadora de Cristo.

Este punto de vista de los traducianistas concerniente a la pecabilidad de la naturaleza humana de Cristo y su justificación y santificación es la teología peligrosa. ¿Cuáles son los significados de la justificación y la santificación como son usadas en referencia a Cristo? Sólo en nuestro entendimiento de estos dos temas, y su uso en conexión con Cristo, podemos tener un punto de vista Bíblico de Su naturaleza humana.

La justificación es un término legal usado para designar la aceptación de cualquiera como justo ante Dios. La justificación no hace una persona justa; la declara justa. Un hombre malo puede ser justificado (declarado inculpable), y una persona justa (inocente) puede ser condenada, pero son abominación al Señor (Prov. 17:15). El pecador es justificado (declarativamente) sobre la base de la justicia del Salvador impecable, pero ¿cómo es Cristo justificado? "E indiscutiblemente, grande es el misterio de la piedad: Dios fue manifestado en carne, Justificado en el Espíritu..." (I Tim. 3:16). El mundo tuvo una concepción falsa del Señor Jesús. Aún el mundo religioso no creyó que El era el Hijo eterno de Dios. Los principales sacerdotes se burlaron de El, y los escribas dijeron: "A otros salvó, a sí mismo no se puede salvar; si es el Rey de Israel, descienda ahora de la cruz, y creeremos en él. Confió en Dios; líbrele ahora si le quiere; porque ha dicho: Soy Hijo de Dios" (Mat. 27:42, 43). El Hijo de Dios apareció a ellos como un hombre pobre, despreciado, y degradado. Sin embargo, no importa lo que parecía ser en la carne (la semejanza de carne de pecado); El fue justificado en el Espíritu. La justificación en la vida del pecador supone la culpabilidad, pero nunca podría suponer esto en la naturaleza humana de Cristo. Como la sabiduría es justificada por todos sus hijos (Luc. 7:35), así el Hijo de Dios es declarado justo por todos que han recibido la revelación del cielo (Mat. 16:13-17). Su naturaleza humana nunca fue contaminada por la caída del hombre.

La santificación significa poner aparte. La palabra es usada en dos maneras: (1) posicional, separación a la presencia de Dios; (2) práctica, la manifestación de Cristo en la vida de la persona separada a Dios. La primera es absoluta (I Cor. 1:2; Heb. 10:10, 14); la segunda es progresiva (Juan 17:17; I Tes. 4:3-7). La última está ejercitada en el poder del Espíritu; Cristo adentro produce Cristo afuera.

Puesto que algunos traducianistas creen que la naturaleza humana de Cristo fue pecable, entonces es natural para ellos decir que Su naturaleza humana fue librada (posicionalmente santificada) de la contaminación así como también de la culpabilidad. ¿Pero dónde dice que Su naturaleza humana fue librada de la culpabilidad y la corrupción? No es encontrado en ninguna parte en el Libro Sagrado. Cristo sí dijo, "Y por ellos yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados en la verdad" (Juan 17:19). Este relato no significó más que Cristo poniéndose a Sí Mismo aparte como un sacrificio aceptable y agradable ante los ojos de Dios para la salvación de los elegidos (Juan 17:2, 6, 9, 11, 12, 24). El Espíritu Santo sí entró en el vientre de María y santificó (puso aparte) esa parte de ella que produciría la naturaleza humana de nuestro Salvador; por lo tanto, lo santo que nació de ella fue el Hijo de Dios. Por lo tanto, el Espíritu purificó a María, no la naturaleza humana de Cristo.

El creacionismo enseña que el alma de cada persona es creada inmediatamente por Dios y está asociada al cuerpo en la concepción o el nacimiento o en un tiempo en medio. Así, el cuerpo está generado por los padres, pero el alma es la creación inmediata de Dios. Desde el punto de vista del traducianismo, esto presenta gran dificultad en cuanto al proceso por el cual estas almas llegaron a ser corrompidas. El traducianista cree que esta teoría hace a Dios el autor del mal.

¿Puede ser traído lo que es inmaterial (el alma) por lo materia (el cuerpo)? El creacionismo no cree que el hombre hace lo que hacen los animales: generar la totalidad de sus especies. Lo que es generado por el hombre es sujeto a la muerte, pero el alma tiene una existencia que nunca cesará.

¿Puede crear Dios un alma impotente de lo que es bueno sin ser atacada Su credibilidad? ¿No enseñan las Escrituras que todo lo que Dios crea es bueno? Sí y No. ¿Qué tipo de charla doble es esta? ¡No es charla doble! La creación original de todo fue pronunciada bien (Gén. 1). Pero Dios mediante Isaías dijo, "Yo soy Jehová, y ninguno más hay; no hay Dios fuera de mí....Formo la luz y creo las tinieblas, que hago la paz y creo la adversidad. Yo Jehová soy el que hago todo esto" (Isa. 45:5, 7). Ambas las tinieblas y la adversidad son dichas ser de Dios. ¿Cómo puede ser esto? Las tinieblas, sea natural o judicial, es la privación de la luz. ¿No tiene el Dios Soberano el derecho de privar a algunos la luz si El así lo escoge? La adversidad no es la maldad del pecado, sino los juicios diversos para el pecado que Dios envía a la gente.

Por lo tanto, deja que sea observado el que Dios puede crear un alma que es impotente de lo que es bueno sin cualquier acusación contra Su perfección. La ley para la propagación de la humanidad fue dada al hombre antes de su caída. Adán en la caída se corrompió su naturaleza entera y la de su posteridad; porque ellos pecaron en él. ¿Es razonable, ahora, que puesto que el hombre ha salido de su obediencia de la ley de Dios que Dios debe salir de Su ley original en cuanto a la generación del hombre? La naturaleza en sí no lo hace. Por ejemplo, un hombre roba una cantidad de semillas y las siembra en su campo. La naturaleza procede según sus propias leyes y causa que la semilla brota, crezca, y llegue a la fruición. ¿Es injusta la naturaleza por dar una cosecha buena de la semilla robada? No, ni es Dios injusto por continuar en dar a los hombres sus almas aunque la generación pudiera ser engendrada ilegítimamente en el adulterio o fornicación.

El pecado original no viene solo al alma, ni solo por el cuerpo; viene de la unión del alma y el cuerpo. Dios puede crear un alma con todas sus propiedades y facultades naturales, y estos sin infundir cualquier maldad o inclinación para pecar. No se debe pensar de Dios como el Creador sólo en parte, pero como el Creador activo en la historia del hombre (Job 10:8; 33:4; Isa. 43:15; Sal. 102:18). Por lo tanto, el creacionismo no tiene problema con el alma humana de Cristo; y suficiente ha sido dicho en cuanto al alma del hombre.

Hemos visto algo acerca de lo que es el alma; ahora consideraremos lo que el alma hace mediante sus miembros, sentidos, y pasiones. Lo bueno o lo malo de estas cosas está determinado no por estas cosas en sí mismos, pero por el principio que las controla. En el Cristiano, ellos son controlados por el principio de gracia; pero en el pecador, por el poder de Satanás.

Como el cuerpo tiene muchos miembros, así también el alma. El alma tiene entendimiento (Ef. 1:18; Luc. 24:45), conciencia (Rom. 2:15; I Tim. 3:9), juicio (I Cor. 5:12), mente (Tito 1:15; II Tim. 1:7), memoria (II Ped. 3:1), y voluntad (Juan 1:13).

Como el cuerpo tiene sentidos, así también el alma. El alma puede ver (Ef. 1:18; Job 35:14), oír (Juan 5:24; Job 4:12, 13; 33:16), gustar (I Ped. 2:2, 3), oler (Cant. 1:3; 5:5, 13), y sentir (Sal. 38:1-8).

El alma también tiene pasiones. Estas son: el amor (Cant. 8:6, 7), odio (Sal. 97:10), gozo (I Cor. 13:6), temor (Mat. 10:28; Fil. 3:12), disgusto (Sal. 119:158), e ira (Ef. 4:26).

Un cuerpo enfermo es una carga al alma, mas "¿quién soportará al ánimo (espíritu) angustiado?" (Prov. 18:14). La muerte para el pecador no quita esta carga. El alma debe tener el cuerpo para una carga, y el cuerpo debe tener el alma para una carga. Este se aterroriza; pero no olviden que los miembros, sentidos, y las pasiones del alma constituirán una carga tremenda de castigo. Cuando añade a esta carga la carga de la ira de Dios, es indescriptible -- la carga sobre la carga -- castigo infinito.

En Su alma humana, Jesucristo poseyó los mismos miembros, sentidos, y pasiones que nosotros poseemos; pero los Suyos fueron absolutamente perfectos. Ellos fueron absolutamente perfectos porque Su alma fue impecable. En el cuerpo y el alma El creció ante el Señor como un "renuevo" (Isa. 53:2). El Señor de la naturaleza es visto conformado a la ley de la naturaleza. El se inclinó ante la tormenta como un renuevo, pero no fue desarraigado por la tempestad. Lo que es absolutamente perfecto no puede ser desarraigado. El alma impecable de Cristo fue turbada. "Ahora está turbada mi alma; ¿y qué diré?" (Juan 12:27). Esto no fue una debilidad pecaminosa. El hombre es como un charco cuando está turbado, pero Cristo es como agua clara en un vaso limpio. Así como el agua limpia en un vaso queda limpia, no le hace cuan frecuentemente sea removida, así la Persona de Cristo en un alma y cuerpo impecable permaneció sin cambio en carácter, no importa cuánto haya sido turbado.

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EL CRECIMIENTO HUMANO DE CRISTO

Lucas revela que él tuvo un buen entendimiento del comienzo de la vida terrenal de nuestro Señor. El había visto e interrogado los más confiables testigos oculares en cuanto al crecimiento humano de nuestro Señor desde la infancia hasta la madurez. "Y el niño crecía, y se fortalecía, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios era sobre él" (Luc. 2:40). "Y Jesús crecía en sabiduría y en estatura, y en gracia para con Dios y los hombres" (Luc. 2:52). No había nada sobrenatural acerca del crecimiento y desarrollo del cuerpo de Cristo; leemos la misma cosa concerniente a Juan el Bautista (Luc. 1:80). Sin embargo, había algo sobrenatural acerca de Su respuesta a todo lo que fue honesto, justo, y puro. Nunca había el mismo grado de respuesta en los hijos de los hombres; sólo el Hijo eterno de Dios podría dar tal respuesta. La necedad está ligada en el corazón de todo niño natural de la raza de Adán (Prov. 22:15); no obstante, este Niño no era el natural sino el Niño sobrenatural del Espíritu Santo. No había necedad en Su corazón impecable.

El Niño crecía, porque Dios no puede crecer. El cuerpo que Dios preparó crecía y se fortalecía. No fue formado del polvo de la tierra, sino en el vientre de la virgen. Fue necesario para El experimentar toda parte de la humanidad desde la niñez a la madurez. No hay una etapa en la vida humana en la que Dios no ha sido glorificado. La perfección humana fue vista en Jesucristo; El vino al mundo encubierto en "lo santo" (Luc. 1:35 BLA). Adán no pudo haber simpatizado con los sentimientos de un niño, porque él nunca fue niño; esto no pudiera ser dicho acerca de Jesucristo.

Cristo tuvo, por necesidad, toda sabiduría y poder desde el principio. El se sometió a Sí Mismo a las leyes del desarrollo humano. En la infancia El fue un Infante perfecto; en la niñez, un Niño perfecto; en la juventud, un Joven perfecto; y en la madurez, un Hombre perfecto. Un brote perfecto se desplegó en una flor perfecta. Así, en cada etapa de desarrollo El mostraba las medidas más extensas de esa sabiduría perfecta que estaba en El desde el principio. El se llenaba de sabiduría, porque la sabiduría es la cosa principal (Prov. 4:7). No se dice que El se llenaba del conocimiento o aprendizaje aunque todo de eso sería cierto en Su adelanto de la sabiduría. El conocimiento frecuentemente envanece (I Cor. 8:1), pero la sabiduría siempre edifica. Todo lo que aprendió descendió a Su corazón impecable, y fuera de Su corazón era las fuentes de Su vida y crecimiento impecable. La palabra "crecía" (Luc. 2:52) es mejor traducida "avanzaba" o "progresaba"; es una palabra derivada de los pioneros que cortaban árboles en el camino de un ejército que avanzaba. El siempre "se llenaba de sabiduría," pero desarrolló en Su experiencia mientras que El crecía en estatura.

¿Cómo puede Aquel que fue eternamente lleno con la sabiduría crecer en la sabiduría? ¿Cómo puede lo que es absolutamente lleno ser forzado a retener más? ¿No implica el desarrollo la imperfección llegando a ser perfección? Hay dos ideas de crecimiento y desarrollo. El primero es el desarrollo mediante el antagonismo, y esto es lo que nosotros como Cristianos experimentamos por la naturaleza pecaminosa (Rom. 7:15-25; Gál. 5:17). Pero hay otro tipo de desarrollo, y es el desarrollo de una naturaleza perfecta limitada por el tiempo. La planta es perfecta cuando es un retoño verde apenas sobre la tierra; esto es todo lo que puede ser en este tiempo. Se perfecciona más cuando es hermoseada con hojas y ramas; es todo lo que puede ser en este tiempo. La planta alcanza su perfección plena cuando el capullo se abre en una flor. Así fue el desarrollo de Cristo. No había antagonismo en Su desarrollo porque no había naturaleza pecaminosa en El. Cuando la Escritura dice, "...la gracia de Dios era sobre él" (Luc. 2:40), el Espíritu expresó algo no interno sino externo. No debemos pensar de la gracia en su uso ordinario. Nosotros necesitamos la gracia para la salvación, pero El no necesitó la salvación. La idea expresada es el beneplácito de Dios sobre El.

El crecimiento natural de la naturaleza humana de Cristo representa el crecimiento espiritual del Cristiano. Hay dos tipos de imperfección: lo que está creciendo a la perfección, y lo que viene de la presencia de una fuerza opositora. Podemos decir del primero que un niño es un ser humano perfecto cuando todos los ajustes son correctos en sus etapas diversas del crecimiento. Sin embargo, él no es un ser humano perfecto en el sentido del crecimiento y la madurez. El esfuerzo de un niño en hacer lo que puede ser realizado sólo por un adulto no es en la misma categoría como el fracaso mediante la desobediencia intencional. La limitación de la facultad del crecimiento del niño previene su éxito. El otro tipo de la imperfección viene de una fuerza opositora, algo que hace que el hombre diga, "No." Esta fuerza opositora es la naturaleza Adámica. Ninguna imperfección está encontrada en Jesucristo, porque no había fuerza opositora en Su naturaleza impecable. Como había un nacimiento y crecimiento del Dios-Hombre en la Persona de Jesucristo, así debe haber un nacimiento y crecimiento de Cristo en las almas de los elegidos (Luc. 2:40, 52). El primero es un misterio (I Tim. 3:16); el segundo también es un misterio (Col. 1:27). Así estos dos misterios permanecen o caen juntos.

La vida terrenal de nuestro Señor está dividida en tres períodos: (1) desde Su nacimiento hasta la edad de los doce años; (2) desde la edad de los doce años hasta Su manifestación pública; y (3) desde Su manifestación pública hasta Su muerte en la cruz. Confunde a muchos que se diga tan poco acerca del Salvador durante los primeros treinta años de Su vida terrenal. Todo crecimiento es silencioso; por lo tanto, Dios construyó Su Templo sin el sonido de un martillo. Su templo espiritual es construido también sin una gran demostración de ruido y poder.

Nunca debemos pasar por alto el hecho de que la justicia que Jesucristo obró por nosotros fue una unidad. Comenzó en el pesebre de Belén y fue consumado en el Calvario. Lo que hizo nuestro Señor como un Niño fue tan meritorio como lo que El hizo cuando fue un Adulto. El fue el Cordero sin mancha que fue ofrecido sobre la cruz por nuestra redención. No puede separarse Su muerte vicaria de Su vida impecable, ni Su vida impecable de Su muerte meritoria. Las dos permanecen o caen juntas.

El primer Adán fue hecho en la semejanza de Dios; el segundo Adán fue hecho en la semejanza de carne de pecado. Si hubiera venido Cristo en poder y gran gloria, no hubiera habido la perfección de poder mediante la debilidad (II Cor. 12:9). Dios probó al mundo que El es más fuerte que los hombres en toda su poder (I Cor. 1:25). Dios no permitirá cosas pequeñas o débiles que se envilezcan. Isaías tuvo el honor de profetizar el nacimiento del Salvador, y Miqueas, el lugar de Su nacimiento. "Por tanto, el Señor mismo os dará señal: He aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo..." (Isa. 7:14). "Pero tú, Belén Efrata, pequeña para estar entre las familias de Judá, de ti me saldrá el que será Señor en Israel; y sus salidas son desde el principio, desde los días de la eternidad" (Miq. 5:2). Aquí vemos la gran salida del pequeño; el Hijo eterno saliendo de Belén. Despreciar las cosas pequeñas es despreciar a Belén y lo santo que salió de Belén. Hay dos salidas: (1) el Hijo de Dios antes del tiempo, y (2) el Hijo de Hombre en la plenitud del tiempo. Ninguno nos puede llevar a la eternidad de gloria sino Aquel que vino desde una eternidad habitada (Isa. 57:15).

Belén habla de la humildad. Ambos el lugar y la Persona del lugar confunden la altivez de muchos que se llaman a sí mismos Cristianos. La venida de Cristo desde Belén fue para recobrar al hombre, y el hombre sólo podría ser recobrado por lo opuesto de lo que por el cual pereció. Por el orgullo el hombre pereció; por la humildad él es recobrado. Por el orgullo del hombre, Cristo fue humillado; por la exaltación del hombre, Cristo fue degradado (Fil. 2:5-8).

El mesón en Belén fue lleno en el día del nacimiento de Cristo, pero podemos estar seguros que el pesebre en donde El fue puesto no estaba vacío -- Dios estaba allí. "Y dio a luz a su hijo primogénito, y lo envolvió en pañales, y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el mesón" (Luc. 2:7). El mesón fue un lugar donde los hombres fueron medidos. Los mejores cuartos fueron para los ricos, y los comunes para los pobres. Pero para Jesucristo no había lugar. No había lugar en el mundo del hombre para Cristo que fue totalmente lanzado sobre Dios. Ni hay lugar ahora para el que esté totalmente lanzado sobre Dios. No son las personas dependientes las que consiguen lo mejor, sino los ricos independientes los que consiguen las mejores cosas de este mundo. "Porque tuve envidia de los arrogantes, Viendo la prosperidad de los impíos....He aquí estos impíos, Sin ser turbados del mundo, alcanzaron riquezas" (Sal. 73:3, 12).

El pesebre, y no una Catedral, llegó a ser un símbolo del lugar que Dios bendice. La gracia que vino al mundo fue encontrada en el lugar más baja en la estimación del hombre. ¿Cuál es nuestra señal ahora? El pesebre ya no está, pero el símbolo permanece. La humildad es el lugar de la presencia de Dios; donde no hay humildad, no hay Cristo.

La humildad verdadera es fructífera; esto es establecido por el pueblo de Belén (significa "pequeño") Efrata (significa "fructífera"). La Escritura dice, "Saldrá una vara del tronco de Isaí..." (Isa. 11:1), fuera de él un renuevo (Jer. 23:5), y del renuevo el fruto del vientre de la virgen (Luc. 1:42). ¡Cuán grande es una Efrata de un principio tan pequeño! Belén Efrata significa "humildad la fructífera"; no hay arrepentimiento a menos que haya Efrata: "Haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento" (Luc. 3:8). Ni hay fe sin la "obra de vuestra fe," ni amor sin del "trabajo de vuestro amor" (I Tes. 1:3). El lugar del nacimiento de nuestro Señor fue llamado Belén Judá; esto lo distingue del Belén de Zabulón (Jos. 19:15, 16). Zabulón estaba a la orilla del mar; por lo tanto, estéril. Sin embargo, Belén Efrata era fructífera. Muchos en el Cristianismo profesante de nuestros días es Belén de Zabulón (estéril), y no Belén Efrata (fructífera). Aquellos que niegan la vida y el crecimiento impecable de Jesucristo son de Belén de Zabulón (estéril de la vida espiritual).

La circuncisión y el nombramiento del Hijo Santo es de gran importancia en Su vida terrenal. El que no conoció el pecado fue, típicamente en la circuncisión, hecho pecado por nosotros. El había estado sólo ocho días en el mundo cuando comenzó a ser contado con los transgresores. No había nada inmundo, en Su cuerpo o alma, para que el cuchillo de la circuncisión cortara. Ninguna mancha de pecado jamás tocó este "lo santo". El nunca fue atraído por la concupiscencia porque El no tuvo la concupiscencia adentro para ser atraído a la maldad que está afuera. Su circuncisión fue una sombra de cosas buenas venideras. Cualquiera que es circuncidado llega a ser obligado a guardar toda la ley (Gál. 5:3). En Su circuncisión El "firmó una obligación" y dio esas pocas gotas de sangre como una fianza que El derramaría toda Su sangre por la deuda del pecado. El fue nombrado "Jesús" (Salvador) (Luc. 2:21; Mat. 1:21) en Su circuncisión.

El próximo evento registrado en la vida de Cristo fue Su visita al Templo en Jerusalén. El primer relato registrado que salió de Sus labios es dicho aquí. Esas palabras contienen el propósito y la misión de Su vida terrenal. En el templo, El descubrió otro hogar en el cual El fue más feliz que en el hogar de José y María; fue allí que El dijo, "...¿No sabíais que en los negocios de mi Padre me es necesario estar?" (Luc. 2:49). El propósito eterno, que fue enaltecido sobre todas las relaciones humanas, llenó Su Ser de modo que Su naturaleza entera fue fijada sobre su realización. Nuestro pecado fue el negocio terrible del Hijo de Dios. Aquí tenemos un imperativo "necesario" que gobierna todo paso en la vida terrenal del Salvador. "Me es necesario hacer las obras del que me envió" (Juan 9:4). "...así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado" (Juan 3:14). "Y le era necesario pasar por Samaria" (Juan 4:4). "Es necesario que pose yo en tu casa" (Luc. 19:5). "Es necesario que el Hijo del Hombre padezca muchas cosas, y sea desechado por los ancianos, por los principales sacerdotes y por los escribas, y que sea muerto, y resucite al tercer día" (Luc. 9:22).

Ahora venimos a la última incidencia registrada en la primera división de la vida del Hijo Santo. El salió del templo con Sus padres y volvió a Nazaret. El estaba sujeto a ellos (Luc. 2:51). ¡Cuán significante es este versículo! Dios, a quien los ángeles obedecen, es sujeto a José y a María. El honor de los padres viene después del honor de Dios en el orden de los mandamientos, pero en la vida real el hijo obedece a sus padres antes de obedecer a Dios. Si esto no fuera la verdad el hijo pudo decir, "Puesto que no estoy en sujeción a Dios como Su hijo, no tengo estar en sujeción a ustedes como mis padres." En este punto la sujeción paternal es una cosa del pasado, y esta es una señal de los últimos días. Donde no hay temor de la autoridad Divina, no hay ningún temor para la autoridad paternal.

La lección principal que nuestro Señor haría que aprendiéramos de Su sujeción a Sus padres es que una persona no es más santa que él está relativamente santo. La palabra "relativo" refiere a las relaciones diversas de la vida, y santa refiere al amor en todas esas relaciones.

Los años desde los doce a los treinta fueron silenciosos. Estos son de importancia inmensurable en cualquier vida humana, y no menos importante en la vida de nuestro Señor. No había en este período ninguna jactancia, prisa, ni impaciencia, sino un poder quieto y madurando. Había desarrollo ordenado porque El es nuestro ejemplo perfecto (I Ped. 2:21) en toda etapa del desarrollo. Debe haber tiempo para nuestra preparación; debemos aprender antes que enseñar, y obedecer antes que mandar.

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EL BAUTISMO DE CRISTO

Cuando Jesucristo fue bautizado, los cielos fueron abiertos; y la Trinidad atestigüó Su obra redentora. Una ignorancia espiritual sería manifiesta si nosotros fracasamos en notar el testimonio de la Trinidad en el bautismo de Cristo. "Y Jesús, después que fue bautizado, subió luego del agua; y he aquí los cielos le fueron abiertos, y vio al Espíritu de Dios que descendía como paloma, y venía sobre él. Y hubo una voz de los cielos, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia" (Mat. 3:16, 17). Los cielos fueron abiertos en aquel día porque el Hombre fue encontrado en este mundo que fue el lugar de descanso propio para el Espíritu Santo. Como la paloma de Noé (Gén. 8:6-12) buscó un lugar de descanso sobre la tierra, así el Espíritu Santo buscó un lugar de descanso aquí. Este lugar fue encontrado en el Hijo del Hombre impecable. Como el Padre encontró delicia en el Hijo del Hombre, así El encuentra la delicia en todo hijo del hombre que por la regeneración llega a ser un hijo de Dios (Juan 1:12). Esto es lo que vio Salomón: "Con él estaba yo ordenándolo todo, Y era su delicia de día en día, Teniendo solaz delante de él en todo tiempo. Me regocijo en la parte habitable de su tierra; Y mis delicias son con los hijos de los hombres" (Prov. 8:30, 31).

Juan el Bautista fue enviado para dar testimonio de la luz (Juan 1:6-8). Su nacimiento fue secundario sólo al nacimiento del Salvador en su misterio y gracia. No hay mención de Juan desde el tiempo de su circuncisión hasta que es oído predicando en el desierto "...Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado..." (Mat. 3:2). El unió la separación que había entre el pacto nuevo y el viejo. El objeto de toda profecía, el propósito de todas las partes de la ley (moral, judicial, y ceremonial), el fin de todos los sacrificios, y el deseo de todas las naciones se había acercado. Este es El "...de quien escribió Moisés en la ley, así como los profetas: a Jesús, el hijo de José, de Nazaret" (Juan 1:45). Juan fue la estrella de la mañana introduciendo al Hijo de Dios, pero fue destinado para desvanecerse en la gloria de El que es la Luz del mundo. Por lo tanto, él dijo, "Es necesario que él crezca, pero que yo mengüe" (Juan 3:30). Este es el espíritu de todo Cristiano que glorifica a Cristo en su vida.

Juan el Bautizador vino con el bautismo del arrepentimiento (Mat. 3:11). Aquellos que se sometieron a su bautismo tomaban el lugar del culpable; aceptaban la sentencia de Dios contra sí mismos. "Y todo el pueblo y los publicanos, cuando lo oyeron, justificaron a Dios, bautizándose con el bautismo de Juan" (Luc. 7:29). Ellos justificaron a Dios como un criminal hace con el juez cuando admite el justo juicio de la sentencia. El bautismo de Juan no significa que el bautismo precedió su arrepentimiento, porque el contexto prueba que el arrepentimiento fue demandado como un requisito para el bautismo. No obstante, se metieron a las aguas del río confesando sus pecados.

El bautismo de Cristo fue único. El Señor Jesús se identificaba a Sí Mismo con la obra que había venido a cumplir. Por lo tanto, ninguna persona que existió antes de Juan pudo seguir a Cristo en Su bautismo. Cristo vino a la tierra para hacer una obra de justicia y para satisfacer las demandas infinitas del justo juicio Divino. El Señor Jesús no podía realizar esto literalmente sólo por ser bautizado. Si hubiera sido así, hubiera subido directamente a la diestra de Dios el Padre cuando salió del sepulcro de agua. Tiene sentido el que Cristo haya cumplido "toda justicia" por ser bautizado. Toda justicia fue cumplida figuradamente, pero no literalmente en Su bautismo. Esto de ninguna manera toma el hecho de que nuestro Salvador había estado cumpliendo toda manera de justicia desde Su juventud. El había cumplido la justicia legal, moral, y ceremonial. El Señor declaró, mediante el bautismo, el clímax de esta justicia que sería cumplida en Su muerte, sepultura, y resurrección. "Pero Dios ha cumplido así lo que había antes anunciado por boca de todos sus profetas, que su Cristo había de padecer" (Hech. 3:18). "Porque el fin de la ley es Cristo, para justicia a todo aquel que cree" (Rom. 10:4). Nuestro Señor, en más de una ocasión, refirió a Sus sufrimientos con el término bautismo (Mat. 20:18-22; Luc. 12:50).

¿Cuál es el significado de Mateo 3:15? "Pero Jesús le respondió: Deja ahora, porque así conviene que cumplamos toda justicia...." Algunos dicen que Cristo hizo esto para mostrar la importancia del bautismo para que el pecador cumpliera toda justicia. Esta es la herejía de la regeneración bautismal. Los pecadores no sólo son destituidos de la justicia en su condición no regenerada, pero igualmente incapaz de cumplir la justicia que Dios requiere. Por lo tanto, toda justicia no está cumplida por el hombre pecador, sino por las Personas de la Trinidad.

Esta justicia de Cristo es más que la rectitud original que Adán y Eva poseyeron antes de la caída. La rectitud original ha sido igualada a la inocencia. La inocencia simplemente implica la ausencia de acción equivocada que procede de la ignorancia del mal. Esto haría que la inocencia sólo un término negativo, pero la rectitud es positiva. Si la rectitud original no es más que la inocencia, entonces todos los bebes nacen con ella; pero los bebes nacen con una naturaleza Adámica positiva. "He aquí, en maldad he sido formado, Y en pecado me concibió mi madre" (Sal. 51:5). "Se apartaron los impíos desde la matriz; Se descarriaron hablando mentira desde que nacieron" (Sal. 58:3). Por lo tanto, la rectitud original contuvo un principio positivo que controló los deseos y las acciones de la naturaleza; esta se perdió en la caída. No obstante, a través la vida terrenal de Cristo, El fue tanto nuestro Sustituto bajo la ley así como cuando fue a la cruz por nosotros. Su vida fue tan necesaria a nuestra salvación como Su muerte; Su muerte adquirió valor porque fue la culminación de Su vida de justicia. Esta justicia no es ni el atributo de Dios ni una justicia revelada, pero una justicia obrada por Jesucristo en Su vida y muerte, y está manifestada en la salvación.

La justicia de Cristo, que fue obrada en Su vida y muerte, está revelada en el evangelio (Rom. 1:16, 17). ¿Qué es el evangelio? El evangelio proclama ciertos hechos objetivos concernientes al nacimiento, la vida sin pecado, muerte, y la resurrección de Cristo; pero estos hechos no constituyen en sí mismos el evangelio. Sólo cuando estos hechos objetivos son asociados con una liberación subjetiva del pecado es el evangelio efectuado. Por lo tanto, el evangelio no es una oferta de la salvación; es poder de Dios para salvación (Rom. 1:16). Este evangelio no viene simplemente para informar al hombre de los hechos objetivos; invade a la vida del hombre con una obra de creación (II Cor. 5:17; Ef. 2:8-10; Ezeq. 36:25-27). La fe en el que lo recibe no está cuestionada. Sin embargo, su fe no es una contribución humana a su salvación, pero es el don de Dios orientado a la gracia. La fe de los escogidos de Dios (Tito 1:1) no es el poder del escogimiento, aunque conduce a él; es el acto que trae la voluntad a la sumisión humilde a la justicia de Dios. Sólo un Salvador impecable podría obrar tal justicia para la salvación del hombre.

El Espíritu Santo aplica la justicia obrada por Cristo por los elegidos. "Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio" (Juan 16:8). El pecado no es la embriaguez, la inmoralidad, o la deshonestidad; es la incredulidad. El Espíritu convence de la justicia porque no hay uno sobre la tierra durante la ausencia de Cristo que nos pueda decir lo que es la justicia. Ninguno, aparte de la gracia de Dios, sabe lo que es esta justicia. El Espíritu Santo debe revelar la justicia de Dios a los hombres.

Hay una diferencia entre el bautismo de Juan y el bautismo de los Cristianos hoy. La diferencia es entre el mensaje de Dios a Israel nacional y Su mensaje a los gentiles. El bautismo de Juan enfatizó la confesión del hecho de que ellos fueron transgresores de la ley. Siguiendo a Juan, los apóstoles indicaron al pecado específico de asesinar a Cristo. "Varones israelitas, oíd estas palabras: Jesús nazareno, varón aprobado por Dios entre vosotros con las maravillas, prodigios y señales que Dios hizo entre vosotros por medio de él, como vosotros mismos sabéis; a éste, entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios, prendisteis y matasteis por manos de inicuos, crucificándole" (Hech. 2:22, 23). El hecho fue público; la confesión también debe ser pública. Los primeros siete capítulos de Los Hechos De Los Apóstoles son transaccionales. Ese período tiene tiempo que ha vencido. El bautismo a nosotros no sólo es una confesión del quebrantamiento de la ley y crucificar a Cristo, pero también una confesión de la justicia de Cristo. "Y ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe" (Fil. 3:9). Esta confesión no es con una vista al perdón, pero porque el perdón ha sido recibido. "...¿Puede acaso alguno impedir el agua, para que no sean bautizados estos que han recibido el Espíritu Santo también como nosotros?" (Hech. 10:47). "...y muchos de los corintios, oyendo, creían y eran bautizados" (Hech. 18:8).

El bautismo Cristiano es la aspiración de una buena conciencia hacia Dios (I Ped. 3:20, 21). Significa que el creyente ha ido fuera del mundo que está bajo el juicio. El que es leal a su bautismo es como Noé en el arca; él condena al mundo. La conciencia del creyente ha sido hecha buena por la "sangre de Cristo" (Heb. 9:14), y esto le hace apto para el cielo. Pero para equiparle vivir en la tierra según la voluntad de Dios, se necesita la liberación y preservación del poder del mundo. Como aquellos en el arca vinieron en figura bajo la cubierta de la muerte de Jesucristo, así aquellos que son bautizado Bíblicamente vienen en una figura bajo la cubierta de la muerte de Cristo. "¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte? Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva" (Rom. 6:3, 4).

El bautismo Cristiano no puede salvar ambos realmente y figuradamente. La palabra griega antitupon en I Pedro 3:21 significa un tipo correspondiente. Este no es un caso de tipo y antitipo, pero de dos tipos. "Salvadas por agua" (v. 21) es el tipo, y "el bautismo" (v. 20) es el tipo correspondiente.

Noé entró en el arca como hombre salvo. El fue un "varón justo" (Gén. 6:9), "perfecto en sus generaciones" (Gén. 6:9), "con Dios caminó" (Gén. 6:9), "halló gracia ante los ojos de Jehová" (Gén. 6:8), "pregonero de justicia" (II Ped. 2:5), y un hombre justo delante de Dios (Gén. 7:1). Si el bautismo (que corresponde a esto) también nos salva, debemos poseer los mismos requisitos como Noé. Estamos de acuerdo que Noé fue realmente salvo; pero él fue realmente salvo antes de que él fuera salvo por agua.

Hay mucho argumento en cuanto a si la palabra griega antitupon se refiere al arca o al agua. Puesto que el pronombre relativo debe acordar con su antecedente en el género, la palabra debe referirse al agua. Así, nuestra traducción lee, "que (el agua) también (como una) contraparte ahora os salva, (específicamente) el bautismo." Las aguas de la inundación salvaron a los habitantes del arca. ¿Fueron los habitantes personas justas? Sí, ellos fueron justos y habían sido hechos así por la justicia de Dios. Así, tenemos el bautismo salvando a los creyentes (no a los incrédulos); Pedro dice que los salva sólo como una contraparte. Para decirlo así, el bautismo es la contraparte de la realidad, la salvación.

El bautismo es un tipo correspondiente y debería ser tratada como así. Como el arca fue la ordenanza de Dios y no la invención del hombre, así es el bautismo. Como el arca fue el escarnio y la burla del hombre, así es el bautismo. Pedro dijo que las aguas de la inundación salvaron a los habitantes del arca. Así, las aguas de la inundación flotaron el arca sobre sus poderes de la muerte y salvaron a aquellos adentro del arca. Las mismas aguas que eran la muerte al resto de la raza humana eran vida a todos que estaban dentro del arca. Los primeros fueron ahogados porque no fueron correctamente relacionados a las aguas (el juicio de Dios). Aquellos que fueron salvos fueron correctamente relacionados a la justicia de Dios, y podían decir, "Ahora, pues, ninguna condenación [juicio] hay para los que están en Cristo Jesús..." (Rom. 8:1).

Siempre ha habido solamente un camino para la salvación, y este camino es la gracia. No es la gracia más las obras que salva, sino solo la gracia produce la salvación. "Y si por gracia, ya no es por obras; de otra manera la gracia ya no es gracia..." (Rom. 11:6). No es Jesucristo (Mat. 1:21) más el bautismo que salva, sino solo Cristo es el Salvador (Luc. 19:10). Los santos del Antiguo Testamento y del Nuevo Testamento son salvos por la misma gracia. Moisés y los profetas predicaron el mismo mensaje, como el medio de la salvación, que Pablo predicó. Pablo, que fue enviado a los gentiles con el mensaje de la liberación, predicó "nada fuera de las cosas" que los profetas y Moisés proclamaron: "Que el Cristo había de padecer, y ser el primero de la resurrección de los muertos, para anunciar luz al pueblo y a los gentiles" (Hech. 26:22, 23). Como Moisés no dijo nada acerca del bautismo, así Pablo no asoció el bautismo con Cristo para la salvación como muchos creen.

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LA TENTACIÓN DE CRISTO

El Señor Jesús ascendió desde el agua bautismal para ir en la soledad contra Satanás. Como el Hijo Amado, El salió del bautismo; como el Hijo del Hombre, El salió de la tentación. El Jordán está en el lado celestial, y el desierto en el lado terrenal del Salvador. Por lo tanto, El salió del agua del bautismo al incendio de la tentación. "Y luego el Espíritu le impulsó al desierto. Y estuvo allí en el desierto cuarenta días, y era tentado por Satanás, y estaba con las fieras; y los ángeles le servían" (Mar. 1:12, 13). "Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado" (Heb. 4:15).

La tentación fue una reunión actual entre un Salvador personal y un Diablo personal. Satanás, y no nuestro Señor, fue puesto a prueba en el desierto. El fue desenmascarado, pero nuestro Señor fue revelado en la perfección de Su Humanidad. Adán, un hombre que Dios creó, es visto en el huerto de Edén; aquí nosotros vemos a Jesucristo, el Dios-Hombre engendrado por el Espíritu Santo por la generación eterna. El Diablo retó al primer hombre; el segundo Hombre retó al Diablo. Satanás arruinó al primer hombre; el segundo Hombre "...despojando a los principados y a las potestades, los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz" (Col. 2:15). El ganó al Diablo como el Dios-Hombre, el Hombre en una posición de debilidad.

Marcos usa el lenguaje más fuerte que cualquier Evangelista; él dijo que el Salvador fue impulsado al desierto. Debemos ser cuidadosos de no mal aplicar esta expresión fuerte para significar que nuestro Señor fue al desierto contra Su propia voluntad. La palabra "impulsó" significa avanzar adelante con la sugerencia de fuerza; así, quitar por la fuerza. La fuerza impulsora vino desde adentro de Sí Mismo. Su propio corazón y mente trabajaron juntos para impulsarle de la presencia de los hombres para encontrarse solo con Satanás. Cuando la Escritura dice que "el Espíritu le impulsó," significa que Su mente y corazón fueron tan llenos del Espíritu Santo que El, no el Diablo, debe ser la fuerza impulsora.

¿Fueron las tentaciones, sufrimientos, y muerte de Cristo obrados sólo en apariencia? Aquellos que creen en la pecabilidad dicen, "Si Jesús no pudiera concederse a la tentación, entonces sus tentaciones no fueron verdaderas. El sólo fingió ser tentado cuando realmente no fue. Esto le haría culpable de la hipocresía que es condenada más que cualquier otro pecado." La contienda que nuestro Señor tuvo con Satanás fue una realidad. No fue una batalla de simulacro. El ataque de Satanás contra nuestro Señor comenzó en Edén, el huerto de Dios (Ezeq. 28:13). El estaba presente en el Edén Adámico como un espíritu apostata y tentador (Gén. 3); pero en el Edén, el huerto de Dios, su rebelión comenzó como un ministro de Dios. Su ataque contra Cristo continuó en los días del peregrinación terrenal de Cristo.

En ninguna parte del Antiguo Testamento está dicho que Dios fue tentado por Satanás, ni es dicho en el evangelio de Juan que Jesucristo fue tentado. La encarnación hizo la realidad de la tentación de Cristo posible. Juan Le presenta como Dios; Dios absolutamente considerado no puede ser tentado. Santiago dijo, "Cuando alguno es tentado, no diga que es tentado de parte de Dios; porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni él tienta a nadie" (Sant. 1:13). El Cristo encarnado fue tentado, pero la idea que la tentabilidad implica la susceptibilidad es una herejía. Por ejemplo, la tentación de una fiesta borrachera tendría poca oportunidad de causar caer a uno que está lleno del Espíritu; no obstante, una persona adicta a beber sí sería fácilmente tentada. La tentación podía ser la misma en ambos casos, pero los que son tentados tendrían facultades contrastadas de resistencia. Esta es la razón por la cual Santiago dijo, "Sino que cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido" (Sant. 1:14). El hombre convierta las pruebas en las tentaciones; "propia concupiscencia" está conectada con la debilidad interna del hombre; y "seducido" señala a la atracción exterior. El hombre le echa la culpa a sus circunstancias, pero las circunstancias no son nada más que la providencia. La providencia provee sólo los objetos; la causa es el corazón depravado del hombre.

¿Sería alguien tan impío para sugerir que Jesucristo tuvo una debilidad interna que pudiera manifestarse en las concupisciencias de la carne? Hay una insensatez mala en toda persona no salva, y esa insensatez le hace medir a Dios por la criatura. Su lógica mala es que puesto que él puede ser tentado, así Dios puede ser tentado. Tal lógica perversa es con el propósito de hacer más intentos inmundos; la ramera tiene sus votos y ofrendas de paz para fomentar su perversidad. Salomón dijo, "Para que te guarden de la mujer ajena, Y de la extraña que ablanda sus palabras. Porque mirando yo por la ventana de mi casa, Por mi celosía, Vi entre los simples, Consideré entre los jóvenes, A un joven falto de entendimiento, El cual pasaba por la calle, junto a la esquina, E iba camino a la casa de ella, A la tarde del día, cuando ya oscurecía, En la oscuridad y tinieblas de la noche. Cuando he aquí, una mujer le sale al encuentro, Con atavío de ramera y astuta de corazón. Alborotadora y recillosa, Sus pies no pueden estar en casa; Unas veces está en la calle, otras veces en las plazas, Acechando por todas las esquinas. Se asió de él, y le besó. Con semblante descarado le dijo: Sacrificios de paz había prometido, Hoy he pagado mis votos" (Prov. 7:5-14). El religioso que dice que Jesucristo "pudo haber pecado" usa el lenguaje de una ramera.

La tentación tiene tres significados: (1) una prueba de fe para el propósito de sacar alguna virtud escondida o para probar una persona (Sant. 1:2; I Ped. 1:6; Juan 6:6; Heb. 11:17); (2) una solicitación para hacer lo malo (Sant. 1:14; I Tim. 6:9; Luc. 4:13); y (3) una prueba o desafío de Dios para los hombres (Sal. 95:9; 106:14; I Cor. 10:9).

Dios prueba para bien del hombre, deseando sólo su bendición; el Diablo prueba con un motivo perverso, deseando sólo la ruina del hombre. Ha sido objetado que si Cristo no pudo haber cedido a la tentación, entonces Su tentación fue un acto de hipocresía. Esta objeción es simplemente superficial. Su tentación probó Su carácter no a Sí Mismo, pero al mundo. El carácter de Cristo fue probado ser absolutamente santo. Sin embargo, la prueba en ninguna manera indica que el conflicto entre Cristo y Satanás no era verdadero. Por ejemplo, la prueba de las llantas al dejar caer un automóvil desde veinte pies de altura en ninguna manera indica que el impacto entre las llantas y la tierra no fue real. La prueba no es para probar que ellas se pueden reventar sino que ellas no se pueden reventar. La tentación de Cristo no fue para probar que El tuvo la capacidad para pecar, pero que El no pudo pecar. Cuando pones a prueba la madera con el fuego, tienes cenizas; al agua con el fuego, evaporación; al acero con el fuego, polvo; al oro con el fuego, escoria; pero Jesucristo no tuvo escoria Adámica para que fuera consumido. El primer Adán fue tentado desde adentro; el Segundo desde afuera. No había debilidad en Cristo para que fuera atraído a la seducción de afuera.

El Hijo encarnado de Dios fue tentado, pero no había la contienda interior de las dos naturalezas como en el caso de Pablo (Rom. 7). Las dos naturalezas de Cristo fueron santas. Es cierto que El fue tentado en todo según nuestra semejanza sino en la cuestión de pecado (Heb. 4:15). Si "tentado en todo" significa lo que aquellos que aceptan la pecabilidad dicen, entonces su teoría debe ser llevada a su conclusión lógica. Aquí está un fornicario que es salvo, pero en un momento de debilidad él mira a una mujer para codiciarla. El sabe "...que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón" (Mat. 5:28). El se convence de su pecado y cae sobre su cara ante su Sumo Sacerdote. Su razonamiento es, según la teoría de la pecabilidad, puesto que Cristo se compadecía de sus debilidades El entiende su problema. El diría, "Tú entiendes mi problema, porque también tu fuiste tentado en todo como yo. No concediste, pero fuiste tentado; por lo tanto, tú sabes como simpatizar conmigo en mi problema." Todos los que aceptan esta herejía piensan que Dios es como ellos sí mismos (Sal. 50:21). Ellos tienen un dios humano y no conocen al Dios de la Biblia.

Lucas presenta la humanidad perfecta de Cristo. El da el orden de las tres tentaciones con referencia al cuerpo, alma, y espíritu -- las tres esferas de la humanidad. En cada esfera tenemos la atracción del mundo, la carne, y el Diablo. En cuanto al mundo, Cristo dijo, "No...soy del mundo" (Juan 17:16); el mundo no tiene nada en El. En cuanto a Su carne, El no tuvo la naturaleza caída Adámica; por lo tanto, Su obra salvadora podría extenderse a la naturaleza de pecado como así también a los pecados de naturaleza. "Porque tal sumo sacerdote nos convenía: santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores, y hecho más sublime que los cielos" (Heb. 7:26). Si El hubiera tenido una naturaleza caída, entonces El no hubiera podido salvarse a Sí Mismo ni a cualquier otro. En cuanto al Diablo, El dijo, "...viene el príncipe de este mundo, y él nada tiene en mí" (Juan 14:30). Las palabras "nada tiene en mí" significa que Satanás no encontrará nada malo en Cristo. El no tuvo pecado; esto no puede ser dicho de ninguno sino sólo el Señor. Sin embargo, Satanás trató de persuadir a Cristo a actuar independientemente de Dios. La misión terrenal de nuestro Señor fue una de obediencia a la voluntad del Padre, y la oferta de Satanás no tuvo atracción para El.

En la primera tentación de nuestro Señor, El rehusó ejercitar poder para proveer pan porque no había palabra para hacerlo (Deut. 8:3). Esto prueba que no debemos hacer nada si no tenemos la Escritura para hacerlo. Esto destruye todas las tradiciones. El hombre debe vivir más por lo que sale de la boca de Dios que por el alimento terrenal que entra en su propia boca. Con el Cristiano todo lo que no está prescrito en la Palabra de Dios es prohibido. Este fue un tiempo de desempleo y opresión política. La parábola de los obreros es un comentario acerca de la condición económica del día de Cristo (Mat. 20). Satanás atacó la virtud (compasión) de Cristo porque nuestro Señor no tuvo vicio. La tentación fue para comer pan sin el sudor, y este es contrario a la Escritura (Gén. 3:19; II Tes. 3:10). Aquí hay una demostración del socialismo porque el socialismo se concierne con los deseos temporales del hombre.

En la segunda tentación, la santidad rehusó dar a Satanás honor al que sólo Dios fue digno. El Santo no debe recibir el título de Rey de ninguno sino de Dios que lo prometió (Luc. 19:12-15). Sobre la tierra vemos la gloria de los reinos mundiales; esta fue la gloria que Satanás ofreció a Cristo. Esta gloria de los reinos mundiales radica en el poder de Satanás puesto que Adán cedió su dominio a él mediante la caída. El Padre tuvo otro plan para Su Hijo antes que El recibiera la gloria del Reino de Dios. Mediante ese plan el Padre daría a los paganos para la herencia del Hijo. La gloria de este mundo habla del materialismo; este es el espíritu que caracteriza la edad de Laodicea (Apoc. 3:14-20). Nuestro Señor rehusó tal gloria de Satanás.

La tercera tentación manifiesta la Santidad rehusando el probar la fidelidad de Dios. El Señor Jesús no pondría a Dios en una posición donde El sería forzado a ayudarle. El no estuvo para encandilar a la gente con algún acto sensacional, porque el sensacionalismo es contrario a la voluntad de Dios. La persona que mora en el amor de Dios no necesita ninguna señal o milagro para hacerlo seguro del amor y el cuidado de Dios. Uno que vive en el conocimiento del amor no tiene deseos de poner aquel amor a prueba; el hacerlo probaría desconfianza. Así, vemos la confianza perfecta de Cristo en el Padre.

No hay maldad en la tentación en sí. Los hombres son tentados al pecado exterior por el pecado que mora dentro de sí. Pablo dijo, "Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien..." (Rom. 7:18). Jesucristo no tuvo el pecado morando dentro de Sí; por lo tanto, El nunca fue tentado para pecar exteriormente. Esto de ninguna manera contraprueba la realidad de la contienda pero prueba que El no fue tentado (probado) en la misma manera que los hombres son tentados (seducidos).

En cada tentación Jesucristo confió en la Palabra de Dios para derrotar a Satanás. Todas las maneras de ataque fueron probadas y fracasaron. No había nada más que Satanás pudo hacer. Satanás se había agotado a sí mismo. El salió por un poco de tiempo pero pronto tuvo éxito al herir el calcañar de Cristo; sin embargo, nuestro Señor le hirió en su cabeza. "Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo" (Heb. 2:14). Por lo tanto, nuestro Salvador nos ha dejado sólo un enemigo vencido con quien contender en este mundo.

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LA VIDA IMPECABLE DE CRISTO

El Señor Jesucristo fue el Hombre representativo de Dios. Nunca se necesitó algo para encomendarle sino El Mismo, porque El fue el Cristo impecable. "Porque tal sumo sacerdote nos convenía: santo, inocente, sin mancha, apartados de los pecadores, y hecho más sublime que los cielos" (Heb. 7:26). Jesucristo no fue un judío inmundo que necesitó una ofrenda por su propio pecado, pero El fue el sacrificio inmaculado para ser ofrecido por el pecado. El tocó al leproso, pero El no fue contaminado. Cristo tuvo la relación de Dios al pecado porque El era Dios. El hubiera sido contaminado si se hubiera vestido de una naturaleza pecable. El Salvador no fue simplemente no contaminado; El fue incontaminable. Como el Hombre representativo de Dios, El fue incontaminable en todo aspecto de Su vida terrenal. Así, cuando Su peregrinación terrenal fue completo, El se fue directamente a Dios como la "gavilla por primicia de los primeros frutos" (Lev. 23:10).

La gavilla fue tomada, así como era, del campo (el campo es un tipo del mundo); no necesitó de un proceso para prepararla para la presencia y la aceptación de Dios. Esto prueba que Cristo no fue pecable mientras que El estaba en la tierra; si hubiera sido pecable en la tierra, entonces no pudiera haber sido tomado como era y presentado a Dios. Todo descendiente de Adán sería sin esperanza si Cristo hubiera sido pecable; no obstante, hay esperanza porque Su vida impecable Le capacita a ser el Sacrificio impecable por el pecado.

La ofrenda de cereal simboliza a Cristo en Su Vida perfecta (Lev. 2 BLA). Esta ofrenda fue sin sangre; presenta todos los símbolos del carácter santo de nuestro Señor Jesucristo en Su vida terrenal. Tales aspectos de carácter nunca hubieran podido ser encontrados en dondequiera sino sólo en Cristo. Nuestro Salvador en Su encarnación retuvo esa auto-afirmativa pureza que es la santidad. La vida que vivió fue una demostración práctica de esa santidad. ¿Qué otra persona viviente pudiera haberse enfrentado a sus enemigos y retado con estas palabras, "¿Quién de vosotros me redarguye de pecado?" (Juan 8:46). La pureza inherente de Cristo fue tan perfecta que ni testigos perjuros pudieron probar, a la satisfacción de una corte perjuiciosa, una acusación contra Su santidad. Esto significa que la gente que ven a Cristo como una persona pecable son peores que los testigos perjuros y la corte perjuiciosa en el juicio de nuestro Señor.

La ofrenda de cereal es constantemente encontrada en conjunción con el holocausto y la ofrenda de paz, pero nunca con la ofrenda por la culpa o la ofrenda por el pecado. El debe vivir "como" Hombre antes que pudiera morir "por" los hombres. La ofrenda de cereal revela el carácter del impecable y santo Dios-Hombre. "Porque tal sumo sacerdote nos convenía: santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores, y hecho más sublime que los cielos" (Heb. 7:26).

La flor de harina fue la base de la ofrenda. Era libre de todo altibajo, aspereza, o mancha; de otra manera, nunca hubiera podido simbolizar el Señor Jesús que fue "un cordero sin mancha y sin contaminación" (I Ped. 1:19). Los hombres no podían mejorar la Luz que brillaba; sólo podían ser derretidos o endurecidos por El. Ningún intento se hizo para ataviar u ordenar esta Luz, porque ni las despabiladeras ni los platillos fueron necesarios. No tenían conexión con Cristo; consiguientemente, aquellos que buscaron desafiarle o reprenderle salieron reprendidos y avergonzados. El nunca tuvo que recordar una palabra o desandar un paso a través de Su Vida impecable. La delicia de Dios en El siempre se expresaba a sí misma; el Señor Jesús dijo, "Porque el que me envió, conmigo está; no me ha dejado solo el Padre, porque yo hago siempre lo que le agrada" (Juan 8:29). No había altibajos en ninguna de Sus gracias.

El aceite es típico del Espíritu Santo y puede ser aplicado en una manera doble: (1) mezclado -- en la concepción milagrosa de la naturaleza humana en el vientre de María; y (2) derramado -- en el ungimiento de Cristo, porque a El le fue dado el Espíritu sin medida. El Espíritu Santo nunca hubiera tenido contacto con todo grano de esa "flor de harina" si hubiera habido cualquier pecabilidad en ella. No hay nada sino la impecabilidad, en el más mínimo detalle, en la vida de Cristo. La Humanidad Santa y la Vida impecable de Cristo han de ser sagradamente protegidas por Sus santos en la luz de la infidelidad que abunda. Estas verdades son tan esenciales al Cristianismo como Su Deidad.

El incienso habla de todo lo que hacía Cristo en la vida subiendo como un olor fragante hasta Dios (Juan 4:34; 19:30). El nombre del Señor Jesucristo es como "ungüento derramado" (Cant. 1:3). Su nombre es El Mismo. Es la expresión de todo lo que El es -- Su humildad, gracia, excelencia, pureza, poder, y perfección. Por lo tanto, debemos ser atraídos al Señor Jesús por lo que El es, no simplemente por lo que El hace. Eva fue atraída al árbol en el huerto de Edén por lo que ella quiso de El. El resultado fue el desastre físico, moral, y espiritual. Como Cristianos nos sentamos "bajo la sombra del deseado" y encontramos que el Salvador impecable es todo lo que necesitamos. "...Bajo la sombra del deseado me senté, Y su fruto fue dulce a mi paladar" (Cant. 2:3).

La ofrenda de cereal había de ser hecha sin levadura. La levadura argumenta la corrupción en la doctrina (Mat. 16:6, 11, 12), morales (I Cor. 5:6-8), y la hipocresía (Luc. 12:1, 2). Por lo tanto, la levadura no podía tener lugar en la Persona y la Obra del Salvador impecable. La Escritura afirma lo siguiente: (1) El "no conoció pecado" (II Cor. 5:21). La palabra "conoció" no se refiere a la presciencia de Dios, porque en este sentido El conoció todas las cosas; significa conocer en una manera íntima (llegar a ser asociado con) como Adán conoció a Eva (Gén. 4:1). (2) En El no había pecado (Heb. 7:26). (3) El no hizo pecado (Juan 8:46). El no podía ser convencido de pecado porque en El no estaba el pecado.

La miel, así como también la levadura, fue excluida de la ofrenda. La miel fue un símbolo de dulzura natural. La ofrenda de cereal no tuvo miel en ella (Lev. 2:11), ni tuvo Jesucristo cualquier miel en Su vida impecable porque El fue la verdadera ofrenda de cereal. La voluntad de Dios siempre es la regla de Su vida. El nunca podría ser atraído a la suavidad por la dulzura de la naturaleza. El sabía como dar naturaleza y sus relaciones a su propio lugar. Pedro usó una pieza de la miel de la naturaleza cuando él dijo, en respuesta al relato de Cristo concerniente a Su sufrimiento, "...ten compasión de ti" (Mat. 16:22). Esa miel se agrió tan pronto como cayó de los labios de Pedro; porque Cristo respondió, "...¡Quítate de delante de mí, Satanás!; me eres tropiezo, porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres (la dulzura de la naturaleza humana)" (Mat. 16:23).

Toda ofrenda de cereal iba a ser sazonada con sal. "Además, toda ofrenda de cereal tuya sazonarás con sal, para que la sal del pacto de tu Dios no falte de tu ofrenda de cereal; con todas tus ofrendas ofrecerás sal" (Lev. 2:13 BLA). "La sal del pacto de tu Dios" es una expresión que atrae la atención de todo Cristiano. Una observación cercana de Levítico muestra que otras cosas fueron necesarios en conexión con los sacrificios ofrecidos por los israelitas. Sus sacrificios fueron imperfectos; por lo tanto, el incienso, el aceite, y la sal fueron necesarias para hacerlos aceptables a Dios. Dios no óleo el dulce olor en los sacrificios a menos que el incienso fuera añadido. Esto significa que las mejores obras de los Cristianos no son aceptables a Dios sin que el mérito de Cristo está constriñiéndoles (II Cor. 5:14). Se les requería a los israelitas que usaran el aceite en sus ofrendas porque fue un tipo del Espíritu Santo. ¿Qué es la oración o el sacrificio de alabanza sin el Espíritu Santo dándoles la vida? Lo que va a Dios debe primero venir de Dios (Rom. 8:26, 27). Y la sal, que es el principio de la fidelidad, excluye las actividades de la carne porque es el poder preservador de la fidelidad. La sal penetra el sacrificio y saca la corrupción. Venimos infinitamente cortos de lo que percibimos por la fe en la Persona de nuestro Salvador, pero la sal es un símbolo del propósito de corazón para perseguir la conformidad con El. Por lo tanto, el Cristiano es la sal de la tierra, y sus palabras deben ser sazonadas con sal (Mat. 5:13; Col. 4:6).

La sal del pacto habla del pacto inmutable e incorrupto de Dios. Cuando Dios hizo un pacto con David, se escribió, "¿No sabéis vosotros que Jehová Dios de Israel dio el reino a David sobre Israel para siempre, a él y a sus hijos, bajo pacto de sal?" (II Cron. 13:5). El "pacto eterno" (Heb. 13:20, 21) es la única escalera que alcanza del cielo a la tierra. Las bendiciones de este pacto vienen a nosotros mediante las obligaciones cumplidas en Jesucristo por nosotros. Si algo que puede hacer que el hombre alabe a Dios, es su conocimiento del pacto y que él está en El. Dios merece la gloria exclusiva, y la teología del pacto es la única teología que glorifica a Dios.

La gavilla está puesta en la fiesta de las primicias como un tipo del propósito y la promesa Divina. Este tipo fue cumplido en la resurrección de Cristo. El había glorificado perfectamente al Padre durante Su vida terrenal, y ahora Su Vida impecable había madurado a la fruición. El Señor Jesucristo dijo, "...Ahora es glorificado el Hijo del Hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, Dios también le glorificará en sí mismo, y en seguida le glorificará" (Juan 13:31, 32). Este es el reconocimiento de Cristo de Su título a la gloria personal. Como El había glorificado perfectamente al Padre en la tierra, así fue una cosa natural que El debía entrar en el cielo sobre Su propia gloria personal. Su gloria moral y impecable debe ser totalmente mostrada antes que Su gloria real y impecable pueda ser manifestada. El cielo abierto en el principio del ministerio de Cristo manifestó la aceptación llena de Su Persona impecable; el cielo abierto al fin de Su ministerio reveló la aceptación llena de Su obra impecable.

Jesucristo personalmente estaba en la tierra en nuestra naturaleza, no para Sí Mismo, sino como una prenda y fianza de toda la cosecha. Esta primera gavilla es la prenda de nuestra resurrección y aceptación. "Pero cada uno en su debido orden: Cristo, las primicias; luego los que son de Cristo, en su venida. Luego el fin, cuando entregue el reino al Dios, y Padre, cuando haya suprimido todo dominio, toda autoridad, y potencia. Porque preciso es que él reine hasta que haya puesto a todos sus enemigos debajo de sus pies" (I Cor. 15:23-25).

La gavilla de la cosecha fue una gavilla única. Fue tomado directamente del campo y ondulado -- como estaba -- ante el Señor. Jesucristo, nuestro Representante y Salvador impecable, fue tomado del mundo y ondulado -- como El estaba -- ante el Señor como las Primicias de la resurrección. La gavilla única representa al Señor Jesucristo en muchos respectos: (1) Uno con el Padre en la naturaleza y esencia (Juan 10:30); (2) Uno en Su Persona aunque El posee ambas las naturalezas humana y Divina (Juan 1:1, 14; Fil. 2:5-8); (3) Uno con referencia al sacrificio por el pecado (Heb. 10:10, 14); (4) Uno en Su oficio como Mediador (I Tim. 2:5); (5) Uno con respecto a la esperanza (Ef. 4:4; Tito 2:11-14); (6) Uno con respecto a ser la Cabeza (I Cor. 11:3; Col. 1:18); y (7) Uno con referencia a la Señoría (Ef. 4:5; Apoc. 19:16).

 

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EL VARÓN APROBADO POR DIOS

El Salvador impecable es el Varón a quien Dios aprobó. "Varones israelitas, oíd estas palabras: Jesús nazareno, varón aprobado por Dios entre vosotros con las maravillas, prodigios y señales que Dios hizo entre vosotros por medio de él, como vosotros mismos sabéis" (Hech. 2:22). Los hombres perdidos no tienen fe en este Varón aprobado por Dios. Antes de Su salida de los discípulos, el Salvador dijo, "...Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuera, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré. Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio. De pecado, por cuanto no creen en mí" (Juan 16:7-9). Puesto que el hombre pecó, el justo juicio requirió que el hombre daría la satisfacción. "Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron" (Rom. 5:12). El justo juicio ha sido satisfecho en el "varón aprobado por Dios" (Hech. 2:22). "Sabed, pues, esto, varones hermanos: que por medio de él se os anuncia perdón de pecados, y que de todo aquello de que por la ley de Moisés no pudisteis ser justificados, en él es justificado todo aquel que cree" (Hech. 13:38, 39).

Jesucristo es más que hombre; El es el Dios-Hombre. El hecho de que Cristo es Mediador y Salvador como Dios-Hombre muestra la herejía seria de aquellos que niegan que El es el Hombre impecable así como también Dios. La carne del Dios-Hombre es perfecta. Pablo advirtió a los Cristianos en Filipos acerca de poner confianza en la carne. "Porque nosotros somos la circuncisión, los que en espíritu servimos a Dios y nos gloriamos en Cristo Jesús, no teniendo confianza en la carne" (Fil. 3:3). Sin embargo, el Cristiano sí tiene confianza en la carne del "varón aprobado por Dios" porque El es Dios manifestado en la Carne impecable. Los Cristianos se regocijan en la carne y la sangre del Hombre Cristo Jesús, sabiendo que Su carne es verdadera comida y Su sangre es verdadera bebida (Juan 6:55). Tal gozo Divino es el resultado del Hombre perfecto que es el Señor y Salvador.

El Señor Jesucristo está presentado objetivamente a los santos como "el Varón aprobado por Dios," pero El mora subjetivamente en ellos por el Espíritu Santo, y este Espíritu es llamado "el Espíritu de Cristo" (Rom. 8:9). Hay dos errores serios hechos concernientes al Hijo de Dios: (1) Muchos están mirando sólo en lo que Jesucristo ha hecho y sufrido objetivamente en la cruz. Ellos descansan sobre una fe que es histórica o tradicional sin buscar por un testimonio subjetivo por el Espíritu Santo. "El que cree en el Hijo de Dios, tiene el testimonio en sí mismo" (I Jn. 5:10). "El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios" (Rom. 8:16). Solo el Espíritu Santo puede causar la luz de la salvación resplandecer en el corazón obscuro (II Cor. 4:6). (2) Hay otros que creen en lo que llaman una experiencia subjetiva de gracia, pero están opuestos al objetivo Cristo que fue impecable. Un Cristo pecable dentro no es la salvación. ¿Qué es la salvación verdadera? La salvación es el Espíritu Santo regenerador obrando dentro de una persona y conduciéndole afuera de sí mismo al Salvador impecable como el objeto de la verdadera fe.

Jesucristo vino en el cumplimiento del tiempo: "Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer..." (Gál. 4:4). Todos los propósitos de Dios son a tiempo. El tiempo había alcanzado su cumplimiento para la encarnación porque fue el tiempo ordenado por Dios. La palabra "cumplimiento" prueba que el tiempo tiene un cumplimiento; este tiempo viene por grados. Hay un tiempo cuando el tiempo no es completo. Cristo dijo, "Subid vosotros a la fiesta; yo no subo todavía a esa fiesta, porque mi tiempo aún no se ha cumplido" (Juan 7:8). Por otra parte, hay un tiempo cuando el tiempo alcanza su cumplimiento. El Salvador dijo, "...Ha llegado la hora para que el Hijo del Hombre sea glorificado" (Juan 12:23). El tiempo ahora ha alcanzado su cumplimiento. El, en quien la plenitud de la Deidad habita corporalmente (Col. 2:9), en quien la plenitud de la gracia y la verdad están encontradas (Juan 1:14), a quien Dios Le envió en el cumplimiento del tiempo, vino para que los elegidos pudieran recibir de Su plenitud, y gracia sobre gracia (Juan 1:16).

Dios envió a Su Hijo (Gál. 4:4). Si deseamos conocer la excelencia del Remitente, debemos considerar la excelencia de la Persona enviada. No hay ninguno mayor que Su Hijo unigénito. "Porque en él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad" (Col. 2:9). Enviar a Su Hijo para que sea nacido de mujer ha de ser distinguido de las teofanías del Antiguo Testamento. Las teofanías fueron las manifestaciones temporales pre-encarnadas de Jesucristo, pero enviar a Su Hijo para que sea nacido de mujer sería permanente. Esta permanencia fue para que Dios habitara con Sus redimidos para siempre (Ex. 25:8; Juan 1:14; Apoc. 21:3). La palabra "envió" demanda un estudio. Refiere al acto de uno que envía a otro con una comisión para hacer algo, y a la persona enviada le son dadas las credenciales para desempeñar su comisión. En ninguna parte está indicado que el Padre envió al Hijo y entonces ansiosamente esperó la reacción del Hijo a la obra de la cual fue enviado para realizar. Dios vino desde la orilla eterna para rescatar a los pecadores que se hundían. Dios envió a Su Hijo nacido de mujer (Gál. 4:4). Esta fue la manera de Su venida. El Hijo enviado al mundo es una cosa, y ser "nacido de mujer" es otra. Lo primero prueba Su Deidad; lo segundo confirma Su humanidad. El no fue creado como Adán ni engendrado por el hombre como hombre, pero El fue "nacido de mujer." La palabra fue elegida cuidadosamente para expresar el poder de Dios en Su encarnación misteriosa.

Jesucristo fue nacido bajo la ley. Las tres partes de la ley son lo moral, lo civil, y lo ceremonial. (1) El Varón aprobado por Dios fue sujeto a la ley moral. Todo hombre es sujeto a Dios y a Su ley. Salomón dijo, "El fin de todo el discurso oído es este: Teme a Dios, y guarda sus mandamientos; porque este es el todo del hombre" (Ecl. 12:13). Cristo fue nacido bajo la ley moral como el fiador de Su pueblo, y declaró Su buena voluntad para cumplir esta obligación por decir, "He aquí, vengo...El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado, Y tu ley está en medio de mi corazón" (Sal. 40:7, 8). Un fiador es una persona que está de acuerdo en ser responsable para la deuda de otro. Judá dijo a José, "Como tu siervo salió por fiador del joven con mi padre..." (Gén. 44:32). Por lo tanto, el fiador ha de pagar la deuda del dueño original. Judá fue un tipo del Señor Jesús que llegó a ser el fiador de Su pueblo. "Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos" (Rom. 5:19). "Por tanto, Jesús es hecho fiador de un mejor pacto" (Heb. 7:22). (2) El Varón aprobado por Dios fue sujeto a la ley civil. Cristo fue por nacimiento un judío (Juan 4:22; Heb. 7:14; Apoc. 5:5). Por lo tanto, era propio que El debería ser sujeto a su gobierno civil. El enseñó la sujeción a la ley civil, pero Sus enemigos falsamente Le acusaron con la sedición (Mat. 17:24-27; 22:17-21). (3) Cristo fue sujeto a la ley ceremonial. "Cumplidos los ocho días para circuncidar al niño, le pusieron por nombre JESÚS, el cual le había sido puesto por el ángel antes que fuese concebido" (Luc. 2:21). Toda persona que era circuncidada llegaba a ser un deudor a toda la ley (Gál. 5:3). La circuncisión de Cristo fue una fianza de que El, cuando llegara el tiempo, derramaría toda Su sangre. La deuda de una ley capital es la muerte. Por lo tanto, El debe derramar toda Su sangre para la satisfacción de una ley capital. Su nombre de "Salvador" fue proclamado públicamente en Su circuncisión (derramar sangre fue una prenda).

Jesucristo fue crucificado por manos de inicuos. El Hijo de la virgen fue un Varón aprobado por milagros, prodigios y señales; no obstante, El fue entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios y puesto a la muerte por manos de inicuos (Hech. 2:22, 23). El odio intensivo de los hombres inicuos no previno el cumplimiento del propósito de Dios. "Pero Cristo, habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios" (Heb. 10:12). El Hijo nacido de la virgen fue Hombre; pero el Hombre absolutamente considerado nunca podría satisfacer el justo juicio, perdonar pecados, u obtener la redención eterna. Por lo tanto, Jesucristo fue "el verdadero Dios, y la vida eterna" (I Jn. 5:20).

Jesucristo subió a la diestra del Padre. "Mas ahora Cristo ha resucitado de los muertos; primicias de los que durmieron es hecho. Porque por cuanto la muerte entró por un hombre, también por un hombre la resurrección de los muertos" (I Cor. 15:20, 21). Cristo que descendió es el mismo que subió; El descendió sin un cuerpo pero subió con un cuerpo. El Hijo eterno vino al vientre de María sin un cuerpo, pero El salió del vientre con un cuerpo. En este mismo cuerpo El "...subió por encima de todos los cielos para llenarlo todo" (Ef. 4:10).

Dos varones vestidos en vestiduras blancas estaban cuando nuestro Señor subió diciendo, "...Varones galileos, ¿por qué estáis mirando al cielo? Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo" (Hech. 1:11). Ellos miraron objetivamente, no subjetivamente, cuando el Hijo del Hombre subió. El Salvador ascendiendo fue el Hijo del Hombre con carne y huesos. "Mirad mis manos y mis pies, que yo mismo soy; palpad, y ved; porque un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo" (Luc. 24:39). Cristo como Dios absolutamente considerado no podía subir porque El es omnipresente. El vino desde el cielo por Su encarnación y permaneció en el cielo por la Deidad; El descendió a la tierra pero no dejó el cielo. Cristo como el Varón aprobado por Dios de verdad subió al cielo (Ef. 4:8-10). Su cuerpo que fue preparado para El subió al lugar donde no estaba antes. El cuerpo de Cristo, aunque glorificado, no es Deificado. No es infinito; por lo tanto, no puede estar en el cielo y en la tierra a la vez. Esto refuta la doctrina de la transubstanciación.

Jesucristo está haciendo intercesión en el cielo por los santos en la tierra. "Porque no entró Cristo en el santuario hecho de mano, figura del verdadero, sino en el cielo mismo para presentarse ahora por nosotros ante Dios" (Heb. 9:24). "Porque todo sumo sacerdote está constituido para presentar ofrendas y sacrificios; por lo cual es necesario que también éste tenga algo que ofrecer" (Heb. 8:3). Es por los hombres que el Varón aprobado por Dios llegó a ser un Sumo Sacerdote. Nuestro Salvador es Mediador de un mejor pacto que fue establecido sobre mejores promesas. Un mediador es una persona que está entre dos partes y representa cada parte a la otra parte. Jesucristo es Mediador entre Dios y el hombre; El es el Árbitro que pone Sus manos sobre los dos. El reconcilia al hombre a Dios por la sangre de Su cruz y comparece en la presencia de Dios para interceder por todos a quienes El reconcilia (Heb. 7:24, 25).

Jesucristo viene por los santos. Cuando viene la segunda vez, El descenderá desde el lugar donde El está ahora como el Salvador y Señor ascendido. La reunión de Cristo y Sus santos será en el aire; por lo tanto, Cristo desciende para recibir a los santos, y los santos suben para recibir a su Señor. "Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor" (I Tes. 4:16, 17).

El Varón aprobado por Dios subió, después que El terminó con Su obra, al cielo para enviar al Espíritu Santo para revelarse a Sí Mismo a los corazones de hombres. Ahora tenemos el Espíritu subjetivo enfocando nuestro atención sobre el hecho objetivo de Jesucristo como el Varón aprobado por Dios.

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LA VIDA DE ORACIÓN DE CRISTO

El hecho de la impecabilidad es probado por la vida única de la oración de Cristo. Nuestro Señor nunca aceptó el compañerismo de los hombres en la oración porque había una diferencia esencial en la naturaleza. Si hubiera sido pecable Su naturaleza humana, El hubiera tenido compañerismo con Sus discípulos en la oración. Sin embargo, cuando El invitó a los discípulos para velar con El, El les pidió que oraran por sí mismos. Nuestro Señor nunca pidió las oraciones de los hombres para Sí Mismo. Ningún hombre jamás oró "por" El; ningún hombre jamás oró "con" El. Así, el Salvador en Su vida única de oración no sólo reveló Su Deidad pero también Su naturaleza humana impecable. "Y Cristo, en los días de su carne, ofreciendo ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte, fue oído a causa de su temor reverente. Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia; y habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen; y fue declarado por Dios sumo sacerdote según el orden de Melquisedec" (Heb. 5:7-10).

Cristo no oró en la capacidad del Hijo eterno de Dios, sino en la posición como el Mediador. Como Dios absolutamente considerado, El no tenía nadie a quien podía orar o pedir ayuda o consolación. La Deidad no podía recibir de nadie; El no fue dependiente de ninguno. La Deidad asumió una naturaleza humana, y el Hijo de Dios llegó a ser el Hijo del Hombre. Por lo tanto, como el Dios-Hombre El oró.

La única oración registrada de Jesucristo se encuentra en Juan 17. Mateo 6:9-15 es llamado comúnmente una oración del Señor, pero el Salvador impecable nunca podría haber dicho, "perdónanos nuestros pecados" (Luc. 11:4). La impecabilidad de Cristo es negada cuando uno Le asocia con la oración modelo (Mat. 6:9-15). La oración breve pero comprensiva de Cristo por los Suyos está registrada en Juan 17. En esta oración, Cristo oró al Padre para que la gloria de Dios fuera manifestada.

El Señor Jesús oró en los días de Su carne. Este fue la verdad porque El era Hombre. Deberíamos de horrorizarnos ante cualquier persona que disminuye la gloria de la Deidad, pero también debemos aterrarnos si cualquiera toma de Cristo la verdad de Su humanidad. Negar Su humanidad destruye Su muerte sacrificadora y resurrección gloriosa. Así, no tendríamos un evangelio, y si no hay evangelio, no hay esperanza. En Hebreos 5:7, la frase "los días de su carne" es usada para distinguir Su vida en la tierra de Su estado anterior en la gloria. La eternidad no es el día de Su carne.

El Salvador, durante los días de Su carne, oró "al que le podía librar de la muerte" (Heb. 5:7). Esta Escritura es interpretada generalmente para significar que Cristo oró para ser salvo de la muerte. Sin embargo, el pasaje no dice que El oró para ser salvo de la muerte; pero El oró "al que le podía librar de la muerte." El Padre pudo haber salvado a Su Hijo de la muerte si hubiera sido Su voluntad, pero Su propósito eterno fue para salvarle por medio de la muerte (Heb. 2:14). Lucas registra la oración de Cristo de sumisión a la voluntad de Su Padre. "Y él se apartó de ellos a distancia como de un tiro de piedra; y puesto de rodillas oró, diciendo: Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya" (Luc. 22:41, 42).

La oración de Cristo "fue oído a causa de su temor reverente" (Heb. 5:7). La palabra griega para temor en este pasaje es eulabeia, que significa el temor mezclado con el amor, combinados, que constituyen la verdadera piedad (reverencia) del hombre hacia Dios. El Hijo, que estuvo en la sumisión perfecta a la voluntad del Padre (Sal. 40:7, 8; Heb. 10:7), consideró al Padre como capaz para preservarle en la muerte del poder de la muerte. Por lo tanto, El debe triunfar sobre la cruz y resucitar de entre los muertos en el poder de la resurrección.

La muerte de Cristo fue para la penalidad del pecado. La muerte del Cristiano no es una penalidad por el pecado; esta fue pagada en la muerte de Cristo. Nuestro Salvador vio delante de El, en los días de Su carne, todo el dolor de la cruz, ambos lo mental y lo físico. Sin embargo, la muerte no tuvo relación directa o personal a Cristo; El no tuvo muerte en Sí Mismo. En ningún tiempo estuvo el Hijo de Dios en peligro de muerte. La muerte es el resultado del pecado; donde no hay pecado, la muerte no tiene demanda. El Hijo de Dios nunca hubiera podido morir bajo ningún ataque por el enemigo. "¿Acaso piensas que no puedo ahora orar a mi Padre, y que él no me daría más de doce legiones de ángeles?" (Mat. 26:53).

La humanidad de Cristo aparece en Su oración, porque Dios absolutamente considerado no puede orar. El sintió la veneración de Sus sufrimientos anticipados y estuvo completamente renunciado a estos sufrimientos. Por lo tanto, Su ofrenda fue un sacrificio de libre voluntad. Su reverencia perfecta para el Padre Le capacitó para decir, "...la copa que el Padre me ha dado, ¿no la he de beber?" (Juan 18:11). Siempre había la resignación perfecta a la voluntad de Dios que fue conocida eternamente a El. Los sentimientos puramente humanos estarían maldispuestos para beber la copa; pero la naturaleza humana de Cristo, motivada por la naturaleza Divina, hizo a la Persona de Cristo dispuesta. La Persona Divina vio la voluntad de Dios caer en esa copa amarga, y esto fue lo que hizo el contenido de la copa tolerable. "...el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz..." (Heb. 12:2). El "gran clamor y lágrimas" fueron causados por el conocimiento de Cristo de la imputación de la culpabilidad del hombre a Sí Mismo de la mano de Dios; no de las manos de los hombres.

¿Cómo puede el temor del Cristo impecable ser reconciliado con "...el perfecto amor echa fuera el temor..." (I Jn. 4:18)? ¿Fue imperfecto el amor de Jesucristo? El amor entre el Padre y el Hijo fue absolutamente perfecto durante los días de la carne de Cristo. Sin embargo, una nube vino entre Jesucristo y Su Padre. El justo juicio Divino demandó, en el interés de la ley Divina, el otorgamiento de la sentencia penal. Su ofrenda por el pecado debe ser perfeccionada; el justo juicio Divino debe realizar su obra perfecta antes que el amor de Dios pudiera ser hecho perfecto a los pecadores. Así el relato, "el amor perfecto echa fuera el temor," se refiere a los recipientes de ese amor perfecto; por cuanto, el relato, "fue oído a causa de su temor reverente," refiere al Perfeccionador del amor perfeccionado.

La perfección de los santos en el amor depende de nuestro estar como Cristo es "en este mundo" (I Jn. 4:17). Los Cristianos están en el mundo, no como Cristo estaba cuando El estuvo en el mundo sino como ahora El es. Las agonías del Calvario y la satisfacción del justo juicio ahora están detrás de Cristo. El no vive más en la anticipación del juicio sobre el pecado porque El se ha ofrecido a Sí Mismo como un sacrificio por el pecado (Heb. 10:10-14). Los hijos de Dios ahora pueden tener confianza en el día de juicio porque como El es (con referencia al amor perfeccionado mediante la satisfacción del justo juicio), así somos en este mundo (nuestro amor está perfeccionado mediante el juicio sobre el pecado y la satisfacción del justo juicio). Los recipientes del "amor perfeccionado" son libres de la condenación. "Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús..." (Rom. 8:1).

 

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EL PODER ATRAYENTE DE CRISTO

La Cruz es el centro del poder atrayente de Cristo. "Y yo, si fuere levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo" (Juan 12:32). El carácter de Nuestro Señor, aunque blanco sin mancha, no atrae a los hombres a la salvación. Esto no quita nada de la Persona bendita de Cristo porque Su naturaleza impecable dio mérito al sacrificio. El poder atrayente de Dios a la salvación es el sacrificio de la Persona impecable, Jesucristo el Señor. La influencia especial de la Cruz es el poder que atrae a los hombres a Dios para la reconciliación. La naturaleza depravada del hombre es atraída por el pecado fuera de Dios; él debe ser atraído por la gracia fuera del pecado a Dios. Muchos creen que la vida de Cristo provee atracción suficiente para salvar a una persona, pero tal no es la verdad del evangelio. El pecador puede encontrar la paz sólo en la paz que fue hecha mediante la sangre de la cruz de Cristo (Col. 1:20).

El alcance del hecho de atraer se encuentra en las palabras "a todos" (Juan 12:32). El significado de los términos universales deben ser determinados por el contexto. Las palabras de nuestro texto fueron dichas a los griegos que dijeron, "Señor, quisiéramos ver a Jesús" (Juan 12:21). Los beneficios de la redención de Cristo no fueron restringidos a los judíos elegidos. Habían otras ovejas que no eran del rebaño del judaísmo. "También tengo otras ovejas que no son de este redil; aquéllas también debo traer, y oirán mi voz; y habrá un rebaño, y un pastor" (Juan 10:16). Los griegos, así como también los judíos, fueron incluidos en la obra redentora de Cristo. "Y no solamente por la nación, sino también para congregar en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos" (Juan 11:52). "A todos" nunca podría significar todas las personas sin excepción porque habían muchos en aquel entonces, tanto como ahora, que no tenían voluntad para venir a Cristo. El levantamiento de Cristo en aquel entonces, y ahora, no sería suficiente para aquellos que vivían antes de Su muerte. ¿Qué de esas personas que vivieron antes de la muerte de Cristo y murieron en sus pecados? Ellas no pueden ser atraídos. "Y yo, si fuere levantado de la tierra" enseña la manera de la muerte de Cristo; "a todos atraeré a mí mismo" (de entre los gentiles así como también los judíos) explica el fruto de Su muerte.

Hay una diferencia entre "atraer" y "arrastrar." Las palabras griegas suro y helkuo difieren. El griego surein implica forzar o arrastrar. Cuando Saulo asolaba la asamblea (iglesia), entró a cada casa arrastrando a ambos los hombres y las mujeres y entregándolos en la cárcel (Hech. 8:3). La persona elegida no ha de ser comparada a un pez que es enganchado y arrastrado contra su voluntad, sino que él es atraído por la atracción Divina del amor de Dios. "Atráeme; en pos de ti correremos. El rey me ha metido en sus cámaras; Nos gozaremos y alegraremos en ti; Nos acordaremos de tus amores más que del vino; Con razón te aman" (Cant. 1:4). La palabra para "trajere" en Juan 6:44 es helkuse. La palabra aquí puede significar no más que la fuerza electiva del amor, atrayendo a los hombres al Salvador impecable. "Jehová se manifestó a mí hace ya mucho tiempo, diciendo: Con amor eterno te he amado; por tanto, te prolongué mi misericordia" (Jer. 31:3).

El pecador depravado no puede en su propia fuerza venir a Cristo. El concepto del Cristianismo profestante acerca del pecador es que él debe "dar su corazón a Cristo" si es que la sangre de la cruz es aprovechada por sus pecados. Esto es realizado por el pecador viniendo a Cristo y "estando firme por Cristo." Así, según el concepto del Cristianismo profesante acerca de la salvación, la obra terminada de Cristo es dejada contingente a la voluntad inconstante del hombre en cuanto a si sería un éxito o un fracaso. Su filosofía es que el pecador toma el primer paso y Dios hace lo de más; el pecador cree; entonces, Dios viene y le salva. Este concepto de la salvación es una negación total de la obra del Espíritu. Si el pecador puede avanzar sin la ayuda del Espíritu en el principio, él no debería tener dificultad en seguir avanzando sin El en el resto del camino. La Escritura dice, "...Dios os haya escogido desde el principio para salvación, mediante la santificación por el Espíritu y la fe en la verdad" (II Tes. 2:13). "Habiendo purificado vuestras almas por la obediencia a la verdad, mediante el Espíritu, para el amor fraternal..." (I Ped. 1:22).

La aplicación de la salvación es por el poder del Espíritu Santo. La fuente de la regeneración es el amor eterno del Padre (Jer. 31:3); la causa adquirente es la expiación de Jesucristo (Rom. 5:8-11); la comunicación del amor del Padre mediante la muerte substituta de Cristo es por el Espíritu Santo (Juan 3:8). En el discurso de Cristo con Nicodemo, El usó el viento como una ilustración de la causa eficiente de la salvación. Hay tres cosas importantes para ser consideradas en esta ilustración. (1) Así como el viento sopla libremente, sin que lo manda ninguna criatura, así el Espíritu aplica la salvación a quien El quiere. La voluntad del Espíritu es la misma voluntad del Padre y del Hijo. Dios y el hombre están en tal relación uno con el otro que no pueden los dos poseer el libre albedrío en la misma acción. Sólo Dios tiene libre albedrío en el sentido absoluto. La voluntad del hombre es libre para ir en una sola dirección, como un automóvil que desciende sin frenos. Por lo tanto, la voluntad del hombre puede ser cambiada sólo por venir en contacto con una voluntad Superior; esto es hecho por el poder atrayente de Dios. (2) Como hay algo en el viento que puede ser oído, probando su realidad, así hay algo en la salvación que prueba su realidad. Lo que es oído en la regeneración es el llamamiento eficaz. "Escrito está en los profetas: Y serán todos enseñados por Dios. Así que, todo aquel que oyó al Padre, y aprendió de él, viene a mí" (Juan 6:45). Así el Espíritu Santo hace el pecador pasivo activo para el llamamiento eficaz. El pecador no está absolutamente pasivo en el tiempo de su regeneración, pero sólo es pasivo con respecto a cosas espirituales (Rom. 8:7; I Cor. 2:14). Debe ser primero la presencia de Dios en el movimiento sobre el pecador antes que pueda haber cualquier movimiento del pecador hacia Cristo. (3) Como hay algo incomprensible acerca del viento, así hay algo incomprensible acerca de la salvación. Aún en el reino natural el misterio de la vida y su origen son más allá de nuestro conocimiento. Sin embargo, después del origen de la vida el desarrollo puede ser explicado en una manera; pero el inicio que precede todo no es conocido.

La invitación, "Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar" (Mat. 11:28), debe ser estudiada en la luz del versículo precedente. "Todas las cosas me fueron entregadas por mi Padre; y nadie conoce al Hijo, sino el Padre, ni al Padre conoce alguno, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar" (Mat. 11:27). Esto prueba que los hombres sólo pueden venir a conocer a Dios mediante el Señor Jesucristo. La promesa no afirma que Cristo revelará al Padre a todos sin excepción, pero sólo a aquellos que están "trabajados" y "cargados." Aquellos que están "trabajados" son personas que sienten la carga del pecado, y los "cargados" son aquellos que sienten el peso de esta carga. Puesto que hay deleites en el pecado (Heb. 11:25), nunca puede haber un sentido de culpabilidad y el peso del pecado hasta que haya habido una convicción Divina.

El pecador depravado no es capaz, sin la ayuda de Dios, de obedecer la invitación de Cristo. "Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere..." (Juan 6:44). Esto prueba que ningún hombre puede venir a Cristo por fe a menos que Dios le traiga. ¿Cómo es atraído el pecador? El es atraído por ser enseñado por Dios. Su ser enseñado por Dios no es simplemente un asenso de la mente sino una aprehensión seria de la verdad Divina en el corazón. Por lo tanto, a todos los que vienen a Cristo les han sido dados un oído para oír. "El oído que oye, y el ojo que ve, Ambas cosas igualmente ha hecho Jehová" (Prov. 20:12). Hay tres grandes verdades puestas en el orden siguiente: (1) el comienzo -- el Padre atrae al pecador elegido; (2) el progreso -- el pecador elegido oye y aprende; (3) el fin -- el pecador elegido viene a Cristo. ¿A quién se refiere la frase "todos enseñados por Dios" (Juan 6:45) refiere? "Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí" (Juan 6:37). ¿Cómo reconciliamos a Mateo 11:28 con Juan 6:44? No necesitan reconciliación; hay armonía bendita entre ellos.

Las promesas incondicionales y condicionales de Dios deben ser distinguidas. La promesa condicional requiere el arrepentimiento. "Pero Dios, habiendo pasado por alto los tiempos de esta ignorancia, ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan" (Hech. 17:30). Este mandamiento para arrepentirse no supone que los hombres tienen poder para salir de sus pecados y venir a Dios. ¿Por qué manda Dios a los hombres hacer algo que no pueden hacer? Suponga que una persona se escondió con el dinero de su patrón; ¿no tiene su patrón el derecho para demandar el pago aunque el ladrón no lo tenga para pagar? ¿No tiene Dios, el que ha sido agraviado por el hombre pecador, el derecho de mandar arrepentimiento aunque si el pecador no sea capaz, por su depravación, de arrepentirse y venir a Dios? El hombre, por su naturaleza depravada, no tiene el poder para obedecer a Dios; pero Dios, por Su soberanía, tiene la autoridad para mandar.

La esperanza del hombre está en la promesa incondicional que da el arrepentimiento. "...¡De manera que también a los gentiles ha dado Dios arrepentimiento para vida!" (Hech. 11:18). Esto no es un arrepentimiento externo, pero el arrepentimiento para vida. Cuando Dios manda a todos los hombres arrepentirse, es para mostrar a todo hombre su necesidad del arrepentimiento; y que él puede, como Efraín, pedirlo a Dios. Efraín, sintiéndose mal consigo mismo, dijo, "...conviérteme, y seré convertido, porque tú eres Jehová mi Dios. Porque después que me aparté tuve arrepentimiento..." (Jer. 31:18, 19). Este arrepentimiento no es, como el de Faraón, de desesperación (Ex. 9:27). El principio motivador en el corazón de Faraón no fue el poder de Dios, sino el temor por su vida. El fue convencido del peligro, pero no de la justicia de Dios. El arrepentimiento salvador no es, como el de Acab, una reforma (I Rey. 21:27). No hay récord de que Acab redargüía a Jezabel por el asesinato de Nabot ni por el fracaso de no restaurar la viña a su familia. El no dejó a sus ídolos; por lo tanto, su reformación provino del temor del castigo y no del temor de Dios.

La promesa condicional requiere la fe. Pablo dijo al carcelero de Filipos, "...Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo..." (Hech. 16:31). La promesa incondicional de Dios da la fe por la que el pecador acepta a Cristo. La fe salvadora, que es una fe viva, es obrada en el hombre por la operación del Espíritu Santo. Pablo llama al Espíritu Santo el Espíritu de fe (II Cor. 4:13); y en Gálatas, él menciona la fe como el fruto del Espíritu (Gál. 5:22). Así, la fe salvadora no es la obra de una facultad inherente en el hombre natural sino algo impartido al hombre natural por el poder de Dios (Juan 6:29; Ef. 2:8; Fil. 1:29).

La gracia de Dios es irresistible, no porque arrastra a los hombres a Cristo contra su voluntad, pero porque cambia el corazón del hombre de modo que él viene libremente, porque él es hecho dispuesto por la gracia. El pecador, aparte de la ayuda Divina, no es capaz de ser dispuesto y maldispuesto de ser capaz.

El mundo religioso está lleno de gente que se ponen a sí mismos entre Dios y su salvación. Ellos creen que la salvación es realizada mediante los esfuerzos combinados de Dios y el hombre. Ellos creen que Dios toma la iniciativa en que El ha provisto la salvación para todos, pero la respuesta del hombre es el factor determinante porque él es libre para aceptar o rechazar la oferta de Dios de la gracia. Por lo tanto, al punto crucial la voluntad del hombre toma una parte decisiva; así el hombre, y no Dios, determina quien será el recipiente del don de la salvación.

La salvación de Dios es realizada por el poder del Dios Trino. El Padre escogió a un pueblo; el Hijo murió por ellos; y el Espíritu Santo hace la muerte de Cristo eficaz por traer a los elegidos al arrepentimiento y la fe, así causándoles ser dispuestos para obedecer al evangelio. Así Dios, no el hombre, determina quienes serán los recipientes del don de la salvación.

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EL MENSAJE DISCRIMINADOR DE CRISTO

El mensaje discriminador de nuestro Señor es la Gracia. Es llamado "la elección de la gracia" (Rom. 11:5 BLA). "Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que a mí viene, no le echo fuera" (Juan 6:37). "Y en verdad os digo que muchas viudas había en Israel en los días de Elías...pero a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una mujer viuda en Sarepta de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempo del profeta Eliseo; pero ninguno de ellos fue limpiado, sino Naamán el sirio" (Luc. 4:25-27). La gracia reina "...por la justicia para vida eterna mediante Jesucristo, Señor nuestro" (Rom. 5:21). La responsabilidad vino a este mundo en Adán, una persona pecable a quien Satanás pudo tocar. Adán fue tocado por Satanás, y él cayó con toda su posteridad en él. La gracia vino a este mundo en el Segundo Adán. El Cristo impecable permanece invulnerable e invencible delante de todo ataque de Satanás. El Hijo de Dios fue manifestado para el propósito del reinado de la gracia; y para que sea realizado, El destruyó las obras del Diablo (I Jn. 3:8).

La gracia siempre ha parecido como un insulto al hombre natural. No puede parecer de otra manera puesto que su diseño principal es para mortificar el orgullo del hombre y mostrar la gloria de Cristo. La gracia de Dios que trae la salvación no busca a la justicia del pecador, sino que se la da a él. La gracia es más que un hecho objetivo presentado al hombre; es una experiencia subjetiva obrada por el Espíritu Santo dentro del recipiente. Esta experiencia subjetiva no es producida por nuestra voluntad, sino por la operación fiel de Dios (Col. 2:12). "Porque a vosotros os es concedido a causa de Cristo, no sólo que creáis en él, sino también que padezcáis por él" (Fil. 1:29). El Salmista, reconociendo la soberanía de Dios en la salvación, dijo, "Bienaventurado el que tú escogieres y atrajeres a ti, Para que habite en tus atrios..." (Sal. 65:4).

Una proclamación general de la gracia no perturba a la gente; los hombres naturales desprecian la gracia ilustrada. El carácter verdadero de la gracia no es conocido hasta que es ilustrado. Tan pronto que el Salvador mostró la gracia por las ilustraciones de la mujer de Sidón y de Naamán el sirio (Luc. 4:25-27), la gente "se llenaron de ira" (Luc. 4:28). La ira de los enemigos de Cristo fue tan excitada que se levantaron y "...le echaron fuera de la ciudad, y le llevaron hasta la cumbre del monte sobre el cual estaba edificada la ciudad de ellos, para despeñarle" (Luc. 4:29). Este enojo no se ha quitado. Los hombres ahora no pueden echar a Cristo fuera de sus ciudades, pero sí Le excluyen de su religión. Todo el clamor de nuestros días contra la discriminación es, en realidad, una manifestación de la oposición contra el Dios discriminador de la Biblia. La razón para tal manifestación de ira es que la gracia no admitirá la justicia del hombre pero lo bendice a pesar de su injusticia. El Calvario es la respuesta del mundo religioso a la gracia, pero es la respuesta de Dios a la justicia y al amor del cielo. La gracia reina mediante la justicia de Dios que ha cumplido la ley, satisfizo el justo juicio, y manifestó la santidad.

La gracia es el escogimiento eterno de Dios de algunos en Cristo para que sean salvos: "Según nos escogió en él antes de la fundación del mundo..." (Ef. 1:4). El Dios elector no elimina la Persona y la obra de Jesucristo. "Pero nosotros debemos dar siempre gracias a Dios respecto a vosotros, hermanos amados por el Señor, de que Dios os haya escogido desde el principio para salvación, mediante la santificación por el Espíritu y la fe en la verdad, a lo cual os llamó mediante nuestro evangelio, para alcanzar la gloria de nuestro Señor Jesucristo" (II Tes. 2:13, 14). La elección está puesta en el contexto de un doxología (Rom. 9-11). No había ni error de activismo o pasivismo con Pablo en cuanto a la soberanía absoluta de Dios; él vio el camino de la salvación en la luz de la elección soberana. Pablo fue guiado para entender que su salvación no era por obras sino por la gracia de Dios, y en la elección por Dios él encontró una paz que sobrepasó todo entendimiento.

Hay dos peligros en el estudio de la elección Divina: el activismo y el pasivismo. La verdad siempre ha sido rodeada por los extremos del error, y la verdad de la elección no es diferente. El activismo es un celo inquieto que ha sido excitado a la oposición porque la elección Divina encuentra en lo mejor nada para atraer y en lo peor nada para disuadir. El pasivismo, el otro extremo, es el concepto de la elección que elimina los medios al fin que es Divinamente determinado.

Aquellos que creen en un "plan electivo" de la salvación tienen el mismo concepto de Dios en la soteriología (la ciencia de la salvación) que los deistas tienen de Dios en la teología (la ciencia de Dios). El deista no niega a un Dios trascendente; él cree que Dios es el Hacedor y Sustentador de un mundo que, por su orden y diseño, señala a su eterno y todo-sabio Creador. Por otra parte, el deista acepta el hecho de la naturaleza; él cree que la naturaleza posee una constitución fija y opera según leyes inalterables. Parecería que dentro de este plan el adorador y el investigador pueden encontrar una unidad, pero no pueden porque tal dualismo excluye cualquier idea de un milagro. Así, Dios está excluido de la naturaleza excepto en el punto de origen. No hay lugar para la providencia para penetrar la naturaleza porque todo lo que sucede en la naturaleza es de sus propias propiedades fijas.

La misma filosofía deística es encontrada en el reino de la soteriología -- la ciencia de la salvación. Por ejemplo, se ha dicho, "Dios eligió un plan de salvación que El realizó en Cristo. El hombre puede rechazar o aceptar este plan." ¿No oímos constantemente que Dios ha hecho todo lo que El puede, y ahora es la decisión del pecador? Esta es la soteriología deística. Esto excluye a Dios de la salvación excepto en su plan y origen. La idea de un plan elegido elimina a Dios de su aplicación, negando el milagro del nuevo nacimiento obrado por el poder del Espíritu. "Los gentiles, oyendo esto, se regocijaban y glorificaban la palabra del Señor, y creyeron todos los que estaban ordenados para vida eterna" (Hech. 13:48). Esta es una ordenación, no a un oficio ni a los medios de la gracia sino a la gracia y la gloria en sí. Según Efesios 1:3-14, cada Persona de la Trinidad tiene una parte en la salvación del pecador. La parte del Padre fue la de escoger y planear; la parte del Hijo fue probar y proveer; la parte del Espíritu es aplicar y sellar.

Los defensores de un "plan electivo" enteramente omiten a Dios de la aplicación de la salvación. Ellos hacen la voluntad de Dios dependiente en la voluntad del hombre. Esto hace la voluntad del hombre la voluntad soberana porque dicen que Dios ha hecho todo lo que El puede. Su inconsistencia es evidente en tal relato como, "El hombre por su libre albedrío puede aceptar o rechazar la voluntad soberana de Dios." En este relato, al libre albedrío del hombre se le es dado poder sobre la voluntad soberana de Dios; por lo tanto, la soberanía de Dios debe, por necesidad, ser la soberanía limitada. Si la soberanía de Dios es limitada, entonces El no es el Dios soberano de la Biblia. Para que sean consistentes los propagadores de un "plan electivo" de la salvación, ellos deben animar a la gente no orar a Dios sino al pecador.

¿Cuál es la conexión entre la voluntad de Dios y la voluntad del hombre? ¿Cuál es la relación entre ellas? ¿Cuál es el orden en que se posicionan la una a la otra? La voluntad de Dios es la voluntad que es enteramente absoluta e independiente; por lo tanto, Su voluntad es la primera, no la segunda, en movimiento. Aún la voluntad renovada sigue; no conduce (Fil. 2:12, 13). Una voluntad no santa no puede seguir porque no está inclinada en la dirección de Dios sino en la de Satanás. "Y no queréis venir a mí para que tengáis vida" (Juan 5:40). La voluntad depravada del hombre está inclinada hacia Satanás y debe ser cambiada por Dios. La prerrogativa de Dios es dar la misericordia al que El quiera (Rom. 9:15). "Así que no depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia" (Rom. 9:16).

Muchos llegan a ser pasivos cuando ven que nada puede ser hecho para cambiar la voluntad de Dios. Este concepto de la elección Divina conduce a una actitud que es anti-misionera y una negación de los medios ordenados a un fin ordenado. Sin embargo, la elección no elimina el evangelio o la obra del Espíritu Santo en la regeneración. La medida de nuestro deber es el mandamiento de Dios, no nuestra capacidad. Aunque no podemos salvarnos a nosotros mismos, podemos venir al pozo; aunque no podemos entender las cosas espirituales, podemos leer la Palabra de Dios; aunque no podemos limpiarnos a nosotros mismos, podemos decir, "Señor, si quieres, puedes limpiarme."

La Biblia enseña que los hombres son atraídos para creer en Jesucristo; pero Dios, no el hombre, envía a los mensajeros y determina a los recipientes. Cuando el evangelio de Cristo es proclamado a una congregación, esa congregación de un punto de vista es indistinta. En este respecto, todos los miembros son iguales en su depravación; por lo tanto, no hay receptividad espiritual. De otro punto de vista, aquellos que oyen la Palabra son diferenciados porque Dios da "el oído que oye" (Prov. 20:12). Mientras que la predicación del evangelio de Cristo es general, el contenido de la predicación es particular.

Hay dos tipos de promesas enseñadas en las Escrituras: la condicional y la incondicional. En una promesa condicional, el recipiente cumple las condiciones de la promesa antes de recibir la bendición. Esta es una promesa con una "si" adjuntada; no es absoluta. Ni hay una "condición" ni un "si" adjuntado a una promesa incondicional; es absoluta. La promesa condicional no es siempre cumplida por la infidelidad del hombre; la promesa incondicional debe ser cumplida por la fidelidad de Dios.

La promesa en Juan 6:37 es incondicional. "Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que a mí viene, no le echo fuera." La promesa de Dios a Abraham, "Sara tu mujer te dará a luz un hijo" (Gén. 17:19), fue una promesa incondicional. ¿Cómo iba a tener Sara un hijo si ya estaba pasada de edad? La razón fue que Dios dio una promesa incondicional. El nacimiento de Isaac en el mundo no podía ser atribuida a algo en Abraham o Sara; por lo tanto, su venida fue atribuida al Dios soberano que lo prometió y cuya promesa tuvo virtud suficiente para realizar la cosa prometida.

La promesa incondicional de Dios hecha a Abraham en cuanto a un hijo no fue refutada por la fe de Abraham. Abraham tuvo fe, pero su fe fue de tal naturaleza que no se puso a pensar a su cuerpo como muerto o la esterilidad de la matriz de Sara (Rom. 4:19, 20). La fe natural hubiera considerado la esterilidad de los dos; pero la fe, que es don de Dios, es la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve (Heb. 11:1). Si Abraham hubiera mirado sobre cualquier medio natural, él hubiera dudado; pero sólo miró al poder de Aquel que prometió. Esta es la única fe que puede glorificar a Dios; es la fe en Dios "...el cual da vida a los muertos, y llama las cosas que no son, como si fuesen" (Rom. 4:17). Ninguna dificultad puede permanecer en el camino de tal fe. La fe natural mira a la voluntad del pecador; la fe sobrenatural mira a la voluntad de Dios. La fe natural mira a la capacidad del pecador para venir a Cristo; la fe sobrenatural mira a la capacidad de Dios que atrae al pecador a Cristo. La fe natural hace la voluntad de Dios dependiente en la voluntad del pecador; la fe sobrenatural hace la voluntad del pecador dependiente en la voluntad de Dios. Tal fe, que es don de Dios, acepta el hecho de que Dios es el Autor y Consumador de nuestra salvación en Cristo.

Abraham creyó en Dios, "el cual da vida a los muertos" (Rom. 4:17). El comprendió el hecho de que la vida era de Dios, y que Dios podría hacer como a El le place en los asuntos de vida y muerte. Las palabras "da vida" significan hacer vivo, impartir la vida, producir la vida, o para hacerle vivo con Cristo (Ef. 2:1; Col. 2:13). Abraham tuvo que aprender, antes que él experimentó la vida que venía de sus lomos muertos (el asiento del poder generador -- Heb. 7:5, 10), el significado de la muerte. El creyó que Dios era capaz de sacar la vida fuera de sus lomos muertos. Por lo tanto, Dios traería a Isaac a la existencia en la misma forma que cuando El dijo en medio de las tinieblas, "Sea la luz; y fue la luz." Entonces ahora en medio de los lomos muertos de Abraham y la esterilidad de la matriz de Sara, Dios dijo, "Sea Isaac; y fue Isaac." Así, El llamó a Isaac, que no era, como si fuera.

Cuando Dios hace una promesa incondicional, el cumplimiento de la promesa no existe en el tiempo en que es hecha. La garantía de su cumplimiento existe en el tiempo en que la promesa es hecha; de otra manera, Dios sería un mentiroso. "Dios no es hombre, para que mienta, Ni hijo de hombre para que se arrepienta. El dijo, ¿y no hará? Habló, ¿y no lo ejecutará?" (Núm. 23:19). Isaac fue un hijo de una promesa incondicional; por lo tanto, nació, cumpliendo la promesa a Abraham.

Todos los que vienen a Cristo para salvación son los hijos de la promesa. "Así que, hermanos, nosotros, como Isaac, somos hijos de la promesa" (Gál. 4:28). Ellos no son como Ismael que fue el hijo de Agar, la mujer esclava; ellos son como Isaac que nació de Sara, la mujer libre. Puesto que Isaac fue el hijo de Sara, él no fue el hijo de la carne sino de la promesa. Todos los que vienen a Cristo saben que su salvación no es en la corriente usual de la naturaleza, sino es realizada milagrosamente por la promesa y el poder de Dios. El Señor Jesús dijo, "Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que a mí viene, no le echo fuera" (Juan 6:37). ¿No son todos que vienen a Cristo los hijos de la promesa? ¿No es la palabra "vendrá" la misma garantía de la salvación a aquellos dados a Cristo como la palabra "dará" fue la garantía de que Isaac iba a nacer de Abraham? Solo una persona espiritualmente ciega negaría que la palabra "vendrá" refiere a una promesa absoluta.

No puede ser negado que el Padre dio algunos a Cristo para salvar. "Como le has dado potestad sobre toda carne, para que dé vida eterna a todos los que le diste" (Juan 17:2). Los "todos los que" el Padre dio a Cristo serán los mismos "todos los que" creerán en Cristo (Hech. 13:48; Rom. 8:28-30). ¿Cómo son dados a Cristo? Ellos son dados por el Dios elector, y el don fue antes de la fundación del mundo (Ef. 1:4; II Tim. 1:9). Los "todos los que" elegidos o dados nunca pueden ser torcidos para significar "un plan"; "todos los que" y "un plan" no pueden, por ningún alargamiento de la imaginación, significar la misma cosa. Los objetos de la elección son personas, no "un plan." Ninguna persona puede creer, a menos que él le sea dado a Cristo; porque Cristo dijo, "Pero vosotros no creéis, porque no sois de mis ovejas, como os he dicho. Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás..." (Juan 10:26-28). ¿Cómo pueden las palabras plurales "ovejas," "siguen," y "les," hacer significar "plan" que es singular?

Todos los que el Padre eligió en Cristo vendrán a Cristo. ¿Pero cómo vendrán si están muertos? La palabra "vendrán" es restringida a "todos que son dados a Cristo." Por lo tanto, la "vendrán" hace que su venida no sólo sea el don del Padre pero el propósito del Hijo. Cristo es obligado a comunicar el Espíritu de gracia a los elegidos, así, causándoles venir. Ellos vendrán no si ellos quieren (Juan 5:40), sino por la voluntad y el poder de Dios son hechos voluntarios (Sal. 110:3). Si la salvación del pecador es dependiente de su arrepentimiento y la fe aparte del poder de Dios, entonces no puede haber certeza de su realización. Como Dios dio vida a los lomos muertos de Abraham y la esterilidad de la matriz de Sara para la producción de la vida, así El da vida a los pecadores muertos. "Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados" (Ef. 2:1). La salvación de los elegidos es tan relacionada al propósito Divino que no puede fracasar. "Vendrán" puede levantar al muerto, sanar el leproso, curar la impotente, o dar vista al ciego. Así, el muerto "levantará"; el leproso "será" limpiado; el cojo "caminará"; el ciego "verá"; y el pecador elegido "vendrá" a Cristo.

Los elegidos vienen a Cristo porque fueron elegidos "en Cristo, según nos escogió en él" (Ef. 1:3, 4). La elección de Jesucristo fue la elección primera y principal. "He aquí mi siervo, yo le sostendré; mi escogido, en quien mi alma tiene contentamiento..." (Isa. 42:1). "Acercándoos a él, piedra viva, desechada ciertamente por los hombres, mas para Dios escogida y preciosa" (I Ped. 2:4). El fue escogido primero y puesto como Cabeza, y después Su pueblo fue escogido en El. El fue escogido para ser el Salvador de los elegidos, y los elegidos fueron determinados a la salvación en El. "Porque no nos ha puesto Dios para ira, sino para alcanzar salvación por medio de nuestro Señor Jesucristo" (I Tes. 5:9). El Señor Jesús fue ordenado para ser el Salvador (I Ped. 1:20). El iba a ser el Salvador de un número escogido, y este número vendrá a Cristo por la fe. La fe no produce la elección, sino la elección produce la fe (Hech. 13:48). Venimos a Cristo para la salvación porque Dios dijo que "vendremos"; vendremos porque se nos es "dado" venir. Dios dijo, "...Yo hablé, y lo haré venir; lo he pensado, y también lo haré" (Isa. 46:11).

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LOS MILAGROS DE CRISTO

Los milagros fueron las señales del testimonio. "Varones israelitas, oíd estas palabras: Jesús nazareno, varón aprobado por Dios entre vosotros con las maravillas, prodigios y señales..." (Hech. 2:22). "Creedme que yo soy en el Padre, y el Padre en mí; de otra manera, creedme por las mismas obras" (Juan 14:11). Dios nunca hizo milagros para gratificar la curiosidad, sino para probar que Su poder era Divina. Una manifestación mayor de poder puede ser esperada en la creación del mundo o en el comienzo de una edad más que durante la continuación de los dos. Un milagro es la omnipotencia de Dios llegando a ser un andamio sobre el cual plantar la verdad de Dios. Cuando la construcción de la Verdad es completa, el andamio es quitado. Esto es lo que Pablo significó cuando dijo, "El amor nunca deja de ser; pero las profecías se acabarán, y cesarán las lenguas, y la ciencia acabará" (I Cor. 13:8). Pablo explicó los dones milagrosos a los corintios por mostrar la diferencia entre lo que permanece para siempre y las cosas que sirven su propósito en un período determinado de tiempo.

Los dones extraordinarios de la profecía, las lenguas, y la ciencia se acabaron cuando lo perfecto vino (I Cor. 13:10). Cuando el apóstol Juan escribió el libro de Apocalipsis, la edad apostólica terminó. Consiguientemente, la Biblia fue cumplida; y la Palabra de Dios había sido totalmente confirmada por los milagros de Dios mediante los apóstoles. "Con todo, las señales de apóstol han sido hechas entre vosotros en toda paciencia, por señales, prodigios y milagros" (II Cor. 12:12). "¿Cómo escaparemos nosotros, si descuidamos una salvación tan grande? La cual, habiendo sido anunciada primeramente por el Señor, nos fue confirmada por los que oyeron, testificando Dios juntamente con ellos, con señales y prodigios y diversos milagros y repartimientos del Espíritu Santo según su voluntad" (Heb. 2:3, 4). Hemos venido ahora a la edad cuando los milagros apostólicos no son más necesitados así como los sacrificios del Antiguo Testamento. Como el propósito de los sacrificios ha sido cumplido por el único Sacrificio perfecto de Cristo, así el propósito de los milagros apostólicos ha sido cumplido por la terminación de la Biblia -- "la perfecta ley, la de la libertad" (Sant. 1:25).

Los milagros de Cristo tienen un carácter redentor. Cuando Jesucristo sanó al enfermo y resucitó al muerto, El manifestó Su poder soberano sobre la pobreza espiritual de la humanidad depravada. Cuando El alimentó a miles con unos pocos panes y pescados, El demostró Su capacidad para revertir la maldición de la infertilidad causada por la caída. Cuando El caminó sobre las olas calmadas y llamó a los vientos obedientes, El mostró que El era el Señor de la creación; por lo tanto, El iba, en el tiempo venidero, hacer todas las cosas nuevas. Sus obras y milagros llevan el sello del Redentor -- la evidencia del poder redentor. Sus milagros en el reino físico fueron los ejemplos de lo que El había venido para hacer en lo espiritual.

Los milagros registrados de nuestro Señor, durante Su ministerio terrenal, tienen un carácter progresivo. Cambiando agua en vino se mostró a Sí Mismo como el Dios de la naturaleza; sanando al enfermo reveló poder sobre la enfermedad; la pesca milagrosa manifestó control sobre la creación animada; echando fuera el diablo probó la capacidad sobre los demonios; resucitando los muertos mostró control sobre la muerte y el deterioro. El carácter progresivo de Sus milagros da una ilustración maravillosa de Su poder y gracia en la salvación de los pecadores.

Nuestro Señor vino para predicar la liberación a los cautivos. El vino a librar a los cautivos pero dejó a Juan el Bautista para morir en la cárcel de Herodes. El cumpleaños de Herodes fue el día de la muerte para Juan (Mar. 6:14-29). Ningún Cristiano duda la capacidad de Cristo de quitar a todos los tiranos y librar a Su pueblo; no obstante, todos ellos son ordenados por Dios para el cumplimiento de Su propósito. "Ciertamente la ira del hombre te alabará; Tú reprimirás el resto de las iras" (Sal. 76:10). El Señor quiere que Su pueblo supiera que el placer del mundo frecuentemente prueba ser su aflicción, pero Dios es glorificado en su aflicción. No necesitamos asumir que solamente porque estamos tratando de caminar en los caminos de Dios seremos exentos de los problemas que afligen a los santos de Dios en diversas maneras. Pablo dijo, "Que estamos atribulados en todo..." (II Cor. 4:8). David oró, "Ten misericordia de mí, Jehová; Mira mi aflicción que padezco a causa de los que me aborrecen..." (Sal. 9:13). La fe firme en tiempo de aflicción evidencia una muestra de la justicia de Dios. Por lo tanto, ellos están seguros que van a ser librados; sus enemigos están seguros que van a ser castigados porque el justo juicio es el justo juicio y Dios es Dios (II Tes. 1:7-10). La liberación de los elegidos del pecado no garantiza su liberación de la aflicción, sino por medio de los problemas.

Había una gran multitud de gente impotente en el estanque de Betseda (Juan 5), pero Cristo sólo sanó a un hombre. Entre esta gran multitud había un cierto hombre a quien el Salvador dijo, "¿Quieres ser sano?" La narración dice que el hombre enfermo "tomó su lecho, y anduvo." Cristo tomó el primer paso en la curación del hombre impotente. Betesda estaba lleno de gente, pero el Hijo de Dios no fue reconocido por la multitud. La Luz en las tinieblas resplandeció, pero las tinieblas no prevalecieron contra ella. No hay diferencia en el día de hoy. El hombre no descubre su necesidad de Cristo por el discernimiento natural, ni viene a Cristo por la fuerza o voluntad natural. Betesda es una descripción vívida de la maquinaria engorrosa de la religión humana mientras que la gracia de Dios es rechazada. Como el Hijo de Dios manifiesta Su soberanía por sanar sólo un hombre de entre la multitud, así El revela Su soberanía en la salvación por salvar sólo a los elegidos de entre de las multitudes.

La primera vendida de Cristo no fue con el propósito de desterrar la tiranía y la muerte. El no proclamó la curación universal, la libertad a todos los prisioneros, ni la resurrección de todos los muertos. Afirmamos que el Salvador impecable fue capaz de hacer todas estas cosas, pero negamos que El actualmente sanó a todos los enfermos, libró a todos los prisioneros, y levantó a todos los muertos.

Muchas personas religiosas tienen más celo que conocimiento; su énfasis principal son las obras milagrosas de Cristo más bien que Su Persona impecable. Muchedumbre de gente habla de la curación física sólo para descuidar la espiritual; se reúnen alrededor de las Betesdas modernas. Juan da el verdadero orden de sanar. "Amado, yo deseo que tú seas prosperado en todas las cosas, y que tengas salud, así como prospera tu alma" (III Jn. 2). Un mensaje acerca del Salvador impecable tiene muy poco, si acaso tiene algo, de interés a estos religiosos. La curación física ocupa su interés principal. Su filosofía es similar a la que la gente que desea ser salvo del castigo del infierno, pero no desea nada con la Señoría de Cristo. Ellos quieren la bendición pero no el Bendecidor.

El fracaso en comprobar el sentido verdadero de la Escritura es un peligro entre los religiosos. Ellos piensan que simplemente citar la Escritura es suficiente para probar su punto y silenciar a todos los adversarios. Esta gente no da consideración a la pertinencia de la Escritura que citan; el contexto está completamente ignorado. Otros suponen que sería una perversión o negación de la Escritura para poner un significado diferente sobre lo que parece ser su sentido obvio. Por ejemplo, ellos piensan que tales relatos como "esto es mi cuerpo" (Juan 6:50-58; Mat. 26:26-28) o "de su interior correrán ríos de agua viva" (Juan 7:38) deben ser entendidos literalmente. La Escritura requiere una interpretación; y sólo cuando la Palabra está manejada correctamente, puede ser conocida la verdad. Como los profetas no hablaron aparte al ser llevados por el Espíritu (II Ped. 1:20, 21), así los Cristianos nunca pueden conocer el significado verdadero de la Escritura sin la iluminación del Espíritu Santo (I Cor. 2:9-14).

El Salvador probó Su poder resucitador al levantar a Lázaro de los muertos (Juan 11:43). Si Jesucristo no hubiera llamado a Lázaro por nombre, todos los muertos hubieran salido. Durante esta edad de gracia, la voz del Salvador es oída por aquellos a quienes El llama por nombre: "...las ovejas oyen su voz; y a sus ovejas llama por nombre, y las saca. Y cuando ha sacado fuera todas las propias, va delante de ellas; y las ovejas le siguen, porque conocen su voz" (Juan 10:3, 4). La soberanía de Dios está mostrada en el llamamiento, por nombre, del los muertos en el pecado. Pero El no llama a todos los muertos en el pecado a la vida: "De cierto, de cierto os digo: Viene la hora, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y los que la oyeren vivirán" (Juan 5:25). El día vendrá cuando los cuerpos muertos en sus sepulcros serán resucitados: "...porque vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; y los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación" (Juan 5:28, 29). Cristo no llama a todos sin excepción a la salvación, pero El sí llama a todos sin excepción al juicio -- los salvos al "tribunal de Cristo" (II Cor. 5:10) y los no salvos al "gran trono blanco" (Apoc. 20:11).

El poder milagroso fue ejercitado para acreditar el testimonio de los apóstoles (II Cor. 12:12). Sin embargo, no podemos aislar una incidencia de poder milagroso de las otras experiencias de Pablo. El poder milagroso que abrió la cárcel de Filipos para Pablo (Hech. 16:25-36) no fue mostrado en otras experiencias de las cárceles. ¿Por qué no apeló por una intervención milagrosa cuando estuvo delante del César? El campeón sobresaliente de los milagros ahora estaba solo. "En mi primera defensa ninguno estuvo a mi lado, sino que todos me desampararon; no les sea tomado en cuenta" (II Tim. 4:16).

¿Cuál es la respuesta a la ausencia de las señales milagrosas en esta edad de la gracia? El Cristianismo no es recibido sobre la autoridad de milagros. La gente que vio milagros de Cristo, ¿no Le crucificaron como un impostor? El silencio de Dios ahora es porque el clímax de la revelación Divina ha sido ya alcanzado. Ningún discípulo de Cristo jamás atribuyó su fe sobre la base de milagros. Todo debe ser probado por "la perfecta ley, la de la libertad" (Sant. 1:25). ¡Considera cuidadosamente lo que nuestro Señor dijo en la fiesta de la pascua en Jerusalén! "Estando en Jerusalén en la fiesta de la pascua, muchos creyeron en su nombre, viendo las señales que hacía. Pero Jesús mismo no se fiaba de ellos, porque conocía a todos" (Juan 2:23, 24). Así, vemos que los afectos de los hombres pueden ser removidos y los intelectos informados, pero Cristo se fiará de los oidores de la tierra pedregosa (Mat. 13:5, 6).

El Dios de la Biblia es un Dios de milagros, pero uno de los grandes misterios de nuestra edad no es la ocurrencia sino la ausencia de los milagros. Debemos considerar lo que Dios está haciendo; no simplemente lo que El ha hecho o hará. Uno no puede negar que Cristo está ahora sobre el trono del Padre, y todo poder en el cielo y la tierra es Suyo. Por lo tanto, Cristo pudiera, si estuviera en Su plan, hacer para los hombres hoy todo lo que El hizo por ellos en los días de Su carne. No obstante, el hecho permanece que no es un asunto de la capacidad del Señor sino de Su plan para los hombres de esta edad. Cristo no vino primariamente para ser un hacedor de milagros en el sentido de sanar a los enfermos, calmando la tormenta, y resucitando los muertos. Sus milagros fueron las credenciales para Sus declaraciones de la Deidad. Su carácter no cambia (Heb. 13:8; Mal. 3:6), pero Su método sí cambia. Dios no está demandando los sacrificios de animales en la adoración, pero sí demanda el "sacrificio de alabanza" (Heb. 13:15).

La edad de gracia no es el tiempo cuando más poder milagroso necesita ser hecho, pero más gracia evidenciada mediante los Cristianos. El Cristianismo exhorta a los hombres a no codiciar grandes demostraciones de dones milagrosos (I Cor. 12) por medio de los cuales asombrar a la gente; pero procurar los dones mejores de la fe, la esperanza, y el amor (I Cor. 12:31; 13:13). Algunos son como el oficial del rey que pidió a Cristo para sanar a su hijo (Juan 4:46-54). Cristo le dijo: "...Si no viereis señales y prodigios, no creeréis" (Juan 4:48). El hombre demandaba las señales de Cristo antes que confiar el caso de su hijo en las manos del Señor. Dios no será mandado por el hombre, porque El es el Señor soberano. La fe, que es el don de Dios, no necesita señales y prodigios. La fe coja busca las muletas de señales milagrosas. "La generación mala y adúltera demanda señal; pero señal no le será dada, sino la señal del profeta Jonás..." (Mat. 16:4). Aquí está el patrón por el cual la fe es medida. Esto determina si es verdadera o coja.

Los sufrimientos de Pablo revelan un grado mayor de fe que los actos potentes de su ministerio más temprano. No fue hasta que él entró en el camino de la fe, como lo sabemos ahora, que su vida llegó a ser un "...ejemplo de los que habrían de creer en él [Cristo] para vida eterna" (I Tim. 1:16). Creer en Cristo es poseer Su Señoría ahora; en el poder de esta verdad, los Cristianos viven y mueren. Así, el milagro de la regeneración da la fe de la perseverancia.

Hay una razón triple por la cual Cristo, en Su primer advenimiento, no desterró la enfermedad, la tiranía, ni la muerte: (1) La redención del cuerpo no está todavía; todavía la esperamos. "...nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo" (Rom. 8:23). La obra redentora de Cristo es absolutamente perfecta y terminada -- hacia Dios -- de modo que El "es la propiciación por nuestros pecados," pero su aplicación a nuestros cuerpos ha de ser realizada. (2) El día del gobierno justo todavía no es. Anticipamos el tiempo cuando estará "el principado sobre su hombro..." (Isa. 9:6). Cristo es el "Rey de justicia" antes que El sea el "Rey de paz" (Heb. 7:2). Los tiranos todavía retienen su control fiero, pero son predominados para servir al propósito eterno de Dios. Sin embargo, los tiranos serán gobernados con un cetro de hierro durante el reinado justo de paz y prosperidad que está por venir. (3) El día cuando todos los que están en sus sepulcros resucitarán todavía no es. La resurrección de los justos y los injustos es futura.

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LA MUERTE DE CRISTO

Dios envió a Su Hijo al mundo para manifestar lo que El haría como Dios, no lo que El pudiera hacer como el Hombre impecable. Es imposible separar la Persona de Cristo de Su Obra. Pablo dijo a los corintios, "Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado" (I Cor. 2:2). Hay tal conexión inseparable entre Su Persona y Obra que cualquier separación resultaría en herejía; habría un concepto equivocado de ambos Su Persona y Obra. El evangelio desea que nosotros entendamos lo que Jesucristo ha hecho por los pecadores, pero no al costo de quién El es. Si Su Persona no hubiera sido entendida, el hombre hubiera sido confundida por Su Obra y preguntaría, "...¿De dónde tiene éste esta sabiduría y estos milagros? ¿No es éste el hijo del carpintero: ¿No se llama su madre María, y sus hermanos, Jacobo, José, Simón y Judas: ¿No están todas sus hermanas con nosotros? ¿De dónde, pues, tiene éste todas estas cosas? Y se escandalizaban de él..." (Mat. 13:54-57).

Un concepto de Cristo hecho por uno mismo es peligroso. Este peligro está ilustrado por Israel que deseaba apoderarse a Cristo, al quien pensaba era un profeta, y hacerle Rey (Juan 6:14, 15). Este deseo de Israel le vino de ver las obras milagrosas de Cristo (Juan 6:1-14). ¡No debemos de ser confundidos por aquellos que parecen honrar a Cristo! Como Jesucristo no se fiaba de algunos que creyeron en Su nombre porque El sabía lo que había en ellos (Juan 2:23-25), así nuestro Señor bendito no se fiará de aquellos que ensalzan un Cristo pecable porque El conoce lo que está en sus corazones. Dios se fija subjetivamente sólo en aquellos que por la revelación aceptan el hecho objetivo concerniente a la Persona de Cristo.

¿Cuál fue la naturaleza de la encarnación? Hay aquellos que retienen la idea de la "encarnación aún sin una caída." Este pensamiento acepta la suposición que la encarnación se hubiera llevado a cabo aún si Adán no hubiera caído a causa de su pecado. Tal especulación está muy lejos de la evidencia Bíblica. El pensamiento moderno es que Dios actuó sólo porque el hombre, en la rebelión, actuó primero. Esto hace la acción de Dios seguir, más bien que soberanamente preceder, la acción humana. La Biblia enseña que el plan de Dios para reunir todos juntos en Su Hijo no se originó en el tiempo de la caída, sino desde la eternidad (Ef. 1:3-11). La obra redentora de Cristo no era algo que sucedió por accidente en el curso de la historia humana, sino algo que se llevó a cabo en la eternidad conforme al propósito eterno de Dios (Ef. 3:11). La encarnación ha de ser considerado en la unidad histórica con la cruz (Gál. 4:4; Rom. 8:3; Heb. 10:7-14).

La mayor parte de la dificultad derivada del propósito eterno de Dios es causada por un mal entendimiento de la eternidad. La eternidad es el presente y futuro así como también el pasado. La eternidad no debe ser pensada simplemente como el pasado y futuro, pero también como el presente. La sangre del pacto eterno (Heb. 13:20) no debe ser contemplada como algo relacionado sólo al presente, pero al pasado y futuro. Este pacto acompaña y sigue así como también precede su cumplimiento. No puede ser observado como una preordinación sin vida.

El propósito eterno de Dios está relacionado al Hijo eterno de Dios. La elección de Dios no ha de ser buscada en el consejo secreto de Dios, sino en la Palabra de Dios (Deut. 29:29). El Señor Jesús es el Autor, Objeto, y Sustancia de la revelación Bíblica. La elección eterna de Dios ha de ser buscada en Cristo porque sólo en El la predestinación de uno puede ser conocida (Ef. 1:3-5).

El propósito de Dios es una unidad. Es el establecimiento del pacto eterno con una gente escogida como cumplido en la obra redentora del Cordero que fue inmolado desde el principio del mundo (Apoc. 13:8). El propósito eterno de Dios lleva consigo otros propósitos generales así como la unidad de Dios incluye un gran número de perfecciones. Como las perfecciones de Dios son todas una en voluntad y propósito, así los propósitos generales de Dios concernientes a los elegidos son todos incluidos dentro de la estructura del propósito eterno que El hizo en Cristo Jesús (Ef. 3:11).

La palabra propósito (Ef. 3:11), como doctrina (II Jn. 9), es singular. Como Dios tiene solo un plan todo-inclusivo, así El tiene sola una doctrina en cuanto a este plan. El propósito eterno de Dios transciende tan lejos la mente finita del hombre que él no puede comprenderlo sino según la manera de hombre. Las condiciones del hombre así como "antes" y "después" de la caída no están en la mente Divina como están en la nuestra. El hombre piensa consecutivamente, pero Dios piensa simultáneamente. Si hubiera sucesión en Dios, El no pudiera ser el YO SOY; El no pudiera llamar las cosas que no son, como si fuesen (Rom. 4:17).

Los conceptos de supralapsarianismo y infralapsarianismo son nada sino sólo conceptos humanos. La palabra "lapsariano" refiere a la doctrina que el hombre es una criatura caída. Pero hay mucho argumento entre los dos principales puntos de vista lapsarianos. La posición supralapsariana dice que Dios propuso elegir antes que El decretó crear al hombre. La convicción infralapsariana dice que Dios propuso crear antes que El decretó elegir. ¿No presupone el problema del orden una transposición del temporal en la eternidad del consejo de Dios? Tal concepto de sucesión en el propósito Divino no es nada más que humanizar a Dios. Cuando el tema de la eternidad es propiamente aprehendido, los temas de la elección y la creación cesarán de ser conjeturas especulativas. Hay uno propósito inmutable de Dios que incluye toda cosa aún el número de los cabellos sobre la cabeza de una persona (Mat. 10:30). Este entendimiento infinito de Dios no avanza por grados como el entendimiento del hombre, pero por un acto de la mente todo es conocido simultáneamente.

La muerte de Cristo no puede ser fechada desde el punto de vista de Dios porque El es el Cordero que fue inmolado desde el principio del mundo (Apoc. 13:8). Así, el Señor Jesús fue el Cordero inmolado: (1) Determinadamente -- en el consejo de Dios (Hech. 2:23); (2) Promisadamente -- en la Palabra de Dios (Gén. 3:15); (3) Típicamente -- en los sacrificios designados después de la promesa; (4) Eficazmente -- en cuanto a su mérito aplicado a los creyentes antes de la muerte actual de Cristo (Rom. 3:25; Heb. 9:15); (5) Actualmente -- en el tiempo de la muerte de Cristo (Heb. 9:15); (6) Efectualmente -- en su aplicación a los creyentes arrepentidos (Rom. 3:25); y (7) Finalmente -- en la consumación de todas las cosas (Ef. 1:10; Apoc. 21:5). Estas siete perfecciones de la redención no son contempladas por Dios como consecutivas, sino son observadas por el hombre por venir por grados.

El valor de la muerte de Cristo es basado en Su Persona. Puesto que Dios no puede morir, debemos entender que fue la humanidad de Cristo, la simiente de Abraham, que fue ofrecida como un sacrificio sin mancha a Dios por los pecados de los creyentes (I Ped. 1:18-21). Para que Jesucristo sea calificado como Salvador, El debe morir por (1) lo que el hombre ha hecho (I Jn. 3:5), (2) lo que el hombre no ha hecho (Rom. 3:23), y (3) lo que el hombre es por naturaleza (Ef. 2:3). Así, la ira debida a los pecados del hombre y naturaleza pecaminosa fue cargada por el Salvador impecable porque El no tenía actos de pecado ni la naturaleza pecaminosa para descalificarle. Su vida perfecta Le calificó para el sacrificio perfecto por los pecados de naturaleza. Su impecabilidad Le calificó como el sustituto por la naturaleza de pecado. Es una blasfemia para decir que Jesucristo pudo haber pecado.

La muerte de Cristo debe ministrar la satisfacción hacia Dios por el pecado. El hombre finito no puede hacer la satisfacción; pero Jesucristo, el Dios-Hombre, hizo satisfacción. La Deidad de Cristo lo hizo posible para El ministrar a Dios lo que la naturaleza Divina demandó. La naturaleza humana perfecta de Cristo lo hizo posible para El llegar a ser el sustituto del pecador elegido. Así, el Salvador infinito estuvo en el lugar de todos por quienes El murió y rindió la satisfacción al Dios infinito. El llenó aquel hueco, constituyó aquel déficit, y restauró aquel balance; "...Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo..." (II Cor. 5:19).

La satisfacción que Cristo hizo a Dios fue una orden tremenda. Vamos a observar esta tarea gigantesca desde los puntos de vista comercial, legal, y moral:

1. COMERCIAL -- El punto de vista comercial de la deuda del pecado es aplicada frecuentemente en la Escritura. "Pero al que obra, no se le cuenta el salario como gracia, sino como deuda; mas al que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia" (Rom. 4:4, 5). La figura de una deuda está empleada aquí. Si pensamos acerca de cuánto todos los Cristianos que viven deben, la suma nos haría temblar. Pero lleva este pensamiento para incluir a todos los santos del pasado, presente, y futuro. Pensemos bien esta figura comercial en nuestras mentes por un momento y hagamos la pregunta, "¿quién puede pagar esa deuda?" Sólo una Persona infinita, fuera de Sus recursos infinitos, podría pagar tal deuda.

2. LEGAL -- La figura legal de la penalidad del pecado es empleada en la Biblia. "Porque la paga del pecado es muerte..." (Rom. 6:23). "Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición (porque está escrito: Maldito todo el que es colgado en un madero)" (Gál. 3:13). Jesucristo vino para pagar la penalidad de la ley porque Su Deidad Le dio una capacidad infinita. Ningún hombre hubiera podido aguantar el sufrimiento por todos los elegidos. Por ejemplo, supone que mil hombres han sido sentenciados para recibir cien latigazos. Ningún hombre pudiera estar en el lugar de esos mil hombres sentenciados y recibir cien mil latigazos. Agrega a este número mil latigazos para toda persona que entrará en cielo por la virtud de la muerte de Cristo, y tu mente te dará vueltas. El Señor Jesús no pudo haber sufrido tal agonía en Su propia Persona si no Le hubiera dado Su Deidad una capacidad infinita. Nosotros que somos salvos nos regocijamos con Pedro que dijo, "Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios..." (I Ped. 3:18).

3. MORAL -- La naturaleza moral de Cristo, aunque absolutamente perfecta e infinitizada por la unión con la Deidad, fue maravillosamente sensitivo. La maldad moral de los pecadores embota las sensibilidades hasta que el pecado cesa en ofender. Esto se testifica en todo lugar en el día de hoy. Los Cristianos son hechos sensitivos por la gracia; ellos son agradecidos por su sensibilidad. Sin embargo, Jesucristo fue el alma más sensitivo que jamás anduvo en esta tierra. Esto es entendido fácilmente puesto que El respiró la atmósfera de la santidad Divina y aborreció el pecado con un aborrecimiento infinito. El mismo advenimiento de Cristo a esta tierra corrompida por el pecado debía de haber sido una tortura a Su naturaleza infinitamente sensitivo. La perfección de las sensibilidades morales de Cristo Le dio una capacidad infinita para sufrir.

El texto más grande que prueba el valor substituto de la muerte de Cristo es Hebreos 9:14. "¿Cuánto más la sangre de Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, limpiará vuestras conciencias de obras muertas para que sirváis al Dios vivo?" La substitución demandó un obra terminada que requirió la muerte y trajo la vida. Esta obra fue realizada por la Trinidad. El Hijo encarnado derramó Su vida mediante el Espíritu de santidad para la satisfacción del justo juicio de Dios. No es la vida que Jesucristo vivió la que salva al hombre, sino la vida derramada en el derramamiento de sangre. El cordero vivo en el hogar de un israelita no podía salvar al hijo primogénito del juicio del ángel vengador, pero el cordero inmolado le libró. El pecado puede ser visto en sólo dos lugares, sobre el pecador o sobre Cristo el sustituto. El Cristo impecable fue ofrecido sin mancha a Dios para limpiar la conciencia de toda persona cuya pecado El llevó (I Ped. 2:24). Las obras muertas de las cuales los creyentes son limpios son las operaciones de pecado que vinieron de las almas espiritualmente muertas (Ef. 2:1). Se ha dicho que un testamento escrito con la mano de un hombre muerto no permanecerá delante de la ley. Así, el Dios vivo sólo puede ser servido por una persona que ha sido hecho vivo en Cristo Jesús por el Espíritu de la regeneración.

La sangre de la Cruz justifica a Dios así como también al pecador arrepentido. Hay una justificación mutua en la Cruz de Cristo. La justicia de Dios está vindicada en admitir a Su presencia santa todos los pecadores que experimentan el nuevo nacimiento. La sangre de Cristo, que fue ofrecida una vez en la consumación de los siglos, tiene un valor futuro y retroactivo (Rom. 3:25; Heb. 9:15; Mat. 20:28). Algunos dicen que no es moral perdonar a los pecadores sin castigar a su pecado. Dios hace la misma declaración, y la declaración está justificada en la obra substituta de Cristo.

¿Cuál es el alcance de la muerte de Cristo? La naturaleza de un rescate es tal que cuando es pagado y aceptado automáticamente se libra a la persona por quien se tuvo la intención. El justo juicio demanda que aquellos por quienes el rescate está pagado sean librados de cualquier obligación; no se puede demandar la penalidad dos veces.

Algunos enseñan que Cristo murió condicionalmente por todos pero absolutamente por nadie. Este es un punto de vista de la redención que deshonra a Dios; hace a Cristo el comprador de una redención que es dejada al poder del hombre para hacerla eficaz. Por la obediencia de Cristo, el don de la gracia abunda a muchos; y por Éste, Jesucristo, reina la justicia (Rom. 5:15-19). Por lo tanto, el hombre no tiene parte en esta justicia que reina en la vida por Uno, Jesucristo; no es por dos, Cristo y el hombre. El afianzamiento y los sufrimientos de Cristo son del mismo alcance; Su sacrificio e intercesión son relacionados a las mismas personas.

La elección del Padre, la redención del Hijo, y la regeneración del Espíritu son todo de igual alcance. La redención universal significaría la salvación universal. El hecho es que el Hijo redime nada más a los que el Padre elige, y el Espíritu regenera nadie más de que el Hijo redime. "...el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en recate por muchos" (Mat. 20:28).

Mucho religiosos son horrorizados por el término "redención limitada." Sin embargo, todos limitan la redención. Es limitada en su alcance o en su calidad. Aquellos que dicen que Cristo murió por todos sin excepción limitan su calidad (carácter), puesto que la Biblia dice que muchos han muerto y muchos morirán en sus pecados. El alcance está limitado por aquellos que tienen un punto de vista Bíblico de la redención. Ellos no van a limitar a su carácter, pero admiten que muchos mueren sin experimentar la salvación. Puesto que todos limitan la redención, el Cristiano instruido limita su alcance y nunca limitaría su carácter.

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LA JEFATURA DE CRISTO

La jefatura es el gran principio del universo moral. "Pero quiero que sepáis que Cristo es la cabeza de todo varón, y el varón es la cabeza de la mujer, y Dios la cabeza de Cristo" (I Cor. 11:3). El principio del orden y la subordinación se extiende a través del universo entero. Pablo distingue entre la inferioridad y la subordinación. Por ejemplo, la Cabeza de Cristo es Dios; esto no es con respecto de esencia sino de oficio. Cristo está cumpliendo el oficio de Mediador entre Dios y el hombre (I Tim. 2:5). El hombre es la cabeza de la mujer, pero no con respecto de una naturaleza diferente y más excelente; esto es en cuanto a la función porque la mujer fue hecha para el hombre. El deseo de Cristo siempre fue hacia Su Cabeza, Dios el Padre. El dijo, "...porque yo hago siempre lo que le agrada [el Padre]" (Juan 8:29). La mujer debe, para cumplir con el principio Divino, encontrar su deseo en su esposo. "A la mujer dijo: Multiplicaré en gran manera los dolores en tus preñeces; con dolor darás a luz los hijos; y tu deseo será para tu marido, y él se enseñoreará de ti" (Gén. 3:16).

Pablo proclama el orden que Dios estableció. Este orden ha de ser observado para siempre a pesar de las costumbres que esta edad atea pueda exhibir. Nuestro día es uno en que ambos el principio y el orden se están siendo puestos aparte por esta generación adúltera y perversa. Sin embargo, el Cristiano nunca debe poner aparte o hacer concesiones con el principio u orden de la Biblia.

La jefatura tiene un lugar importante en los caminos de Dios. Dios ha traído a Uno que es intitulado a ser reverenciado. El es el Uno en el cual todos los movimientos, ambos interior y exterior, eran en el espíritu de obediencia. El fue el Cristo impecable, y por Su obediencia El proveyó una justicia sin la cual el hombre nunca hubiera podido acercarse a Dios (Rom. 10:1-4). La jefatura de Cristo sobre el hombre involucra esencia así como también oficio. Hay una plenitud en Cristo que es absolutamente imposible en el hombre depravado (Juan 1:14, 16; Col. 2:9). Ningún hombre puede ser reverenciado, pero la Cabeza del hombre redimido puede ser adorada en el poder del Espíritu.

La Jefatura de Cristo está introducida por la redención. Cristo ha venido en donde no había nada sino caos causado por la caída de Adán. El vino para proveer la redención por las ovejas perdidas. El propósito de Cristo no podría ser frustrado; El vino para buscar y salvar a los perdidos. El evangelio de la redención no es un evangelio de posibilidad sino de certeza. Por lo tanto, los recipientes de la redención confiesan a Cristo como su Cabeza con reverencia.

Perseverando en Cristo como la Cabeza es el premio del corazón del Cristiano. "Nadie os prive de vuestro premio, afectando humildad y culto a los ángeles, entremetiéndose en lo que no ha visto, vanamente hinchado por su propia mente carnal, y no asiéndose de la Cabeza, en virtud de quien todo el cuerpo, nutriéndose y uniéndose por las coyunturas y ligamentos, crece con el crecimiento que da Dios" (Col. 2:18, 19). "Asiéndose de la Cabeza" significa que Cristo es el Objeto de la mira del santo (Col. 3:1-3). La humildad falsa, inclinándose sobre mediadores falsos, y el egoísmo intelectual son seguros en alejar a la persona de Cristo. Pablo seriamente amonesta a los colosenses porque hay una carrera que tiene que ser corrida y "...el que persevere hasta el fin, éste será salvo" (Mat. 10:22). La prueba final de la realidad en el Cristianismo es la continuación. "Mi boca publicará tu justicia Y tus hechos de salvación todo el día, Aunque no sé su número. Vendré a los hechos poderosos de Jehová el Señor; Haré memoria de tu justicia, de la tuya sola" (Sal. 71:15, 16).

Las verdades que una persona cree, y no algún nombre religioso que él usa, constituye la firmeza de su título. Una persona puede dar asentimiento mental a ciertos hechos objetivos, pero él no perseverará a menos que él haya tenido una experiencia interior de la gracia. "Salieron de nosotros, pero no eran de nosotros; porque si hubiesen sido de nosotros, habrían permanecido con nosotros; pero salieron para que se manifestase que no todos son de nosotros" (I Jn. 2:19).

La perseverancia en asir de la Cabeza es la manifestación de la gracia. Cuando hablamos de la preservación de Dios y perseverancia del santo, no significamos que hay una convergencia de la preservación y la perseverancia. Esto sería equivalente en llamar a la justificación un acto de Dios y a la santificación un acto del hombre. La perseverancia no es un suplemento a la preservación; sólo señala a la preservación de Dios. Por lo tanto, la preservación de Dios no emana de la perseverancia del creyente; pero la perseverancia del santo es el fruto de la preservación de Dios (Sal. 138; Zec. 3; Juan 10; Rom. 8).

La perseverancia no tiene afinidad con el antinomianismo. El antinomianismo es la teoría de que los Cristianos son libres de la ley moral, por medio de la gracia. Ninguna persona con la mente de la Biblia niega que el Cristiano peca, pero afirma que el creyente no puede desampararse a sí mismo al pecado. Hay una diferencia entre los pecados de los salvos y los de los no salvos. El Cristiano peca por la debilidad y regresa a Dios por la conversión; la persona no salva vive en el pecado y no regresa a Dios por la conversión porque él nunca ha sido traído a Dios por la regeneración. Si alguien desea enfatizar que las ovejas son dadas a Cristo (Juan 10:29), él también debe enfatizar que estas ovejas oyen a la voz de Cristo y Le siguen. Toda el clamor acerca de la "seguridad eterna" no es de provecho aparte de la perseverancia. Dios usa el medio del temor reverencial para causar que Su pueblo perseverara. "...pondré mi temor en el corazón de ellos, para que no se aparten de mí" (Jer. 32:40). La perseverancia es una doxología a la preservación de Dios.

La Jefatura de Cristo no sólo representa a Su soberanía, pero la metáfora señala a Cristo como la fuente de la vida espiritual en el Cuerpo de Cristo. La vida que sale de la Cabeza está difundida por todo miembro del Cuerpo como la sangre de vida del cuerpo físico alimenta y mantiene todo sus miembros. Los santos son pegados a Cristo por Su Espíritu como los miembros del cuerpo físico son conectados por huesos, los tendones, y la piel.

El Salvador impecable es la fuente de la unidad. Muchas iglesias locales han sido atadas por otras obligaciones tales como credos, la política, y los programas; pero la obligación externa es como una cuerda amarrando a un fajo de ramas muertas de un árbol. La unidad interior que sale de la posesión común de vida es como un árbol por el cual la misma savia circula del tronco a la hoja más pequeña al punto de la rama más alta. Los Cristianos comparten una vida espiritual común. Todos han comido del mismo alimento espiritual y bebido de la misma bebida espiritual (I Cor. 10:3, 4). Todos los santos poseen una relación Divina que los atrae a unos y a otros en la unidad. "Todos los que habían creído estaban juntos..." (Hech. 2:44). "Y la multitud de los que habían creído era de un corazón y un alma..." (Hech. 4:32). "Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu" (I Cor. 12:13).

Jesucristo es la Cabeza de la Asamblea. "Y él [Cristo] es la cabeza del cuerpo que es la iglesia [asamblea]..." (Col. 1:18). La formación de este Cuerpo, del que Cristo es la Cabeza resucitada, es la hechura del Espíritu. El cuerpo nunca es usado en la forma plural en el Nuevo Testamento. El Cuerpo de Cristo es uno, pero consiste de muchos miembros. El cuerpo (soma) y la asamblea (ekklesia) son ambos singulares en este versículo y se refieren al Cuerpo místico (espiritual), la Asamblea.

Cristo construye la Asamblea de la cual El es Cabeza. "Y yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia [asamblea]; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella" (Mat. 16:18). Nuestro Señor hablaba a la asamblea local de los discípulos. El dijo a la asamblea local que El construiría Su Asamblea la cual constituiría Su Cuerpo espiritual. Cuando la palabra "asamblea" es usada en este sentido, enfatiza dos cosas: (1) Todos los que pertenecen a esta asamblea son verdaderamente salvos, y (2) la compañía de los santos es distinguida de todas las ramas de la religión organizada. Cristo Jesús es el Señor soberano que reina sobre todo, pero El es la Cabeza sólo del Cuerpo espiritual (Ef. 1:22, 23).

La palabra asamblea (ekklesia), no como la palabra cuerpo, es usada en un sentido visible (local) e invisible (místico). Por ejemplo, para ser una asamblea no se necesita ser una asamblea continua. La asamblea es una asamblea aún cuando no esté congregada. Los miembros que son providencialmente impedidos de algunas de las reuniones locales permanecen miembros; esto constituye una asamblea dentro de una asamblea. Aún una asamblea local es invisible, en cuanto a la reunión local, cuando no está congregada.

Espiritualmente, la Asamblea es una y nunca puede ser dividida; físicamente, sus miembros son esparcidos en todo el mundo. Algunos de los miembros del Cuerpo de Cristo ya están con El, pero ellos esperan por la resurrección de sus cuerpos. Muchos están en la tierra en este tiempo presente, pero son separados uno del otro por grandes distancias. Hay algunos que aún no nacen que constituirán una porción de la Asamblea que Cristo Jesús está construyendo. Sin embargo, esto no significa que todos nunca podrán ser congregados en un lugar a la vez. "De reunir todas las cosas en Cristo, en la dispensación del cumplimiento de los tiempos, así las que están en los cielos, como las que están en la tierra" (Ef. 1:10). ¡Qué reunión gloriosa de la asamblea esto será!

La importancia del Cuerpo de Cristo no debe ser minimizada. Un error serio resulta cuando el Cuerpo de Cristo es reducido a una asamblea local que contiene ambos los salvos y los no salvos. El punto de vista Bíblico del Cuerpo de Cristo destruye la idolatría institucional. Las instituciones hechas por el hombre está declarando la autoridad que Dios nunca les delegó a ellos. La salvación no está en las manos de la gente denominacionalmente perjuiciosa, sino en las manos de El que salva a quien El quiere y añade a Su Asamblea (Juan 1:11-13; Hech. 2:41-47). La pregunta más importante que el hombre enfrenta no es a que institución denominacional pertenece, sino "¿Qué pensáis del Cristo?" (Mat. 22:42).

Las asambleas locales tienen función valiosa en el propósito de Dios. No son un fin en sí mismos, pero un medio al fin. Ellos existen para el propósito del Cuerpo de Cristo. Aquí lo invisible encuentra expresión como el alma del hombre encuentra expresión en su cuerpo. Como Pablo no descuidó sus obligaciones en las asambleas locales porque él fue un miembro del Cuerpo invisible de Cristo (II Tim. 4:1-8), así ni los Cristianos informados en el día de hoy. El Evangelio ha sido entregado a las asambleas locales para la propagación. El propósito de la asamblea local no es para socializar.

La asamblea local está reprochada en nuestro día por la religión institucional por el fracaso de participar en los intereses temporales, el progreso intelectual, y la reforma social. Ella fácilmente admite que esta no es su misión; ella señala a algo más alto de lo que es temporal, más sabio que el progreso intelectual del hombre natural, y a una sociedad para el Señor en vez de contra El. Una lección valiosa puede ser aprendida de la negación de Cristo a ser atraído a un problema social: "Le dijo uno de la multitud: Maestro, di a mi hermano que parta conmigo la herencia. Mas él le dijo: Hombre, ¿quién me ha puesto sobre vosotros como juez o partidor?" (Luc. 12:13, 14). El Señor mostraba que Su misión no era para socializar a la humanidad, sino para redimir a los elegidos. El rechazó la posición de Juez o Partidor, pero mostró que la persona que habló fue tan culpable de la codicia como aquel a quien él le echó la culpa. Cristo no tomaría del opresor y daría al oprimido, mucho menos animar al oprimido a tomar del opresor. Nuestro Señor prohibió la opresión.

Jesucristo no entregó Su verdad a las religiones institucionales, sino a las asambleas locales. El valor de la asamblea local está enfatizado por el hecho de que ella es gobernada localmente. Sin embargo, en religiones institucionales las sociedades locales son gobernadas por la jerarquía. Cuando la jerarquía llega a ser corrompida, el sistema entero es corrompido. Pero cuando el gobierno está en las manos de cada asamblea local, cuando una asamblea llega a ser corrompida como la de Laodicea, los otros no son infectadas. Las otras están en una posición para aislar la asamblea infectada para prevenir la divulgación de su herejía entrar en medio de ellas. El principio de la separación no debe ser ignorado por el pueblo de Dios (II Cor. 6:14-18; Heb. 13:13). El testimonio del pueblo de Dios está encontrado en el lenguaje del Salmista: "Compañero soy yo de todos los que te temen Y guardan tus mandamientos" (Sal. 119:63).

¿Entregó Cristo las llaves del Reino de los cielos a la asamblea local? El Señor Jesús no hablaba acerca de la asamblea local cuando El dio la promesa de las llaves. Fue la asamblea contra la cual las puertas del infierno nunca prevalecerán. Ninguna asamblea local puede aplicarse a sí mismas esa promesa. La asamblea más espiritual y ortodoxa nunca puede decir que Satanás no ha hecho alguna incursión en medio de ella. No hay garantía de la perpetuidad de la asamblea local porque el candelero puede ser quitado, pero la Asamblea que es el Cuerpo de Cristo predominará porque su perpetuidad está garantizada.

La autoridad dada a la Asamblea ha de ser ejercitada en el Reino de los cielos. Según el contexto, este Reino habrá sido establecido sobre la tierra (Mat. 16:27-17:13). El Reino y el reinado de los santos son dichos estar en el futuro. Una equivocación trágica es hecha por los intérpretes de la Escritura cuando ellos identifican las llaves del Reino con la autoridad de la asamblea institucional o local. Tal enseñanza ha sido la fuente de gran maldad; un espíritu totalitario ha sido derivado de tal concepto falso de autoridad y se siente en toda asamblea local o institucional que acepta esta idea. Tal autoridad nunca podría ser dada aún a los hombres redimidos porque son imperfectos. Esta autoridad es dada al Cuerpo de Cristo (los redimidos del Señor) y será ejercitada cuando reinarán con Cristo en el Reino (Apoc. 5:10). Esto denota la perfección.

La asamblea local no debe ser designada por el nombre de alguna persona, credo, política u ordenación; ella es designada por su locación geográfica (I Cor. 1:2; Ef. 1:1; Fil. 1:1; Col. 1:2; Apoc. 1:11). El pueblo de Dios es designado por los nombres que incluyen todos los santos tales como creyentes, santos, hermanos, hijos de Dios, discípulos, y Cristianos (Hech. 5:14 BLA; Fil. 1:1; II Tes. 1:3; Juan 11:52; Hech. 20:7; Hech. 11:26). Jesucristo es el centro para atraer a los Cristianos juntos. Cuan triste es ver a la gente atraída por credos y programas más bien que la Persona y la Obra de Cristo.

La Jefatura de Cristo es considerada en conexión con la Esposa (Ef. 5:22-33). Hay dos tipos maravillosos de la Esposa en el Antiguo Testamento. Ellos son Eva y Rebeca. La soberanía de Dios es manifestada en Eva; el efecto práctico del Espíritu es revelado en Rebeca. Eva era pasiva; era toda la obra de Dios simbolizada en la regeneración. El lado experimental de la regeneración es mostrado en Rebeca. Los pensamientos de su corazón fueron ejercitados por el testimonio del siervo en cuanto a Isaac. ¿No tiene el Señor el derecho soberano de escoger a Su Esposa? El arminianismo presenta a Cristo como una Persona que se casará con cualquiera que Le quisiera, pero este no es el evangelio de la Biblia.

La Jefatura de Cristo demuestra la forma verdadera del gobierno de la asamblea. Ambos los pastores y los Cristianos han de ser sumisos a Jesucristo por su amor para El. Las asambleas locales tienen sus ministros que velan por las almas de los redimidos (Heb. 13:17; Hech. 20:28). Ellos son responsables a Cristo, no a la gente, a quien ellos darán cuenta. Los ministros no son los que agradan a los hombres; aquellos que agradan a los hombres no son los siervos de Cristo (Gál. 1:10). Los santos han de someterse a sí mismos a las leyes de Cristo que son ejecutadas por los ministros de Dios. Su sumisión sale del amor a Cristo, no del amor a los ministros de Cristo. Los siervos de Dios son honrados en alta estima por causa de su obra (I Tes. 5:12, 13). Por lo tanto, la asamblea no es una democracia en la que el gobierno es desde abajo; ella es una teocracia porque es gobernada desde arriba por El que es su única Cabeza.

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CRISTO Y SU REINO

La perfección de la obra de Cristo en el Calvario será consumada en el Reino. La consumación de Su obra no ha de ser entendida como incluir ninguna obra redentora adicional porque esto es contrario al único sacrificio perfecto por el pecado. "Porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados" (Heb. 10:14). Ningún Cristiano dirá que su salvación, que tuvo su comienzo en la regeneración, es completa. Esta es la razón por la cual gime dentro de sí mismo, esperando la redención del cuerpo (Rom. 8:23). La perfección de la salvación de un Cristiano será finalizada en la glorificación de su cuerpo (I Jn. 3:2, 3). Así, la salvación será completa en la segunda venida de Cristo. "Así también Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos; y aparecerá por segunda vez, sin relación con el pecado, para salvar a los que le esperan" (Heb. 9:28).

La salvación del Cristiano está frecuentemente referida como llevándose a cabo en el futuro. "...He aquí, éste es nuestro Dios, le hemos esperado, y nos salvará; éste es Jehová a quien hemos esperado, nos gozaremos y nos alegraremos en su salvación" (Isa. 25:9). El pueblo de Dios nunca espera en vano. Israel está preservado a través de todo su tiempo de esperar, y ahora en la profecía Isaías ve el tiempo de su liberación. "Alegraos con Jerusalén, y gozaos con ella, todos los que la amáis; llenaos con ella de gozo...He aquí que yo extiendo sobre ella paz como un río..." (Isa. 66:10, 12). Pablo dijo a los Cristianos en Roma, "...ahora está más cerca de nosotros nuestra salvación que cuando creímos" (Rom. 13:11). Los santos en Roma fueron amonestados para ser más diligentes en su vida Cristiana puesto que el fin de su carrera estaba más cerca que cuando comenzaron. Como el hombre en una carrera corre más duro cuando se acerca el marco del fin, así el Cristiano debería tener una preocupación más profunda para la voluntad de Dios cuando él se acerca al fin de su peregrinación terrenal. Los ríos tienen más profundidad y fuerza cuando están cercos del océano que cuando ellos comenzaron en algún arroyo pequeño de montaña. Salomón dijo, "...la senda de los justos es como la luz de la aurora, Que va en aumento hasta que el día es perfecto" (Prov. 4:18).

Los justos tienen una senda en que ellos corren en su carrera. Esta senda se entra por la entrada de la justificación; las personas justificadas son mantenidas en su senda por la santificación a su meta, la glorificación.

Dios declara que el creyente arrepentido está justificado sobre la base de la obra substituta de Cristo. "Siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados" (Rom. 3:24, 25). Jesucristo es una propiciación mediante la fe; no a aquellos que no tienen fe. Mediante la fe no significa por medio de la fe; la fe no es la base de la justificación. La causa originaria de la justificación es la gracia; la causa eficaz es la muerte redentora de Cristo; el medio es mediante la fe. La justificación es por Dios (Rom. 8:33), no por la fe. Demasiada gente hace un dios de su fe. El mérito no está en la fe, sino en el Objeto de la fe. La Persona y la Obra de Jesucristo es el Objeto de la fe justificadora. La Vida impecable de Cristo obtuvo la justicia para Sus propias ovejas, y Su muerte redentora cargó el castigo de los pecados de Su pueblo.

La santificación, no como la justificación, es algo que Dios ha hecho en el creyente arrepentido. Se ha dicho que la culpabilidad, penalidad, y la mancha proceden del pecado. La muerte de Cristo ha quitado la penalidad para Su pueblo; Su satisfacción quitó la culpabilidad; Su santificación quita la mancha. La penalidad y la culpabilidad no pertenecen al Cristiano, pero él es frecuentemente abrumado por su consciencia de la mancha. "Así que, amados, puesto que tenemos tales promesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios" (II Cor. 7:1). Por lo tanto, la santificación es ambos absoluta y progresiva. El cambio que se llevó a cabo en la regeneración es absoluto, pero el cambio que comenzó en la regeneración será reflejado en muchos cambios progresivos hasta el cambio final.

La glorificación es el cambio final en el Cristiano. Esta es la meta a la que todas las cosas se mueven. ¿Cuál es la esperanza del Cristiano? No es la liberación del cuerpo, pero la liberación del cuerpo en el poder resucitor. La muerte es un tema alarmante aún para el Cristiano; sin embargo, la segunda venida de Cristo es un tema glorioso al santo porque significa ser como Cristo. La primera venida de Cristo trajo la gracia salvadora, pero la segunda venida la perfecciona. La primera venida de Cristo trajo las arras de la redención en la humillación, pero la segunda venida la perfecciona en la gloria.

El Reino significa muchas cosas a mucha gente, pero hay una interpretación Bíblica positiva. El Reino no es la Asamblea, visible o invisible. No es soteriológico ni providencial; el Reino es escatalógico y es conectado con la segunda venida de Jesucristo. Así como la perfección de la naturaleza humana de Cristo no puede ser negada, ni puede la perfección de Su Obra que encuentra su consumación en el Reino.

Como la teocracia (el reinado de arriba) es la única forma verdadera del gobierno de la asamblea, así el reinado teocrático de Cristo en el Reino es la única forma verdadera del gobierno mundial. Hay muchas formas del gobierno humano, pero todas serán probadas ser un fracaso antes que el gobierno del mundo descanse sobre el hombro de Jesucristo (Isa. 9:6). El gobierno humano, como todas las cosas administradas por los hombres, debe ser imperfecto. No hay tal cosa como el justo juicio humano absoluto, y nunca será una forma perfecta del gobierno humano administrado por los hombres imperfectos.

Todas las autoridades de los hombres han sido establecidas por Dios. Pablo dijo, "...porque no hay autoridad sino de parte de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas" (Rom. 13:1). Alguna forma del gobierno humano, tan imperfecto como puede ser, es necesario. Esto es para prevenir la anarquía completa. La obediencia a tal autoridad es demandada, pero no cuando la ley de Dios es violada (Hech. 4:19; 5:29). Nuestra sumisión a las autoridades existentes no significa que el carácter de ese gobierno es aceptable a Dios. En cuanto a su carácter, una autoridad que Dios ordena puede ser descrita como una bestia terrible: "Y los diez cuernos que viste en la bestia, éstos aborrecerán a la ramera, y la dejarán desolada y desnuda; y devorarán sus carnes, y la quemarán con fuego; porque Dios ha puesto en sus corazones el ejecutar lo que él quiso: ponerse de acuerdo, y dar su reino a la bestia, hasta que se cumplan las palabras de Dios" (Apoc. 17:16, 17). Este versículo demuestra la manera que Dios dispone de los reinos y designa a los gobernantes según Su placer soberano. El gobierno imperfecto de los hombres causa que el Cristiano anhele el Reino perfecto de Cristo.

No tenemos que estudiar a Euclid, el educador griego, para saber que la totalidad es mayor que la parte. Algunos escatalogiosos aparentemente creen que la parte es mayor que la totalidad porque dicen que la interpretación propia del Reino es espiritual y no tiene referencia al Reino futuro visible sobre la tierra. ¿Pero cómo puede el Señor Jesús estar en posesión de lo que El ha salido para recibir del Padre? Cuando sea recibido, El regresará para establecer Su reino sobre todo el mundo (Luc. 19:11-27). Esto será la consumación coronada de Su obra.

Hay tres cosas que deben ser observadas en la parábola por nuestro Señor en Lucas 19: (1) El Reino por el cual algunos esperaban no aparecería en aquel entonces -- "...pensaban que el reino de Dios se manifestaría inmediatamente" (Luc. 19:11). (2) El período de tiempo entre el regreso de Cristo al Padre y Su segunda venida está ocupado con el llamar de los elegidos por el anuncio del Evangelio. Los Cristianos llegan a ser "herederos" del Reino (Sant. 2:5), pero la realización de esto espera la manifestación del Reino. Han de andar dignos de Dios, El que les llamó a Su Reino (I Tes. 2:12). (3) La segunda venida se Cristo será en poder y gloria -- "Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria, y todos los santos ángeles con él, entonces se sentará en su trono de gloria" (Mat. 25:31). El Señor Jesús ahora está siendo honrado en el cielo después de Su obra redentora en la cruz. Este honor, que Cristo está recibiendo a la diestra del Padre, será manifestado en el mero lugar donde El ha sido deshonrado.

El Reino no debe ser confundido con el reinado soberano de Cristo. Su soberanía nunca está asociada con la promesa; esta es eternamente Suya por Su Deidad. Sin embargo, el Reino pertenece a Jesucristo como el "Hijo de David" y el "Hijo del Hombre"; y esta es conectada con la promesa. Como el Hijo de Dios, Cristo siempre está con el Padre; pero como el Hijo del Hombre (el Dios-Hombre), El se manifiesta a Sí Mismo (y el Padre mediante El) en la tierra en la unión hipostática adaptada a la humanidad redimida.

¿Es materialístico creer en un Reino literal sobre la tierra? Esta es la acusación que muchos religiosos llevan contra los Cristianos que creen en el Reino futuro de Cristo sobre la tierra. Tal acusación es un reflejo contra la Persona del Hijo del Hombre. ¿Fue Cristo materialístico cuando en la humanidad El sufrió y murió? ¿No es verdad que la humanidad en sí fue hermoseada por tal relación? En la naturaleza humana impecable de Cristo, tenemos la personificación de la impecabilidad y la verdad. Esta relación es una garantía que nuestro Señor no va a parar con la salvación del alma. El redimirá el cuerpo y entonces la tierra sobre la cual Su plena gloria será mostrada en Su Reino que nunca terminará. ¡A Cristo sea toda la alabanza, honor, y gloria ahora y para siempre!

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